El Gobierno sube el piso de inflación

Atrás parecen haber quedado los tiempos en que los acuerdos de precios se celebraban con carácter transitorio para intentar estabilizar la economía y recuperar la solvencia macroeconómica, luego de desajustes de arrastre o auto infligidos.

Ahora, concretamente desde el 20 de noviembre, pareciera que la lógica es la opuesta: los acuerdos de precios se hacen para coordinar los aumentos permitidos, no ya para estabilizarlos: hasta 7,5% en enero luego de ajustes de más de 20% en varios segmentos “descuidados” por el impacto de la devaluación, y de 6% para febrero, pese a intentos de más de 12%, en combustibles, mientras que para los artículos que forman parte de la canasta escolar se autorizó un salto de 258% en un año, mientras que la “ayuda escolar” se la ajustó “sólo” 200% y las jubilaciones 11,31% para un semestre.

La lista de aumentos de precios autorizados, tras largas reuniones del secretario de Comercio con los representantes de gran parte de los sectores de la producción, el comercio, la construcción, y ahora también de los laboratorios y farmacias, parecieran ir todos en la misma dirección: los aumentos tienen que mantenerse en el rango de un dígito mensual, más cerca de 10 que de 1 por ciento. Luego se culpa a los empresarios de desestabilizadores, especuladores, etc.

De ese modo, el Gobierno pareciera encaminado a superar récord tras récord: primero fue el ascender a los primeros planos del mundo en materia de inflación, afirmarse también en ese rango en el caso del índice de riesgo país, y más alto en el de prima de seguro por no pago de un crédito; luego, en diciembre, fue la escalada del déficit fiscal a un pico de dos dígitos porcentuales del PBI: 11% a nivel primario y 13% financiero (aunque fueron disimulados por las asistencias financieras del Banco Central, la Anses y el PAMI); después le siguió el liderazgo en pérdida de reservas en divisas por parte del Banco Central, a contramano del resto del mundo, y ahora parece buscar la primacía en licuación del poder de compra de los salarios y las jubilaciones.

Y así van pasando los días en el que el jefe de Gabinete anuncia la agenda de reuniones con cámaras empresarias para cerrar acuerdos de precios: nuevamente con los constructores, la carne, los medicamentos, mientras se anuncian escalonadamente incrementos en el gasto público: subsidios, jubilaciones, se presiona a los bancos para que se desprendan de dólares y también de tenencias de títulos públicos nominados en dólares, sin medir las consecuencias sobre la baja de las paridades, y se impulsa la suba de las tasas de interés.

De austeridad y recorte de gastos desbordados, como los subsidios a los servicios públicos que consumen sectores de altos ingresos, o de poner límite a los salarios de los nuevos cuadros jerárquicos en la administración pública, o de precios convalidados en la compra de bienes y servicios para el funcionamiento de los organismos oficiales, no se habla.

La consecuencia es más incertidumbre, restricciones a la producción nacional y aceleración de la inflación, con un claro norte fiscal: a más precio más recaudación, parecen razonar algunos cuadros técnicos, entusiasmados con haber cobrado por esa vía en 2013 el equivalente a 5% del PBI, esto es: más del 11% del total de los ingresos tributarios que recibieron nación, provincias y municipios.

 

Enero con menos producción y menos trabajo
Los primeros datos de actividad de enero dieron cuenta de una caída de 3,8% en el promedio de las ventas minoristas en cantidades, según datos de CAME, 25% de baja de las entregas de autos nacionales a las concesionarias por parte de las terminales y 16% de las de importados, respecto de un año antes.

El único dato aparentemente positivo que hasta ahora dejó enero fue la reanimación de la recaudación de impuestos, con un incremento también interanual de 37,5%. Pero ese salto estuvo claramente influido por el traslado de vencimientos que habitualmente ocurrían en diciembre y que provocó que en ese mes apenas creciera poco más de 22%. De ahí que si se considera en forma agregada el aumento del bimestre fue de 30,1%, unos cinco puntos porcentuales menos que la tasa real de inflación que para ese período midió el consenso de las consultoras privadas.

Por tanto, pareciera que es tiempo de dejar de gastar tanta energía en regulaciones e impedimentos a las actividades productiva, comercial, financiera y movimiento de las personas al resto del mundo, habida cuenta de la catarata de indicadores que ponen al desnudo sus fracasos, derivan más temprano que tarde en creciente costo social en términos de empleos e ingresos.

Si no se sabe, siempre se está a tiempo de contratar a expertos, o de al menos intentar copiar las políticas que siguen la mayor parte de los países vecinos, excepto Venezuela, o mejor aún de las naciones altamente desarrolladas, que crecen en forma regular y con baja inflación, y logran excedentes de divisas con atractivo flujo de inversiones productivas.

Para el mercado, 8 pesos no es un cambio de equilibrio

El ministro de Economía definió el viernes último que la parcial flexibilización del cepo para pequeñas operaciones de cambio, aunque con singular profundización para los grandes contribuyentes (se redujo el máximo autorizado de compra de dos millones dólares por mes a sólo u$s2.000, a la milésima parte!) se hacía porque “ocho pesos es un tipo de cambio de equilibrio para la sustentabilidad macroeconómica”. Sin embargo, ni Axel Kicillof, ni Jorge Capitanich, precisaron cómo entienden el equilibrio macroeconómico.

En tres días de apertura mínima del canal de ahorro en dólares se presentaron solicitudes de compra por poco más de u$s113 millones, pero sólo se efectivizaron menos de 42 millones de dólares, y las reservas del Banco Central cayeron a ritmo de 181 millones de dólares por día, pese a subir las tasas de interés en seis puntos porcentuales. A esa velocidad en los primeros días de octubre el país se queda sin reservas.

Claramente que eso no va a ocurrir, al menos en forma inmediata, porque antes la tasa de interés trepará a valores que hoy aparecen como insospechados y se asume como altamente improbable, que el Gobierno deje que esos dos fenómenos ocurran. Aunque la historia Argentina muestra varios episodios en los que las reservas cayeron a niveles inferiores a u$s5.000 millones, en los papeles, como en los setentas y ochentas, aunque disponibles mucho menos aún.

Eso es lo que está intentando hacer el Banco Central luego de que abandonara el gradualismo que mantuvo en la suba diaria del tipo de cambio oficial que iniciara el 20 de noviembre, tras comprobar en dos meses de esa estrategia que lejos de haber sido un principio de solución de los problemas, los agravó porque desalentó la liquidación de divisas por parte de los exportadores y tentó a importadores, empresas y futuros turistas a tomar posiciones, para evitar suba de sus costos.

Lo mismo, pero al revés
Ahora repite una estrategia similar con el manejo de las tasas de interés, con la convicción de que de ese modo se secará la plaza de pesos y por tanto quita un lubricante que considera esencial para el mercado de cambios, libre y oficial.

Sin embargo, aquí también Juan Carlos Fábrega y su equipo podrían equivocarse porque el exceso de pesos se estima en más de 100.000 millones, el cual surge de la dinámica del financiamiento al Tesoro con emisión, y eliminarlo con operaciones de $5.000 millones en los vencimientos semanales de Letras y Notas que luego se colocan con un plazo mínimo de 70 días, llevaría casi cinco meses.

Pero además, porque si comparte que existe semejante desborde monetario, equivalente a casi cinco puntos del PBI y logra absorberlo, paralelamente tendrá que ocurrir que la principal fuente de emisión se detenga: el exceso de gasto público que avala la Secretaría de Hacienda, que hasta ahora se cubrió con adelantos de pesos a la Tesorería.

Y si bien el Jefe de Gabinete aseguró que política de suba de las tasas de interés no afectará a las pequeñas y medianas empresas porque el Gobierno ha decidió elevar en $22.000 millones el crédito productivo a tasa subsidiada, no ocurre lo mismo para el resto de las empresas y en particular de las personas físicas que se endeudaron a tasa variable, sea para la compra de una vivienda, de un auto o de un artefacto para el hogar.

Y peor aún para las nuevas necesidades de crédito de empresas que necesitan descontar un documento o pedir un adelanto bancario de corto plazo en cuenta corriente, y por supuesto para nuevos préstamos.

Más regulaciones sobre la economía real sin atacar las causas de los desequilibrios
Una vez más, el equipo económico avanza en su afán de controlar todos los movimientos de los agentes económicos, empresas y familias, menos de poner en orden la casa propia,, poniendo una regla simple que limite el aumento del del gasto público a los recursos que obtiene con la estructura impositiva tradicional, sin agregados y comenzar a desarmar la maraña de subsidios a sectores de altos ingresos, para poder fortalecer los destinados a los que realmente los necesitan.

De ese modo, profundiza los desajustes fiscales, cambiarios y en los mercados de bienes, sin querer aceptarlo, como hace con la inflación, la pobreza y la recesión, los cuales se manifestaban inicialmente en la escalada de la inflación y del dólar libre, luego se sumó la pérdida de reservas y ahora se agregó el aumento de las tasas de interés, dando lugar a un círculo vicioso que amenaza con espiralizarse, porque no alcanzan para revertir las expectativas negativas y recrear la confianza.

Si realmente se quiere esterilizar el exceso de dinero emitido a lo largo de los últimos dos años, la herramienta más recomendada es la suba de los encajes bancarios, porque se hace de una vez, y rápidamente se puede flexibilizar, según sea la respuesta de los agentes económicos.

Pero hacer eso sin un plan integral que cierre la fuente principal del desequilibrio macroeconómico, que es el salto del déficit fiscal, no habrá ni acuerdos de precios, ni deslizamiento cambiario oficial, ni alza de las tasas de interés que puedan estabilizar los precios y el dólar libre y por el contrario precipitará la actividad productiva y comercial a un pozo depresivo, con el consecuente impacto inmediato sobre el alza del desempleo y caída del salario real, como ocurrió en repetidos episodios de la historia económica argentina. Incluso en el caso del Rodrigazo de 1975: la economía pasó de crecer 5,4% a caer 0,4%, seis puntos de diferencia! y no puedo afirmar que el Indec de entonces era intachable.

No se trata de ser patriota o no patriota, ni de inquietarse porque “se habla con el corazón y el mercado responde con el bolsillo”, sino de aceptar los repetidos y agravados errores de política económica, en particular los cometidos en los últimos 27 meses y comenzar a repararlos desde su origen, sin atajos, ni amenazas.

¿Quién deprecia más la moneda nacional?

Al Jefe de Gabinete de ministros se le acaban los argumentos y cada mañana ensaya nuevas razones para explicar quiénes conspiran contra el valor del peso y de ese modo contra el bienestar de los argentinos.

Primero fue la cadena de valor de la carne, luego del trigo, se pasó al tomate, ahora a los medicamentos, por la presencia de “empresas monopólicas y oligopólicas que ejercen posición dominante y remarcan los precios en forma desopilante” (qué antigüedad), y también sumó a los narcos y el lavado de dinero.

Frente a ese diagnóstico siempre aparece una amenaza y, por supuesto, más regulaciones que generan el efecto contrario y ubican cada vez más arriba a la Argentina entre las naciones que más reprimen la vida económica de las personas y empresas, sin medir el costo en términos de capacidad de atraer inversiones y generar empleos. “Vamos a combatir el mercado marginal de cambios con la Ley”, dijo Jorge Capitanich en la mini conferencia de prensa de esta mañana.

Y eso es lo que falta en la Argentina, en particular de los últimos dos años y medio. Si se hubiera cumplido con la ley primera del sentido común de la solvencia fiscal que indica que “no se debe gastar más de lo que se recauda”, en particular cuando caprichosamente se decidió cancelar deuda barata con uno de reservas del Banco Central y uso y abuso de la emisión espuria de dinero, no se habría generado el caldo de cultivo del mercado marginal de cambios.

Pero no sólo eso, sobre el filo del cierre del mercado oficial de cambios la pizarra del Banco Nación subió la paridad entre el peso y el dólar para las transacciones comerciales y las financieras autorizadas, junto con la base para el dólar tarjeta, de 6,94 a 7,14, pesos por unidad, acumulando en la jornada un salto de 25 centavos, equivalente a 3,63% en día. Superó a la inflación Congreso de diciembre de 3,4 por ciento.

Es cuestión de tiempo
Claramente, en cualquier medición de corto plazo, tras un largo período de virtual intrascendencia, la suba de la cotización del dólar en el mercado libre de cambios, esto es la desvalorización de la moneda nacional, que tanto dice defender el Jefe de Gabinete, fue sensiblemente superior a cualquier cálculo extremo de alza de los índices generales de precios de la economía y por supuesto también al de la variación del tipo de cambio oficial que rige las operaciones comerciales, algunas financieras y la base para el turismo.

Pero esas brechas desaparecen si se toma un período más amplio, como por ejemplo desde el 10 de diciembre de 2007, cuando asumió el primer mandato la actual Presidente de la Nación. El tipo de cambio oficial de entonces de $3,138 sube a 11,71 pesos hoy si se lo ajusta por la inflación Congreso, la cual, de acuerdo con cálculos aislados de varias de las consultoras que alimentan esa fuente ubican en torno a 4,5 por ciento.

Y la razón principal por la que la inflación se fue empinando de menos de 8% al año hasta 2007, estabilizarse en un rango de 22 a 28% en los siguientes hasta 2013 y dispararse a más de 35% en la actualidad, con clara perspectiva ascendente si no cambia la política económica de fondo, es la pérdida del superávit fiscal: de más de dos puntos del PBI se fue consumiendo precipitadamente y hoy ya se ubica en un rango deficitario de 3 a 4% del PBI, en un contexto de presión tributaria récord (para los que pagan, por supuesto!).

En ese escenario, “los privados actúan en consecuencia, no son la causa de la depreciación de la moneda de los argentinos, para terminar comprando bienes a precios de remate, a costo de la producción y el empleo de los argentinos”, como intenta hacerle creer a la sociedad el Jefe de Gabinete.

Quién determinó que el tipo de cambio comercial saltara en apenas dos meses del nombramiento de los nuevos ministros en 18%, a un ritmo de 170 anual (bien dicho 63% de depreciación porque con 7,14 pesos se podrían adquirir en un año apenas 37 centavos de dólar en ese circuito) y que el dólar para el turismo volara en 33% (aunque 35% sea a cuenta de futuros impuestos, aunque su recupero en el mejor de los casos se obtiene dos meses después de terminado el año en curso, y por tanto se le aplica un desagio mínimo de 20 a 25%, según la inflación actual), fueron las nuevas autoridades económicas, no los monopolios, oligopolios y los narcos.

Es decir, dos variables que no la fijó ni el mercado libre, ni surgió del precio del tomate, el trigo, o de las acciones monopólicas u oligopólicas, ni de los narcos, sino que fueron instrumentadas por la autoridad monetaria y de la AFIP, forzaron una “desvalorización de la moneda nacional de 15% y 25% respectivamente, en apenas dos meses, aun ritmo anualizado de más de 60 por ciento.

Las causas están cada vez más claras, aunque se las desestime

De ahí que no se trata de seguir operando sobre las consecuencias de los desequilibrios macroeconómicos que se reflejan en la suba de los precios, la escalada del tipo de cambio, la pérdida de reservas y el freno del crecimiento de la actividad productiva, forzando el cierre de la economía y la imposición de nuevos cepos a las libertades individuales para disponer de las decisiones de gasto y forma de proteger los recursos que genera familias y empresas con su trabajo y emprendimientos.

Es tiempo de hacer un real diagnóstico de los desequilibrios macroeconómicos, en el orden fiscal, monetario, comercial, tarifario y laboral, para actuar sobre las causas. El consenso de los economistas lo ubican en el primer plano: exceso de gasto público respecto a la capacidad saturada de pago de impuestos, y su financiamiento con emisión espuria y uso de reservas del Banco Central.

De allí se deriva todo el resto y desde hace un año ha provocado la anulación de la capacidad de generación de empleos por parte del sector privado y el deterioro de la calidad de vida de la mayoría que conservó el empleo, como bien lo refleja la Encuesta Permanente de Hogares del Indec, muchos trabajadores debieron resignar horas de trabajo, en particular en las industrias, comercio y transporte, y con ello vieron menguado sus capacidades de compra respecto de la que tenían un año antes. Justamente lo que dice que quiere evitar el Jefe de Gabinete.

No es cierto que ordenar la macroeconomía llevará a la marginación de 10 millones de argentinos. Ya hoy en Chaco apenas concurre al mercado de trabajo un tercio de sus habitantes, menos que doce años antes. Por el contrario, con un plan de sentido común y creíble, en poco tiempo se podrían restablecer las condiciones para atraer inversión extranjera de largo plazo, esto es ingresar divisas, generar incentivos para el ahorro en la moneda nacional y fomentar el crecimiento sustentable con un horizonte que lejos de oscurecerse cada día tienda gradualmente a despejarse. Muchos países lo hicieron, la Argentina no será la excepción si se lo propone fuera de cualquier ideología.

¿Y si liberamos y dejamos la matriz insumo-producto para otro día?

El jefe de Gabinete descubrió tardíamente que los economistas hace casi un siglo que conocen la importancia de las relaciones intersectoriales para conocer cómo se vinculan todas las actividades productivas, gracias a la obra de Wassily Leontief, que en 1973 fue reconocido con el Premio Nobel de Economía por su trabajo “El desarrollo del método input-output y su aplicación a los más importantes problemas económicos”, que se inspiró en el esquema propuesto por el fisiócrata François Quesnay en su Tableau Économique, y también la idea del equilibrio general de Léon Walras y el análisis de Karl Marx sobre la circulación entre los sectores de la producción y en el método de los Balances de la Planificación Soviética; sobre este último tema publicó en 1925 Die Bilanz der russischen Volkswirtschaft: Eine methodologische Untersuchung.

Pero Jorge Milton Capitanich no fue advertido que esa fotografía no sirvió para tomar medidas de política económica de coyuntura, por su complejidad y en particular por la velocidad de cambios que trajo la revolución tecnológica en los últimos 20 años y la multiplicidad de nuevos servicios sociales, personales y empresariales.

En la Argentina, la última matriz de insumo-producto es de 1997, la cual recoge parte de los efectos de la transformación productiva, comercial y de servicios que surgió tras la hiperinflación y el período de estabilidad de precios en los mejores tiempos de la convertibilidad, un escenario que poco tiene que ver con la actualidad, nada menos que 17 años después. Pero muchos economistas dudan de la forma en que se actualizó el trabajo que previamente habían hecho técnicos de alta talla del ahora inexistente Consejo Nacional del Desarrollo con base en 1973, esto es hace más de 40 años.

Muy lejos del mundo de fantasía
Y a la luz de los datos que cada mañana transmite el Jefe de Gabinete en conferencia de prensa, como que en la última década se crearon seis millones de empleos, o que el salario real medio de la economía aumentó más de 72% respecto de la inflación, o que en la Argentina 2014 más del 70% de la población tiene capacidad de ahorro y por eso esta temporada será récord de turismo interno, con más de 29 millones de personas que visitarán algún punto de descanso y diversión del país, pareciera que la matriz de insumo-producto que con tanta convicción toma como referencia se basa en las devaluadas estadísticas del Indec y en otras elaboradas ad hoc para abonar el relato.

Si los logros que resalta Jorge Capitanich fueran reales y por tanto comprobables no se entiende por qué hace casi dos meses la Presidente decidió cambios el equipo económico, en la presidencia del Banco Central y en la propia Jefatura de Gabinete. Es cierto que sólo se cambiaron nombres y las formas, no las políticas y la facilidad para desconocer la realidad, que transformó en pocos meses un sendero de crecimiento inestable en una recesión asegurada con alta inflación y menos reservas de divisas y energéticas.

Una vez más, la Argentina aparece entre las economías más cerradas del planeta y con mayor cantidad de impedimentos para el saludable desarrollo de la vida económica, con el consecuente deterioro de la calidad de vida de la mayoría de los argentinos, porque se vedan las oportunidades para la inversión y la generación de empleos, el poder de compra se derrumba de modo acelerado como lo refleja la variación interanual del cobro del IVA por parte de la AFIP y aumenta la vulnerabilidad externa con la imparable hemorragia de dólares de las reservas del Banco Central.

Por tanto, en lugar de insistir con más regulaciones y políticas del parche, incompatible con el supuesto conocimiento de la matriz de insumo-producto del país, porque exigiría un plan integral, sería bueno que el equipo económico comience a analizar hacia dónde se encaminaría la economía y la calidad de vida del conjunto de los residentes si comenzara a desatar los nudos que en los órdenes cambiario, comercial, financiero y productivo fue haciendo en el último lustro, en particular en la segunda mitad de ese período, y pusiera cepos en los órdenes fiscal y monetario, como hacen la mayoría de los países del planeta.

En el mundo abundan los casos exitosos de crecimiento sustentable después de haber pasado por crisis severas, económicas, civiles y militares, que posibilitaron una mejora de la calidad de vida de sus habitantes, al apoyarse en el fortalecimiento de las instituciones básicas y tradicionales.

Por eso no se entiende la vocación por volver a experimentar con probadas recetas que fracasaron en los pasados cincuenta años y que sólo persisten en unas pocas naciones donde la falta de libertad económica es su mayor pasivo, como Cuba, Venezuela, Ecuador, Irán, Corea del Norte, Turkmenistán, Uzbekistán, Angola, o Bolivia, entro otras, que comparten el mismo grupo en la calificación de The Heritage Foundation. Según ese trabajo el promedio de riqueza de los países con alto índice de libertad económica es de u$s45.404 por habitante y por año, mientras que el de los altamente reprimidos fue en el último año de apenas u$s6.231, para la Argentina lo estimó en u$s18.112, más cerca del límite inferior que el superior.

La escalada del dólar, algo más que estacional

La historia Argentina es muy rica en reflejar la estacionalidad de la demanda de divisas por parte de turistas que programan sus vacaciones de verano en algún lugar del resto del mundo. También la estadística recoge los efectos de la recomposición de carteras que, tras el cierre del año viejo, hacen muchas empresas. Y, por supuesto, la clara demanda de divisas para atesoramiento que hacen los particulares, en particular aquellos que tienen capacidad de ahorro para mediano plazo, tras el cobro del medio aguinaldo o algún bonus de fin de año.

Pero este 2014 arrancó con otros factores impulsores, los cuales eran esperados en forma proporcionalmente creciente a la medida en que se fue devaluando la capacidad del Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, y el ahora en la luz del ministro de Economía Axel Kicillof para corregir los severos desequilibrios macroeconómicos que se fueron acumulando en los pasados dos años y algo más, esto es. desde que rige el cepo cambiario.

La reacción de muchos agentes económicos no es caprichosa
Pese a que la sociedad ha aceptado estoicamente el aumento persistente y sostenido de los impuestos, ayer el titular de la AFIP, Ricardo Echegaray, ratificó que este año “vamos a salir a buscar agua en el desierto para cumplir con la meta de recaudación de impuestos”, al anunciar el aumento del cargo financiero a las empresas exportadoras que triangulan operaciones y, sobre todo, ratificar que se elevará la valuación de los inmuebles para el pago de Bienes Personales. Esto es más impuesto.

Por el contrario sigue ausente en el nuevo gabinete cualquier referencia al control del gasto público, pese a que crece a ritmo desenfrenado a más de 35% al año, cuando los recursos tributarios lo hacen a menos de 22%. El resultado es mayor dependencia del financiamiento del Banco Central con emisión, es decir, inflación.

Y en la Argentina de los últimos cincuenta años, con raras excepciones, la única alternativa de inversión de alta liquidez que posibilitó mantener el poder de compra de los ahorros de las empresas y familias fue el dólar. Ahora, naturalmente no es la excepción.

Por tanto, pretender fomentar la competitividad, conquistar mercados de exportación, mientras se fogonea la capacidad financiera y de inversión de las empresas y familias alentando la inflación, subiendo los impuestos y con un tipo de cambio oficial que corre de atrás, es una tarea no sólo infructuosa, sino que explica el acelerado enfriamiento de la actividad y, en algunos sectores como el mercado automotor, la caída de la producción a tasas de dos dígitos.

Ese cuadro explica la sostenida hemorragia de las reservas del Banco Central, las cuales se parecen cada vez más a un Pagadiós que a un reaseguro para hacer frente a inesperados acontecimientos externos, porque los adelantos al Tesoro Nacional de la autoridad monetaria ya representan más del 91% del valor de las reservas al tipo de cambio oficial y se reduce apenas a 58% al cambio libre.

De ahí que hasta tanto no aparezca un plan integral de reordenamiento macroeconómico, que sea capaz de recrear la confianza para reanimar la inversión, la creación de empleo privado y el ahorro en moneda nacional, a través de instrumentos probados, la desconfianza en la moneda no tendrá techo.

El Gobierno se niega a sumarse al ajuste salvaje

Enero comienza con ya el clásico más de lo mismo. A poco más de 40 días de cambios en el gabinete se advierte con claridad que nada cambió, al menos para bien. Por el contrario, el Gobierno avanzó en la línea de imponer obstáculos a los pocos sectores que habían escapado del ajuste forzoso que se inició desde fines de octubre de 2011, cuando de la mano del “vamos por todo” se impuso el cepo cambiario, la discrecionalidad en la aprobación de importaciones, el cambio de las reglas habituales que guiaban al mercado inmobiliario, las limitaciones de hecho al pago de dividendos a los accionistas de empresas que no residen en el país, en particular de firmas de capital extranjero, trabas a la autorización de venta de dólares para viajar al exterior, etc., y las idas y vueltas, en un círculo vicioso, en materia de control de precios, aunque se lo denomine de cualquier otra forma: acuerdos, precios administrados.

Por un lado, con la complicidad de un Congreso donde todavía mantiene mayorías, el Poder Ejecutivo impuso una extraordinaria suba de impuestos internos a los autos y motos de media a alta gama, con el argumento de contener las importaciones de unidades terminadas y también de partes, aunque el resultado fiscal podría resultar neutro o incluso negativo, por el impacto recesivo que generará en la producción nacional, la pérdida de ingreso de derechos de importación y también por el menor cobro de IVA, Ganancias, Cheque, sobre la oferta y demanda global de esos rubros, amén de aportes y contribuciones a la seguridad social, por despidos y suspensiones.

Por otro lado, la insistencia con subsidiar el crédito a la producción con recursos que los bancos deben captar de sus clientes, en lugar de hacerlo con la derivación de rentas generales, también afectará la capacidad de generar negocios del sistema financiero, y con ello debilitará su contribución al PBI, al afectar la bancarización las tasas interés por debajo de la inflación para el ahorro privado.

La aceleración de la inflación, inducida por el desborde del gasto público improductivo, acentuó la contracción del consumo de productos básicos. Las ventas en supermercados pasaron de caer 6% en 2012 a más de 9% en los últimos meses de 2013. Y en los establecimientos más pequeños, la Cámara Argentina de Comercio detectó que en diciembre la mitad de los consultados vendió menos que un año antes, y sólo un cuarto pudo mostrar mejor desempeño.

La inversión en equipamiento y ampliaciones de plantas, junto a la demanda de construcciones de viviendas, se debilitaron aún más. De 21,3% del PBI que había representado en 2012 terminó el siguiente por debajo de 20%. La consecuencia se expresó en la brusca disminución de la creación de empleos: de 203.000 en 2012 se limitó a 23.000 un año después, y se concentraron exclusivamente en el sector público, los cuales ahora se pagan con emisión, porque la recaudación de impuestos no alcanza para pagar todos los gastos.

La construcción, clásica multiplicadora de industrias, pasó de crecer más de 10% en agosto a 3,4% en sólo tres meses después, y las expectativas para 2014 que recogió el Indec lucen contracctivas, las cuales son consistentes con la intensificación de la disminución de los pedidos de autorizaciones para edificar en los próximos meses.

En valores nominales, los recursos tributarios batieron récord, como también lo hizo la inflación, la pérdida de valor del peso respecto de otras divisas, la emisión, pero mientras los precios promedio de la economía aceleraron la variación mes a mes, no tanto por acciones oligopólicas, monopólicas y ejercicio de posición dominante de las empresas en diversos mercados, sino directamente por la política oficial que lo indujo (esto no surge de estudios privados, sino de las propias cuentas de la Dirección Nacional de Cuentas Nacionales, que está bajó la órbita del ministro de Economía Axel Kicillof), el crecimiento de la recaudación se atenuó de más de 27% en diciembre de 2012 a 21% en noviembre último.

El salario promedio de los trabajadores pudo sostener un aumento levemente superior a 25% al año, pero se agravó la brecha negativa respecto de la inflación, y más aún si se considera el ingreso de bolsillo porque ahora la actividad productiva y comercial no ofrecen las posibilidades de trabajar horas adicionales a las básicas de convenio.

Banco Central más activo, pero solitario
Juan Carlos Fábrega, como presidente de la autoridad monetaria, impuso su sello, con un drástico cambio de política respecto de la pasividad que había caracterizado la tarea de Mercedes Marcó del Pont: el tipo de cambio ahora sube a ritmo de casi 7% al mes, en contraste con menos de 2% en la etapa previa, y la base monetaria desaceleró la expansión de casi 40% a fines de 2012 a 24% al año doce meses después.

Pero se trataron de medidas aisladas, porque no respondieron a un giro hacia la austeridad fiscal, la flexibilización de la política comercial, la recuperación de las instituciones, el levantamiento de los cepos y otras restricciones. Y por tanto contribuyeron en poco o nada hacia la búsqueda de la estabilidad genuina de los precios y la competitividad con el resto del mundo. Por el contrario, el gasto público se mantuvo acelerado, con alza en noviembre que superó en casi 15 puntos porcentuales al tímido incremento de los recursos tributarios, y pago promedio de sueldos a los nuevos empleos públicos que más que duplicaron al de la media de toda la nómina.

Las reservas del Banco Central se derrumbaron en casi u$s13.000 millones, ahora no tanto por la fuga que provocaron los privados, sino por el uso y abuso del sector público, en contraste con apenas u$s3.300 millones que habían caído un año antes. El resultado fue la reaparición de tensiones en el mercado de cambios. Y el costo del dinero para las empresas, salvo el subsidiado, comenzó a subir y la consecuencia fue el alargamiento de los términos de pago a proveedores.

Como se ve, casi todo el sector privado ajustó violentamente su ritmo de producción, consumo, inversión, empleo. Obviamente, en un país de 42 millones de habitantes siempre hay varios millones que pueden manifestar altos índices de gasto, llenar los lugares de veraneo, sea en la costa, las sierras, o el norte y sur del país, pero la gran mayoría hoy acusa intenciones y posibilidades de gasto sustancialmente menores a la de un año antes.

Por el contrario, en el sector público, que es el que provocó todos los desequilibrios macroeconómicos descriptos, el ajuste, entendido por limitar la expansión del gasto total al que acuse los recursos genuinos, sigue ausente y, lo que es peor, no da señales de dar un giro rotundo en todo lo hecho en los últimos dos años. Ahora queda esperar si en las 200 metas-objetivo que prometió anunciar para estos días el Jefe de Gabinete aparece alguna pista en esa dirección. Por lo hecho y dicho en los últimos 40 días, todo indica que se avanzará hacia más trabas y regulaciones a la actividad privada, que hacia la liberación y recuperación de los superávit gemelos, la estabilidad de precios, la apertura de la economía, a la inversión abierta, es decir, hacia el crecimiento sustentable.