El ministro de Economía advirtió el último martes que los economistas ortodoxos son “eunucos de teoría y, por eso, no entienden la realidad y llevan 12 años de pronósticos fallidos”.
Mientras el ministro apelaba a esas descalificaciones de muchos de sus colegas, del país, de la región y del mundo, a pocas cuadras se reunía un grupo de dirigentes empresarios con editores de diarios, agencias de noticias y portales, e invitaban a la sociedad en su conjunto, comenzando por la dirigencia política, a tomar la posta de la Constitución y volver al respeto de las instituciones y la legalidad.
El funcionario -que disertó en un encuentro organizado por la Asociación de Economía para el Desarrollo de la Argentina (AEDA), sostuvo también que “el Estado es la herramienta más poderosa para crear mercado” y que “generar demanda es la mejor política para el crecimiento, porque si no hay demanda no va a haber inversión en la oferta”.
Claramente, me quedo con la “ortodoxia” que marca la Constitución y no con la heterodoxia de un ministro que en la teoría se dice que ha mostrado suficientes galardones académicos, pero que en la práctica es uno de los responsables del estancamiento de la economía, la consolidación de los niveles de pobreza, aunque le resulte “estigmatizante” hablar del tema y se resista a habilitar a los técnicos del Indec para que cumplan con la tarea de cuantificar esa realidad social, para poder diseñar las mejores políticas para erradicarla; y el cierre creciente de la economía, junto al retorno de un abultado déficit fiscal y del endeudamiento improductivo del fisco.
Es muy común entre la dirigencia política ver los defectos del vecino y opositores, e ignorar los propios, en particular cuando se tiene función ejecutiva y por tanto se influye en los resultados que tanto se critican.
Kicillof no pasa la prueba ácida de dar crédito a sus denuncias, porque es uno de los que más ha fallado en los pronósticos económicos. Claro está que me refiero a los que el Indec aún permite constatar, porque el cotejo con los datos reales lo degradarían mucho más.
Desde que asumió el cargo de ministro quien ahora trata de “eunucos de teoría” a los economistas del sector privado y más aún de partidos políticos opositores al gobierno nacional no ha logrado cumplir con las metas que fijó en sus presupuestos nacionales y que obligó a sus legisladores a aprobar casi a libro cerrado. “Mis pronósticos no son pasibles de cambios, porque yo no soy un eunuco de teoría”, parece pensar el ministro y lo hace saber a sus dependientes. Haz lo que digo, no lo que hago. Las pruebas están a la vista y grabadas en las páginas de Economía en Internet.
Como Axel Kicillof asumió la conducción de Economía en diciembre de 2011 cuando la presidente Cristina Kirchner lo había designado secretario de Política Económica y Planificación del Desarrollo, con funciones de viceministro, se puede decir que es el responsable de los supuestos del Presupuesto 2013 que se presentó en septiembre de 2012 al Congreso y siguientes, ya como ministro desde diciembre de 2013 cuando el anterior, Hernán Lorenzino dijo “me quiero ir”.
Para 2013 había previsto un aumento del PBI y del consumo de 4,4 y 4,3%, pero la realidad que midió el Indec marcó una suba de la creación de riqueza de apenas 2,9%, aunque alcanzó la meta de consumo. También cumplió con la meta de inflación oficial de 10,8%, pero no pudo lograr lo mismo en materia cambiaria, puesto que frente a un objetivo de 5,1 terminó el año en 6,52 pesos por dólar, tampoco la estimación de exportaciones e importaciones, las cuales quedaron más de 10% abajo.
El fenómeno se agravó en 2014, porque insistió con sus estimaciones optimistas y alejadas de la realidad, en lugar de tomar nota de los errores del pasado reciente. El PBI que había previsto que iba a crecer 6,2% terminó con un suba de apenas 0,5% y el consumo que había proyectado una expansión de 5,7%, cerró con una contracción de 0,1%. Y la inflación que había estimado en 9,9% terminó en 24%, casi una vez y media más. Otra vez, los datos del comercio exterior quedaron más debajo de las metas.
Probablemente, los pronósticos oficiales y privados mejorarían sustancialmente si de una vez por toda la dirigencia gobernante se limitara a respetar la ortodoxia, entendida por las enseñanzas y reglas que durante siglos fueron enriqueciendo a las sociedades modernas y que tienen ambiciones de desarrollo y progreso, en lugar de empeñarse con quedarse y volver al pasado donde abundaban las prácticas dictatoriales, absolutistas y cada vez más lejos de las buenas costumbres de convivencia.
La heterodoxia es necesaria en ocasiones, pero cuando se la adopta como regla, es señal de fracaso, como se advierte en la vigencia de la Ley de Emergencia Económica por más de 15 años, o en la multiplicación constante de los planes asistenciales, porque no se siguen políticas ortodoxas para terminar con el flagelo de la pobreza e indigencia, más aún en un país que produce alimentos para abastecer al equivalente a 11 argentinas, y podría duplicarse si se implementaran medidas pro empresa y pro argentina.
Lección aprendida a medias
La última. El ministro sostiene que “generar demanda es la mejor política para el crecimiento, porque si no hay demanda no va a haber inversión en la oferta”. Con esa definición Axel Kicillof parece haber olvidado que la inversión es también un componente vital de la demanda agregada, junto a las exportaciones. La oferta se compone por el PBI y las importaciones.
Se sabe que la inversión bruta interna fija representa alrededor de un tercio del consumo interno. Pero haberla descuidado con políticas de precios administrados; tipos de cambios múltiples; cepo al giro de dividendos por parte de las empresas multinacionales; y asfixiante presión tributaria, entre otras inseguridades jurídicas, han gravitado en contra del consumo de las familias, porque no sólo desalentaron a los emprendedores con capacidad de generar empleos y elevar la calidad de vida del conjunto de la población, sino porque, peor aún, derivó en la destrucción de puestos de trabajo privados, los cuales no pudieron ser compensados con una exagerada expansión de la dotación en el sector público.
Así se llegó a la situación actual de creciente déficit fiscal, inflación firme en el 2% por mes y sostenido deterioro de la balanza comercial, prenunciando un nuevo fracaso de los pronósticos que el ministro selló en el Presupuesto 2015.