La sombra de Bin Laden cubre los diálogos reservados de EEUU e Irán

A ya casi 13 años del fatídico 11 de septiembre y su correlato de miles de muertos y heridos, la estructura original de Al Qaeda ha sido diezmada, incluyendo al propio Bin Laden en su refugio en Pakistán. Durante ese mismo lapso de tiempo, la red no logró articular otro megaatentado de este tipo en territorio de los EEUU o de sus principales aliados. No obstante, una mirada más atenta de la herencia de esa Al Qaeda “vintage” nos mostraría una panorama menos lineal y alentador.

Organizaciones armadas que se declaran herederas de esa matriz religiosa-ideologica de sunismo extremista son actores centrales y crecientes de devastadoras guerras civiles en Siria, Irak y de manera incipiente en el Líbano. Con sus uniformes negros y banderas verdes, los militantes filo Al Qaeda del ISIS y grupos afines han llevado a cabo la friolera de casi 70 atentados con autos y camiones bombas en sólo los últimos 30 días en Irak. Así como la ocupación a sangre y fuego de ciudades cargadas de historia y simbolismo cómo Falluja (bastión sunnita que resistió el avance de los EEUU durante 2003-2004). En el caso sirio, el ISIS ha tomado una gravitación central en la lucha contra el régimen de Assad pero al mismo tiempo ha exacerbado choques internos con grupos laicos, religiosos moderados y kurdos que pelean por desplazar del poder al clan de la minoría alawita (corriente minoritaria del islam con vínculos históricos con el shiísmo y que sólo es mayoría en Irán e Irak). En otras palabras, una guerra civil dentro de otra guerra civil.

Este entramado de religión, historia e intereses geopolíticos, es el marco dentro del cual tanto los EEUU como sus rivales de Irán han encontrado algunos temas de agenda en común que quizás estén ayudando a un cierto acercamiento para resolver la temática del programa nuclear persa anunciado a fines del 2013. No casualmente en las últimas semanas el gobierno shiíta de Irak ha recibido anuncio de asistencia militar por parte de Washington y Teherán. En el primer caso, Bagdad comenzará a contar con sofisticados misiles aire-tierra hellfire, nuevas partida de aviones para combate de contrainsurgencia y la posibilidad cierta de que vehículos aéreos no tripulados sumamente sofisticados que el Pentágono tiene desplegados en Jordania intensifiquen su acción de vigilancia, control y ataque en suelo iraquí.

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Colombia y el espectro del 11-S

Algunos de los escombros de las Torres Gemelas cayeron sobre las FARC.

El pasado 21 de diciembre, la prestigiosa periodista Dana Priest describió y analizó en detalle en un artículo publicado en The Washington Post algo que muchos imaginaban pero no lograban desentrañar en detalle: el rol central y activo de los EEUU en el debilitamiento de las guerrillas colombianas de las FARC durante la última década. Dos factores claves alteraron la reticencia de Washington a adoptar un rol más activo en esa guerra. El primero, el antes y el después producido por los ataques terroristas del 11 de septiembre del 2001 en Nueva York y Washington, y la forma en que ese trauma derivó en una estrategia antiterrorista a escala global.

Dicha estrategia partía de la premisa según la cual -por razones tácticas, estratégicas o, en algunos casos, por engaño y trampa de algunas de las partes- las facciones fundamentalistas islámicas del terrorismo -la red Al-Qaeda en especial o aun la pro iraní Hezbollah y las fuerzas de élite iraníes o Quds- podrían establecer esquemas de cooperación con grupos ateos y marxistas como las FARC o, inclusive, con émulos de “cara cortada” sin otra ideología que el dinero y la buena vida, o sea, con narcos y pandillas latinoamericanas. Bajo esta premisa de “el peor de los escenarios posibles”, la guerra en Colombia contra las FARC y sus más de 20 mil combatientes (para ese mismo momento del 2001) dejó de ser un conflicto ajeno sobre el cual se intentaba interferir lo menos posible.

Desde los años 80, EEUU buscaba ayudar a Bogotá contra el narcotráfico, pero sin “meterse en el barro” del conflicto armado político ideológico que grupos como FARC y ELN planteaban a la democracia colombiana. Pero para cuando las torres gemelas caían en Nueva York, el primero de estos grupos armados llegaba a la cúspide de su poder y algunos de sus múltiples frentes se encontraban a 50 kilómetros de Bogotá (todo un símbolo, aunque ello no significara que pudieran tomar la ciudad o el poder). Los veteranos líderes farquistas ordenaban ataques que, en algunos casos, implicaban el uso de hasta 2.000 combatientes -es decir, el paso de tácticas de guerrillas a una verdadera guerra de movimiento casi convencional.

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EEUU e Irán: de aliados a enemigos, y ahora ¿socios reticentes?

Días atrás, y ya en un contexto de fuertes trascendido, el Grupo 5 + 1 (EEUU, Francia, Reino Unido, Rusia, China y Alemania) anunció un acuerdo transitorio con Irán para restarle vértigo al proceso de la potencia persa hacia el control de la tecnología y el material necesario para fabricar bombas nucleares. Una nueva ronda, en este caso se espera que definitiva, se debería llevar a cabo dentro de seis meses, momento en que ambas partes evaluarán hasta qué punto cada uno ha cumplido con lo comprometido. En el caso de Teherán, centrar su enriquecimiento de uranio a niveles por debajo del 5 % y ya no al 20 %. Si bien para el montaje de un explosivo nuclear se requiere grados superiores al 90 %, aquellos países que logran alcanzar el 20 % están en condiciones tecnológicas y logísticas de llegar al nivel de uso militar. Para simplificarlo, de 0 al 20, el proceso sería semejante a subir un ripio con una muy marcada inclinación y dificultad, para luego tornarse menos pronunciada y fatigosa. Tal como hiciésemos referencia en un par de artículos previos en esta columna, la llegada al poder del pragmático -pero también hábilmente escurridizo- nuevo presidente Hassan Rouhani era una fiel demostración de la voluntad del máximo líder religioso, político y militar de Irán, Ali Khamenei, de darle el visto bueno a una negociación frontal y extremadamente compleja con los EEUU. Asimismo, a mediados del 2014 deberían quedar en evidencia los pasos que las potencias occidentales han dado para atenuar en parte las sanciones económicas y comerciales que afectan más contundentemente la vida cotidiana de Irán.

Salvo una mayúscula sorpresa, que nunca se debe subestimar, todo indica que en 6 meses habrá un avance más allá de los trucos y trabas que puedas surgir. Un fracaso rotundo abriría la puerta de un ataque militar de los EEUU. El presidente Obama tendrá el capital político para mostrar a la opinión pública americana e internacional que su opción por la diplomacia fue firme y sincera, hecho que quedó convalidado por la reticencia a autorizar finalmente los ataques aéreos y misilísticos sobre el régimen de Siria, el más estrecho aliado de Irán en la región. Los cuestionamientos que recibirá de los escépticos de la sinceridad del régimen fundamentalista iraní no harán más que acumular el capital político que la Casa Blanca podrá emplear si se comprueba que Teherán sólo buscó ganar tiempo. No sería la primera vez. Hace poco menos de diez años el entonces principal negociador de temas nucleares de Irán, nada más y nada menos que el actual presidente, supo usar sus habilidades para distraer por un buen tiempo a los EEUU con idas y vueltas mientras el programa de uso civil y militar seguía avanzando a toda velocidad.

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Obama, el Congreso y la oportunidad de comenzar a bosquejar un nuevo consenso de política exterior

Durante el primer tramo de la década de los 70, en un contexto caracterizado por el traumático final de la guerra de Vietnam, el Poder Ejecutivo de los EEUU fue perdiendo márgenes de maniobra en cuestiones de “poderes de guerra” en manos del Congreso. Esa ecuación no fue sustancialmente alterada durante las décadas posteriores. Ni aún por caudillos del peso de R. Reagan en los ’80. Tampoco el fin de la Guerra Fría lo cambiaría radicalmente. El trauma de los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 generaría un escenario en donde el presidente pasaba a tener fuertemente la iniciativa y los legisladores tenían escaso margen de maniobra para oponerse.

Ello se vio claramente en el amplio respaldo de senadores y diputados a la operación militar en Afganistán a fines del mismo año y la invasión a Irak en marzo  de 2003. Habrá que esperar varios años y traumas de sangre y fuego en territorio iraquí para que se fortalecieran las posturas criticas y el reclamo de rectificaciones por parte de los legisladores a la Casa Blanca. Esta fatiga guerrera fue cabalmente entendida por Obama en su campaña electoral del 2008 y en sus dos periodos presidenciales.

Ordenar y acelerar el retiro de la gran mayoría de las fuerzas militares americanas de Irak y el cronograma para hacer lo mismo de acá a fines del 2014 en Afganistán son claro ejemplo de ello, así como el relativo bajo perfil del Pentágono durante la guerra civil en Libia, vis a vis el fuerte activismo del Reino Unido y Francia. No obstante, lo relativamente poco hecho en Libia por parte de Washington fue clave para inclinar la balanza a favor de los rebeldes en los momentos mas críticos y finales del conflicto. La posterior guerra civil siria confirmó la doctrina Obama de intervenir lo mínimo y necesario en conflictos que no hagan al interés vital de la superpotencia.

Mientras las monarquías del Golfo Pérsico y la misma Turquía, todos países con mayoría de población islámica sunita al igual 3/4 de los sirios controlados por una minoría alawita más cercana al shiísmo de Irán y de Hezbollah en Líbano, aceleraban en todo lo posible la ayuda militar y logística a los opositores a Assad, la administración demócrata ponía paños fríos a los halcones que dentro y fuera de EEUU reclamaban una intervención más activa. Para los consejeros de Obama, qué mejor que tener un conflicto armado en donde archienemigos como Al Qaeda luchan a gran escala contra otros rivales de Washington como Assad y las milicias pro iraníes de Hezbollah.

Una destrucción mutua asegurada. No obstante, el uso puntual por parte del régimen de Assad de armas químicas denunciado por medios de prensa internacionales desde abril pasado, motivaron que el presidente americano anunciara una “línea roja” que sinceramente él no creía que alguna vez Damasco cruzaría de la manera en que lo hizo el pasado 21 de agosto. Es decir, lanzamiento de numerosos cohetes con gas sarín contra uno de los barrios de la ciudad, la muerte de 1500 personas y miles de afectados. La credibilidad de la principal potencia internacional, inmersa en una compleja partida de ajedrez con Irán por su programa nuclear, está en juego.

En un primer momento y luego de las evidencias acerca de que efectivamente se trató de armas químicas, Washington pareció inclinarse por un ataque puntual de unas 24 a 48 horas, en donde se abatirían alrededor de 50 blancos militares seleccionados usando misiles crucero de ataque a tierra del tipo Tomahawks III y IV lanzados desde 5 destructores Aegis y uno o más submarinos Ohio en el Mediterráneo, así como algún uso puntual de bombarderos estratégicos B2 y caza bombarderos furtivos F117.

Se trata de una operación con ciertas semejanzas con la Desert Fox que lanzó Clinton contra Irak entre el 16 y el 19 de diciembre de 1998. De manera sorpresiva y luego de rondas de consulta con su jefe de Gabinete y asesores de Seguridad Nacional, Obama decidió buscar el respaldo del Congreso. Inmediatamente los analistas comenzaron a subrayar cómo de esa forma el Poder Ejecutivo parecía orientado a repetir en cierta medida la lógica citada al comienzo de este artículo acerca del fortalecimiento del Poder Legislativo en tema de guerra y paz hace 40 años. A una semana de una resolución del Congreso en este sentido, todo parece indicar que más allá de ideologías, clichés y tentaciones de usos políticos internos por parte de algunos legisladores, el interés nacional primará y el presidente contará con el apoyo necesario.

Transitando un difícil sendero intermedio entre aquellos que postulan directamente la no intervención y aquellos que no quieren andar con chiquitas y directamente exigen el cambio de régimen político en Siria mediante un ataque sostenido y a gran escala, al parecer la postura que podría lograr un relativo consenso sería la de un ataque que degradara sustancialmente la capacidad militar del régimen y el compromiso de acelerar la ayuda militar y logística a las facciones rebeldes alejadas de Al Qaeda. Países claves dentro del Islam como Turquía y Arabia Saudita le darían el respaldo diplomático y militar a la operación. A diferencia de lo que se pensó en un primer momento cuando el Ejecutivo americano se inclinó a lograr un acuerdo con el Legislativo, todo parece indicar que el resultado final parece ser un ataque más contundente y ambicioso.

La Casa Blanca, conscientemente, puede comenzar a transitar la rearticulación de un consenso básico y necesario en materia de política exterior y seguridad nacional que EEUU en gran medida ha perdido de la mano de tres eventos fundamentales: la desaparición de un enemigo poderoso y claro como fue la URSS, la desafortunada guerra de Irak a partir de premisas no verdaderas y la crisis económica estallada en septiembre 2008 y la consiguiente tendencia más aislacionista que este tipo de situaciones genera.

Lograrlo o dejar marcado el camino para que se dé sería una de las mayores herencias de los 8 años de Obama, así como un factor central para gestionar el mix de palos y zanahorias que depara la relación entre EEUU e Irán por el programa nuclear de este último. Una ventana que en los próximos 12 a 18 meses puede derivar en paz o guerra, esta última de consecuencias estratégicas infinitamente mayores a la actual en Siria. Ni que decir de la utilidad de ese eventual nuevo consenso para gestionar el mix de rivalidad y cooperación con la ascendente superpotencia China.

Como proféticamente argumentaba el filósofo I. Kant en el siglo XVIII, las repúblicas tenderán a ser más eficientes para desarrollar su poder económico y militar e imponerse en parte sustancial de las contienda bélicas. Aun antes que él, N. Maquiavelo realizaba una afirmación semejante. Siglos después, los estudios estadísticos llevados a cabo en algunas de las más prestigiosas universidades del mundo de la mano de académicos de la talla de M. Doyle y B. Russett nos muestran que ello ha sido así: entre 1815 y fines del siglo XX, los regímenes políticos dotados de división de poderes y libertad política han triunfado en un 80% de las guerras en que han intervenido.

¿Choque de civilizaciones o “intracivilizaciones”?

Veinte años atrás, el sobresaliente y recientemente fallecido politólogo Samuel Huntington escribía uno de sus artículos mas taquilleros y con impacto mas allá del mundo académico: ”El choque de civilizaciones“. Como siempre polémico, punzante, afirmaba que superada la Guerra Fría ganada por los EEUU y Occidente, los conflictos de las décadas por venir tendrían un fuerte condimento ligado a las variables culturales y religiosas. Variables siempre presentes en la vida del hombre y de los Estados, pero que el los siglos recientes habían pasado un poco al costado de la mano de las ideologías y los nacionalismos.

En esta hoja de ruta que nos ofrecía Huntington, las lineas de toque entre el mundo occidental y las zonas dominadas por el Islam y por la tradición confusiana en Asia deberían ser miradas y tratadas con particular atención. No casualmente, mientras escribía ese ensayo existía una violenta guerra en la zona de los Balcanes, en la puerta de Europa, en donde se masacraban bosnios musulmanes, croatas católicos y serbios ortodoxos.

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