No se puede hacer más lento

Rodrigo López

El ilusionista René Lavand solía rematar sus trucos de naipes diciendo “No se puede hacer más lento”. Hace unas semanas, Juan Carlos Fábrega, presidente del BCRA, hizo aparecer, como por arte de magia, una carta con la que logró frenar el culebrón cambiario de enero, cautivando a propios y extraños. En realidad, al igual que Lavand (quien también había sido bancario de joven), la carta que jugó Fábrega nunca había salido del mazo. La Comunicación “A” 5536 del BCRA, que obliga a los bancos a desprenderse de su posición en divisa o activos dolarizados del patrimonio neto que superen el 30% en cartera y el 10% en mercado de futuros, se encontraba en el mazo del BCRA desde marzo de 2003.

caricatura fabrega

La medida se había creado mediante la comunicación “A” 3889, que establecía las mismas condiciones que la vigente en la actualidad. Por ese entonces, la economía argentina, si bien mostraba signos de recuperación en su nivel de actividad, aún no daba certezas en el mercado cambiario, signado por el default y la negociación de la deuda aún pendiente. Como todo truco de magia, tal primera parte consistió en “la promesa”. Se mostró en vigencia hasta que fue suspendida en mayo de 2005, mediante la comunicación “A” 4350. Esta segunda parte del truco fue “la desaparición”. Es el acto temerario que suscita la atracción de los espectadores. Aquella circular le soltó la cadena a los bancos, desafiándolos a adquirir todos los dólares que quisieran. En 2005, la entrada de dólares por comercio exterior no tenía contrapartida en la fuga financiera. Eran tiempos en que el BCRA trataba de que no se apreciara el tipo de cambio, y acaparaba divisas constituyendo el colchón de reservas para disuadir eventuales corridas contra el peso.

El asombro continuó con otra muestra de osadía: al finalizar ese mismo año, el gobierno utilizó cerca de 10.000 millones de dólares para cancelar por anticipado la deuda con el FMI. Sin temblar ni perder nunca la sonrisa, Felisa Miceli se sometió a que le serrucharan casi un tercio de las reservas para ganar autonomía frente al FMI. El riesgo de la medida no hacía más que mostrar la seguridad del gobierno en su programa económico. Efectivamente, al poco tiempo las reservas ya se habían recuperado. Los datos muestran que los bancos no cambiaron sustancialmente su tenencia de divisas en sus patrimonios. Es que por entonces había inversiones con mejores rendimientos.

A partir de 2007, con la crisis financiera internacional y la posterior pérdida de la batalla por las retenciones móviles frente al sector proveedores de divisas y de inflación, se desencadenó una fuga de capitales creciente que en parte sólo fue contenida improvisando un creciente control de cambios desde fines de 2011. Los dólares no egresaban, pero tampoco ingresaban al sistema. En 2013 no salió ni el viejo truco de la moratoria, nadie quiso poner sus dólares dentro de la galera para que sacaran Cedines, y nadie quiso subirse como blanco al escenario del BAADE siendo la AFIP el lanzador.

Para diciembre de 2013 se aceleró la depreciación de la moneda. En enero de 2014, las pérdidas de reservas del BCRA no podían contener la disparada del dólar en todas sus variantes. El gobierno había salido a decir que la depreciación que llevó al dólar a $8 pesos la había hecho el mercado (luego resultó ser una sola empresa) pero que estaban conformes, como si finalmente se hubiera dado con el justiprecio cambiario para la economía argentina.

Tal vez los libros de historia no lleguen a registrar la sensación de incertidumbre que se extendió a lo largo de esas dos semanas que siguieron a la devaluación. El BCRA perdía cerca de 200 millones de dólares por día para mantener la cotización “del Chavo del 8”.
El redoblante sonó durante dos semanas pero los dólares seguían sin aparecer. El auditorio estaba nervioso. Cuando todos creían que no habría gran finale, Fábrega sacó su carta escondida.

Fue un acto de “lentidigitación” (término acuñado por Lavand): se atravesaron todas las corridas desde 2007 sin aplicarlo, y tras una intrépida devaluación en cámara lenta -con funciones el 21, 22 y 23 de enero- se dejó sangrar al BCRA durante dos semanas, con una merma de 2.500 millones de dólares sólo el primer mes del año, para terminar subiendo las tasas de interés. “No se puede hacer más lento”. Estallaron los aplausos. La ovación vino hasta de la oposición en el gallinero. Pero la magia no existe, y este truco ya no podrá repetirse.