Cuando tomarse fotos con la harina pan dejó de ser un chiste

Vladimir Kislinger

En nuestras redes sociales abundaban este tipo de fotografías. Unas en los anaqueles de productos de higiene personal, otras muy cerca de algunas bebidas reconocidas internacionalmente. Pero las más importantes y “obligatorias” al salir del país eran aquellas tomadas junto a la célebre Harina Pan, por su representación, por el orgullo que sentimos al saber que “es nuestra marca de nacimiento”. Estas fotos parecían un experimento de Kotler sobre la segmentación del mercado venezolano en función a las variables demográficas, psicográficas y de consumo aplicadas al posicionamiento de marcas.

Pero de ese temperamento jovial, jocoso, y hasta a veces imprudente, ese que nos define como venezolanos y que le sale al paso a todo con un chiste “dándole al mal tiempo buena cara”, se ha apaciguado por algo más, por otro factor que ha entrado en juego y que cada vez toma más fuerza: la vergüenza. Vergüenza de saber que en el país ya no encontramos nada, de pensarte afuera viendo lo que algún día fueron tus productos, los que abundaban en el abasto de la esquina y que hoy por hoy es más fácil encontrarlos en cualquier otro país menos el tuyo. Definitivamente es eso, vergüenza.

Para comprobar esta teoría pregunté a varios amigos que viven en Irlanda, Alemania, Australia, España, Estados Unidos, Ecuador y Colombia sobre las marcas con las que crecimos. Por supuesto no sería para mí una sorpresa sus respuestas en cuanto a que he palpado esta realidad como exiliado. Sí, en estos países podemos conseguir la mayoría de los productos que siempre estuvieron en casa y que hoy ya no están. Y lo más impactante es que la inmensa mayoría se produce en el extranjero, no se exporta desde Venezuela por obvias y tristes razones.

Lo que en algún momento fue una escasez “moderada” y que ahora ha llegado a los niveles alarmantes que rondan un 70 % de productos desaparecidos, ha hecho que una nueva oleada de venezolanos que salen del país por placer o necesidad sean vistos con una conciencia distinta, con una actitud distinta, lo que creo que es positivo dentro de todo lo malo. Ya no es la ligereza de decir “mira, estoy aquí en el mercado equis tomándome fotos con lo que no tienes allá” o “me voy a tomar una Frescolita o una Malta y tú no” porque finalmente el pudor volvió las cosas a su centro, haciéndonos más reflexivos, más compasivos con el otro.

Lo que originalmente fue un tema de orgullo por encontrar nuestra identidad realzada por los productos ubicados en un país remoto al nuestro, como si se tratara de nuestro propio proceso de colonización, pasó a ser un chiste desgastado por las horas de espera y sinsabor con la esperanza de algo que estará al principio de la cola que ya ni sabemos que será. Un chiste desgastado por los que han muerto por no contar con una medicina o porque cuando la necesitó no tuvo a nadie que tuviera el terminal de la cédula que tocaba ese día. Un chiste desgastado por la inhumanidad de los que ocultan la verdad sin importar su costo en vidas.

Pero llevando esta catarsis a un proceso metafórico, a todo lápiz se le puede sacar punta mientras tenga pulpa. Hemos vivido cosas horribles, pero todo desgaste trae consigo experiencia y madurez. ¿Nos falta mucho? Pues parece que sí. ¿Estamos perdidos? Definitivamente no.