Políticos que quieren ser “normales”

Walter Habiague

“Cuántas veces escuchamos decir: ‘Pero ustedes, cristianos, sean un poco más normales, como los demás, razonables’. Éste es un discurso de encantadores de serpientes”, ha dicho Francisco y uno, por costumbre ya, lo lleva a la vida nacional…

En pocos días los partidos políticos deberían presentar las listas de consejeros según la nueva ley. ¿Deberán presentarlas? ¿Podrán? ¿Deberían?

Mientras todas las fuerzas políticas apoyan los reclamos por la inconstitucionalidad de esa ley, mientras se quejan incluso de su débil legitimidad, esas mismas fuerzas políticas se afanan por presentar consejeros en sus listas dándonos la bienvenida a la política del por las dudas, penúltimo escalón de la decadencia doctrinaria y ética de nuestros dirigentes.

Una política no sólo contradictoria en sí misma sino tan torpe que no alcanza siquiera a ser cínica porque hace falta cierta astucia para ejercer el cinismo y la oposición parece no darse cuenta de su poca inteligencia: convalidar este esperpento los deja sin negocio.

O tal vez no, y sólo busquen convertir la candidatura de consejeros en un tercer o cuarto puesto para negociar en sus internas. ¿Es un chiste que no entiendo y por eso no me río o lo entiendo y por eso no me causa ninguna gracia?

La Corte todavía debe resolver la constitucionalidad de la reforma anterior, promovida también por el oficialismo en un sentido completamente opuesto al actual. ¿A nadie se le ocurre poner el grito en el cielo? ¿Ninguno de los opositores ve no sólo la aberración sino la falta de coherencia? ¿Qué hacen mientras no dicen nadaDesfilan por los medios exhibiendo su indignación pero terminan su exposición hablando de las listas con una sonrisa plena.

¿En esto se ha convertido nuestra política? ¿Debemos resignarnos a ser un montoncito de crédulos pacientes que agachamos la cabeza rindiendo honores a una forma vacía? La política es la expresión concreta de la fe. Lo demás es circunstancia. No se puede “hacer” política desde la superficie de la coyuntura. Si la política no se compromete con la vida puesta en valores, se vuelve un instrumento viciado de círculos de intereses, de la pequeña rapiña, del partidismo umbilical.

Está muy bien la circunstancia. Están muy bien los intereses y las aspiraciones personales. Están bárbaras las negociaciones y la voluntad de poder. Lo que es imperdonable en política es que el oportunismo sea en sí y para sí, y no la expresión estratégica y momentánea de valores más altos.

Los opositores salen a festejar los fallos que declaran la inconstitucionalidad y suspenden las elecciones pero persisten con su faena de listas. ¿Qué valores puede representar tal contradicción? ¿Me dirán que están de acuerdo pero que lo hacen por estrategia? Bastante simplona (y sospechosa) una estrategia que rodea de legitimidad lo ilegítimo, porque lo mejor que se puede hacer con algo indigno es dejarlo expuesto, evidente, solo en su propia indignidad. Rodear la ilegalidad con legalidad escandalizada no es denuncia sino ocultamiento.

Balbín decía que cumplir con el deber es fácil pero lo que es difícil es saber cuál es el deber. Puede ser verdad, pero no puede ser la norma. Hay momentos en que el deber es tan evidente que incumplirlo es definitivamente hacerse el zonzo. Hay momentos en los cuales no entender cuál es el deber es haber perdido completamente sentido real de la política: el bien común.

En este caso, aún para los sofistas, aún para quienes solo ven sus intereses, el deber es claro: no convalidar un atropello institucional.

Pregunto sin ánimo de herir (o sí): ¿ya se olvidaron los radicales de que hasta Alvear, el hijo mimado de la aristocracia porteña, fue heroico cuando debió serlo a favor de su pueblo? ¿Ya se olvidaron los compañeros peronistas de la “resistencia”? Francisco ha hablado nuevamente y ha mostrado que detrás de su bonhomía, de su sonrisa y de su modo tal vez campechano, cuando hace falta hay un león ortodoxo que no duda en defender la verdad: “…no dejarnos engañar por el espíritu del mundo, que siempre nos hará propuestas educadas, civilizadas, buenas, pero detrás de las cuales estará la negación del hecho de que el Verbo se hizo carne”. “Siempre existirá la seducción de hacer cosas buenas sin el escándalo del Verbo Encarnado, sin el escándalo de la Cruz”.

Intentando una irreverente traducción política (como si hiciera falta) de las palabras de Su Santidad, no puedo dejar de sentir una esperanzada vergüenza. Si este cura no nos hace reaccionar, si no entendemos la belleza de la verdad y el coraje, estamos perdidos.

¿Qué espero de la oposición frente a la elección de consejeros? ¿Abstención? No sé. La palabra que busco se parece mucho a patriotismo.