País generoso

Gerald Cohen, otrora profesor Chichele de Teoría Política en la Universidad de Oxford, reconocido y brillante defensor de la causa socialista, solía sostener que el egoísmo capitalista no era una tendencia natural o inevitable para el ser humano, sino antes bien el producto de un círculo entre el capitalismo y las condiciones que este sistema económico genera. La tesis de Cohen sobre el egoísmo, por supuesto, era fundamental para defender la posibilidad del altruismo, un componente decisivo de todo proyecto socialista.

Hasta ahora, no pocos argumentaban que la evidencia empírica, por no decir histórica, le daba la espalda a Cohen y su altruismo socialista, con la muy honrosa excepción de países tales como Noruega o Suecia, cuyo excepcionalismo a su vez es tal que resulta demasiado exigente para el resto de los mortales.

Sin embargo, el kirchnerismo ha demostrado que el socialismo es viable incluso en países como el nuestro, que en teoría son muy diferentes a los nórdicos recién mencionados.

En efecto, a raíz del éxito del modelo las estadísticas muestran que la clase media argentina se duplicó y alcanza al 32,5 %  de la población. Si tenemos en cuenta que la pobreza es del 5 % (Cristina Kirchner dixit) y suponemos que la así llamada clase baja se compone de quienes se encuentran precisamente en la pobreza, da la impresión de que se puede inferir que entonces el 62,5 % de la población argentina es de clase alta. Pero la gran inferencia política que se puede extraer es que, a juzgar por ciertas encuestas, o incluso tomando el resultado de las últimas elecciones presidenciales, el kirchnerismo cuenta con el apoyo de la mitad de la población, lo cual demuestra que el argentino no solamente es un pueblo rico, sino además y fundamentalmente altruista: en lugar de votar en contra de Gobiernos cuya presión tributaria es un récord histórico, votan a favor. La única explicación posible es el altruismo. Continuar leyendo

Silogismos de un feligrés kirchnerista

Debido a que algunos miembros del “proyecto nacional y popular” todavía parecen no aceptar del todo la polémica consagración de la fórmula presidencial del kirchnerismo, gracias a la unción de la “líder indiscutida y máxima conductora del proyecto en curso”, el diario Tiempo Argentino publicó una muy iluminadora nota de Demetrio Iramain (una pluma comprensiblemente eclipsada por la de Hernán Brienza) al respecto: “Primero hay que saber sufrir”.

Iramain, en efecto, sostiene tres argumentos que son otros tantos verdaderos golpes de knock out a la resistencia de quienes creen estar adentro del movimiento y sin embargo todavía objetan la fórmula presidencial kirchnerista. Continuar leyendo

Pureza forsteriana

Los aportes que regularmente hace el Secretario para el Pensamiento Nacional a la comprensión del núcleo duro del kirchnerismo son insustituibles. Basta recordar al respecto que nadie es más kirchnerista que Forster y nada es más nacional que el kirchnerismo. Semejante consideración debería por sí misma poner coto a quienes se la pasan expresando diatribas contra la necesidad de la creación de la Secretaría en general y la designación de este Secretario en particular. Decimos esto a modo de explicación, innecesaria por lo demás, de por qué caemos nuevamente en la tentación de comentar la nota con la cual despidió el año el Secretario para el Pensamiento (Kirchnerismo: un nombre para cambiar la historia). 

Todo aquel que lee al Secretario para el Pensamiento queda embelesado por lo que podríamos denominar su notoria preocupación por el lenguaje, la cual nos compele a hablar de cierta “pureza forsteriana”, quizás inspirados por aquella famosa escena de “Tienes un email” entre Frank (Greg Kinnear), el intelectual pareja de Kathleen (Meg Ryan), y su entrevistadora (Jane Adams) (ver video o, a continuación una transcripción): Continuar leyendo

Hora de que truene el escarmiento

Cansado de la falta de solución de continuidad de las prácticas destituyentes de la oposición, el prestigioso jurista Eduardo Barcesat, al igual que su insigne antecesor Cicerón, ha descubierto un complot ni más menos que en el Senado y por lo tanto ha radicado una denuncia en sede penal por tentativa de sedición, en contra de los senadores opositores que, verdaderos émulos de Catilina a su vez, se niegan a tratar la vacante que tendrá lugar en la Corte Suprema una vez que se haga efectiva la renuncia del Dr. Eugenio Zaffaroni. En buen criollo, para Barcesat semejante conducta senatorial constituye un “golpe de Estado institucional”.

La denuncia está tan bien fundamentada (a diferencia del vergonzoso linchamiento mediático del que son objeto tanto el Vicepresidente cuanto la Presidenta de la República) que ni siquiera el hecho de que el Poder Judicial esté en manos de una corporación golpista podrá impedir que llegue a buen término.Dicho sea de paso, a juzgar por el relato de Cicerón sobre el complot de Catilina, los senadores sediciosos pueden considerarse afortunados. En efecto, en la antigua y republicana Roma podrían haber sido muertos como Cayo Graco “a causa de ciertas sospechas de sedición”, y qué decir de la suerte de Marco Fulvio quien “fuera asesinado con sus hijos”, por las mismas razones (Catilinarias, I). En esa época (O tempora, o Mariano mores!) se cultivaba el derecho penal del enemigo para el cual “quien es enemigo de la república no puede ser ciudadano en modo alguno” (Catilinarias, IV). Hoy en día, por suerte, el derecho penal del enemigo ha caído en descrédito, nadie es condenado por una sospecha, y el delito de sedición tiene penas sensiblemente menores (de uno a cuatro años de prisión), irrisorias en comparación.

Ahora bien, para que la denuncia no corra riesgos innecesarios, nos tomamos el atrevimiento de anticipar ciertos planteos estrambóticos que algún hercúleo juez dworkiniano, muy probablemente dispuesto asimismo por la oposición destituyente a tal efecto, podría hacer en contra de la presentación barcesatiana.

En primer lugar, podría llamar la atención la racionalidad de los autores del delito. En efecto, tal como sostiene el Dr. Barcesat, se trata de sedición en grado de tentativa, ya que no hay “ni remotamente condiciones” para llevar a cabo el golpe, pues se trata de un “pedaleo en el aire”. Claro que, como es imposible pedalear en el aire, si la oposición además de subversiva es estúpida, eso no es un problema de la justicia penal sino de la oposición. Solamente quienes creen que el delito imposible y la tentativa inidónea no son punibles podrían insistir en este punto.

En segundo lugar, también podría atraer la atención el hecho de que el Dr. Barcesat impugne la predisposición de la oposición a derogar leyes kirchneristas. En efecto, si hasta hace poco festejábamos el regreso de la política, ¿qué problema podría haber con la derogación de leyes kirchneristas? Después de todo, para el kirchnerismo la política es conflicto, y el conflicto, al igual que el tango, solamente se puede bailar de a dos. En otras palabras, la política, según la concepción kirchnerista, consiste en oponerse y luchar, y en usar el derecho a tal fin, sancionando o derogando leyes según sea necesario. ¿Por qué entonces el kirchnerismo puede reivindicar la política pero la oposición no podría hacer otro tanto, siempre dentro de la ley? Es francamente curioso que el kirchnerismo oscile entre la conflictividad transformadora de lo político (“vamos a cambiar todo”) y el instititucionalismo conservador (“no hay que tocar nada”) según sea Gobierno u oposición, i.e., según mejor le convenga.

Sin duda, la cuestión que más llama la atención de la catilinaria barcesatiana es la idea misma de un “golpe de Estado institucional”. En efecto, según la genealogía del “golpe de Estado”, el mismo era por definición institucional y, acuñado por Gabriel Naudé durante la época dorada de la Razón de Estado, describía cualquier acción del soberano en defensa de su Estado frente a toda oposición destituyente. Entre los ejemplos que da Naudé de golpe de Estado se encuentran tanto la matanza de San Bartolomé cuanto la ejecución paradigmáticamente republicana de los hijos de Bruto decidida por Bruto mismo (Consideraciones políticas sobre los golpes de Estado, 1639, cap. III). Obviamente, y como hoy diría Sacha Cohen, dado que se trataba de un golpe de Estado en el buen sentido de la palabra, la genealogía de la expresión no puede corresponder a lo que el Dr. Barcesat tiene en mente.

Pero si aquello a lo que el Dr. Barcesat  se refiere es al, para decirlo en sus palabras, “golpe de Estado institucional” en el—invocando nuevamente a Sacha Cohen—mal sentido de la palabra (después de todo se trata de un muy serio delito contra el orden constitucional), entonces la expresión parece ser absurda. Precisamente, dado que una acción realizada institucionalmente en última instancia no puede ser institucionalmente atacada (Hobbes y luego Kant explicaron por qué), la expresión “golpe de Estado institucional” es equivalente a la de un “delito legal”, por lo cual esta alternativa provocaría la desestimación de la denuncia penal in limine. Algo irónicamente quizás el Dr. Barcesat podría invocar la confusión kirchnerista frecuentemente esgrimida por la oposición entre república y democracia para sostener que a pesar de que un acto satisfaga los mínimos requisitos formales de la legalidad (v.g. no es delito) no por eso adquiere visos de legitimidad republicana. Pero en este terreno, insistimos, estamos solamente especulando.

Finalmente, por “golpe de Estado institucional” el Dr. Barcesat quizás solamente quiso dar a entender una tautología, tal como nos lo recuerda la genealogía del concepto. Después de todo, todo golpe de Estado es llevado a cabo por personas que pertenecen a las instituciones estatales. Por ejemplo, y mal que nos pese, hasta el Ejército es una institución estatal; y, por si hiciera falta recordarlo, los golpes de Estado en Argentina han sido su especialidad. Es más, un golpe de Estado sin colaboración institucional parece ser o bien algo imposible, o muy probablemente una revolución. De ahí que llame mucho la atención que alguien tan cuidadoso en el uso del lenguaje como el Dr. Barcesat no lo haya advertido.

Sea como fuere, solamente nos resta expresar nuestros votos para que todo el peso de la ley recaiga particularmente sobre todos aquellos que cometen delitos en perjuicio del Estado desde dentro del Estado, a pesar de que se les ha confiado la guardia de la cosa pública. Ya es hora de que truene el escarmiento.

La Iglesia Kirchnerista

Dada la retahíla de acusaciones de corrupción en su contra, la defensa del vicepresidente Boudou ha consistido esencialmente en que se trata de un linchamiento mediático, y que por lo tanto Boudou es un chivo emisario, i.e. una víctima llamada a ser responsabilizada precisamente por algo que no hizo.

En realidad, si nos atuviéramos al pensamiento de René Girard, para el cual los chivos emisarios sirven para resolver crisis sociales provocadas por serias violaciones a la ley, el caso de Boudou reúne todos los “estereotipos perseguidores” girardianos: (1) ¿acaso no estamos atravesando una crisis sacrificial marcada por la inflación, recesión, una profunda grieta social, inequidad redistributiva, amenaza de default, etc.? (2) ¿Acaso la opinión pública no se ha hecho eco de delitos de todo tipo, entre los que no falta una muy seria acusación relacionada con la acuñación de moneda? (3) ¿Acaso existe algún signo victimario que le falte al vicepresidente? Se trata de un marplatense que anda en moto, ex disc-jockey verdadero parvenu en el ámbito del peronismo, ex UCeDé, elegido a dedo por la Presidenta, y a quien encima se le ocurrió la idea de re-estatizar las AFJPs. Boudou, a primera vista, parece hecho a medida para ser la víctima sacrificial girardiana.

Sin embargo, existe una (hasta donde sabemos) inexplorada línea de defensa estrictamente institucionalista que debería satisfacer a la machacona oposición republicano-liberal, la cual suele empezar y terminar sus oraciones con una denuncia por la baja calidad institucional de este Gobierno. Esta línea ciertamente está lejos de ser desconocida para aquellos familiarizados con la discusión de San Agustín con los donatistas.

En efecto, los donatistas, herejes nordafricanos del siglo IV, exigían que las autoridades de la Iglesia fueran moralmente irreprochables. Agustín de Hipona, consciente de las implicancias de semejante postura, distinguió la persona del cargo institucional de tal forma que el cargo institucional no se debía a la dignidad de la persona que lo ocupaba, sino que al revés esta persona era digna porque ejercía el ministerio eclesiástico. En otras palabras, incluso si asumiéramos que Boudou fuera culpable de todos los delitos de los que es acusado, semejante hecho por sí mismo no podría impedir que Boudou siguiera siendo vicepresidente, sino quizás, todo lo contrario. Después de todo, la institución es la que hace al monje.

San Agustín va más lejos todavía. Así como para él aquellos que han sido bautizados por Judas no deben ser bautizados nuevamente, porque es Cristo el que los ha bautizado, “del mismo modo, aquellos que han sido bautizados por un borracho, por un homicida o por un adúltero, si han recibido el bautismo cristiano, han sido bautizados por Cristo” (citado por G. Agamben, Opus Dei, p. 42). En otras palabras, si Judas puede ser sacerdote, Boudou puede ser vicepresidente.

Hablando de Roma, el prestigioso juez Eugenio Zaffaroni en sus recientes declaraciones sobre las perspectivas electorales para el 2015, acaba de reflotar a su modo la distinción agustiniana entre agente y cargo. En efecto, al haber opinado que las alternativas electorales para el 2015 son el proyecto kirchnerista o el caos, ya que todos los candidatos deberán continuar al menos con las políticas públicas elementales del proyecto kirchnerista (tales como la AUH, la cual irónicamente se debe a Lilita Carrió), Zaffaroni sugiere en realidad que no importa quién ocupará finalmente la Presidencia. Pero entonces ¿por qué votar al kirchnerismo si todos los gobiernos mantendrán las políticas kirchneristas elementales?

Zaffaroni podría replicar apelando a la fórmula cristiano-primitiva anti-donatista para la cual “fuera de la Iglesia no existe salvación alguna”. En otras palabras, Zaffaroni podría sostener que fuera de la iglesia kirchnerista no hay salvación alguna: así como la Iglesia es la única que puede administrar los sacramentos, el kirchnerismo es el único que puede gobernar democráticamente este país. Pero, huelga decirlo, esta identificación entre el kirchnerismo y la democracia (y la correspondiente identificación entre la oposición y el caos), identificaciones a las cuales el kirchnerismo parece ser tan proclive, no suenan muy democráticas que digamos.

El artículo apareció originalmente en el blog de Andrés Rosler, La Causa de Catón.

Argentina para los argentinos

Hace tiempo que venimos discutiendo el problema de la así llamada inseguridad, o aumento del delito, en nuestro país. Una y otra vez hemos dicho que, muy a grandes rasgos, existen dos explicaciones del delito. Por un lado, la tesis moral, por no decir teológico-antropológica, popularizada por, entre otros, el reaccionario Joseph De Maistre, la cual supone que la comisión de delitos se debe lisa y llanamente a que la naturaleza humana ha caído y por lo tanto se ve tentada a incumplir mandatos morales, tales como los que subyacen a las prohibiciones del Código Penal. Por el otro, la tesis socio-económica, para la cual no es la caída en sí misma la que explica el delito—al menos no la caída del así llamado delincuente. En efecto, para esta segunda tesis, el delito se debe a una sensiblemente defectuosa distribución del ingreso. Cuando más equitativa es dicha distribución, menos delito habrá. En todo caso, la tesis socio-económica comparte cierta moralización de la explicación del delito pero en relación a la responsabilidad de quienes no hacen nada por mejorar la distribución del ingreso, la cual a su vez explica el delito para empezar a hablar.

A esta altura no es ninguna novedad que en nuestro país está vigente hace más de una década un modelo de crecimiento con una inclusión socio-económica tal que sería absurdo siquiera sospechar que el incremento del delito que tanto preocupa ahora al Gobierno Nacional pueda tener conexión alguna, por remota que fuera, con una defectuosa distribución del ingreso. Todo lo contrario. De ahí el reciente anuncio presidencial de incluir como parte de una reforma del Código de Procedimientos en Materia Penal un régimen especial para extranjeros sorprendidos en flagrante delito, quienes podrán ser deportados ipso facto, i.e. sin juicio previo. En efecto, el modelo de crecimiento inusitado con inclusión por momentos escandinava se ha convertido en un nuevo “El Dorado”, el cual a su vez ha atraído un número tal de extranjeros que, a juicio del Gobierno al menos, solamente vienen a nuestro país a delinquir, y son responsables de la crisis de inseguridad. La distribución del ingreso es nacional y popular; el delito, en cambio, es extranjero y enemigo del pueblo. En otras palabras, la tesis teológico-antropológico-moral es correcta pero si se aplica a los países vecinos, no al nuestro. La caída se ha enseñado con la naturaleza humana pero no con la de los argentinos, sino con la naturaleza humana de los ciudadanos de los países vecinos.

Seguramente no faltarán los liberales y republicanos que, cuándo no, pondrán el grito en el cielo por esta medida xenofóbica, la cual no solamente pone en duda las aspiraciones cosmopolitas del modelo (por lo demás, el modelo siempre se jactó de ser nacional y popular, jamás cosmopolita), sino además muy probablemente argumentarán que las garantías constitucionales en materia penal de los ciudadanos se extienden asimismo a todos los habitantes de nuestro país. Es más, no nos extrañaría en absoluto que invocando el Mercosur y la tan mentada hermandad nuestroamericana, se preocuparan por el destino que les podría tocar en suerte a los habitantes de esta incipiente unidad regional si la misma adoptara la política de nuestro Gobierno y decidiera deportar, aunque temporariamente, a sus ciudadanos sorprendidos en flagrante delito. ¿Acaso serían bienvenidos en la Unión Europea, o en África, quizás en nuestro nuevo socio comercial e informativo, Rusia, o China?

Tampoco podemos dejar de mencionar a quienes se consideran de izquierda -a pesar de que a la izquierda de este Gobierno está la pared- y por eso creen que la xenofobia, o la reacción para el caso, son incompatibles con el progresismo. La verdad, no tenemos la menor idea de dónde proviene la idea según la cual la xenofobia es patrimonio exclusivo de la derecha. Lo único que faltaba es que alguien alegara que en realidad el capital no tiene banderas, y que por lo tanto la lucha por la emancipación no puede quedar enmarcada dentro de los límites de una sola nación. Por momentos no podemos resistir la tentación de creer que hay gente que nunca leyó, v.g., a Stalin y su socialismo en un solo país.

Párrafo aparte merece la prisión preventiva por hechos que produzcan “conmoción social” y la consideración de la reincidencia a tal efecto, una concesión a la tan vapuleada prensa opositora. En efecto, sería suficiente que, v.g., Clarín publicara una nota sobre algún hecho delictivo para que el autor de este hecho no saliera nunca más de la cárcel. Se trata de un gesto que ennoblece a la iniciativa gubernamental, pero nos parece exagerado y nos preocupa qué será entonces de la vida de Boudou (al cual esperemos proteja el principio de irretroactividad de las leyes penales) y de la vida de varios funcionarios de este mismo Gobierno que el día de mañana bien podría caer en las manos de la prensa opositora, desprovistos de todo fuero protector. En cuanto a la reincidencia, se trata de un instituto jurídico que solía preocupar a los penalistas liberales, pero aparentemente eso es cosa del pasado. Ni siquiera vale la pena molestarse por quienes creyeran que ni siquiera mediando juicio previo el Estado tiene derecho a deportar a alguien por haber cometido un delito, sobre todo si esta persona está dispuesta a cumplir con la pena. 

Finalmente, no faltarán los que dudarán de las motivaciones del Gobierno para implementar esta medida xenofóbica. Es más, algunos sostendrán que este mismo Gobierno se contradice ya que en el pasado había abjurado públicamente de toda xenofobia e incluso existe una institución estatal destinada a combatirla (INADI). La respuesta es que, sea por oportunismo electoral o por principio, el modelo de crecimiento con inclusión cuasi-escandinava exige luego de una larga década de éxitos una dosis considerable de xenofobia. En la vida hay que elegir.

Este artículo apareció originalmente en el blog de Andrés Rosler, La Causa de Catón.

Kirchnerismo de pura cepa

En una nota publicada el fin de semana en Tiempo Argentino bajo el ingenioso título de “Cuestiones Máximas”, Hernán Brienza plantea buenas y malas, o en todo caso, preocupantes noticias. Empecemos por las segundas, como le gustaba a Don Corleone, y luego vayamos por las primeras.

Es ciertamente preocupante que, a falta de un líder, el pueblo kirchnerista (expresión probablemente redundante aunque nuestra) siga siendo “una masa desorganizada y desunida” a pesar de la existencia de agrupaciones tales como “Unidos y Organizados”. Además, nos parece un arma de doble filo sostener, como lo hace Brienza, que “con todo el aparato mediático en su contra, con los principales grupos de presión, representantes de las elites dominantes, (el kirchnerismo) ha logrado, a casi 12 años de gobierno mantener cautivado a un gran porcentaje de la población”. En efecto, a la luz de semejante hecho, ¿qué sentido tiene empezar y terminar todas nuestras oraciones con una referencia al poder de los medios opositores? La respuesta, en realidad, quizás sea obvia: los medios opositores seguirán haciendo daño mientras haya gente que no sea kirchnerista.

En cuanto a las buenas noticias, es altamente loable que Brienza se esfuerce por alcanzar un punto de convergencia factible para todos los argentinos, para no decir para toda la Humanidad, o seres capaces de ser persuadidos razonablemente. Hay que reconocer que no es la primera vez que lo hace, ya que en su momento Brienza había proclamado urbi et orbi que, palabras más, palabras menos, “no nos merecemos al kirchnerismo”.

En efecto, es para alcanzar este consenso superpuesto que suponemos Brienza se formula dos preguntas. La primera es: “¿por qué los medios de comunicación de la oposición” primero maximizaron el discurso de Máximo para luego minimizarlo, “intentando de cualquier manera contrarrestar los posibles efectos positivos que pudiera haber generado el hecho político… más interesante de los últimos meses?”.

Con su habitual modestia y precisión, Brienza sostiene que la “respuesta es sencilla”. Se debe a que “todavía el kirchnerismo tiene la capacidad de mover el amperímetro en el mapa del poder local, hacia adentro y hacia afuera de las filas propias”. En verdad, nos guste o no, seamos oficialistas u opositores, Brienza tiene razón. Seguimos hablando del kirchnerismo, el cual probablemente sea un fenómeno político inolvidable. De hecho, ya hay bastantes calles, hospitales, rutas, escuelas, becas, cátedras, centros culturales y vaya uno a saber cuántas cosas más destinadas a tal efecto.

La segunda gran pregunta que se hace Brienza en aras de obtener un consenso superpuesto es: “¿por qué otro Kirchner?”. Brienza es consciente de que hay “claramente, un problema. ¿Hasta dónde es transmisible esa confianza política depositada en Néstor y Cristina?”. Y Brienza triunfa donde fracasaron insignes intelectuales. En efecto, su silogismo es arrollador:

(A) Tenemos fe en todo lo que hace Cristina.
(B) Cristina designa a Máximo como sucesor.
ergo
(C) Tenemos fe en Máximo.

Por si alguien todavía dudara de la validez de este silogismo, e incluso del valor de verdad de (A), Brienza incursiona nuevamente en la ontología kirchnerista, proponiendo una verdadera oferta que no podemos razonablemente rechazar: “Máximo viene, de alguna manera, a funcionar como ‘garantía de calidad kirchnerista’. No se sabe, en términos públicos, si tiene o no condiciones para la política. (…). Pero hay algo que es indudable: es kirchnerista de pura cepa –sepa disculpar el lector la ironía del lenguaje–”. Estamos tan de acuerdo con esta afirmación de Brienza que hasta hemos contemplado consultar con nuestro Departamento de Asuntos Legales (o “Legales” como lo llamamos habitualmente) para averiguar si no se trata de un plagio, o quizás de un caso de espionaje en nuestros archivos, con lo cual esta buena noticia no deja de tener cierto sabor amargo para nosotros.

En efecto, nunca estuvimos tan de acuerdo con Brienza. ¿Quién en su sano juicio podría dudar de que Máximo Kirchner sea “garantía de calidad kirchnerista”, un “kirchnerista de pura cepa”? De hecho, se trata de un material destinado a convertirse en proverbio: “Ser más kirchnerista que Máximo” puede hacer empalidecer al muy actual “Ser más papista que el Papa”. En cuanto a que para ser kirchnerista de pura cepa o de calidad no hace falta tener condiciones para la política, cierto kirchnerismo podría mostrarse reticente a compartir esta creencia de Brienza. Por lo demás, las mismas consideraciones sobre plagio o espionaje se aplican a la otra gran ironía de Brienza: Máximo es “como cualquier hijo de vecino”.

Tranquiliza saber entonces que no predicamos en el desierto y que está lejos de ser quijotesca la búsqueda de consensos políticos basados en la razonabilidad, y quizás en la tautología. Como ya habíamos dicho alguna vez, a veces lo que más cuesta es el primer paso, tal como comentó Madame Du Deffand al escuchar la historia del santo patrón de París el cual luego de haber sido decapitado recogió su cabeza y se puso a recorrer varios kilómetros de París con la cabeza bajo el brazo.

El artículo apareció originalmente en el blog de Andrés Rosler, La causa de Catón

Milagros kirchneristas

La reciente carta presentada por prestigiosos economistas de renombre mundial (entre ellos Joseph Stiglitz y John Roemer) para apoyar la posición argentina ante la ONU, a los efectos de que esta última regule las negociaciones de la deuda soberana, parece adolecer de cierto defecto: una de las firmas que lleva es la de Albert Hirschman, uno de los cientistas sociales más famosos del siglo XX, quien falleciera hace dos años.

Como no faltarán seguramente las voces opositoras que aprovecharán la ocasión para poner el grito en el cielo, nos vemos en la obligación de recordar la reacción de Madame Du Deffand, amiga de Voltaire, ante la extática narrativa del Cardenal de Polignac sobre San Denis, el santo patrón de París. En efecto, el Cardenal le había contado que San Denis luego de haber sido decapitado en el siglo XXIV antes de Kirchner (III a. C. en la vieja terminología), recogió su cabeza y se puso a recorrer varios kilómetros de París con la cabeza bajo el brazo. Cuando, entonces, Madame Du Deffand escuchó esta historia de boca del Cardenal, comentó: “¡Ah Monseñor! ¡Es sólo el primer paso el que cuesta!”.

Ahora bien, las muy tendenciosas notas publicadas sobre el aparente defecto de la carta no solamente pasan por alto la historia del santo patrón de París que acabamos de recordar, sino que además se olvidan de más que comparables y seculares hechos nuestroamericanos. En efecto, la muerte no le había impedido a Chávez probablemente designar funcionarios y sucesores sino incluso hablar con Maduro en estado metempsicótico en la forma de un ave (de hecho, aunque creemos que lo hizo en vida, Chávez viajó en el tiempo para firmar la Declaración de Independencia de Venezuela). Por lo demás, Hirschman bien pudo haber dejado una hoja firmada en blanco por si aparecía eventualmente una causa que valiera la pena luego de su fallecimiento. Después de todo, su familia no desmintió su posibilidad ni tampoco la biblioteca en la cual obran los documentos inéditos de Hirschman.

Y hablando de Hirschman, su libro Exit, Voice, and Loyalty (Salida, voz y lealtad) nos da el pie ideal para tratar el muy interesante artículo publicado en Perfil por el Prof. Guido Croxatto, uno de los afortunados ganadores de la beca Néstor Kirchner, miembro de Justicia Legítima, ex asesor de la Secretaría de DD.HH. de la Nación (en la época de Eduardo Luis Duhalde) y aparentemente actual asesor de la Presidenta de la Nación en materia de política nacional (a juzgar por lo que el autor, v.g., cuenta en otra nota: “Recordarás, Cristina, lo que pienso de Moreno, lo que te escribí desde Alemania lo sostengo punto por punto”). En esta nota, el autor muestra su preocupación por cómo el personalismo hiperpresidencialista pone a la sociedad bajo la dominación demagógica dando lugar entonces a lo que entendemos la historia recordará como el nacimiento del kirchnerismo deliberativista.

Nuestros lectores se imaginarán nuestra curiosidad intelectual acerca de la posición de Croxatto: ¿cómo pensar al kirchnerismo sin la demagogia hiperpresidencialista? ¿No es acaso la noción de kirchnerismo republicano, un kirchnerismo sin Néstor ni Cristina, una contradicción en sus términos, algo así como un contractualismo sin contrato o Hamlet sin el Príncipe, como se suele decir en inglés? ¿No será entonces que Croxatto, retomando a Hirschman, ha decidido salir del movimiento, poniendo en duda de este modo su lealtad? Croxatto, con razón, podría replicar que el Peronismo sin Perón todavía subsiste, quizás más fuerte que nunca. Pero mucho nos tememos que la idea de un peronismo deliberativista tiene problemas estructurales muy similares a los del kirchnerismo deliberativista propuesto por Croxatto. Así y todo, como cuentan (aunque equivocadamente) que dijo Chou en Lai sobre la Revolución Francesa, todavía es algo apresurado para juzgar.

Este artículo fue publicado originalmente en el blog de Andrés Rosler, La Causa de Catón

Pobre de vos

En su nota del sábado en Página 12, Luis Bruschtein sale al encuentro de quienes sostienen que en lo que atañe al índice de pobreza el kirchnerismo básicamente ha logrado lo mismo que el menemismo. Se trata, por supuesto, de una comparación que no deja bien parado al kirchnerismo (ya habíamos visto sin embargo que el rechazo que los kirchneristas sienten por el menemismo no era compartido por el propio Kirchner; o en todo caso, quizás Kirchner también rechazaba el menemismo, pero era un confeso admirador de Menem como presidente).

Sin duda, la decisión por parte del INDEC de no publicar el índice de pobreza ha puesto al kirchnerismo en una posición difícil. Algunos creen que la omisión del índice de pobreza se debe a que los números son tales que el Gobierno prefirió pasar semejante papelón antes que exponerse a la realidad de las cifras. Bruschtein, no obstante, cree que la decisión se debió a un cambio de metodología. Es curioso, sin embargo, que el cambio de metodología no haya impedido que el INDEC publicara índices de inflación de un diez por ciento trimestral aproximadamente.

Además, es muy llamativo que Bruschtein mismo hable en su nota de inflación cuando el kirchnerismo hasta hace muy poco negaba la existencia de semejante fenómeno. También es extraño que Bruschtein sostenga que la política redistributiva del Gobierno “interfiere con la tendencia del capitalismo a la concentración”, cuando el propio Guillermo Moreno se enorgullecía de que unas pocas empresas manejaban la economía del país, lo cual facilitaba su control.

Y es aún más arduo de explicar para el kirchnerismo un muy difícil logro: a pesar de las políticas redistributivas de las que se suele jactar, la pobreza no parece haber cambiado sustancialmente. La posición estándar kirchnerista actual consiste en replicar que el índice de pobreza es redundante: cualquiera que observe las políticas públicas del Gobierno en los últimos años puede inferir muy fácilmente que la pobreza ha bajado sustancialmente. Es muy curioso sin embargo que el Gobierno no se quiera tomar el trabajo de indicar literalmente la pobreza para eliminar de ese modo todas las suspicacias provocadas por esta diabólica alianza que se ha formado entre la derecha y la izquierda contra el Gobierno.

A decir verdad, la alianza anti-kirchnerista es mucho más amplia aún. En efecto, Bruschtein señala como miembros de dicha alianza a Infobae (por alguna razón que se nos escapa completamente el grupo Clarín ni siquiera es mencionado en la nota, quizás porque lo obvio no debe ser mencionado), a “la mayoría de la oposición”, a la UCA (cuyo Observatorio de la Deuda Social, dirigido por Agustín Salvia, está políticamente contaminado, a diferencia del INDEC suponemos) y “a una becaria del Conicet” (por alguna razón, esta última mención nos hace acordar a los legionarios romanos que luego de recibir una paliza por parte por Asterix y Óbelix no olvidaban señalar en sus informes la existencia de “una jauría de perros salvajes” para hacer referencia a Ideafix, que siempre acompañaba a su amo en sus aventuras).

Frente a los escépticos que dudan de semejante alianza entra la derecha conservadora y la izquierda revolucionaria, y en defensa de Bruschtein, debemos recordar, nobleza obliga, que no es la primera vez que la extrema derecha y la extrema izquierda unen fuerzas para lograr un objetivo común. Para muestra, basta el botón de la breve aunque significativa alianza entre el nazismo alemán y el comunismo soviético mediante el así llamado pacto Molotov-Ribbentrop de 1939 merced al cual se repartieron Polonia.

Finalmente, hagamos un mea culpa. Antes nos quejábamos de los índices falsos del INDEC. Ahora, nos quejamos de que el INDEC directamente prefiere no mentir y por eso prefiere no dar a conocer el índice de pobreza. No hay nada que nos venga bien.

Este artículo apareció originalmente en el blog de Andrés Rosler, LaCausadeCatón.