Por: Dardo Gasparre
Mi TL es un grupo cualitativo interesante. Intercambiar opiniones en él provee de una gran riqueza de información sobre un sector representativo, educado, inteligente, informado y trabajador. No lo digo para halagar a nadie, lo que no es mi especialidad, sino porque creo que constituye una muestra significativa de los argentinos que sueñan con un país diferente de la actual caricatura.
Justamente por ese valor muestral asusta el grado de descreimiento y escepticismo que exhibe cuando se trata de ideales o de cambios de fondo. Habla de cambiar, defiende y discute candidatos, pero cuando se le propone discutir ideas renovadoras o modificaciones audaces a un sistema claramente corrupto en todas las acepciones, las descarta por default.
Las respuestas ante cualquier planteo profundo de renovación estructural son estereotipadas y unánimes: “eso aquí no se puede hacer”; “es poco realista”; “los políticos sólo piensan en robar”; “a los gobiernos no les conviene”, “¿y eso cómo se logra?” y similares muestras de resignación y casi de sumisión.
En el mejor de los casos se recibe como respuesta una pregunta: “¿ y en qué país se aplica ese sistema? “, que implica no sólo falta de esperanzas, sino falta de creatividad, de innovación, de confianza en nosotros mismos y de movilización en todos los sentidos.
En mi prédica de salir del estatismo bobo y suicida, ya he explicado el ejemplo de Suecia, país al que, encerrados en nuestra burbuja de mediocridad, nos empeñamos en seguir considerando socialista. Suecia, desde 1993, viene haciendo cambios impresionantes en sus sistemas educativo y de jubilaciones, en sus niveles impositivo y de gasto, que están por debajo de la media de la UE. Un solo ejemplo: el mayor fondo de jubilaciones privado del mundo es el de Suecia. Una AFJP, si quiere. No confiscada, obvio.
Y lo hizo por la acción de sus gobernantes. Funcionarios que se comprometieron, hablaron claramente con la sociedad, fijaron metas, las siguieron, respondieron ante la gente por su cumplimiento y resultados. Fueron audaces y creativos.
Ocurre que los mismos argentinos que antes decían “Suecia es socialista y los impuestos son del 75%, ahora dicen: “pero no somos suecos”. Eso y autoproclamarse inferiores es muy similar, me parece, con perdón.
Traigo ahora otro ejemplo que he mencionado en mis tuits, el de Estonia, cuyo historia de cambio puede leerse en varias publicaciones internacionales, (The Economist, Financial Times) de donde tomo la mayor parte de esta información.
Estonia es un país báltico, más pequeño que Jujuy, de 1.400.000 habitantes. Muy sufrido. Padeció guerras de todo tipo. Fue traicionado por los nazis, vivió 45 años bajo una dura dominación soviética, algo peor que el peronismo, su población y su sistema social y económico fueron reiteradamente destrozados.
Recobró su independencia en 1991 y se asoció a la UE, aunque no al euro en sus comienzos. Pese a enormes tropiezos políticos, decidió dar un salto y cubrir sus graves deficiencias de infraestructura y servicio saltando directamente a la tecnología para resolver su burocracia.
Hoy es el país del mundo más rápido e integrado en e-government. Una empresa puede registrarse en 5 minutos. Los formularios impositivos se completan online en un plazo similar (ya vienen prellenados). Su sistema de banda ancha es el más veloz del mundo. Skype, filiales de Nokia y Ericsson, PayPal en su origen, son empresas que desarrollaron sus sistemas con programadores estonios.
El sistema de catastro, inexistente antes de la independencia, fue montado directamente online, en un salteo gigante. Lo mismo ocurrió con su sistema telefónico. Y fue el primer país del mundo en aplicar un sistema de voto electrónico en 2007.
También desde 1993, hace un culto de la apertura de mercados, un flat tax, libre competencia, privatización, y estabilidad monetaria que culminó con la adopción del euro. Completa este panorama con un bajo endeudamiento y una baja presión impositiva, con una alta disciplina fiscal.
Su sistema educativo está totalmente informatizado, y hay varios proyectos mixtos de enseñanza de programación en las escuelas, a niños de 5 años.
Cuando en 2009 recibe el golpe de la crisis de la estafa de los subprime, Estonia decide no devaluar ni endeudarse y en vez, decide “devaluar para adentro” es decir, bajar los costos internos, en especial los salarios y costos laborales. Esa brillante decisión los pone nuevamente en carrera, y hoy gozan de un PBI per cápita medido como les guste 35% más alto que Argentina. En 2011 es aceptada en el sistema del euro.
Nada de todo esto resultó fácil. Los primeros 15 años de vida fueron dramáticos a veces, con cambios políticos muy duros, pero donde la gente mostró ser colectivamente inteligente, tanto al elegir como al echar. Importante: esta verdadera revolución fue gestada por una generación de políticos y funcionarios de menos de 35 años.
Cuando cuento esta historia en mi TL, mi muestra significativa de la clase media inteligente, pujante y llena de valores e ideales, las respuestas son desoladoras: a las muletillas del comienzo, se agrega que ellos no sufrieron el peronismo, ni tienen una clase política corrupta como nosotros y una serie de falsos razonamientos que los americanos calificarían como “bullshit”. Y lo son, a poco que se analice la historia, anterior y reciente.
Mi pregunta es múltiple: ¿tenemos ganas de pensar, de exigirnos y exigir más, de reinventarnos? ¿Seguiremos en esta pereza intelectual y ciudadana? ¿O vamos a seguir llorando eternamente el país perdido como en un tango que ya aburre?
No se trata meramente de una característica. Si la propia sociedad cree que no hay remedio, no habrá remedio. Si el votante cree que lo que va a elegir es otro tramposo o inútil más agradable o menos prepotente solamente, elegirá mal. Poco se puede exigir a los gobernantes y políticos si de antemano creemos que “esto no se puede cambiar”.
Esa manera de pensar, que convalida el fracaso y el fatalismo tanguero, se parece demasiado a la manera de pensar de un esclavo. Y a esta altura empiezo a evaluar, sólo basado en el muestreo de mi TL, si necesitamos un Adenauer o un Espartaco.