¿Es razonable el miedo a la paz santista?

Las FARC no se han bajado de una retórica que exige al Estado colombiano realizar las reivindicaciones sociales y las transformaciones políticas y estructurales por las que ellos dicen estar luchando hace 50 años. Su retórica y sus hechos se convierten en auténticos mazazos a las expectativas de las gentes que en principio se animaron en altísimo porcentaje con el ensayo pacifista.

Esa es una de las fuentes del miedo colectivo, sentimiento al que alude el presidente Santos como estorbo para la paz. Otra está relacionada con la posibilidad de que la guerrilla fariana, hábil y astuta, repita la dosis de convertirse en árbitro de la elección presidencial, cobrando un protagonismo y un poder que no se compadece con su debilidad estratégica. Se piensa que Santos, prisionero de los plazos, podría firmar un acuerdo con otorgamiento de curules, impunidad y sin dejación de armas, mientras se adelanta la campaña electoral para congreso y presidencia.

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El Estado humillado

Una corriente de opinión se ha impuesto, sin mayores dificultades, en distintas esferas de la vida nacional. Según sus más destacados exponentes, el Estado y la sociedad colombiana no tienen nada de que enorgullecerse. En Colombia no hay democracia y el Estado carece de legitimidad.

Somos un país de asesinos dijo un poeta en un momento de iluminación “histórica”. La nuestra es una sociedad forjada a punta de guerras y violencia, de tal forma que pareciera que llevamos incrustado el chip de la maldad en nuestro árbol genealógico.

Eso que algunos llaman la autoestima colectiva, tan importante para no vivir cabizbajos, es materia escasa en colegios oficiales donde profesores adoctrinados en el marxismo caricaturizan nuestro pasado. Tampoco se encuentra en aceptable cantidad en sectores de las élites, que en actitud esquizofrénica reniegan de las instituciones mientras disfrutan de los placeres del mundano capitalismo.

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El presidente Santos pierde los controles

Es francamente desconcertante la pasividad del gobierno ante la fuerte ofensiva que en todos los planos adelantan las FARC. En La Habana lo que el país ha visto es una delegación oficial que peca por su silencio y su falta de valor para defender las instituciones y la democracia colombiana. Siempre han estado a la defensiva, tratando de frenar, inútilmente, el desbordamiento verbal y propositivo de los delegados de la guerrilla que exhiben total iniciativa en todos los temas tratados.

Humberto de la Calle y compañía dan la impresión de ser incapaces de tomar las riendas del proceso y explicar ante el mundo y la nación el por qué las guerrillas deben ceñirse al libreto acordado, respetar las reglas del juego, dar muestras de respeto a sus víctimas y de su compromiso para abandonar el camino de las armas. En torno a esos asuntos es mucho lo que se puede argumentar y, además, insistir ante la opinión internacional en el anacronismo de una guerrilla contra una democracia y del peligro de validar el terrorismo como método de lucha.

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La aburrida actuación de las FARC en La Habana

En La Habana las FARC han ejecutado con lujo de detalles el libreto de una aburrida obra teatral cuya trama consiste en jugar con las expectativas de paz de los colombianos. Dicha obra siempre comienza con un reconocimiento retórico sobre la importancia del diálogo para buscar “la salida negociada al conflicto armado”. El nombre de la paz, manipulado con adjetivos, sirve de bandera para sostener que ella “es mejor que seguir matándonos”, como si los colombianos se estuvieran matando a diestra y siniestra en una guerra civil.

Los agentes del establecimiento, llenos de buena fe y algo de torpeza, han aceptado de buena gana y con gran candor la invitación a hacer parte del elenco en cuatro ocasiones en las que con leves cambios de escenografía y diálogos, concluyen en rotundo fracaso.

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Las FARC y su pedido de una constituyente

La idea de convocar una asamblea constituyente vuelve al primer plano porque los delegados de las FARC en La Habana insistieron de nuevo en plantear que ese es el mecanismo ideal para convalidar los acuerdos entre gobierno y guerrilla. Me supongo que hay algo más que ese angelical interés. Sin abandonar sus viejos ideales de una sociedad comunista (aunque no lo reconozcan así) están notificados por sus camaradas del vecindario y por el polvo de la derrota estratégica que sufrieron en el inmediato pasado, a buscar otros medios distintos a las armas para alcanzar el poder y construir el modelo.

La constituyente sería el mecanismo ideal para iniciar una experiencia de tipo electoral que les permite lavar la imagen de terroristas. Deben ser conscientes de que por sí solos no obtendrían resultados alentadores, por eso han llamado a la conformación de un amplio movimiento de masas conformado por grupos sociales y fuerzas políticas de izquierda en torno a unas banderas que ya no serán de corte revolucionario sino reformista. El ELN también se ha pronunciado en el mismo sentido en su boletín de mayo.

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Colombia: ¿quién tiene las llaves de la paz?

Si es verdad que el presidente Santos llamó al presidente impostor de Venezuela, Nicolás Maduro, para informarle que iba a recibir al jefe de la oposición, Henrique Capriles, estamos ante una clara abdicación de soberanía. Mucho se ha especulado acerca de si la movida de Santos obedecía a un cálculo, algo así como una apuesta para ver qué tipo de reacción tomaba Maduro o más bien una cosa ideada con el fin de demostrar independencia y zafarse de la tutela del vecino en las negociaciones de La Habana con las FARC, y ganar puntos en la contienda presidencial ya en marcha en el país. Sea lo que fuere, es inaceptable que en las relaciones internacionales se proceda como jugando al póker. La política exterior debe llevarse con más seriedad y obedeciendo a criterios muy pensados y de largo aliento.

Si hubo la llamada, eso da para pensar que el acuerdo Chávez-Santos de Santa Marta tuvo un significado mucho mayor que el que sirvió a Santos para declarar a Chávez su nuevo mejor amigo. Haciendo memoria fue exagerado lo que cedió nuestro primer mandatario en aquella histórica cita. Primero, echó en saco roto los justos reclamos por la presencia de bases y líderes farianos en territorio venezolano con aquiescencia del gobierno y sus fuerzas militares. Segundo, Colombia deshizo el trato que tenía con los Estados Unidos para el reforzamiento y modernización de bases militares colombianas, proyecto que había levantado ampollas del gobierno chavista. ¿Todo a cambio de qué? De convertirlo en facilitador de un proceso de paz incierto y sin compromisos serios de parte de la guerrilla para abandonar la lucha armada. De manera que no solo cedimos en materias sensibles de seguridad y de equilibrio estratégico, sino que se abrió el espacio para que Chávez se convirtiera, nuevamente, en factor clave en la resolución de la violencia colombiana, se entrometiera en nuestros asuntos y chantajeara con el retiro de su apoyo ante el más mínimo incidente.

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