El principio de Peter Capusotto

Yamil Santoro

La llegada de Amado Boudou al poder me disparó algunas interrogantes: ¿a cuántos les pasa que su jefe les parece un nabo? ¿Por qué tenemos la clase política que tenemos? Quizás haya una explicación científica para esto. A fines de los años sesenta el pedagogo Laurence J. Peter enunció “el principio de Peter”, que describe un singular fenómeno en las estructuras jerárquicas: las personas ascienden hasta su nivel de incompetencia.

Por su parte, Scott Adams publicó en los noventas sus estudios sobre “el principio de Dilbert” que explica por qué las organizaciones tienden a promover a sus empleados más inútiles a puestos más altos para minimizar daños y riesgos. Si bien este postulado posee menos rigor científico el despliegue de cuadros kirchneristas merece considerarlo: “Alí Babá” Boudou, Hernán “Me quiero ir” Lorenzino, Juan “agrandame las papas y gaseosa que soy hijo de desaparecidos” Cabandié y “el eterno cebollita” Daniel Filmus, entre otros.

En política la ausencia de internas y de sistemas meritocráticos para acceder a cargos públicos hace que elementos como la antigüedad, los secretos que se conozcan y otros recursos de presión permiten incidir en la conformación de listas y selección de cargos. Por su parte, en el mundo empresarial nos encontramos con que la legislación da especial protección a la antigüedad y hace que las empresas muchas veces deban buscar cómo solucionar la improductividad o incompetencia de un empleado reasigándole posiciones jerárquicas para “premiarlo” por su antigüedad o para evitar que genere problemas.

Estos problemas ayudan a explicar por qué se tiende cada vez más a estructuras integradas y horizontales, al menos en el mundo empresario. Por un lado es cierto que cada persona tiene algo valioso para aportar desde su mirada por lo que conviene crear espacios de participación para escucharlo, pero esta tendencia también sirve para compensar las deficiencias de los superiores. La división de poderes y el esquema republicano vienen a representar una lógica similar, un fusible frente a los probables errores de quien detente el poder.

El antiguo esquema en el que el jefe es entendido como un superior y su autoridad resulta incuestionable ha quedado obsoleto. Las posiciones a las que arriba una persona rara vez son reflejo exclusivo de sus méritos y, a su vez, sus méritos pasados poco tienen que ver con su idoneidad para el puesto actual.

Los principios de Peter y de Dilbert nos ayudan a dudar de las jerarquías. Invierten la carga de la prueba y nos sugieren que todos hemos alcanzado nuestro máximo de incompetencia salvo prueba en contrario. Por el simple hecho de que una persona sea eficiente en una posición determinada no tiene por qué serlo en una superior (y el principio nos llevaría a sospechar por la negativa) y, sin embargo, muchas veces es un factor clave para determinar su ascenso.

Como dijo alguna vez el genial pensador contemporáneo Peter Capusotto: “El disyuntor es un gran salvador de boludos”. El pedagogo Peter abre su libro dedicándoselo a quienes “salvaron a otros: a sí mismos no pudieron salvarse (de alcanzar su nivel de incompetencia)”.

Mi objetivo es recordar que los puestos tienen poco que ver con la competencia e idoneidad y que lo fundamental son las responsabilidades que cada uno de nosotros llevamos adelante y los procesos que manejamos. Caer en nuestro lugar de incompetencia o no depende de nosotros, lo importante es saber que siempre está ahí adelante esperándonos como la muerte. También debemos recordar que es muy probable que tarde o temprano terminaremos debajo de la autoridad de algún boludo. Quizás entender mejor las causas, al menos algunas de ellas, nos traiga más sosiego al alma.

De cualquier manera quisiera llamar la atención acerca de un comentario que el pedagogo nos deja al pasar. “El Gobierno sigue incrementando el número de regulaciones con las que influye mi vida, mientras él se va enredando a sí mismo en la anárquica maraña burocrática”. Si aplicamos los principios precedentes a la lógica del Estado en donde rara vez el mérito es razón de empleo, la permanencia del empleado es la regla y entendemos que cada vez es necesario aumentarles el sueldo y que todos desean ver aumentado su poder, es posible asumir que  la tendencia es al crecimiento permanente de la burocracia gubernamental y cada vez más integrada por boludos. Cosas de la ciencia.