De la represión a la celebración

Este 27 de junio se celebra otro aniversario del Día Nacional del Periodista. Un nuevo capítulo, un año más para revisar nuestra profesión y ver cómo está el estado del arte.

En el 2014 escribí un artículo intitulado “¿Una fecha para celebrar?”, donde exponía una serie de razones para abrir la discusión sobre la manera en que debe ser tomada esta celebración, de cara a nuestra profesión y a la realidad del país, de la que no escapa nadie.

Al releerlo pude entender qué tan mal estamos, por cuánto nuestra situación no ha mejorado ni un ápice de cada letra colocada en aquel material del que abstraigo buena parte para construir la presente edición.

Entre otras cosas, hacía referencia a la dificultad para acceder a las fuentes oficiales “producto del constante ataque, despidos y amedrentamiento por parte de los que hoy ocupan puestos de poder, quienes se han encargado de poner todas las trabas para nuestro quehacer, incluyendo las relativas a la Justicia como herramienta para atemorizar con pena de cárcel jurada a todo aquel que disienta, y por consecuencia, sea considerado un traidor, entre otros calificativos”. Un año después, tristemente, esta situación no solo se ha mantenido, sino que se ha incrementado, según lo manifiesta el más reciente informe del Programa Venezolano de Educación-Acción en Derechos Humanos (PROVEA), donde afirma que en el 2014 se registraron “325 violaciones a la libertad de expresión”, lo que significa un repunte del 240 % respecto al año 2013.

En mi artículo también indicaba que “no es un día para celebrar, por cuanto existen múltiples razones para preocuparnos por el futuro de nuestro ejercicio”, lo que suscribo un año después, luego del cierre de tantos medios, de las agresiones a mis colegas periodistas, de los problemas que se presentan en nuestras escuelas de Comunicación Social y en el gremio en general.

La nota publicada por el diario El Nacional, fechada el 29 de abril de 2015, nos echa luz sobre lo que está pasando. En dicho artículo, la reconocida organización Freedom House denunció “el aumento en los ataques y amenazas contra los periodistas y la falta de transparencia en la propiedad de los medios, en medio de un severo ambiente económico que pone en peligro la viabilidad de la prensa escrita”. Es decir, no hay papel, ni dólares para importarlo.

Sin embargo, quiero rescatar las palabras que en su oportunidad cerraran el artículo en mención y que vuelven a tomar su espacio en los medios impresos y digitales, por su vigencia. “(…) hoy, siendo un día tan importante para los trabajadores de la prensa, reporteros gráficos, periodistas que están en el diarismo, que desempeñan roles como reporteros de radio y televisión, como jefes de información, como periodistas institucionales y académicos, y tantos otros roles que se me escapan, quiero reivindicar el uso de la palabra oral y escrita; del derecho a opinar; del derecho a escuchar y ser escuchado; del derecho a decidir qué quiero saber, cuándo, dónde y cómo; del derecho a medios libres, independientes, con aspiraciones de crecimiento; del derecho a la vida y, sobre todo, a ejercer lo que nos apasione sin temor a represalias y con la verdad como única arma que construye día a día nuestro máximo capital, el cual no es otra cosa que nuestro nombre y apellido”.

El país de los trofeos de guerra

Nuevamente nos toca hablar de Venezuela. Pero debemos ser más específicos en honor a la verdad. Considero que hoy vale la pena referirnos solamente al Gobierno, ese que tiene ya un poco más de dieciséis años en el poder y el cual se acostumbró a buscar, crear y mostrar trofeos como método para ejercer el poder.

Tal vez influya su clara vocación militarista, desvirtuada por supuesto, la cual les tiene en “permanente alerta”, generando compromisos de cara a la opinión pública, los cuales atienden muy vehementemente a través de sus trofeos de guerra, por sus características particulares, resaltantes y simbólicas.

Todo este parapeto viene secundado por una inmensa acción de comunicación, que se alinea perfecta y hasta exageradamente a los objetivos que se plantean los altos funcionarios del país. Basta recordar hechos de reciente data como el “testigo estrella” del caso Danilo Anderson, de la famosa detención de Leopoldo López, en la cual participó ilegalmente el presidente de la AN Diosdado Cabello (Quien conducía el vehículo donde trasladaban a López), o de la detención de Johnny Bolívar, presunto asesino de Adriana Urquiola (por funcionarios colombianos), y todo lo que significó en términos comunicacionales.

Ya el canal del Estado y sus filiales deben tener un banco de imágenes y de soundtracks de alta factura para crear y reproducir toda clase de videos, audios y fotografías, de la manera más baja, ilegal y grotescamente posible, sin el menor pudor ni de los periodistas que laboran en estos medios.

Un circo, sí. Como lo dice Luis Chataing, un circo. Los venezolanos hemos sido testigos te la “efectividad gubernamental” para algunas cosas y la total indolencia para otras tantas. También la facilidad para montar casos con el único fin de persuadir a la opinión pública a tener una actitud distinta ante un tema determinado, como el de la violencia, por ejemplo.

La habilidad para desmontar matrices a partir de estos trofeos es sorprendente. Ni el mejor cineasta se imaginaría que en el país existe tal tipo de creatividad. Para muestra un botón:

Ahora resulta que la delincuencia no es común. Es una delincuencia paramilitar pagada y financiada por los intereses de la ultraderecha apátrida que opera desde los nexos Bogotá-Madrid-Miami. ¿Les suena conocido este argumento? Para ello sacan algún trofeo, como por ejemplo, la detención de los miembros de alguna banda común, seguida por toda una campaña “informativa” de corte amarillista y de una seguidilla de voceros que repiten incesantemente el mismo mensaje. Mientras tanto siguen matando gente en la calle.

También han dicho que el sabotaje económico es producto de los intereses de la ultraderecha apátrida que opera desde los nexos Bogotá-Madrid-Miami más los empresarios acaparadores. ¿También les suena conocido este argumento? Para ello sacan otro trofeo, como por ejemplo, los directivos de Farmatodo detenidos, seguido por toda una campaña “informativa” de corte amarillista y de otra seguidilla de voceros que repiten incesantemente el mismo mensaje. Mientras tanto policías y bachaqueros siguen estafando a la gente en la calle.

RCTV, El Universal, Noticias 24, Tal Cual, Ledezma, Baduel, López, Ceballos, Brito, Rubén González, Mezerhane, el Movimiento Estudiantil, empresarios, entre muchos otros, nos confirman que Venezuela, definitivamente, es el país de los trofeos de guerra.

Cuando tomarse fotos con la harina pan dejó de ser un chiste

En nuestras redes sociales abundaban este tipo de fotografías. Unas en los anaqueles de productos de higiene personal, otras muy cerca de algunas bebidas reconocidas internacionalmente. Pero las más importantes y “obligatorias” al salir del país eran aquellas tomadas junto a la célebre Harina Pan, por su representación, por el orgullo que sentimos al saber que “es nuestra marca de nacimiento”. Estas fotos parecían un experimento de Kotler sobre la segmentación del mercado venezolano en función a las variables demográficas, psicográficas y de consumo aplicadas al posicionamiento de marcas.

Pero de ese temperamento jovial, jocoso, y hasta a veces imprudente, ese que nos define como venezolanos y que le sale al paso a todo con un chiste “dándole al mal tiempo buena cara”, se ha apaciguado por algo más, por otro factor que ha entrado en juego y que cada vez toma más fuerza: la vergüenza. Vergüenza de saber que en el país ya no encontramos nada, de pensarte afuera viendo lo que algún día fueron tus productos, los que abundaban en el abasto de la esquina y que hoy por hoy es más fácil encontrarlos en cualquier otro país menos el tuyo. Definitivamente es eso, vergüenza.

Para comprobar esta teoría pregunté a varios amigos que viven en Irlanda, Alemania, Australia, España, Estados Unidos, Ecuador y Colombia sobre las marcas con las que crecimos. Por supuesto no sería para mí una sorpresa sus respuestas en cuanto a que he palpado esta realidad como exiliado. Sí, en estos países podemos conseguir la mayoría de los productos que siempre estuvieron en casa y que hoy ya no están. Y lo más impactante es que la inmensa mayoría se produce en el extranjero, no se exporta desde Venezuela por obvias y tristes razones.

Lo que en algún momento fue una escasez “moderada” y que ahora ha llegado a los niveles alarmantes que rondan un 70 % de productos desaparecidos, ha hecho que una nueva oleada de venezolanos que salen del país por placer o necesidad sean vistos con una conciencia distinta, con una actitud distinta, lo que creo que es positivo dentro de todo lo malo. Ya no es la ligereza de decir “mira, estoy aquí en el mercado equis tomándome fotos con lo que no tienes allá” o “me voy a tomar una Frescolita o una Malta y tú no” porque finalmente el pudor volvió las cosas a su centro, haciéndonos más reflexivos, más compasivos con el otro.

Lo que originalmente fue un tema de orgullo por encontrar nuestra identidad realzada por los productos ubicados en un país remoto al nuestro, como si se tratara de nuestro propio proceso de colonización, pasó a ser un chiste desgastado por las horas de espera y sinsabor con la esperanza de algo que estará al principio de la cola que ya ni sabemos que será. Un chiste desgastado por los que han muerto por no contar con una medicina o porque cuando la necesitó no tuvo a nadie que tuviera el terminal de la cédula que tocaba ese día. Un chiste desgastado por la inhumanidad de los que ocultan la verdad sin importar su costo en vidas.

Pero llevando esta catarsis a un proceso metafórico, a todo lápiz se le puede sacar punta mientras tenga pulpa. Hemos vivido cosas horribles, pero todo desgaste trae consigo experiencia y madurez. ¿Nos falta mucho? Pues parece que sí. ¿Estamos perdidos? Definitivamente no.

¿Cómo va el juego?

En la propia bipolaridad de los acontecimientos diarios, esa que tanto nos mueve el piso y que nos desenfoca a razón de cuatro o cinco veces por día, la autocrítica y la mirada que se sustrae del propio sujeto se hacen cada vez más necesarias.
Con esto quiero decir que, y es algo que he escrito en reiteradas oportunidades, nuestra identidad como venezolanos está en juego. Nos hemos desfigurado, transformado, mutado, convertido en algo muy distinto a lo que realmente somos. Nuestros instintos están al mil por ciento, a la defensiva, siempre atentos al ataque del otro que a priori creemos nos hará daño, nos estafará, nos matará.

Parece que esa cultura del “vivo bobo” nos está llevando por delante y la estamos dejando ganar ¿qué nos pasa? ¿Por qué dejamos que nos arrinconen y que a partir de nuestra supuesta indefensión se nos pretenda cambiar, para mal, nuestras ideas, estilos de vida y comportamientos?

No. No estoy hablando del Gobierno. Esta vez no. Nos estoy hablando a nosotros. No lo hemos hecho bien, por múltiples causas, yo no lo he hecho bien. Nuestras redes sociales se han convertido en obituarios, en pantallas de servicio público para ubicar cualquier medicamento, o para advertirnos no llamar a fulanito o menganito porque le acaban de robar el teléfono. Dejamos de hablar de nuestra gente, de nuestra querida Venezuela, de lo que somos y que representamos. La transmutación es triste y evidente.

Ya no hablamos de futuro, de esperanzas ni de logros. Eso quedó para el recuerdo. Mientras tanto entre la obra de Cruz Diez y la calle, se siente un ambiente distinto, enrarecido, como sustraído de un cuento de Isabel Allende. Con un pie aquí y otro allá, pareciera que la esperanza se convirtió en vivir un día a la vez, con la expectativa de lo inesperado.

Sin embargo sí tenemos cura. No todo está perdido. Estamos en el purgatorio, pero no en el infierno. Muchos nos preguntamos por la llave para salir de este encierro. Pues les cuento que aunque usualmente hemos pensado que ha estado guardada por los políticos, la verdad es que no. La llave la tenemos nosotros. El poder es nuestro. Las ganas y voluntad de cambiar están en nuestras manos, no en las de otros.

Rescatemos aquel Manual de Carreño, la amabilidad que nos caracterizaba, la bondad de nuestro pueblo, de nuestros abuelos. Recuperemos la esperanza un día a la vez, pero hagámoslo. Una esperanza que comienza perfectamente en casa, con acciones concretas.

¿Qué podemos cambiar? ¿Qué está en nuestras manos para hacer de nuestro país y nuestra propia realidad algo mejor? ¿Cómo podemos levantarle la mirada a nuestro hermano y brindarle una mano? La respuesta queda abierta, porque son muchas las formas y los modos. Pero vamos, que sí se puede…

Ideas para Nicolás

Desde el inicio de su mandato nos ha acostumbrado a anunciarnos que anunciará algo que luego de anunciado no anuncia nada. Sí, así como suena. Nada. Hemos seguido atentamente sus accidentadas intervenciones por múltiples razones. Algunos por chiste, otros por curiosidad y otros tantos por preocupación genuina.

Y es que nos resulta increíble cómo es posible que en su verbo y discurso no haya absolutamente nada rescatable, ni siquiera con la excusa de haber contado con un predecesor al cual tuvo que escucharlo más que un operador de radio en cabina, y que al menos, sabía cómo distraer a la gente y mantenerlos en permanente expectativa mientras el país se nos iba por el precipicio.

Sí, también me pregunto cómo es posible que mientras nuestro país se despedaza día a día, se empeñe en vivir en permanente negación y no anuncie lo que tanta gente honesta ha esperado que comunique: su renuncia ante el fracaso público y notorio.

Al escucharle hablar de conspiradores siempre pienso en sus “compañeros de lucha”. Lo digo porque es a todas luces un eufemismo argumentar sobre la materia, teniendo experiencia práctica y aplicada en nuestro propio país y en otros tantos de manera indirecta ¿O es que acaso ustedes no fueron unos golpistas y conspiradores?

Peor aún, siguen llevando bien puestos estos calificativos, al enjuiciar alcaldes sin justificación alguna, al cambiar las estructuras institucionales para mantener cuotas de poder, como el caso jefatura del Distrito Capital y las zonas distritales, o de inhabilitar a políticos que antes de entrar en una contienda electoral ya se veían como ganadores. Son unos golpistas, sí.

La rimbombancia heredada y la verborrea sin sentido se curan, mi estimado presidente. No necesita hacer el ridículo para distraer a la opinión pública. Lo que necesita es hacerle frente a los compromisos y fracasos y hacer lo propio, cosa que le vuelvo a recordar, esperamos mucho, su renuncia.

Pero para que mi argumento no se vea tan chocante y “conspirador”, le voy a dar una “ayudaíta” a ver si se anima de una buena vez por todas, dándole a conocer algunos ejemplos de lo que hicieron sus homólogos en otras oportunidades y latitudes, con respecto a la materia:

En agosto de 1974, Richard Nixon renunció a la presidencia de Estados Unidos, por haber sido implicado en el famoso escándalo de Watergate, que consistió fundamentalmente en espionaje interno, obstrucción de la justicia y corrupción.

En febrero de 2012, el presidente alemán Christian Wulff, dimitió tras haber sido acusado formalmente por la fiscalía de ese país por corrupción y tráfico de influencias.

A principios del 2014, el primer ministro de Ucrania, Nikolái Azárov renunció a su cargo “para crear más oportunidades para el compromiso social y político y para que el conflicto tenga una solución pacífica”.

En enero de 2015, el presidente más longevo de la historia italiana, Giorgio Napolitano, renunció a su cargo por su avanzada edad y problemas de salud, siendo el único presidente en la historia de ese país en ser reelecto.

Son solo algunos ejemplos que ilustran las distintas razones por las cuales un presidente en funciones puede y debe renunciar: por acusaciones de corrupción, espionaje, obstrucción a la justicia, tráfico de influencias y enfermedad. Podría agregar otras causas, pero creo que con las primeras cuatro ya tiene buenas excusas para hacerlo. Ande, anímese y haga lo propio.

Obama, la excusa perfecta

El gobierno venezolano lo logró. Después de casi dieciséis años de insistencia supo ganarse el tan merecido puesto de “amenaza” para la seguridad nacional de EE.UU. Supo también construir sus “mártires” revolucionarios a punta de apoyos que por incondicionales suscribieron las violaciones de los DD.HH. a cientos de venezolanos que vivieron y viven en carne propia las reiteradas barbaridades del llamado “Socialismo del siglo XXI”, las cuales han sido denunciadas insistentemente, tanto nacional como internacionalmente.

Los representantes del gobierno central han sabido sacar provecho de las sanciones y declaraciones de Washington, generando toda una campaña de comunicación que incorpora a todos los medios que tienen a la mano, haciendo ver que las acciones en contra de los funcionarios venezolanos incursos en delitos de blanqueo de capitales, corrupción, narcotráfico o violación a los DD.HH., son ataques al país, afectando supuestamente a la gente común. Lo que no dicen es que las sanciones contemplan la congelación de cuentas mil millonarias en bancos norteamericanos de las cuales ninguno tiene cómo explicar su procedencia. Continuar leyendo

En la parada, por favor

Hoy me siento a escribir en mi habitual escritorio con sentimientos encontrados. Sucede que mis padres luego de mucho esfuerzo, exagerados para mi gusto, lograron venir a visitarme al país que me recibió con los brazos abiertos y que me ha ofrecido las libertades que no logré conseguir en mi propia patria. Y sí, tenerlos conmigo significa mucho, por infinitas razones, aunque sea por un corto plazo de tiempo.

Pero el verles comparar, asombrarse, y convertir nuestro día a día en algo casi cósmico sinceramente me da dolor y pena. El tomar fotografías a las aceras porque se mantienen limpias, o a los anaqueles que tienen productos tan básicos que casi olvidamos que existen y que para ellos es oro en polvo no tiene nombre. No, me niego a que dos venezolanos, profesionales, honestos, de buena fe y que han construido una familia desde cero tengan que pasar por tan miserable situación a estas alturas de la vida. Es increíble escuchar sus discusiones “¿gordo, será que cuando lleguemos a Maiquetía nos van a quitar la Harina Pan que llevamos en la maleta?” “¿será que dejamos algunos desodorantes para que no nos molesten en la aduana?” No, definitivamente no.

Peor aun cuando les toca hacer el tan chocante cambio al “dólar paralelo” porque así les tocó viajar. Querer hacerle una atención a sus nietas, tan básica como llevarlas a una cadena de comida rápida, supone más o menos unos 8.400Bs.F, lo que es igual a un mes y medio de trabajo en Venezuela.

Lo peor es que mientras ellos piensan en cubrir esas necesidades básicas que definitivamente les fueron despojadas a causa del nepotismo, de la corrupción, de la ineptitud, contrabando, acaparamiento y finalmente destrucción del aparato productivo, nosotros rezamos de rodilla porque su regreso no signifique el riesgo a sus vidas, a su seguridad personal.

Nuestro llanto no es por la separación, sino por el miedo que significa recordar que están expuestos a cualquier cosa, a un permanente peligro, mientras luchan por el pan de cada día. Mientras tanto, en su esperanza con amor propio, el desprendimiento que significa ver a sus hijos en otros destinos, seguros, sin importar la separación en sí, la cual se entiende está condicionada a esa tranquilidad que les da el verlos en tierra fértil.

Pero en una realidad como la que vive nuestra nación, nuestro golpeado hogar, la indignación se hace presente, sobre todo porque el deterioro es exponencial. Entonces sobreviene la pregunta ¿qué hacemos? ¿Cómo nos activamos? O dejamos que se coman el país y no dejen ni las migajas o nos apropiamos de lo que siempre ha sido nuestro, exigiendo y aplicando justicia.

A los dormidos es hora de despertar; a los despiertos es hora de actuar; a los dudosos es hora de decidir; a los venezolanos es hora de no dejar pasar. Así que, en la parada, por favor.

Emigrar no es una cuestión de idioma

Debemos reconocerlo, no somos un país de emigrantes. Años atrás, nuestros bisabuelos, abuelos y padres llegaron a nuestro hogar, Venezuela, huyendo de tantos males que aquejaban al mundo durante la última década del siglo XIX y las primeras cinco del XX. Somos una mezcla rica en cultura, en conocimientos, en educación y costumbres, sin dejar a un lado que siempre existe ese detalle agridulce entre las cosas buenas y malas.

Nuestra música, la cual por cierto no ha sido muy difundida globalmente, salvo contadas excepciones, demuestra esa fusión que tanto nos ha alegrado el alma, dándonos sabor, pero con inteligencia, tal como dice Guaco “…música pa´los pies y pa´la cabeza”, teniendo la dicha de contar con las mejores sinfónicas infantiles y juveniles de toda la historia, de tener talentosos intérpretes y directores que deslumbran al crítico más afamado y de ser, sin duda alguna, un país que siempre se caracterizó por llevar el buen humor por delante.

Hoy día, parte de ese humor, de ese talento, de esas ganas de ser venezolano se “enmaletaron” y tomaron un vuelo a cualquier destino que requiera al menos un pasaporte vigente. Peregrinamos el mundo en cuestión de días, de meses. Rompimos abruptamente con esa famosa frase: “los venezolanos no somos emigrantes, nosotros nacemos, crecemos y morimos en nuestra tierra”. Continuar leyendo

Camino a lo irreversible

En esta  política de “patoteros de barrio”, esa que funciona a las patadas, a puños y gritos, en la que el bravucón de turno dice y desdice de cualquiera, sosteniendo el uso de la fuerza a discreción y sin temor a un castigo futuro, marcar un escenario relativamente ajustado a la realidad se hace difícil.  Y es que con un sistema de gobierno que dejó atrás a la academia, a los libros y a las leyes, que se acostumbró a gobernar y adaptar todo el entorno a su epicentro y no al revés, no quedó otra que convertirse en una máquina generadora de disparates, donde el pudor no tiene espacio alguno.

Por momentos pienso si realmente el dinero y el poder tienen tal capacidad como para llevar a diversos funcionarios a hacer de lo grotesco su forma de vida, como malos comediantes, sin importar su propia identidad, sus valores, su “propio yo”. Les confieso que me da pena ajena lo que veo frecuentemente, y eso que por cuestiones de salud he dosificado la cantidad de horas diarias de medición de información.

Otro elemento que se suma a esta vorágine inverosímil es el relativismo. Todo es discutible, todo depende de cómo lo mires. Nosotros tenemos presos políticos, el gobierno los cataloga de “políticos presos”; nosotros hablamos de torturados, ellos hablan de “mecanismos legales para obtener información”; el estupor es tal que la fabricación de pruebas por parte de los “órganos de inteligencia venezolanos” parece más bien la tarea de un alumno de secundaria para recrear algún episodio de Sherlock Holmes. Continuar leyendo

Por qué no creemos en las instituciones públicas

Hace once años un importante grupo de la sociedad venezolana inició una cruzada para recoger firmas en todo el país, con el fin de solicitar un referéndum revocatorio al entonces presidente Hugo Chávez -más tarde fallecido-, tomando como base el artículo 72 de la Constitución Nacional que dice: “Todos los cargos y magistraturas de elección popular son revocables”. Fueron más de 10 meses de preparación, recolección y verificación de datos para ser posteriormente introducidos ante el Consejo Nacional Electoral, con la esperanza de someter el mandato del presidente a consideración de todos los venezolanos mayores de edad y con capacidad para votar.

Durante todo el proceso las organizaciones opositoras y el gobierno se mantuvieron en permanente ataque público y privado. Los aspectos legales servían para hacer cualquier jugarreta que inhabilitara esta posibilidad, la cual por cierto fue propuesta originalmente por el mismo Chávez y que años después se convertiría en su mayor de dolor de cabeza.

En el 2003 la oposición venezolana introdujo más de tres millones de firmas solicitando el revocatorio al presidente Chávez. El CNE las rechazó por “considerar” que habían sido recolectadas antes de haberse cumplido la mitad del mandato, que por ley es el plazo necesario para solicitar el referéndum. En paralelo el gobierno denunciaba que la oposición, a través de operadores privados, obligaba a trabajadores a firmar so pena de despido. Sin embargo rápidamente salieron a la luz pública múltiples declaraciones de funcionarios del Estado que habían sido despedidos o castigados por haber firmado. La violación a los Derechos Humanos apenas se consumaba.

Meses después, finalizando el 2003, la oposición consignó un nuevo grupo de firmas, las cuales en esta segunda oportunidad fueron rechazadas por el CNE, increíblemente, ahora por considerar que casi dos millones de las rúbricas eran falsas. Esta decisión generó fuertes manifestaciones de rechazo, arrojando un lamentable saldo de heridos y fallecidos.

Luego se interpusieron recursos de apelación ante el máximo tribunal del país, el TSJ, en el que nuevamente se vio la mano del chavismo al entrar en pugna la Sala Electoral con la Sala Constitucional. La primera daba por válidas las firmas cuestionadas; la segunda, constituida como la más alta sala del país, rechazaba la decisión por considerar que la Sala Electoral no tenía competencia para decidir sobre la materia.

Otro duro golpe para la oposición, el tercero en menos de seis meses. Pero éste no sería el peor. El nacimiento de la “Lista Tascón”, el perfecto antónimo de la “Lista de Schindler”, buscaba hacer pública la información de todas aquellas personas que se hubiesen atrevido firmar en contra del gobierno nacional, poniendo en evidencia a más de tres millones de venezolanos, de los cuales un importante número sería despedido, vejado, torturado y discriminado por parte de los entes oficiales durante los años posteriores. Era tal el desconcierto que vendedores ambulantes se ubicaban en los semáforos para ofrecer discos compactos con tan sensible información, dejando al descubierto a todos los que osaron firmar.

Ya con el miedo sembrado profundamente, el CNE con la tarea hecha convocó a aquellas personas que hubiesen firmado originalmente para que por medio del voto confirmaran que eran ellos los que habían solicitado originalmente el referéndum revocatorio. Algo inédito, increíble y sin comparación. De esta cita la oposición consiguió la cantidad necesaria de votos para proseguir con tan accidentado plebiscito, pero con una inmensa carga, aquella referida al peligro de saberse expuesto por apenas haber expresado su derecho, contemplado en nuestra Carta Magna, y que era clara y abiertamente vulnerado tanto por los atajos legales como por la sostenida campaña de desprestigio, de amenazas y de agresiones.

Llegó el momento del referéndum y perdimos. ¿Pero cómo podíamos pretender semejante hazaña luego de recibir uno de los golpes más fuertes que le ha tocado absorber a nuestro país? El 58 % de los consultados manifestaron que Chávez debía mantenerse en el poder, y con él, lo que luego vendría para Venezuela, más de dos lustros de desmembramiento de la cosa pública, de un franco deterioro de las fundaciones de la democracia, de cientos de miles de muertos a causa de la violencia desbordada e incontrolada y de funcionarios cada vez menos capaces, sin competencias para gobernar, sin formación alguna y producto de un nepotismo que se ha enquistado profundamente en el común denominador de las instituciones.

Hoy día podríamos escribir una enciclopedia completa de las razones por las cuales los venezolanos no creemos en nuestras instituciones públicas, y este artículo sería solo una hoja de miles. Cuando vemos una buena gestión, por más ordinaria que sea, la convertimos de inmediato en algo extraordinario. Eso nos dice ya lo mal que estamos, por aplaudir al alcalde que recoge la basura, que arregla el alumbrado público o que asfalta las calles.

Queda entonces una pregunta al aire, como asignación para cuando se dé el momento. ¿Qué podemos hacer para creer en nuestras instituciones públicas?