No irriten al siervo

Con la simplificación dialéctica que nos caracteriza, sobre todo al periodismo, calificamos rápidamente de fascismo y de escrache a las agresiones verbales grupales o individuales espontáneas que están sufriendo algunos ex funcionarios kirchneristas. O las descalificamos, más bien.

No son aceptables esos actos, ni son recomendables, ni resultan plausibles de ningún modo, espontáneos o no. Pero no deberíamos apresurarnos a calificar a la sociedad de totalitaria o cobarde por esos sucesos.

Luego de doce años de autocracia creciente, rematados por ocho bajo el pie de una señora que hablaba con Dios y desde un púlpito en cadena lanzaba bravuconadas y admoniciones sobre las cabezas de los ciudadanos, la sociedad está corroborando que fue gobernada por una banda de ladrones despreciables y desaforados.

Si bien esa situación no es novedosa, la fuerza de las imágenes, de las declaraciones de algunos cómplices, la exhibición de mansiones, los montos, los mecanismos de robo y ocultamiento, el cinismo de los personajes, la impunidad, la grosería de los modus operandi, las cifras que se manejan, los nombres que van apareciendo y la evidencia de que todo está podrido, han indignado a la sociedad hasta la bronca. Continuar leyendo

Ahora, cien mil fiscales del gasto

El Gobierno ha anunciado que practicará una auditoría externa (las internas se han desmantelado) en todas las áreas de la administración pública para determinar el estado de situación en el que asume la gestión nacional. Sigue aquí la sugerencia que en su momento realizara el talentoso economista Roberto Cachanosky, con todo tino.

Una auditoría, en el caso del Estado, debería conllevar dos aspectos completamente distintos. Uno es la verificación de todas las normas del manejo presupuestario, las partidas, su ejecución, los diferentes puntos de cumplimiento legal que se requieren de los funcionarios en cada estamento estatal. Ciertamente eso es necesario y probablemente se encuentren irregularidades de diversa importancia, algunas graves y hasta punibles.

El otro aspecto es más parecido al de cualquier empresa privada. El análisis de cada contratación, licitación o acuerdo y los respectivos cumplimientos de las normas de adjudicación. Posteriormente, el estudio del desarrollo de esos contratos, cumplimiento, litigios, demandas, pagos y otras eventualidades. Por supuesto que desde el origen la comparación de precios es fundamental.

En un rubro aparte colocaremos a las tercerizaciones, en cualquiera de sus formatos y en cualquier tipo de prestaciones que se realicen. Este apartado requiere un largo comentario que haremos más adelante. Continuar leyendo

Más deuda para financiar subsidios

Como no soy político ni lo quiero ser, cumpliré mi promesa de adivinar lo que harán los presidenciables si tienen la suerte, o el sino, de ser elegidos. Como siempre, seguimos analizando rubro por rubro lo que proponen y lo que inferimos de cada propuesta.

Avancemos hoy con el tema subsidios. Es parte de la política sobre el gasto (es hora de que haya alguna), pero tiene sentido considerarlo como un rubro aparte por sus implicancias.

La tentación de bajarlos de un golpe alcanza a los principistas liberales y a los gradualistas. Unos porque comprenden el daño de un método que promueve el consumo de bienes escasos, otros porque un sablazo a este rubro les permitiría no tener que hacer cirugía mayor en el gasto, lo que no saben cómo hacer. Ni quieren.

Aquí Daniel Scioli y su grupo están pensando en un sinceramiento muy rápido en las tarifas y más gradual (¿cien años?) en los transportes, aunque el nuevo presupuesto del actual Gobierno no prevé una eliminación drástica en ningún rubro.

Mauricio Macri declama la necesidad de reducirlos, pero salva a los más carenciados. Su posición es aún algo vaga. Tampoco está agitando un cambio instantáneo. El esquema que usó en la ciudad de Buenos Aires no es buen presagio.

Sergio Massa también es gradualista. No ha sido contundente en este punto. Pero hace la concesión casi religiosa de mantenerlos para los más pobres. Defina “pobres”. En este aspecto, como en todos, sus programas son estéticos, no para llevarlos a la práctica. Continuar leyendo

El servicio de Tucumán a la república

El terrible escupitajo a la peor cara del kirchnerismo fue un servicio de Tucumán a la república.

No se trata solamente de un desafío ni de un acto de valentía o rebelión frente a un Gobierno con los peores métodos de sometimiento desde los abusos de los ingenios azucareros de principios del siglo XX, que fueron desde la esclavitud económica hasta la servidumbre sexual.

Se trata de indicar el camino que seguramente deberemos recorrer desde aquí a octubre, desde octubre al 10 de diciembre y luego a lo largo de los próximos cuatro años, quienquiera fuese el candidato ganador en las elecciones generales.

Tuve la suerte, o la desgracia, de anticipar este mecanismo que comenzó el lunes 24 en la nota que publicara en Infobae hace 3 semanas.

Allí hablaba de la necesidad de tomar la calle, no ya como un mecanismo de catarsis, sino como un resorte de poder, o para influir permanentemente en el poder.

Independientemente de que no es esperable que ni José Alperovich, ni Juan Luis Manzur, ni Daniel Scioli (ni Cristina, obviamente) hagan absolutamente nada para corregir el resultado de la elección tucumana, ni tampoco para mejorar el sistema de aquí a octubre, la instantánea reacción de la gente se va a entronizar como un sistema de plebiscito permanente que deberemos usar sin asco ni miedo. Continuar leyendo

¿Aux barricades?

Recientemente, Elisa Carrió anunció que si intentaban robarle los votos, “sacaría la gente a la calle”. Estaba anticipando la desesperación del Frente para la Victoria (FPV) ante la posibilidad de no ganar en primera vuelta, lo que lo condenaría a la derrota en segunda.

Como la diferencia entre el cielo y el infierno kirchnerista puede llegar a ser de solo cuatro o cinco puntos, la presunción de un fraude tiene fundamentos, en especial en las zonas del malón electoral del conurbano, donde para ser fiscal de la oposición se requiere por lo menos ser cinturón marrón de karate.

La profecía de Lilita puede llegar a proyectarse hacia después de las elecciones, cualquiera fuera el candidato ganador. Sobre todo teniendo en cuenta la conformación de las Cámaras, la cristinización del Ministerio Público y el descuartizamiento y la invasión K de la Justicia. Continuar leyendo

Un país en coma inducido

Poco a poco el país se fue parando. Primero la economía: el gasto y la emisión sin control, que al principio empujaran la actividad, se fueron convirtiendo en inflación y más impuestos. La inflación tornaba impensable el ahorro y la inversión e inimaginable el futuro y destrozaba el poder adquisitivo del consumidor.

El cepo fue fatal. Porque ahuyentó el ingresó de divisas y exponenció el aumento de costos en dólares.  Las empresas más grandes ya no pudieron obtener sus componentes importados a tiempo, o no los obtuvieron nunca más. Las pequeñas empresas exportadoras vieron desaparecer sus mercados frente al aumento de sus costos. Las ganancias obtenidas en los primeros años tuvieron que consumirse para durar.

Las mega inversiones se transformaron en declamaciones o en campo de aventureros, locales o extranjeros, o asociaciones de ambos, sin grandes requerimientos de personal ni de servicios. Junto con las reservas se evaporaron las esperanzas y los proyectos. Las empresas ya establecidas decidieron simplemente quedarse en stand by. Los supuestos nuevos inversores esperaban con calma poder negociar con alguien que no necesitara un chaleco de fuerza. Continuar leyendo

La República, trampa de Cristina para Macri

Tal como prometí en mi última nota en que me ocupé del optimismo mágico, querría que analizáramos la situación en que se encontraría el otro candidato, Mauricio Macri, si fuera electo presidente. (Suponiendo que pudiera superar la maniobra de pinzas múltiples que le está haciendo el kirchnerismo).

El obstáculo más evidente es que tendría ambas cámaras legislativas en contra. El Senado por una cuestión matemática y Diputados porque con cualquier resultado esperable se compondría más de un tercio de kirchneristas y afines y luego el otro peronismo, el radicalismo en todos sus formatos, el PRO, los socialismos y demás deudos.

Como ya hemos dicho, el arreglo de la deuda y toma de deuda nueva, el presupuesto, los impuestos, los tratados, la designación de jueces, los juicios políticos y muchas cuestiones que tienen que ver con la reducción del gasto pasan por el Congreso. Continuar leyendo

Por qué corrupción y estatismo son sinónimos

Solemos analizar los temas como si no tuvieran causa y efecto. En el caso que nos va a ocupar, hay mucha más gente de acuerdo con que se erradique la corrupción, que con reducir el grado de participación del Estado en la sociedad. 

Sin embargo, en la práctica son lo mismo, o para ser más precisos. el estatismo desemboca inevitablemente en corrupción, con lo que se vuelve sustancialmente lo mismo en cuanto a los efectos.

El Estado mete el dedo en la realidad por diversas razones. Porque los gobernantes creen que hay funciones que no puede cumplir la sociedad, debido a su valor estratégico, a su falta de rentabilidad, o a la falta de altruísmo del sector privado.

También interviene a pedido de la sociedad, que suele descubrir necesidades propias que son a su juicio tan justas que merecen que las paguen el resto de los habitantes. Y también interviene por mesianismo. Continuar leyendo

El poder y la telaraña de la corrupción

Deslumbrados por convenientes teorías globales en boga, hace mucho que los políticos locales, y no sólo ellos sino también dirigentes de distintos ámbitos y niveles, han adoptado un complaciente paradigma: perseguir la obtención del poder por el poder mismo.

La teoría, como se sabrá, es muy simple: lo importante es conseguir el poder por cualquier medio reputado como legal, no con el afán de imponer algún ideal, alguna ideología o alguna concepción de organización social o económica sino simplemente para detentar – y ostentar – el poder.

Una vez en el poder, se supone, y generalmente ocurre así, que ello da primero más poder, luego riqueza, influencia, boato, privilegios, atractivo sexual y social, ojos celestes, ostentación, relaciones, obsecuencia, acceso a todas las ventajas y, finalmente, de nuevo poder.

Si el político vencedor está muy enfermo, también le da derecho a la venganza, a la destrucción de la sociedad, al insulto, al ninguneo y a la pulverización de todos los valores que lo molestan en algún recóndito lugar de su memoria infantiloide.

Esta teoría, que llamo maquiaveliana recordando la mediocridad espiritual del despreciable italiano, contiene por supuesto un corolario: una vez que se obtiene el poder, debe ser conservado a rajatabla.

Cuando resulten triunfantes, los gabinetes y esquema de colaboradores de esos políticos ya no serán constituidos en función de los planes o proyectos que se quieren implementar, que no existen, ni de acuerdo a ninguna pauta ni requisito de idoneidad, conocimiento o experiencia.  Salvo la lealtad, la obediencia, la obsecuencia y la capacidad de llevar adelante una orden o consigna a cualquier precio, hasta la incineración.

Las reuniones internas son escasas y en grupos muy pequeños, ya que se realizan para dar órdenes o recibir algún informe siempre secreto. No hay un plan ni un proyecto. Hay un modelo. Un modelo de negocios.

Jamás estos políticos tendrán un proyecto integral y orgánico que cubra seriamente una necesidad de la sociedad.  Si se compran vagones de trenes se hace seguramente porque se recibe alguna coima, o por algún  oportunismo político, o por algún favor. Lo mismo si se hacen casas o caminos. No importa que los caminos no vayan a ninguna parte, ni siquiera que se hagan. Importan el cartel, el retorno y la inauguración.

En tal esquema, el técnico, el experto serio, el especialista, el profesional, son obstáculos, ya que  tendrán reticencias para hacer lo que se les manda en cumplimiento de objetivos que no son técnicos y que no comprenden.

Otra característica notoria de esta concepción, es que no se explica, no se dialoga ni se negocia. La idea es: “Yo gané, ahora obedézcanme”. El poder por el poder mismo, impuesto como dogma de fe. La ciudadanía, equivocada por precariedad intelectual y también por miedo a no ser políticamente correcta, tiende a aceptar el razonamiento y hasta a defenderlo, creyendo que está defendiendo la democracia.

En las campañas electorales, suele notarse que ningún partido con posibilidades presenta algo parecido a una plataforma. La gente prefiere creer que “no dicen lo que van a hacer porque si no no los votarían”. Generoso pensamiento que supone que los postulantes tienen un plan preciso y mágico, pero doloroso, que tienen que ocultar a la sociedad como a un niño se lo engaña para que tome el jarabe con gusto a medicina para curarse.

Falso. No dicen lo que van a hacer porque no tienen intención de hacer algo concreto y explicable desde la teoría. Tratarán de conseguir el poder e “irán viendo”.  La gente se apasiona, se pelea, se agrede, se descalifica, y no advierte que está siendo víctima de una trampa montada por todos los actores, que le hacen creer que están en bandos opuestos, pero que luchan para conseguir el poder por el poder mismo.

Después se encargarán de disfrazar con palabras cada obra interminable, cada prebenda, cada rapiña, cada contrato, cada permiso mal dado. Y por eso se advierten tantas contradicciones, que sólo son tales para quien cree linealmente que los gobernantes han trazado un plan y no son coherentes con él.

En este Gobierno que agoniza por plazo y por desprecio a y de la sociedad, hemos asistido a miles de contradicciones. No se trata de errores. Son conveniencias circunstanciales que responden al único plan central: ordeñar y conservar el poder. Sólo son contradicciones para nosotros. No para ellos.

Nótese con cuánta facilidad se pasa del criterio del poder por el poder mismo al desprecio  por los valores republicanos, al desprecio por la eficiencia, al desprecio por la ley, al desprecio por la gente.

Y por supuesto, a un verdadero fraude a la democracia, que no supone en su esencia esta concepción egoísta, inhumana y cínica del poder que en definitiva es delegado temporaria y provisoriamente por el pueblo.

Y nótese lo coherente que es para ese modelo la idea de eternizarse en el poder, ya que el poder pasa a ser un bien propio que ha sido ganado con los votos, lo que incluye el derecho a defenderlo de todos los modos… para siempre.

El kirchnerismo es sólo el heredero natural  de esta concepción, a la que le dio brillo y amplió hasta la indignación.

En este esquema sin ideales, ni ideologías, sin proyecto, sin técnicos ni expertos, sólo con el poder obtenido por la gracia del voto, como antes los reyes lo obtenían por la gracia de Dios, se entronca naturalmente la corrupción.

La corrupción es añeja entre nosotros, pero a nuestros efectos, es importante comprender su funcionamiento.  Una telaraña de favores, órdenes, coimas grandes y chicas, amenazas, delaciones, lealtades, traiciones.

Una mafia que recuerda tanto a la obra de tejido del arácnido, como a su homónima virtual, la Web.  Un juez nombrado por alguien le hace un favor a un tercero a pedido de quien lo designó, y se hace acreedor a un favor.  Un empresario que le paga los estudios al hijo de algún funcionario para obtener contrapartidas futuras.

Favores e ingresos cruzados donde a veces el que se beneficia y el benefactor ni siquiera se conocen. “Dejámelo a mí, yo lo arreglo”, sería la frase clave. Plata negra, lavado, facturas truchas cuyo importe van directo al funcionario,  droga y plata de la droga,  pancheros y plata de los pancheros, colectiveros y plata de los colectiveros, manteros y plata de los manteros, villas y plata del cónsul, el narco repartiendo plata hacia arriba y los costados y protección mafiosa hacia abajo.

A esa telaraña se puede entrar por cualquier lado. Está interconectada como la Web, se paga con bitcoins manchados con sangre, o con desnutrición, o con contaminación, o con descerebrados por el paco.  En el centro de esa telaraña, tal vez hay una araña, pero no hace falta que esté. Ya la red es autónoma.

Necesitado de transformar su esquema de poder por el poder mismo en dinero, el sistema político desaforado necesita tener su propio sistema. Lo encuentra en la telaraña de corrupción. Él le permite transformar lo negro en blanco y viceversa, recibir y dar retornos, comprar apoyos para legitimar ese poder sin alma ni ideas, inclusive comprar votos, del pueblo y de legisladores.  De paso, le permite espiar a todos.

En esa tarea, el poder protege a la web de corrupción, y la telaraña le devuelve agilidad operativa y le monetiza el fruto de su poder al gobierno y a los políticos. El blanqueo delirante y aún viviente es una vergonzosa muestra de esa simbiosis fatídica.

Desde villas a cocina de drogas en los countries, desde monumentales “donaciones” de los importadores de efedrina a las tercerizaciones inexistentes que saquean los presupuestos, desde las fronteras indefensas al contrabando a las tierras arrasadas por la minería salvaje, desde el pacto con Irán a la muerte de un fiscal cuya custodia mira para otro lado cuando tiene que mirar para este lado.

Y agregue cada uno lo que quiera, que seguramente acierta. Esta unión entre el paradigma del poder por el poder mismo y la telaraña de corrupción, es un enemigo del bienestar de la sociedad, de la cohesión de la sociedad, y esencialmente, de la democracia, a la que ha violado impunemente y mantiene secuestrada para violarla cada día de nuevo.

El peronismo nuevamente, y todo el sistema político por detrás, están en el proceso, (que espero fervientemente que no sea sangriento), de elegir a los próximos usufructuarios que vendrán a apoderarse del poder y de la telaraña, a “empoderarse” para hacer lo que se le de la gana omnímodamente.  A decir: “Gané, ahora hagan lo que yo digo”

Con un sistema político cuyos protagonistas se han ocupado de amañar a su conveniencia, difícilmente la ciudadanía podrá votar bien. Tampoco discernir entre los discursos todos iguales, sin plan, sin compromiso, sin liderazgo, sin coraje y sin propuesta, y sospecho que sin gente capacitada para gobernar.

La política debe ser una propuesta unificadora, un proyecto que integre a la nación y a su gente, una idea, una concepción de país. Sobre eso hay que discutir, discrepar y negociar.  Mientras sigamos creyendo que la política es un mecanismo para obtener el poder y luego sacarle el jugo, habrá muchas Cristinas y muchas telarañas en nuestro futuro.

La democracia requiere de un ejercicio de humildad. De propuestas,  convicciones,  persuasión y compromiso. El poder prestado que se otorga a un político debe ser manejado con enorme cuidado, con eficacia, talento y mucha generosidad. Traspasar la nación deshecha, exangüe y ordeñada a un nuevo gobierno no es una viveza. Es una estafa a la sociedad.

Procurar el poder por el poder mismo no es democracia. No es república. No es generosidad. No es decente.

Tal vez algún candidato comprenda que puede ser rentable empezar a hablarle a la ciudadanía como si fuera mayor de edad.

Nisman: La libanización de la Argentina

Hay que hacer un enorme esfuerzo para dejar de lado el estupor, la indignación y la bronca que produce el asesinato del fiscal Nisman para poder vertir alguna idea coherente.  Digo asesinato porque es de lo único que estoy seguro, como casi todos los ciudadanos que no están fanatizados.

Y aclaro prestamente que un “suicido inducido” es un eufemismo nada jurídico para decir asesinato con premeditación y alevosía. La frase, fruto de la propaganda del Estado, es otro intento de manosear, distraer y confundir a la opinión pública, en esta permanente ofensa a la inteligencia del pueblo que practica el kirchnerismo.

Desde las novelas policiales de quiosco de los años 30 a los tratados de criminología, el asesino siempre es buscado entre quienes más se benefician con su muerte. Pero haré un esfuerzo por no aplicar silogismos en este caso, por respeto al lector.

Así como la corrupción es el mecanismo de los inútiles para igualar el éxito económico de los capaces y brillantes, el asesinato es el mecanismo desesperado de los impotentes para dirimir sus diferencias y salvar su pellejo. A ello habría que agregar la reacción paranoica sociopática tan común a nuestros gobernantes para fundamentar fácilmente esa sospecha. La paranoia lleva a la defensa desesperada.

Pero no caeré en esa línea, que sólo sería una reacción hormonal y catártica frente a otra alevosía, a otra falta de respeto por la vida y las instituciones, a otro golpe a la República y al concepto republicano.

Sí en cambio acusaré al Gobierno de algo aún más terrible. De haber libanizado a la Nación. Su impericia, su incapacidad, su resentimiento, la ambición política y/o económica de sus funcionarios, la irresponsabilidad y la falta de ideales y principios, los ha hecho allanar el camino para que la República se transformase en el campo de batalla del espionaje internacional y de cabotaje, un territorio liberado sin fuerzas policiales efectivas, cuando no cómplices, con una Justicia quebrada, sin convicción ni apoyo.

Fuera de caja el espionaje local, resentido, sin conducción, atomizado, desprofesionalizado y con ansias de revancha,  sin un sistema policial y judicial ni siquiera mediocre, y ciertamente sin una cabeza conductora del aparato de seguridad nacional, (ni de ninguna otra cosa) el país es presa fácil de cualquier operación, de cualquier ejercicio de represalia, de cualquier revancha, de cualquier asesino, venga del Gobierno o de cualquier parte.

No muy distinto de lo que está pasando con el poder narco, que ya dirime a tiros sus diferencias en las calles de nuestras ciudades sin otra reacción que el comentario policial de “es una lucha entre mafias”, como si eso fuera un acontecimiento social y no un drama.

Un ejemplo de esa complicidad implícita es la actuación del secretario de Seguridad Sergio Berni y su inexplicable presencia y permanencia en la escena del crimen, con sus posteriores declaraciones confusas y cada vez más autoincriminatorias.

Pero en el afán de no acusar injustamente, prefiero leer el manoseo del Secretario de otra manera: el Gobierno quiere desviar la atención del asesinato.  El gobierno tiene un TOC que lo obliga a desviar la atención de todos los temas que preocupan a la ciudadanía. O mejor, el Gobierno tiene una falta de respeto crónica por la ciudadanía.

Esa falta de respeto por la ciudadanía lo lleva a no hablar con ella, a insultarla y descalificarla, a burlarse de ella, a ningunear a los diarios que lee, los programas que ve y las radios que escuchan las mayorías. A insultar y agraviar a los periodistas más respetados por la gente.

Ese desprecio se extiende al país todo, y a la Patria. No se ocupa de defender sus valores, su territorio, su prestigio, su seguridad, su economía ni su educación. Odia a la sociedad. Un Gobierno sociópata, diríamos si ello fuera psicológicamente posible.

Pacta con Iran, minimiza el narco, se burla de los héroes y de sus valores, desangra la  seguridad. Torpedea la Justicia, rompe el esquema de comunicación con el pueblo y lo deja desamparado e inerme frente a cualquier ataque externo o interno de los más peligrosos enemigos, que ya no son países, sino terrorismo, espionaje, traficantes y lavadores.

Suena declamativo. Pero no es descabellado preguntarse cuán cerca de la traición a la Patria es ese accionar. Esta frase, imposible de decir hasta el domingo, tiene un tremendo significado luego de la muerte del Fiscal Nisman.

Su sangre mancha al Gobierno, el tiro que lo mató nos mató. No, no somos todos Nisman. Pero ahora sabemos que podemos serlo.

Con la impunidad, la ineficacia de la seguridad, la corrupción, el estado de país liberado, la desesperanza y desunión nacional y la complicidad garantizada para los asesinos, sicarios, espías y aventureros, la libanización ya está en marcha. De eso sí es culpable Cristina Fernández de Kirchner.