Por: Dardo Gasparre
Solemos analizar los temas como si no tuvieran causa y efecto. En el caso que nos va a ocupar, hay mucha más gente de acuerdo con que se erradique la corrupción, que con reducir el grado de participación del Estado en la sociedad.
Sin embargo, en la práctica son lo mismo, o para ser más precisos. el estatismo desemboca inevitablemente en corrupción, con lo que se vuelve sustancialmente lo mismo en cuanto a los efectos.
El Estado mete el dedo en la realidad por diversas razones. Porque los gobernantes creen que hay funciones que no puede cumplir la sociedad, debido a su valor estratégico, a su falta de rentabilidad, o a la falta de altruísmo del sector privado.
También interviene a pedido de la sociedad, que suele descubrir necesidades propias que son a su juicio tan justas que merecen que las paguen el resto de los habitantes. Y también interviene por mesianismo.
En otros casos, el Estado interviene para bajar los precios o regularlos, en la convicción de que tal accionar no generará efecto colateral alguno. La gente suele estar muy conforme en primera instancia con estas tareas, como hemos visto en el caso de luz, gas, prepagas, educación y precios en general. (No analizaremos aquí los resultados ni las consecuencias económicas del estatismo sino las éticas y morales)
Cada lector puede hacer un repaso de los distintos aspectos en que el Estado interviene en la vida diaria per se o ante reclamos de los consumidores o usuarios. Todos los casos en que el Estado interviene, terminan provocando, permitiendo, creando, tolerando o estimulando la corrupción.
Tomemos el caso de una prestación de servicios. Aerolíneas, por ejemplo. Lo primero que hace el Estado en estos casos, es eliminar o acorralar a cualquier empresa privada que ose disputarle su terreno. Despidámonos entonces de la competencia y la eficiencia.
La corrupción encuentra luego un terreno fértil. Sin posibilidad de comparar, sin parámetros, con presupuestos infinitamente elásticos, se puede tomar personal innecesario, pagarle de más, firmar contratos de todo tipo con privados (corruptos en su mayoría), no sólo con sobreprecios sino por prestaciones inexistentes. El monto es inmanejable.
Pongamos ahora otro ejemplo. Una empresa de servicios privatizada, por caso. Es privada, pero al privatizarla le han creado un ente de contralor. Ese ente de contralor tiene más gente que la empresa privada. La controladora empieza suavemente, sólo incorporando empleados. Luego subcontrata y terceriza cualquier servicio. Luego, empieza a influir en la privada: le sugiere o impone proveedores, sistemas, tecnología. Al poco tiempo se hacen favores mutuos. Y se presionan mutuamente.
Desde la época de Néstor, también amigos del poder se apoderan de algún porcentaje de la empresa privada. Ahí la corrupción es perfecta, la eficiencia desaparece y la calidad de servicio utópica.
Vamos a otro aspecto directo. El Estado decide controlar precios, importaciones, exportaciones o tipo de cambio. No hace falta un desgaste de fósforo relevante para entender el funcionamiento de la corrupción en estos casos, supongo. De lo contrario, sería muy difícil explicar por qué se siguen regalando dólares subsidiados para “atesoramiento” mientras no hay divisas para medicamentos. El peronismo ha sido experto desde hace décadas en estos manejos.
Pasemos a los sistemas de protección, como el automotor, o de desgravación como el de Tierra del Fuego. Resignando contralores, o creando reglas “a medida”de distintas situaciones, el Estado cambia continuamente los términos de los regímenes, provocando las sospechas, generalmente fundadas, de que se otorgan prebendas por sobre las prebendas.
Regímenes de explotación minera, pesca, recursos naturales o hídricos, donde el Estado primero prohíbe todo y luego negocia y otorga permisos discrecionalmente, son tarde o temprano mecanismos corruptos. Muy en especial cuando se hacen tratados con países famosos por sus prácticas “generosas” en materia de propinas, y no me refiero sólo a China, aunque podría.
Podemos luego cubrir rubros como trenes, represas, usinas o subtes. El Estado prefiere siempre ser el proveedor del servicio, “licitando” la compra de unidades, o la construcción de ciertas obras. Eso le permite negociar con los contratistas y proveedores. Otra interesante fuente corrupta de ingresos para el funcionario, de alto costo para el país. No es sorprendente además, que los proveedores sean siempre de países conocidos por su mano blanda en los retornos.
Pensemos en los sistemas de jubilación y de obras sociales y las masas de dinero que se reparten por esa vía. “Reparten” no es un término que aplico a los beneficiarios de los sistemas, sino a quienes lo manejan.
Aún todo el sistema educativo adolece del mismo problema, aunque la corrupción allí tome otro formato: el de haberse llegado a un esquema que hace que se necesite por año y por curso tres veces más maestros que en Chile.
Nombre el lector cualquier actividad del Estado, y será corrupta.
Usted me dirá ahora: “Todo esto que me dice ya lo sabía”. Perfecto. Y si lo sabe, ¿por qué por un lado despotrica contra la corrupción y por el otro sigue creyendo que hay tantas cosas en que el Estado es imprescindible?
¿Por qué defiende un estatismo que termina siempre en déficits, mala calidad, frustración, descontento, y la sensación (real) de que lo que se paga de impuestos no vuele a la comunidad?
Usted me retrucará: ¿ y qué le hace pensar que los privados harán una mejor tarea? Dele. Estaba esperando esa pregunta.
Las empresas privadas tienen que dar ganancias. No suelen ponerse felices si su personal se dedica a pagar sobreprecios o a comprar servicios que no se prestan. Muchas de las extranjeras tienen reglas muy duras contra la corrupción al Estado y la colusión con funcionarios públicos. ¡Ah! Y presentan balances anuales donde es bastante difícil esconder las trampas.
Y algo muy importante: los privados pueden y deben ser puestos en competencia, que es un buen mecanismo para que las empresas se autocontrolen y se controlen mutuamente. Por supuesto que no hay que ignorar el sistema tan exitosamente usado por los contratistas locales tantos años:
“Esta para mí, esta para vos”, que ha llevado a la exclusión de las empresas internacionales más serias y al invento de que las licitaciones obliguen a armar consorcios internacionales entre extranjeros y locales, garantía de corrupción.
La famosa frase escrita por Repsol cuando “vendió” el contralor de YPF al incorporar sin costo, como socio a pedido presidencial a Eskenazi, “se trata de un experto en mercados controlados” es un agravio a la inteligencia de los argentinos, pero un excelente resumen de la situación.
Pasar una parte importante de las actividades al sector privado, eliminarla directamente o dejar que los consumidores o beneficiarios tomen sus propias decisiones implica también desmantelar la maraña ideológica y legal que se ha construído para perpetuar, apañar y justificar el robo.
En nombre de la seguridad, la producción y la soberanía nacional, no sólo se han perpetrado todo tipo de maniobras, sino que se ha terminado rifando la riqueza entre los peores bandidos.
Sí se puede construir un sistema privado o administrado por privados en competencia que funcione. Existen en muchas partes del mundo. El mayor productor de petróleo del mundo no tiene empresa de petróleo estatal. Nuestra defensa de la soberanía junto a otras estupideces nos han llevado a este desbalance energético de gravedad estratégica.
No puedo garantizar que no tendrá corrupción. Sí que será mucho menor que la actual, y que será un sistema mucho más eficiente que el de hoy.
Voy a poner un ejemplo molesto. Cuando Menem privatizó los cadáveres de las empresas del Estado, la tarea fue muy aceptable, salvo Aerolíneas. Muchos contratos inclusive preveían el fin de la exclusividad en 2000. Al vencimiento de esos contratos, operados durante la 2ª. Presidencia del riojano y la de De la Rúa, se renovaron todos sin licitación y en peores condiciones para el país, cuando más grandes eran los sistemas estatales de contralor sobre las privatizadas. La medida original fue acertada, el Estado grande la desvirtuó.
Todo el sistema de licitaciones nacional, provincial y municipal debe ser revisado para eliminar las trabas a la competencia disfrazadas de protección a la producción nacional y otros palabreríos, y analizados con la mirada de la trampa contenida para evitar que el Estado se disfrace de privado. Obligar a las empresas a competir es el corazón de la economía ortodoxa. Esa si es función del Estado.
Hay muchas ideas para explorar. Suecia, según la mitología telúrica un país socialista, hace 20 años que tiene el sistema jubilatorio totalmente privado y la enseñanza estatal es pagada por el Estado pero gerenciada por privados.
No puedo olvidar el caso de la marca emblemática de fotocopiadoras que se había adueñado de todas las compras del Estado. Cuando aparecieron marcas muy buenas, mucho más pequeñas y más baratas, se las ingenió para que todas las licitaciones dijeran que la copiadora debía medir no menos de… y especificaba sus medidas, mucho mayores que la competencia.
La tarea de bajar el gasto y el latrocinio, es la tarea de achicar el Estado. Debe ser hecha por expertos, especialistas en la vida empresaria y en la administración pública. Con las directivas adecuadas, la corrupción, el gasto y el estatismo bajarán fuertemente, con otras ventajas además de las enunciadas. Falta el soplo de quien esté en el cockpit del piloto.
Y que los argentinos dejemos de decirnos liberales, antiestatistas, antigasto, y al mismo tiempo breguemos porque el Estado haga bajar el precio de las prepagas y los colegios y siga dando gratis fútbol para todos, además de darnos servicios baratos y subsidios para todos, y todas.
Como verá, no sé si ahora estamos tan de acuerdo. No se preocupe, esta nota es el preámbulo de la de la semana que viene, que será un poco más pesada.
Ahí seguro que vamos a estar en desacuerdo.