El doble estándar —es decir, la virtud de medir los actos ajenos con una vara diferente de aquella con la que se miden los propios— se había transformado en una de las características centrales del relato kirchnerista. Una herramienta fundamental para sostener un discurso “progresista” que no tenía anclaje en la realidad de los actos del Estado dirigido por Néstor Kirchner, primero, y Cristina Fernández, después.
Por ejemplo, ese recurso le permitía a Ricardo Forster —profesor de filosofía y uno de los miembros más conspicuos de Carta Abierta— denunciar ecológicamente el traslado de los árboles de la avenida 9 de Julio para la construcción del metrobús y no decir ni pío acerca de la lucha del pueblo de Famatina, reprimido por el kirchnerista Luis Beder Herrera, contra la contaminación megaminera. O procesar a los militares responsables de desapariciones y otras aberraciones durante la última dictadura y hacer caso omiso y sostener en su puesto al elegido de Cristina al frente del Ejército, César Milani, denunciado por varias personas por su acción represiva en La Rioja durante los años oscuros. O exhibir a un niño jujeño que recitaba en Tecnópolis “No te burles de un colla”, mientras el kirchnerista Gildo Insfrán asesinaba en la ruta a manifestantes de la etnia qom y la Presidente se negaba a recibirlos en una audiencia largamente requerida mediante acampes en el centro porteño. Son sólo algunos ejemplos de la doble vara, de mirar la paja en el ojo ajeno sin ver la viga en el propio. Que tiene una continuidad manifiesta en el método político del Gobierno de Mauricio Macri. Continuar leyendo