Por: Andrés Rosler
El Profesor Atilio Borón abre su nota de ayer en Página 12 (La Génesis del Terror) pronunciándose inequívocamente en contra de la matanza de París: “El atentado terrorista perpetrado en las oficinas de Charlie Hebdo debe ser condenado sin atenuantes. Es un acto brutal, criminal, que no tiene justificación alguna”. Hasta aquí, somos todos peronistas.
“Pero”, agrega Borón, “parafraseando a un enorme intelectual judío del siglo XVII, Baruch Spinoza, ante tragedias como esta no hay que llorar sino comprender”. Como ya lo hiciera el Profesor Pedro Brieger en relación a los tres jóvenes israelíes asesinados (los lectores recordarán sus ya legendarias palabras: “…más allá del hecho puntual de los tres jóvenes israelíes secuestrados y asesinados” [click]) y el Jefe de Gabinete Capitanich en relación a la muerte de un niño por desnutrición en el Chaco (“es un caso aislado”), Borón quiere poner la matanza en contexto: “Esta conducta debe ser interpretada en un contexto más amplio”. Aquí es donde se dividen las aguas.
En efecto, tal como el Profesor Javier Romero ha repetido hasta el cansancio, cuando una proposición X es seguida de un “pero”, el codo siguiente borra la proposición X antecedente. Además, Spinoza mismo seguramente estará de acuerdo en que para poder reprochar (o perdonar llegado el caso) una acción, primero hay que comprenderla. ¿Podríamos de otro modo justificar o reprochar una acción sin haberla comprendido antes? E insistir con la comprensión de un acto después de haberlo catalogado como un asesinato o bien pone al carro delante de los caballos o bien parece ser una parodia de un personaje de Sacha Cohen que se preguntara en el siglo XXI si se trata de asesinatos en el buen o en el mal sentido de la palabra.
En cuanto a la relación causal que propone Borón entre la comprensión y la falta de llanto, llama la atención, ya que en realidad se supone que toda tragedia bien comprendida debería provocar catarsis, y por lo tanto muy probablemente llanto. Quizás solamente un muy severo estoico logre subordinar el llanto a la comprensión.
Quizás Borón cuando habla de “contexto” en lugar de referirse a las circunstancias de la matanza, en realidad se esté refiriendo a sus autores mediatos o intelectuales, a “quienes promovieron el radicalismo sectario” y que por lo tanto “no pueden ahora proclamar su inocencia ante la tragedia de París”, con lo cual el carro ya no estaría adelante de los caballos. Sin embargo, Abu Ghraib y “las cárceles secretas de la CIA”, por ejemplo, ciertamente pueden explicar la hipocresía de EE.UU. y sus aliados, pero no necesariamente su responsabilidad por cualquier matanza que ocurra en el mundo. Y Borón parece pasar por alto el hecho de que si fue a EEUU y a sus aliados a quienes se les “escapó” el “genio… de la botella” (en referencia a “bandas de criminales que degüellan y asesinan infieles a diestra y siniestra”), es precisamente y sobre todo responsabilidad de EE.UU. y sus aliados hacer que el genio vuelva a la botella de la que salió.