Días atrás, y ya en un contexto de fuertes trascendido, el Grupo 5 + 1 (EEUU, Francia, Reino Unido, Rusia, China y Alemania) anunció un acuerdo transitorio con Irán para restarle vértigo al proceso de la potencia persa hacia el control de la tecnología y el material necesario para fabricar bombas nucleares. Una nueva ronda, en este caso se espera que definitiva, se debería llevar a cabo dentro de seis meses, momento en que ambas partes evaluarán hasta qué punto cada uno ha cumplido con lo comprometido. En el caso de Teherán, centrar su enriquecimiento de uranio a niveles por debajo del 5 % y ya no al 20 %. Si bien para el montaje de un explosivo nuclear se requiere grados superiores al 90 %, aquellos países que logran alcanzar el 20 % están en condiciones tecnológicas y logísticas de llegar al nivel de uso militar. Para simplificarlo, de 0 al 20, el proceso sería semejante a subir un ripio con una muy marcada inclinación y dificultad, para luego tornarse menos pronunciada y fatigosa. Tal como hiciésemos referencia en un par de artículos previos en esta columna, la llegada al poder del pragmático -pero también hábilmente escurridizo- nuevo presidente Hassan Rouhani era una fiel demostración de la voluntad del máximo líder religioso, político y militar de Irán, Ali Khamenei, de darle el visto bueno a una negociación frontal y extremadamente compleja con los EEUU. Asimismo, a mediados del 2014 deberían quedar en evidencia los pasos que las potencias occidentales han dado para atenuar en parte las sanciones económicas y comerciales que afectan más contundentemente la vida cotidiana de Irán.
Salvo una mayúscula sorpresa, que nunca se debe subestimar, todo indica que en 6 meses habrá un avance más allá de los trucos y trabas que puedas surgir. Un fracaso rotundo abriría la puerta de un ataque militar de los EEUU. El presidente Obama tendrá el capital político para mostrar a la opinión pública americana e internacional que su opción por la diplomacia fue firme y sincera, hecho que quedó convalidado por la reticencia a autorizar finalmente los ataques aéreos y misilísticos sobre el régimen de Siria, el más estrecho aliado de Irán en la región. Los cuestionamientos que recibirá de los escépticos de la sinceridad del régimen fundamentalista iraní no harán más que acumular el capital político que la Casa Blanca podrá emplear si se comprueba que Teherán sólo buscó ganar tiempo. No sería la primera vez. Hace poco menos de diez años el entonces principal negociador de temas nucleares de Irán, nada más y nada menos que el actual presidente, supo usar sus habilidades para distraer por un buen tiempo a los EEUU con idas y vueltas mientras el programa de uso civil y militar seguía avanzando a toda velocidad.
Dos países claves y tradicionales aliados estratégicos de la superpotencia americana están siguiendo estas negociaciones con particular interés y resquemor. Nos referimos a Arabia Saudita e Israel, considerados por muchos observadores como dos de los países con mayor capacidad de lobby en Washington. Los sauditas son el tercer proveedor de petróleo de los EEUU, sólo superado por Canadá y México y seguido en un cuarto puesto por la contestataria, pero cumplidora en materia de bombeo de petróleo al “Imperio”, Venezuela.
El acercamiento diplomático, siempre en un contexto de fuertes sanciones económicas y la amenaza de un ataque militar en caso de fracasar las negociaciones, de los EEUU hacia Irán también puede ser visto dentro de una perspectiva de más largo plazo. Nos referimos a la existencia de algunas realidades y tendencias que influyen, si bien no condicionan mecánicamente, para que esto suceda. La presencia de una amenaza terrorista como lo fue, e intenta seguir siéndolo, la red Al-Qaeda, tiene sus raíces en las versiones más extremistas y fundamentalista de los sunníes, la rama del Islam claramente mayoritaria vis a vis la minoría shiíta, la cual sólo supera a los sunnitas en Irán e Irak. Una de las previsible consecuencias de la guerra de Irak en 2003, excepto para los neoconservadores que la alentaron, fue que si se liberaba y democratizaba ese país el resultado final sería la victoria de partidos shiítas ligados en lo político y religioso con Teherán.
Asimismo, desde los traumáticos hechos del 11 de septiembre del 2001 diversas voces en Washington no han dudado en señalar las complicidades más o menos evidentes de sectores poderosos de las monarquías sunnitas del Golfo Arábigo como algunas de las principales fuentes de reclutamiento y financiamiento de la organización del abatido Bin Laden. Una revisión de la cúpula y cargos más importantes de este entramado terrorista mostraría ciudadanos provenientes de los países aliados de los EEUU como son Arabia Saudita, Egipto y más recientemente Yemén. Por su parte, un país que despierta serias preocupaciones en los decisores americanos es Pakistán, única potencia islámica, y sunnita, poseedora de armamento nuclear y con intensa actividad de organizaciones ligadas a facciones talibanes de Afganistán. Asimismo, histórico rival de India, país que, por las idas y vueltas de la geopolítica, se ha erigido como clave en la estrategia de cooperación y diálogo pero también contención de Washington sobre el gigante chino.
Otro cambio no menor, en este caso en el mundo de la energía y el petróleo, es el creciente vínculo existente en esta materia entre Arabia Saudita y China. Esta potencia emergente y socioeconómica y rival estratégica de los intereses estadounidenses ha pasado a ser el mayor comprador de crudo saudita desplazando a los EEUU. Asimismo, la revolución del shale gas y el shale petróleo en suelo de la superpotencia americana está reduciendo progresiva pero sostenidamente las importaciones desde el exterior. En otras palabras, un EEUU con menos dependencia del oro negro árabe y más apoyado en su propia creciente producción y en proveedores cercanos y confiables como Canadá y México, país inmerso en un profundo proceso de reforma de su principal empresa petrolera Pemex. El reciente y tan comentado acuerdo entre el Estado argentino y Repsol de España por la expropiación de YPF ha tenido a la misma Pemex y al Estado mexicano cómo activos actores y facilitadores, con un previsible futuro desembarco de la compañía azteca en las ricas reservas de shale argentino, sólo superadas en el hemisferio americano por las existentes en los EEUU.
Los EEUU supieron ser aliados desde los años 50 a fines de los 70 tanto de Irán, como de Arabia Saudita y de Israel. La primera mitad del siglo XXI difícilmente vuelva a reproducir linealmente esta realidad, pero sin duda podría acercarla, con sus matices y lógicas diferencias, a esa época. Como enseñan los manuales realistas de la política internacional, los Estados no tienen amigos o enemigos permanentes, sino intereses. Este viejo precepto ya presente en los escritos de Tucidides sobre la Guerra del Peloponeso cuatro milenios atrás nos mostraría cómo el Imperio Persa intentó atacar las occidentales ciudades-estado griegas, tales como las míticas Esparta y Atenas, para ser derrotado de manera humillante, sólo para verse unas décadas después a los espartanos y persas aunados contra el poder ateniense. Quizás, a menor escala, estemos asistiendo a una jugada similar a la impulsada en 1972 por Nixon y Kissinger para abrir un canal de diálogo y cooperación táctica con el imprevisible y anciano Mao en la ultraortodoxa china comunista de aquel entonces. Tanto se trate de China o de Irán, ambos son pueblos milenarios con plazos históricos que son casi imposible de comprender para nuestros países con 200, 300 o 400 años de historia. Si han durado, más allá de sus ascensos y caídas durante milenios, es por haber sabido no suicidarse en momentos claves.