Más allá de las polémicas y las reacciones que ha creado la aparición de Uber en el país —que no son el objeto de esta nota—, su sola presencia ha tenido algunas virtudes notorias.
Para comenzar, ha mostrado con enorme claridad las consecuencias del estatismo, con su maraña de reglas paralizantes e innecesarias, siempre en nombre de la bondadosa protección que supuestamente se ofrece a la población.
También ha expuesto los males del sindicalismo, que se basa en la obligatoriedad de afiliación y que culmina siempre en la esclavitud de quienes dice defender.
De paso, llamó la atención sobre el proteccionismo y el prebendarismo empresario privilegiado, que, unidos simbióticamente al estatismo, tornan ineficiente cualquier sistema y anulan todas las libertades, tanto de quien ofrece como de quien demanda bienes, servicios o prestaciones de cualquier tipo. Al mismo tiempo, ha evidenciado cómo el Estado es simultáneamente amo y esclavo de su propio totalitarismo, en una confusión que abre paso a todas las sospechas y a todos los extremos.
Como propina, ha exhibido el derecho a la prepotencia que las regulaciones confieren, sobre todo cuando los regulados terminan por regular al regulador, por cualquiera de los medios que puedan imaginarse. Continuar leyendo