La capitulación cultural de Italia

En septiembre de 1979, Oriana Fallaci entrevistó al ayatolá Ruhollah Jomeini en la ciudad iraní de Qom. La entrevista duró seis horas y, en determinado momento, haciendo gala de su carácter aguerrido, la polémica periodista italiana se quitó el chador que tenía puesto y se lo tiró en la cara al líder de la Revolución islámica. Fallaci simplemente no podía tolerar que la mujer fuese privada de su personalidad o de su independencia por clérigos obtusos y por las políticas de un “fanatismo fascista”. Enojada con Jomeini, Fallaci estalló y sentenció: “Ya mismo me voy a sacar este trapo estúpido y medieval”.

¡Vaya si Fallaci estuviera viva! El 25 de noviembre, Hassan Rouhani, el presidente iraní, aterrizó en Italia para dar inicio a una gira europea. Para no ofender a su huésped, la delegación italiana decidió cubrir los desnudos de las estatuas expuestas en los museos capitolinos de Roma. Aunque Rouhani aseguró que él nunca pidió tal cosa, agradeció a los italianos por “hacer todo lo posible para que sus huéspedes estén cómodos”. Según la prensa italiana, fuentes extraoficiales indicaron lo contrario, pero de cualquier forma el caso tiene la misma gravedad. Las estatuas fueron tapadas con paneles de cartón y cajas de madera contrachapada. Además, los ceremonialistas italianos decidieron agasajar a la delegación iraní absteniéndose de servir vino. Continuar leyendo

El peligro del terrorismo islámico en América Latina

Ya hemos sido advertidos, y ya hemos pagado con sangre el precio de la inacción, la inoperancia y la corrupción. Pero a vista de algunos en Latinoamérica el terrorismo parecería ser una invención de la imaginación. Una excusa yankee para justificar intervenciones armadas y designios imperiales. Un guion para dar legitimidad a todo tipo de intromisión; y una suerte de trama confeccionada para socavar la soberanía de las naciones y conquistar recursos vitales.

Estoy hablando de ciertos elementos dentro del pensamiento contemporáneo y de algún que otro artífice del populismo latinoamericano. No obstante, y sin ánimos de entrar ahora en un debate político más amplio, a veintiún años de la voladura a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), la sociedad civil debe concientizarse sobre los peligros que representa el terrorismo internacional. Debemos terminar con las declaraciones obtusas que hacen apología del delito, que básicamente arguyen que el que para uno es terrorista para otro es un combatiente -un freedom fighter- que lucha por la liberación de su pueblo. Como argumenta pues George Chaya, nunca nos pondremos de acuerdo sobre las causas puntuales del terrorismo si nos empecinamos solamente en explicar (y en justificar) la existencia de ideales frustrados.

Aunque no existe una definición internacionalmente consensuada sobre el tema, los expertos por lo menos coinciden en que un acto terrorista es aquel que busca la matanza de civiles y hacedores de decisión. Los terroristas pueden intentar maximizar el número de víctimas atacando un lugar lleno de transeúntes, o bien directamente atentar contra la vida de un funcionario público. Sean a gran escala o en un nivel simbólico, los atentados se llevan a cabo con fines políticos y propagandísticos; y su objetivo final consiste en influenciar, o mismo coaccionar, por medio del miedo y el terror, las decisiones y las políticas de un Estado o una organización internacional. Continuar leyendo

La previsible revelación de los cables sauditas

La semana pasada la polémica WikiLeaks comenzó a difundir cientos de miles de documentos clasificados del Ministerio de Relaciones Exteriores de Arabia Saudita que, desde ya, por la naturaleza de su contenido, complican la imagen de la conservadora, rica y reservada monarquía del Golfo. Según lo reportado por la organización presidida por Julian Assange, entre los cables se encuentran reportes altamente secretos que dan cuenta del modus operandi de la política saudita, basado esencialmente en la compra de influencia mediante sobornos y el flujo de dinero a individuos e instituciones clave. Sin embargo, pese a lo revelador que resulta este Saudigate a los efectos de comprender mejor las intrigas sauditas, el contenido extraído por WikiLeaks difícilmente sorprende. Arabia Saudita es después de todo un país cuya relevancia en la escena global se expresa en términos de petrodólares; sus funcionarios tienen a su alcance una chequera que no conoce límite y que le permite al país comprar la preeminencia que de otro modo no tendría.

La publicación de los cables no ha trascendido como noticia en América Latina, y aun así es una primicia que creo que podría ser tomada para estudiar. Quizás, en términos más generales, el comportamiento de los Estados que utilizan el caudal monetario que deviene de sus riquezas fósiles para financiar su política exterior. En el caso que aquí nos compete podemos extraer algunas observaciones. Según lo constatado hasta ahora por los cables filtrados, los sauditas no tienen escrúpulos a la hora de comprar el silencio de medios e instituciones. También ha quedado (otra vez) en evidencia que el Gobierno saudita mantiene vínculos con terroristas y que se destinan recursos públicos -aunque en rigor todo le pertenece a la familia real y no al pueblo- para monitorear la actividad de sauditas en el extranjero. Continuar leyendo

La efectiva intransigencia de Netanyahu

En diciembre de 1969,Isaac Rabin, en ese entonces embajador de Israel en Estados Unidos, le confió a Menachem Begin que “no es suficiente que un embajador israelí aquí [en Washington] diga simplemente estoy actuando en pos de los mejores intereses de mi país de acuerdo a las reglas. Para promover nuestros intereses, un embajador israelí tiene que sacar provecho de las rivalidades entre los demócratas y los republicanos. Un embajador israelí que no quiere o no es capaz de hacerse su camino a través del complejo panorama político norteamericano para promover los intereses estratégicos de Israel, haría bien en empacar e irse a casa”. Cuarenta años más tarde, si hay algo que la última querella protagonizada por el presidente Barack Obama y el primer ministro Benjamín Netanyahu demuestra, es que claramente la premisa pragmática de Rabin no ha perdido validez.

Es indudable que Netanyahu es capaz de entrometerse por la trastienda política estadounidense y, al menos de momento, salirse con la suya.Efraim Halevy, prominente figura ya retirada de la inteligencia israelí, ha descrito al premier como “una persona inusualmente inteligente, que ha dominado el arte de gobierno con relativa facilidad y que es excepcionalmente dotado en utilizar a los medios, especialmente los electrónicos, a su favor”. Esta es una descripción con la que los detractores del reelecto líder israelí estarían de acuerdo. Desde esta posición, aunque Netanyahu está lejos de convertirse en un estadista, su genio político es evidente. Primero sabe apalancarse de las emociones de su electorado, luego tiene maña para los arreglos a corto plazo para sostener su Gobierno, y por último tiene una fluidez nata para aprovechar la enorme influencia conservadora en Estados Unidos, y mermar con ella la política exterior adversa de la Casa Blanca.

Si bien la mala relación entre Netanyahu y Obama empeoró en este último tiempo por la citada cuestión iraní, la rispa y la desconfianza mutua viene en aumento desde hace tiempo. La mala sintonía entre estos dos líderes se debe en gran parte a las nociones diferentes que tienen sobre la proyección de sus países en el mundo. Netanyahu cree que un Estado palestino pronto se convertiría en un semillero de yihadistas, y cree que Obama no comprende las eventualidades contemporáneas. El presidente norteamericano por su parte cree que el acuerdo entre israelíes y palestinos es indispensable para cementar confianza, pulir la imagen de Estados Unidos, y eventualmente contribuir a la estabilidad de Medio Oriente. El problema entre ellos aparece cuando Obama se encasilló en echarle toda la culpa por el fracaso a los asentamientos judíos en Cisjordania.

La pugna entre un presidente estadounidense y un primer ministro israelí no es una crónica novedosa, y ciertamente no es la primera vez que las incompatibilidades de carácter y personalidad entre los respectivos dignatarios se vuelven manifiestas. En 1977 Menachem Begin quiso aleccionar al presidente Jimmy Carter sobre la situación israelí utilizando mapas, para mostrarle el “big picture” de la situación en la región. Netanyahu hizo lo mismo con Obama en 2011, y como Begin, se discute que su posición dura – algunos dirían “dogmática” – peligra la relación de Israel con Estados Unidos.

Por otro lado debe ser dicho que la desazón no se sustrae solamente a un clivaje entre izquierda y derecha, o a una factura entre una cosmovisión demócrata y otra republicana (en el sentido estadounidense de los términos). Isaac Shamir, tal vez el más maximalista entre los líderes del Likud, mantuvo una tensa relación con George H.W. Bush (republicano) debido a la rotunda oposición del primero a ceder en la cuestión de los asentamientos. En 1991 Jerusalén necesitaba de la ayuda económica de Washington para absorber a centenares de miles de inmigrantes provenientes de la difunta Unión Soviética. Frente a la negativa de Shamir a comprometerse a frenar la construcción de asentamientos en los territorios palestinos, Bush congeló garantías de préstamos por 10 billones de dólares durante más de un año, hasta que el liderazgo israelí cambió y pudo concretar un acuerdo con Isaac Rabin en agosto de 1992.

Akiva Eldar, renombrado columnista de Haaretz, el matutino de izquierda más importante de Israel, dijo que “Netanyahu es Shamir sin bigote”, y que ambos se caracterizan por dominar “el arte de la intransigencia”. Sin embargo, mientras la intransigencia a Shamir le costó el cargo, pues perdió frente a Rabin en los comicios de 1992, la intransigencia a Netanyahu le ha dado resultado. Por lo menos eso es lo que ha quedado confirmado con el devenir electoral de hace un par de semanas. Shamir se vio perjudicado por la falta de interés de los votantes en su visión redentora de los asentamientos. En aquella oportunidad, las preocupaciones del israelí promedio se vinculaban con asuntos de la cotidianidad urbana, que la oposición laborista supo identificar y resumir con el eslogan: “dinero para los barrios pobres, no para los asentamientos”.

El ciudadano israelí de hoy también vota en función de su bolsillo pensando en la situación socioeconómica. No obstante, el éxito en la intransigencia de Netanyahu frente a Obama descansa, en que a diferencia de Shamir, el actual primer ministro ha sabido llevar a tierra las abstracciones de los revisionistas. Aunque todos los dirigentes del Likud han siempre remarcado su oposición a comprometer la seguridad del Estado, Netanyahu ha sabido, en sintonía con la coyuntura, darle un sentido práctico a las aspiraciones mesiánicas de los sectores más duros. Como resultado, preparó una retórica con la cual gran parte de los israelíes puede consentir. De un modo u otro, si la inestabilidad regional y el auge de los movimientos islamistas y yihadistas no le dio a Netanyahu la razón, todos están de acuerdo que estas condiciones le ayudaron a posicionar su agenda.

La jutzpah de Netanyahu

Jutzpah es la palabra que en hebreo criollo refiere a una bravata, una actitud atrevida, a un acto de desafío, de valentía, de creatividad e ingenio, o bien, de soberbia o prepotencia. Tener jutzpah en Israel es un atributo muy valorado pese a las ambivalencias propias del término. Significa en muchos casos presentar un argumento, y ser irrespetuoso, insensible o agresivo frente al receptor del mensaje. Pero la jutzpah también significa desafiar las convenciones, los roles sociales, el protocolo y todo tipo de limitaciones formales. Alguien con jutzpah puede ser impulsivo, una persona que actúa sin premeditar, pero que desde lo positivo, tiene una determinación infranqueable por alcanzar sus objetivos y mostrar su punto de vista, sin importar que tan grande sean los desafíos por delante.

Para bien o para mal, esta competencia describe a la perfección el comportamiento del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, en virtud de su discurso frente al Congreso norteamericano el martes pasado. Su intervención, bienvenida por unos, repudiada por otros, es una clara muestra de intransigencia, que justificada o no, merece especial atención dadas las circunstancias internacionales actuales. En tanto la Casa Blanca busca alcanzar una solución negociada con Teherán al programa nuclear iraní, Jerusalén teme que se este cometiendo un error histórico a costa de la seguridad y – según las voces más críticas, entre ellas la del primer ministro – la misma existencia de Israel.

Hay varios motivos que dan cuenta de la controversia detrás del discurso del premier israelí. En primer lugar, Netanyahu fue invitado a hablar al Congreso por el republicano John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes, sin el consentimiento previo del despacho oval, y lo que es más, pese a su manifiesta oposición. Es un hecho indiscutido que el presidente Barack Obama no tiene una buena opinión de su homólogo israelí, y que las relaciones interpersonales entre ambos son a lo sumo cordiales, pero problemáticas. Quizás no haya habido un contraste de egos tan acentuado entre un líder estadounidense y uno israelí desde que Jimmy Carter tratara con Menachem Begin en 1978 y 1979.

En el marco de las negociaciones auspiciadas por Estados Unidos que decantarían en un acuerdo de paz entre Egipto e Israel, Begin, fundador y líder del partido Likud (hoy heredado por Netanyahu) dijo que “la jutzpah norteamericana hace que mi sangre ebullicione”. Begin se refería a la resolución de Carter por imponer una solución al conflicto palestino, so pena que la relación entre el Estado hebreo y la primera potencia mundial se viera deteriorada. Hoy sin ir más lejos, es un presidente estadounidense quien perfectamente podría decir lo mismo de su contraparte israelí.

Ovacionado por el aplauso bipartisano de los congresistas, Netanyahu le echó en cara a la administración Obama que pactar con Irán sería ingenuo y especialmente peligroso para la paz y la estabilidad regional. Insistió, apelando a la memoria del Holocausto perpetrado por los Nazis, que no se puede tener como socio a un régimen islamista, volcado hacia una misión escatológica, sobre todo vista su intención por obtener una bomba nuclear. Netanyahu remarcó que “ningún trato es mejor que un trato malo”, y alertó sobre las terribles consecuencias que resultarían de la agenda exterior de Obama en la cuestión. No es secreto, desde que los cables diplomáticos revelados por WikiLeaks corroboraran la opinión en boga entre los analistas, que las monarquías conservadoras del Golfo quieren que Estados Unidos “le corte la cabeza a la serpiente” persa. En efecto, incluso si la bomba iraní no se convierte en una amenaza existencial para Israel, sería de todos modos una certera fuente de conflicto, generadora de una carrera armamentística entre el régimen chiita de los ayatolas y los monarcas y dirigentes árabes sunitas.

En declaraciones posteriores para la prensa, Obama, visiblemente fastidiado, reprochó que Netanyahu no ofreciera “ninguna alternativa viable”, y que “la acción militar no sería exitosa como un acuerdo nuclear”. Fustigó a los suyos, correctamente, señalando que la conducción de la política exterior es competencia del Ejecutivo, y no la del Legislativo. Sin duda, la bravata de Netanyahu, asentada en el corazón de la democracia estadounidense, llega como una afronta personal a Obama, desprestigiando su gestión frente al cuerpo más influyente de su país, y mancillando su imagen frente a una vasta audiencia internacional.

Por otro lado, no todo lo que Netanyahu recibió fueron laureles. Por el contrario, sumando a la controversia, a los comentaristas y críticos les resulta comprensiblemente difícil minimizar el hecho de que el discurso se haya producido a dos semanas de darse elecciones generales en Israel. Con su excelente y poderosa oratoria, sin mencionar su impecable inglés, Netanyahu ha capitalizado en el pasado sus habilidades como comunicador para sumar votos y adherentes. Durante la última campaña electoral, a finales de 2012 y comienzos de 2013, afiches políticos del partido Likud leían “cuando Bibi (Netanyahu) habla, el mundo escucha” – una aseveración, que desde ese punto de vista, es indiscutiblemente cierta.

¿Actuó Netanyahu correctamente? Todo depende del punto de vista del observador. Si usted interpreta la jutzpah como omnipotencia, un exceso, falta de respeto o de sentido, entonces la de Netanyahu ha sido una jugarreta inapropiada, quizás egoísta, mas seguramente perjudicial si se evalúa el impacto negativo que podría tener vis-à-vis la administración Obama. En lo absoluto, no es poca cosa ponerse al hombre más poderoso del mundo en contra. Bien, desde otra esquina, si usted aprecia las cualidades positivas del portador de jutzpah, su dedicación y coraje en pos de su objetivo, pese a la certeza de ofender a alguien – sin importar quien caiga – entonces la de Netanyahu ha sido una jugada valerosa, digna de reconocimiento y admiración.

Esta polarización se vive especialmente en Israel. La mayoría de los israelíes concuerdan que un Irán nuclear representa una amenaza existencial para su país, pero las opiniones divergen en cuanto a la actuación de Netanyahu. Están quienes critican al premier por entrelazar la política israelí con la política norteamericana, siendo que su entendimiento y expreso apoyo a figuras republicanas es claro. Con justa razón, también están quienes critican a Netanyahu aduciendo que su discurso fue una provocación innecesaria, siendo posible para Israel expresar su incomodidad con la política de la Casa Blanca por medio de los canales diplomáticos convencionales. Visto así, tiene sentido concebir que, a dos semanas de las elecciones, Netanyahu busca fijar a Irán y a la cuestión de seguridad en la agenda, temas o eslóganes en donde se posiciona por encima de sus rivales políticos.

Desde lo personal, no me convencen las voces que atacan a Netanyahu por querer montar una campaña política a un océano de distancia. Más bien, creo que su atrevida intervención se debe a su sincera y profunda preocupación por el desenlace de la política de apaciguamiento de Washington hacia Teherán. Debe considerarse que las encuestas muestran que Netanyahu podría perder las elecciones frente a su rival laborista, Isaac Herzog, quien coincide con la aproximación de Obama hacia Irán. Netanyahu es bastante consiente de que podría perder las elecciones, y teme por lo que podría deparar el futuro.

Si su discurso no tuvo la intención de cosechar votos en casa, muchos se preguntan, ¿por qué no esperó “Bibi” a después de las elecciones para ir al Congreso? La respuesta, en mi opinión, es que precisamente teme ya no ser primer ministro para entonces. No tengo dudas de que la jutzpah de Netanyahu habla mucho de su ego y de su personalidad, pero en última instancia lo que aquí está en juego es algo conmensurablemente mayor como lo es la supervivencia de su nación. Sin importar las repercusiones diplomáticas, probablemente Netanyahu se pensó forzado a interponerse entre Obama y el Congreso, porque supone que su homologo no comprende la cruel y dura dinámica de los totalitarismos.

Lo que a mi entender es claro, es que Netanyahu ha dado un discurso “churchiliano”, porque percibe que una tormenta calamitosa se está formando sobre Medio Oriente. Basándose en este pronóstico, quedará por verse si el mundo y Estados Unidos toman cartas en el asunto.

La guerra que se avecina

Hace pocas semanas el grupo islámico palestino Hamás instó a Hezbollah, su contraparte chiita y libanesa a aunar fuerzas para combatir al enemigo común de siempre: Israel. De concretarse, semejanza alianza no resultaría en un desenlace inesperado. Ambos grupos comparten un odio ideológico visceral frente a lo que consideran un Estado ilegitimo y colonialista. No obstante, por encima de sus inclinaciones similares, ambos grupos responden a intereses que no siempre coinciden. Siendo actores no estatales, dependen de los víveres provistos por benefactores con agendas disimiles.

Fundados durante la década de 1980, hasta el levantamiento contra Bashar al-Assad en 2011 ambos grupos servían como intermediarios de Siria e Irán. Hamás no expresaba, pese a ser un movimiento sunita, ninguna convulsión en recibir fondos y armamentos mediante la gracia de Teherán. El liderazgo del grupo palestino tampoco podía quejarse frente a la hospitalidad del Gobierno de al-Assad, que le brindaba amparo y protección. Pero una vez que las fallas sísmicas del mundo árabe comenzaron a desplazarse, dando lugar a la guerra civil siria, Hamás se distancio de sus patrones tradicionales. Tomando partido en lo que constituye un conflicto sectario entre sunitas y chiitas, Hamás cambió a un patrocinador por otro. Su líder, Khaled Mashaal, movió sus oficinas desde Damasco a Doha, convirtiendo a su organización en pleno cliente de Qatar.

A diferencia de lo ocurrido con Hezbollah, atada geográfica e ideológicamente a la supervivencia del régimen sirio, el conflicto sectario en el Levante no afectó las prioridades de Hamás, que no desistió de atacar a Israel. Por el contrario, en 2014 el grupo aprovechó la situación regional para guerrear a los israelíes, y sumar puntos a su reputación como movimiento yihadista, verídicamente comprometido con “la destrucción de los sionistas”. Hezbollah en cambio sí vio su agenda alterada, porque tuvo que priorizar la supervivencia de Assad. Pero la situación podría estar cambiando.

Según algunas consideraciones, cuatro años más tarde de haberse iniciado, la guerra intestina entre los árabes lentamente se estabiliza en beneficio de Assad. Las fuerzas gubernamentales controlan la mayor parte de la zona costera del país, incluyendo las principales ciudades de Damasco, Homs y Alepo. Hoy Assad puede dormir tranquilo, a sabiendas de que su seguridad por lo pronto está garantizada.

La irrupción en escena del Estado Islámico (ISIS) en 2013, y acaso más concretamente, la campaña internacional iniciada en su contra el año pasado, ha sin lugar a dudas fortalecido la posición de Assad vis-à-vis Occidente. Apelando a que “más vale diablo conocido que diablo por conocer”, el regente damasceno apuesta a que si no tranzan con él, los estadounidenses por lo menos lo dejen ser. En este contexto los israelíes están más intranquilos. Por un lado, Assad – el diablo conocido – mantuvo una frontera tranquila con el Estado judío, realidad que para muchos lo convierte en la mejor opción frente al prospecto de la alternativa: un Gobierno islámico – el diablo por conocer. Por otro lado, algunos sostienen que la supervivencia del régimen sirio es un cálculo estratégico obsoleto, que debería ser revisado a la luz de su apoyo continuo a Hezbollah. En rigor, desde que fuera derrotada militarmente en la guerra de octubre de 1973, Siria ha buscado guerrear contra Israel por otros medios indirectos, esencialmente patrocinando a grupos terroristas de todo el espectro político y religioso.

En términos de la seguridad de Israel, la relativa mejoría en la situación del régimen sirio presenta una grave amenaza. Suponiendo que las prioridades de Hezbollah se reorientaran a su propósito fundacional, una operación contra el norte israelí sería plausible. El grupo ha adquirido mayor experiencia bélica, y de acuerdo con estimaciones de inteligencia, habría incrementado considerablemente su arsenal balístico. Si en la última conflagración durante el verano (boreal) de 2006 Hezbollah poseía 13 000 cohetes de corto y mediano alcance, ahora podría tener más de 100 000, incluyendo un inventario de misiles capaces de impactar Tel Aviv, que habrían sido provistos por Teherán.

Por supuesto, si el grupo libanés decidiera escalar en un conflicto abierto con Israel, esto pondría en riesgo dejar el flanco de Assad en descubierto, en tanto mayores recursos serían destinados a la frontera sur. Lo que es más, y aquí el dilema en la estrategia de Jerusalén, a esta altura una guerra con Hezbollah implicaría casi seguramente una guerra con Damasco. Con el ataque de helicóptero realizado hace un mes en Quneitra, en el límite entre Israel y Siria, las fuerzas hebreas parecen haber señalado que no tolerarán la apertura de un nuevo frente, o mismo aún, que no tienen intención de verse arrastradas en el conflicto sirio. Israel históricamente ha dependido de la fuerza como política de disuasión. Pero aunque esta disciplina ha funcionado de maravilla con los actores estatales del vecindario, el registro reciente muestra de sobremanera que esta no funciona tan eficazmente con los grupos terroristas transnacionales.

Los conocedores de la materia dejan por sentado que Israel actuará con severidad si los cohetes vuelven a llover sobre sus ciudades y poblados. Si bien una nueva guerra en el sur de Líbano y Siria podría resultar crucialmente perjudicial para Assad (y este podría estar opuesto de antemano a la misma), paradójicamente, un conflicto con los enemigos “imperialistas” de siempre, podría desviar la atención de los yihadistas de toda ramificación hacia la guerra contra los judíos. Si así fuese el caso, la comunidad internacional por descontado clamaría por la autocontención de Israel frente a sus objetivos vitales de seguridad.

Desde lo discursivo, Hasan Nasrallah, el líder de Hezbollah, ha prometido recientemente retaliación contra Israel. Lo cierto, no obstante, es que nunca faltan declaraciones beligerantes entre yihadistas e islamistas contra “el Satán sionista”. En este sentido tampoco sería la primera vez en que grupos islamistas hacen diplomacia entre sí para acordar que Israel debe ser destruido. Lo grave del llamado de Hamás a cooperar con Hezbollah no es la cooperación per se, pero más bien el momento crítico en el que podría llegar a darse esta. Es posible que el guiño de Hamás a Hezbollah represente la frustración del primero frente a un suministro disminuido de arsenal, queriendo ahora este reconciliarse con Irán. En todo caso, debe tomarse en consideración que el Gobierno egipcio de Abdel Fattah el-Sisi, contrario a la gestión anterior liderada por Mohamed Morsi, se ha propuesto ser mucho más estricto con el bloqueo a Gaza desde el Sinaí.

En suma, desde el sur, eventualmente otra guerra contra Israel le permitiría a Hamás agraciarse frente a Teherán. Desde el norte, otra guerra con Israel le permitiría a Hezbollah reafirmar su presencia, y ganar credenciales como elemento activo en la lucha contra los israelíes. Cabe de esperar que Irán se encuentre preparando a sus activos en el Levante como plan de refuerzo, para demorar y enredar el proceso de acercamiento que Barack Obama comenzara hace poco. Una guerra no solamente pondría a Israel en una situación precaria desde el punto de vista estratégico, sino que probablemente desenfocaría la atención de Washington frente a los designios persas. Con una guerra entre Israel y Hezbollah, Irán podría ganar tiempo en su búsqueda por la bomba nuclear, incrementar su influencia, y desviar el foco de atención desde Asad al premier israelí. En contrapartida, como ha sido discutido, la estrategia no está exenta de importantes riesgos.

De llegar a cumplirse este pronóstico, y de volver a caer cohetes sobre suelo hebreo, lo más probable es que los islamistas decidan abstenerse de comenzar una guerra en tanto no haya sido formado un nuevo Gobierno en Israel. Con las elecciones fijadas para el 17 de marzo, es posible que ya adentrado abril, las fuerzas políticas de este país no hayan pactado todavía para formar una coalición. En este momento, una ofensiva por parte de los grupos islámicos inclinaría a los votantes israelíes a votar por la plataforma más seguridad-intensiva, lo que se traduce en el voto a los partidos de derecha – menos moldeables a ceder frente a la violencia. Por todo esto, quedará por verse que sucederá este año, y si en efecto Hamas y Hezbollah encuentran el fatídico momento para atacar.

Kurdistán y el Gran Juego del nuevo Medio Oriente

Cuando en el siglo XIX los estrategas británicos hablaban del “Gran Juego”, se referían a la contienda imperialista entre Gran Bretaña y Rusia por la supremacía de Asia Central. Desde entonces, muchos analistas plantearon que el juego nunca acabó, sino que solamente se reinventó para dar cabida a nuevos jugadores. Esto así, porque tiene mucho sentido analizar la realidad a partir de esta mirada, pues sería muy difícil obviar que existen potencias en constante competencia por ganar mayores cuotas de influencia. Yendo desde Crimea, pasando por Irán y Pakistán, en la actualidad existe un claro tablero geopolítico que reúne, por un lado, a los poderes occidentales encabezados por Estados Unidos, y por el otro, a Rusia y a China. En cuanto a Medio Oriente, podemos apreciar las cosas a través de un prisma similar.

Tras la Primera Guerra Mundial, Francia y Gran Bretaña se dividieron Mesopotamia y el Levante en áreas de influencia, dando creación a nuevos Estados, e instaurando una era marcada por el tutelaje anglo-francés de los asuntos persas y árabes. Finalizada la Segunda Guerra Mundial, Estados Unidos y la Unión Soviética reemplazaron a la cordial alianza europea en el papel de veedores del Medio Oriente, aunque claro, en un rol abiertamente confrontativo. Luego, caído el imperio soviético a principios de los años noventa, las nuevas circunstancias forzaron a casi todos los Estados árabes a ponerse bajo la aegis de Washington. De particular interés, hoy en día, gracias a las insurrecciones que la llamada Primavera Árabe despertó, y gracias al vacío de poder que dejó Estados Unidos tras su retirada de Irak, comienza a deslumbrarse, siempre en términos geopolíticos, un nuevo eje de conflicto alrededor de Kurdistán, el territorio de la etnia kurda repartido entre Irak, Irán Siria y Turquía.

Violentamente reprimidos por los iraníes, y masacrados por los turcos y los iraquíes, los kurdos han tenido el grave infortunio de no conseguir un Estado independiente durante el siglo XX. Si bien en un comienzo, en 1920, los vencedores de la Primera Guerra habrían de asignar una estatidad a los kurdos, la rotunda queja de la entonces flamante República turca de Kemal Atatürk imposibilitó semejante concesión. De este modo, para dar formalmente por finalizada la guerra, en 1923, los aliados debieron ceder frente a las exigencias turcas y sacrificar la autodeterminación del pueblo kurdo. En breves cuentas, desde allí en adelante, se sucedieron y perecieron distintas revueltas orientadas a consagrar un grado de soberanía kurda. Su suerte política cambió decisivamente a partir de la Guerra del Golfo de 1991, la cual debilitó el férreo control de Sadam Hussein sobre el norte de su país, facilitando así la consecución de una zona fácticamente autónoma. Una década más tarde, la segunda intervención norteamericana en Irak reforzó dicha autonomía. La constitución iraquí de 2005 reconoció la existencia de iure del Kurdistán iraquí como una entidad federal, mas lo cierto es que esto ratificaba una realidad ya consumada; dado que en los hechos la región ya era virtualmente independiente. Sumado a esto, ese mismo año se llevó a cabo un referéndum informal, simbólico si se quiere, cuyo resultado reflejó que el 98% de los kurdos iraquíes estaban a favor de la independencia.

El último hito que ha reforzado al autogobierno kurdo situado en Erbil, en claro detrimento de la autoridad central de Bagdad, ha sido sin lugar a dudas el surgimiento del Estado Islámico (EI o ISIS) en el seno de Irak. Por esta razón, no solamente que una independencia formal kurda es posible, sino que hasta parecería ser algo ya inevitable. Irak es a la fecha un Estado fragmentado por la violencia sectaria entre sunitas y chiitas, y el ejército se muestra incapaz de hacer prevalecer el orden, aún con la asistencia logística y aérea provista por la coalición internacional contra el ISIS.

Si hay algo en lo que todos los actores estatales de Medio Oriente coinciden, es que ISIS es una grave amenaza al prospecto de estabilidad. Bien, si hay algo en donde no hay consenso y reina la incertidumbre, es en el análisis que las distintas capitales hacen sobre el mañana, sobre la situación posterior a la desintegración del ISIS, y a la plausible caída del régimen de Bashar al-Assad en Siria. Esta situación explica en gran medida la vacilación de Turquía en relación a la campaña en contra de los yihadistas. Tayyip Erdogan, el mandamás de la política turca, está obsesionado con ver derrocado a Al-Assad, y al mismo tiempo está preocupado por la plausible independencia del Kurdistán iraquí, sopesando que podría causar gran alboroto entre la importante minoría kurda que habita en Turquía, contada entre 11 y 15 millones de personas.

Condicionada por las inclinaciones islamistas de sus líderes, y empeñada en una política exterior que los analistas han acuñado como “neo-otomanista”, Turquía busca desde hace varios años consolidar una imagen positiva entre los musulmanes sunitas de su histórico patio trasero, y entiende que la caída de Assad es un paso indispensable para consolidar tal ansiado liderazgo. Hasta el año pasado, los oficiales turcos suponían que podrían contar con el ISIS para destrabar el conflicto sirio, inclinando la balanza en favor de los rebeldes, sean de la caña que sean. Pero hoy comprenden que el ISIS representa una barrera manifiesta a los expresos deseos de los kurdos por independizarse, de modo que siguiendo con esta trama, el Gobierno de Erdogan ha, por ejemplo, bloqueado el acceso a milicianos kurdos dispuestos a combatir al ISIS.

Podría decirse que Turquía está apostando a un juego peligroso, cuyo riesgo se justifica en evitar a como dé lugar fortalecer la posición kurda. El escenario es delicado, pero el mensaje que envía Ankara es claro: como potencia regional, Turquía debe cumplir un papel en la resolución de la debacle contemporánea.

Irán busca un rol semejante, y aunque dicho Estado actúa como garante y benefactor del régimen sirio, a decir verdad tampoco puede permitirse tener de vecino a un Estado kurdo. Además de que en Irán viven entre 6.5 y 7.9 millones de kurdos, el supuesto nuevo Estado podría representar una potencial amenaza para la seguridad iraní. Teniendo en cuenta que Israel ya ha asentado que reconocería la estatidad kurda, posiblemente los militares iraníes teman que, desde dicha hipotética entidad, puedan llegarse a lanzarse operaciones en su contra. Existen lazos históricos entre judíos y kurdos, y ambos pueblos comparten una larga historia de persecución y opresión. Así como opina Ofra Bengio, un especialista en el tema,  aunque lo más probable es que de declararse independiente, Kurdistán naturalmente priorice no antagonizar sin necesidad con sus vecinos por la cuestión israelí, podría ser posible que ambos Estados cooperasen militarmente entre las sombras.

Otra cuestión de crucial importancia es la beta energética, siendo que es una de las principales fuentes de tensión entre el Kurdistán iraquí y el Gobierno central en Bagdad. El norte del país regido por los kurdos es una región rica en petróleo, con gran potencial de explotación. De darse la separación, el disminuido Irak perdería una importante fuente de ingresos. Empero, siendo que no solo Bagdad se opone a la separación, sino que Ankara, Damasco y Teherán también, Erbil debe decidir entre un argumento pragmático que llamaría a conciliar intereses y a evitar la independencia, u optar sino por llevar a cabo y respetar el resultado de un referéndum que seguramente dictara la autodeterminación. En este sentido, siguiendo el argumento pragmático, Dlawer Ala’Aldeende, el presidente de un think tank de Erbil (MERI), reconoce que es factible que el Kurdistán iraquí termine incrementando su independencia económica, sacrificando su independencia, pero acomodándose de modo seguro con sus vecinos. Lo cierto es que proyectando a tal hipotético Estado, independiente o no, Kurdistán en esencia no dejaría de ser un enclave sin salida al mar. No obstante, de independizarse, sus vecinos podrían tomar represalias asfixiando al nuevo Estado, prohibiéndole el tránsito o bloqueando sus exportaciones petroleras.

Por otro lado, la posición de las potencias globales no alienta la independencia. Rusia y China se alinearían evidentemente en contra de un Kurdistán autodeterminado. Esto implica que si la dirigencia kurda decide perseguir sus históricos anhelos nacionales, su única esperanza sería el reconocimiento estadounidense. Sin embargo, Washington viene también oponiéndose a dicho proyecto. Reconocer a Kurdistán resultaría en una grave crisis con Turquía, una potencia regional, miembro de la OTAN, y significaría dar por muerto el proyecto de reconstrucción federada de Irak iniciado a duras penas tras 2003.

La única certeza es que la cuestión kurda será de ahora en más uno de los ejes principales del debate geopolítico mediooriental. Sean independientes o no, a la luz de los eventos recientes, no debería sorprendernos que al cabo de pocos años Hollywood glorifique la resistencia kurda contra el ISIS. En mi opinión, los kurdos merecen un Estado propio, y tal vez no tendrán mejor oportunidad para asegurarlo que esta. Su lucha contra el avance de los yihadistas ya constituye para muchos una fuente de inspiración que avala moralmente su derecho a la autodeterminación. Pero siendo realistas, quedará por verse finalmente si lo que primará será dicho principio de autodeterminación, o el principio más egoísta de integridad soberana, indicado por la postura pragmática de los políticos y estrategas.