El último WASP

Es difícil detener a Donald Trump. Se le ha escapado al pelotón de aspirantes republicanos a la Casa Blanca. La convención final será en julio. Aunque el establishment republicano se oponga con muy buenas razones, Trump llegará a los 1.237 delegados que le exige el reglamento, o con una cifra tan cercana que hace casi imposible sustituirlo por otro candidato sin dividir profundamente al viejo partido cofundado por Abraham Lincoln.

Para entender el fenómeno Trump hay que releer el libro de Samuel P. Huntington, Who are we? The Challenges to America’s National Identity (2004). Algo así como “¿Quiénes somos nosotros? Los retos a la identidad nacional de Estados Unidos”. Huntington (1927-2008) fue un sabio profesor de Harvard y uno de los mejores pensadores norteamericanos de las últimas décadas. Tuve el honor de colaborar con él y Larry Harrison en Culture Matters, uno de sus últimos libros.

La tesis central de Who are we? es que Estados Unidos es una expresión de los protestantes reformistas ingleses que colonizaron al país y le imprimieron su sesgo civilizador. Aquellos fundadores no eran inmigrantes que llegaban a incorporarse a un mundo establecido. Fueron los creadores de una sociedad nueva, parcialmente diferente a la que habían dejado en Europa. Continuar leyendo

Cuba, Obama y la ley de las consecuencias imprevistas

No hay excepciones. El presidente de los Estados Unidos también está sujeto a la ley de las consecuencias imprevistas. Esto se hizo patente, por ejemplo, en Libia. La Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN) realizó siete mil bombardeos y provocó la destrucción del ejército de Muammar Gadafi, quien resultó ejecutado por sus enemigos. El país, totalmente caotizado, quedó, finalmente, en poder de unas bandas fanáticas que asesinaron al embajador norteamericano.

El loco criminoso de Gadafi, objetivamente, era menos malo que lo que vino después. Algo parecido sucedió con Sadam Hussein en Irak, con Hosni Mubarak en Egipto, con el Sha de Persia, con Fulgencio Batista en Cuba, episodios en los que, directa o indirectamente, Estados Unidos tiene una gran responsabilidad por su actuación, por abstenerse de actuar o por hacerlo tardíamente.

Le acaba de suceder a Barack Obama en Cuba. El Presidente llegó risueño a La Habana, precedido por la expresión adolescente “¿qué volá?”, algo así como “¿qué tal están?”. Pisó la isla ilusionado y cargado de buenas intenciones, acompañado de exitosos (ex) desterrados cubanos, también deseosos de ayudar a la patria de donde proceden, convencidos todos de la teoría simplista del bombardeo de jamones. Continuar leyendo

Un punto de inflexión

Los niños españoles solían jugar imaginando y diciendo las cosas que transportaban los buques coloniales. “De La Habana ha llegado un barco cargado de: piñas, encajes, azúcar”, qué sé yo. Era un ejercicio lúdico en el que se mezclaban la fantasía y el vocabulario con la pedagogía.

Barack Obama, sin saberlo, revivió el juego. Para el presidente estadounidense su viaje tenía cuatro objetivos declarados: enterrar unilateralmente la Guerra Fría en el Caribe; eliminar oficialmente la estrategia diplomática del containment o aislamiento, al sustituirla por el engagement o acercamiento; reforzar los lazos con la sociedad civil cubana, especialmente con el incipiente sector empresarial privado; y fortalecer a la oposición democrática que busca pacíficamente la evolución del régimen hacia el pluralismo.

Para el régimen cubano la visita era otro paso para finalizar el viejo embargo comercial, permitir la llegada de turistas e inversiones norteamericanas, obtener la promesa de créditos blandos cuando la ley lo permita, y la posibilidad de aliviar la difícil situación económica que plantea el fin de los subsidios venezolanos, calculados en trece mil millones de dólares anuales en el pasado por el economista Carmelo Mesa-Lago.

Raúl Castro no tenía la menor intención de modificar su dictadura comunista. Al fin y al cabo, como lo ha reiterado cien veces el propio Fidel Castro, la habían establecido por convicciones ideológicas y no como respuesta a la hostilidad norteamericana. La secuencia fue a la inversa. Continuar leyendo

Obama en Cuba

El Presidente norteamericano no había puesto un pie en Cuba y el régimen ya había comenzado a bombardearlo. Primero fue un largo editorial de Granma. ¿La esencia? Cuba no se moverá un milímetro de sus posiciones socialista y antiimperialista, incluido su apoyo al engendro chavista en Venezuela, enorme fuente de subsidio para los cubanos, de quebrantos para los venezolanos y de desasosiego para los vecinos.

Luego, el canciller Bruno Rodríguez, el chico de los recados diplomáticos, le advirtió que su Gobierno no agradecía que Barack Obama hablara de empoderar al pueblo cubano. Tampoco de que trataran de imponerles internet. Cuba, dijo, “protegerá la soberanía tecnológica de nuestras redes”. En lenguaje llano quiso decir que la policía política seguirá controlando las comunicaciones. De eso y para eso viven.

El Presidente norteamericano no se amilanó. Hablará sin tapujos de los derechos humanos en su visita a Cuba. Lo ha dicho y lo va a hacer. Pero hay más: Barack Obama, aparentemente, no visitará a Fidel Castro (Con cautela: nunca digas “De este dictador no beberé”). Al menos por ahora inhibirá la curiosidad antropológica que siempre despierta el tiranosaurio mayor. Hoy es una encorvada caricatura de sí mismo, pero tiene cierto morbo conversar con un señor de la historia que se las ha ingeniado para llevar sesenta años revoloteando por los telediarios.

Obama, además, tendrá la generosidad de reunirse con algunos de los demócratas de la oposición. Ahí hay todo un mensaje. Es una buena lección para Mauricio Macri, que todavía no ha ido, y para François Hollande, que ya pasó por La Habana y no tuvo la valentía cívica de realizar un gesto solidario con los disidentes. Obama se reunirá con los más duros. Les pasará el brazo por encima a los peleadores. A los más apaleados y curtidos. Esos a los que la policía política califica falsamente de terroristas y agentes de la CIA. Continuar leyendo

Es la incoherencia, estúpido

Barack Obama viajará a Cuba. Su visita es más importante que la de los papas. Obama es la persona más popular en Cuba. En la isla, después de cincuenta y ocho años de comunismo, no quedan muchos católicos, y apenas hay marxistas, pero existen millones de personas delirantemente pronorteamericanas.

¿Servirá la visita de Barack Obama para acortar la vida de la dictadura? Los cubanos no lo creen y continúan huyendo del país por cualquier vía. Obama, a estas alturas, tampoco lo cree. Ha advertido que nadie debe hacerse ilusiones con el régimen castrista. Es una dinastía militar tercamente estalinista. A lo mejor, dentro de muchos años, el comercio ablanda al régimen y, poco a poco, surgen vestigios de democracia, pero no hay la menor garantía de que eso suceda. Casi todos los ejemplos demuestran lo contrario.

La Constitución especifica que el comunismo es irreversible y que el país está condenado a la dirección eterna del Partido Comunista. Se lo acaba de reiterar Granma al presidente Obama en un editorial terminante. Seguramente, el próximo congreso del partido, anunciado para mediados de abril, ratificará ese rumbo siniestro.

El sistema no tiene cura. Es como el que nace bobo, enano o cabezón. No existen los ex bobos o los ex enanos, y no se conoce la existencia de ex cabezones. Así serán hasta que mueran. Han abierto un mínimo espacio económico, pero muy vigilado y sin otro objeto que apoyar al capitalismo militar de Estado diseñado por Fidel y Raúl Castro. Continuar leyendo

Barack Obama y Raúl Castro: encuentros y desencuentros

Barack Obama irá a La Habana en marzo. El viaje forma parte de su cambio de política con relación con la isla. Quiere, como pretendía Juan Pablo II: “Cuba se abra al mundo y el mundo se abra a Cuba”. Eso incluye, como planteó El Nuevo Herald, la entrada en el país de corresponsales independientes que no estén intimidados por la policía política. ¿Lo llevará Obama entre sus peticiones?

Pocas horas antes de la noticia, el Departamento de Estado anunció que se reanudaban los vuelos comerciales —hasta un centenar al día— y se autorizó la instalación de una ensambladora de tractores. La Casa Blanca quiere dificultar cualquier involución de las medidas tomadas si a partir de las elecciones de noviembre ganara un candidato adverso a tener buenas relaciones comerciales con el régimen cubano.

Es muy significativo que el portavoz del Gobierno norteamericano haya declarado que Obama no piensa visitar a Fidel Castro. Es un gesto con el que desea subrayar su poca conexión ideológica con la dictadura. Al fin y al cabo, él nació después de Bahía de Cochinos y se formó tras la caída del Muro de Berlín. Es el primer Presidente realmente postsoviético de Estados Unidos.

Al margen de la curiosidad antropológica que provoca visitar al viejo tirano, que ya no es un jefe de Estado, sino un señor embutido en un chándal deportivo que dice unas cosas muy raras, retratarse con él y escucharle sus infinitas boberías (hoy agravadas por la edad y las enfermedades) forma parte de un conocido ritual político que, subliminalmente, transmite un mensaje de solidaridad o, al menos, de indiferencia con la segunda más antigua dinastía militar del planeta. La primera es la de Norcorea. Continuar leyendo