Por: Andrés Rosler
Dada la retahíla de acusaciones de corrupción en su contra, la defensa del vicepresidente Boudou ha consistido esencialmente en que se trata de un linchamiento mediático, y que por lo tanto Boudou es un chivo emisario, i.e. una víctima llamada a ser responsabilizada precisamente por algo que no hizo.
En realidad, si nos atuviéramos al pensamiento de René Girard, para el cual los chivos emisarios sirven para resolver crisis sociales provocadas por serias violaciones a la ley, el caso de Boudou reúne todos los “estereotipos perseguidores” girardianos: (1) ¿acaso no estamos atravesando una crisis sacrificial marcada por la inflación, recesión, una profunda grieta social, inequidad redistributiva, amenaza de default, etc.? (2) ¿Acaso la opinión pública no se ha hecho eco de delitos de todo tipo, entre los que no falta una muy seria acusación relacionada con la acuñación de moneda? (3) ¿Acaso existe algún signo victimario que le falte al vicepresidente? Se trata de un marplatense que anda en moto, ex disc-jockey verdadero parvenu en el ámbito del peronismo, ex UCeDé, elegido a dedo por la Presidenta, y a quien encima se le ocurrió la idea de re-estatizar las AFJPs. Boudou, a primera vista, parece hecho a medida para ser la víctima sacrificial girardiana.
Sin embargo, existe una (hasta donde sabemos) inexplorada línea de defensa estrictamente institucionalista que debería satisfacer a la machacona oposición republicano-liberal, la cual suele empezar y terminar sus oraciones con una denuncia por la baja calidad institucional de este Gobierno. Esta línea ciertamente está lejos de ser desconocida para aquellos familiarizados con la discusión de San Agustín con los donatistas.
En efecto, los donatistas, herejes nordafricanos del siglo IV, exigían que las autoridades de la Iglesia fueran moralmente irreprochables. Agustín de Hipona, consciente de las implicancias de semejante postura, distinguió la persona del cargo institucional de tal forma que el cargo institucional no se debía a la dignidad de la persona que lo ocupaba, sino que al revés esta persona era digna porque ejercía el ministerio eclesiástico. En otras palabras, incluso si asumiéramos que Boudou fuera culpable de todos los delitos de los que es acusado, semejante hecho por sí mismo no podría impedir que Boudou siguiera siendo vicepresidente, sino quizás, todo lo contrario. Después de todo, la institución es la que hace al monje.
San Agustín va más lejos todavía. Así como para él aquellos que han sido bautizados por Judas no deben ser bautizados nuevamente, porque es Cristo el que los ha bautizado, “del mismo modo, aquellos que han sido bautizados por un borracho, por un homicida o por un adúltero, si han recibido el bautismo cristiano, han sido bautizados por Cristo” (citado por G. Agamben, Opus Dei, p. 42). En otras palabras, si Judas puede ser sacerdote, Boudou puede ser vicepresidente.
Hablando de Roma, el prestigioso juez Eugenio Zaffaroni en sus recientes declaraciones sobre las perspectivas electorales para el 2015, acaba de reflotar a su modo la distinción agustiniana entre agente y cargo. En efecto, al haber opinado que las alternativas electorales para el 2015 son el proyecto kirchnerista o el caos, ya que todos los candidatos deberán continuar al menos con las políticas públicas elementales del proyecto kirchnerista (tales como la AUH, la cual irónicamente se debe a Lilita Carrió), Zaffaroni sugiere en realidad que no importa quién ocupará finalmente la Presidencia. Pero entonces ¿por qué votar al kirchnerismo si todos los gobiernos mantendrán las políticas kirchneristas elementales?
Zaffaroni podría replicar apelando a la fórmula cristiano-primitiva anti-donatista para la cual “fuera de la Iglesia no existe salvación alguna”. En otras palabras, Zaffaroni podría sostener que fuera de la iglesia kirchnerista no hay salvación alguna: así como la Iglesia es la única que puede administrar los sacramentos, el kirchnerismo es el único que puede gobernar democráticamente este país. Pero, huelga decirlo, esta identificación entre el kirchnerismo y la democracia (y la correspondiente identificación entre la oposición y el caos), identificaciones a las cuales el kirchnerismo parece ser tan proclive, no suenan muy democráticas que digamos.
El artículo apareció originalmente en el blog de Andrés Rosler, La Causa de Catón.