Por: Federico Gaon
Ya hemos sido advertidos, y ya hemos pagado con sangre el precio de la inacción, la inoperancia y la corrupción. Pero a vista de algunos en Latinoamérica el terrorismo parecería ser una invención de la imaginación. Una excusa yankee para justificar intervenciones armadas y designios imperiales. Un guion para dar legitimidad a todo tipo de intromisión; y una suerte de trama confeccionada para socavar la soberanía de las naciones y conquistar recursos vitales.
Estoy hablando de ciertos elementos dentro del pensamiento contemporáneo y de algún que otro artífice del populismo latinoamericano. No obstante, y sin ánimos de entrar ahora en un debate político más amplio, a veintiún años de la voladura a la Asociación Mutual Israelita Argentina (AMIA), la sociedad civil debe concientizarse sobre los peligros que representa el terrorismo internacional. Debemos terminar con las declaraciones obtusas que hacen apología del delito, que básicamente arguyen que el que para uno es terrorista para otro es un combatiente -un freedom fighter- que lucha por la liberación de su pueblo. Como argumenta pues George Chaya, nunca nos pondremos de acuerdo sobre las causas puntuales del terrorismo si nos empecinamos solamente en explicar (y en justificar) la existencia de ideales frustrados.
Aunque no existe una definición internacionalmente consensuada sobre el tema, los expertos por lo menos coinciden en que un acto terrorista es aquel que busca la matanza de civiles y hacedores de decisión. Los terroristas pueden intentar maximizar el número de víctimas atacando un lugar lleno de transeúntes, o bien directamente atentar contra la vida de un funcionario público. Sean a gran escala o en un nivel simbólico, los atentados se llevan a cabo con fines políticos y propagandísticos; y su objetivo final consiste en influenciar, o mismo coaccionar, por medio del miedo y el terror, las decisiones y las políticas de un Estado o una organización internacional.
Irán y el eje bolivariano
Desde hace varios años viene discutiéndose la presencia de grupos transnacionales islámicos en América Latina, y sobre todo la penetración del Hezbollah chiíta-libanés. Sus células están principalmente compuestas por expatriados o descendientes de sirios y libaneses de denominación chiíta, y nadie ya pone en tela de juicio que se han beneficiado enormemente con las políticas de los llamados “Gobiernos bolivarianos” del continente. En efecto, se sospecha que el Gobierno chavista de Venezuela ha facilitado recursos y ha traficado influencias para beneficiar las operaciones del Hezbollah, entre las cuales se destaca el tráfico de drogas y el lavado de dinero; todo en función de proveer financiación para que el grupo chiíta pueda sostener sus actividades. También existen indicios que apuntan a la existencia de vínculos entre Hezbollah y las FARC, como así también con cárteles criminales de México.
En términos políticos, cabe preguntarse por qué razón países y actores no estatales con orientación socialista cooperarían con activistas cuyos valores u objetivos religiosos no se condicen con los emblemas promovidos por el tal llamado progresismo. La única respuesta plausible tiene que ver con el viejo lema que dice que “el enemigo de mi enemigo es mi amigo”. Hasta cierto punto la máxima ofrece algún sentido. Prestamente lo que nos dice es lo siguiente: como no nos gusta Estados Unidos, por extensión no nos gustan sus aliados, y como consecuencia sí nos gustan sus enemigos, todos ellos necesariamente víctimas del yugo imperialista. En otras palabras, lo que observamos es la facilidad con la que los fundamentos de la ideología o la teología son obviados, en aras de permitir una afiliación que de otro modo no estaría destinada a ser. Todo se vuelve posible en pos de destronar a un enemigo mayor.
El año pasado Evo Morales entreveró la política exterior de su país con la misma lógica enemigo-amigo para alivianar el proceso de visado a iraníes, chinos y palestinos. Mientras que estos últimos podrán directamente prescindir del proceso de visado, los israelíes, que hasta ahora podían ingresar libremente a territorio boliviano, deberán solicitar un visado y esperar la aprobación del Directorio de Migraciones en La Paz. Todo esto porque, según Morales, “Israel es un Estado terrorista”.
Este anuncio sería simbólico si no conllevara la posibilidad de un peligroso devenir en su trasfondo. No lo digo por los palestinos, sino más bien por los iraníes. Teniendo en cuenta los antecedentes de la República Islámica en la política latinoamericana, no es para nada acertado (y nada a ser celebrado) que ciudadanos provenientes de este país puedan acceder al país andino con más facilidad. Bolivia, en este aspecto, está solamente siguiendo los pasos de sus aliados, concretamente de Ecuador, Nicaragua y Venezuela, que son de los pocos países en el mundo que no exigen visado a los nacionales iraníes.
Conforme la investigación del fiscal Alberto Nisman, probablemente asesinado por la indagación que estaba llevando a cabo, el peligro viene dado en gran parte por los nexos que mantiene Irán con Hezbollah. El acercamiento entre algunos Gobiernos latinoamericanos con el régimen de los ayatolas indirecta, si no directamente también, ayuda al fortalecimiento de las células islamistas en América Latina.
Hugo Chávez fue el gran conductor del acercamiento entre Teherán y el eje bolivariano, y tiendo a pensar que la llamada “Comisión de la Verdad”-para esclarecer el atentado de la AMIA- responde en principio a presiones de Caracas. En constancia con lo ya mencionado, para Venezuela tendría sentido salvar las distancias entre dos de sus aliados para fortalecer al bloque. No menor, las exportaciones argentinas a Irán durante la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner se dispararon hacia arriba de forma exponencial. Y de más está decir que a dos años y medio de la firma del memorándum, nada ha ocurrido, y ningún sospechoso ha sido entrevistado por la Justicia argentina.
Además de reunirse en varias ocasiones con Mahmoud Ahmadinejad, quien hasta 2013 fuera el presidente de Irán, Chávez en su momento inauguró el vuelo del terror entre Caracas y Teherán, el cual incluía una escala en Damasco. No faltó mucho para que los analistas de inteligencia encontraran inconsistencias en tal aparente vuelo comercial. Parece ser que los pasajeros no eran sometidos a un control aduanero, y que para comprar los pasajes el sistema de reserva de la aerolínea venezolana derivaba los llamados a un teléfono celular argentino. Los vuelos viajaban casi vacíos, y se sospecha que en rigor eran utilizados para transportar explosivos y material radioactivo, como asimismo proveer a espías y a terroristas bajo la paga de Irán de un salvoconducto hacia América Latina.
Análogamente, bajo la cortina de promover misiones culturales, Irán financia a jóvenes latinoamericanos para que viajen becados a la ciudad de Qom, sagrada para el chiismo. Según el testimonio de un estudiante mexicano que participó de dicho intercambio, allí los jóvenes son indoctrinados política y religiosamente, todo como parte de un esfuerzo por mejorar la impronta de la teocracia persa entre los hispanohablantes.
Fronteras permeables
Los expertos coinciden en que la llamada Triple Frontera entre Argentina, Brasil y Paraguay es la meca sudamericana de los ilícitos. Tomadas en conjunto, Ciudad del Este, Puerto Iguazú y Foz do Iguazú forman la capital no oficial de la región en lo que hace a la piratería, al narcotráfico, al tráfico de armas, a la trata de personas y al lavado de dinero. Varios grupos islámicos estarían asentados en la Triple Frontera desde los años ochenta. Según señalan las pistas, desde allí habrían ingresado a la Argentina los perpetradores materiales de los atentados contra la Embajada de Israel (1992) y la AMIA (1994).
Los Gobiernos de la región empezaron a tomar nota del complejo panorama que representa la Triple Frontera tras los atentados en Buenos Aires, pero especialmente después de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en Estados Unidos. Como concluye Mariano Bartolomé, la Triple Frontera proporciona un ejemplo paradigmático del nivel de interrelación que puede suscitarse entre terroristas y el crimen organizado. Dada esta preocupación común, a nivel del Mercosur se han establecido mecanismos de seguridad para compartir información y ahondar esfuerzos en común, incluyendo la participación de asesores estadounidenses. En el marco del trabajo multilateral se han conseguido grandes avances en la lucha contra los flagelos citados, y según Bartolomé, esto ha resultado en un incremento notorio en los niveles de seguridad percibidos en la región.
Por otro lado, de acuerdo con el Departamento de Estado norteamericano, la situación continúa siendo alarmante y presenta diversos desafíos. De los tres países, Brasil es el que parece haber comprometido más recursos a reforzar la seguridad en la zona fronteriza, centrándose en poner coto al narcotráfico. Si bien se han realizado operativos (Frontera Sur, Ágata), lo cierto es que el fenómeno de las redes transnacionales es sumamente difícil de combatir. En lo que respecta al terrorismo islámico, en palabras de los expertos la preocupación ronda entorno a las conexiones de algunos de los miembros de la comunidad libanesa con Hezbollah, y su disposición a financiar sus actividades bajo la forma de remesas supuestamente destinadas a acciones benéficas.
A todo esto, sin embargo, esta zona tripartita no es el único problema de fronteras. Documentos periodísticos recientes han puesto en evidencia el serio deterioro del control fronterizo entre Argentina y sus vecinos. Esto sería especialmente cierto en las regiones norteñas, en donde se podría entrar y salir del país con relativa facilidad, evitando las inspecciones y los controles migratorios efectuados por los gendarmes argentinos. La cooperación multilateral en este sentido no puede y tampoco podrá nunca compensar por las falencias que cada Estado tenga en reforzar su propia seguridad.
Esfuerzos insuficientes y afinidades incongruentes
En términos generales, si se suma el detrimento de la seguridad fronteriza con la incongruencia en los alineamientos geopolíticos de los actores regionales, puede decirse que las amenazas del terrorismo están lejos de disiparse.
A mi juicio, nada ilustra mejor el estado deplorable de esta situación que la visita de Ahmad Vahidi, exministro de Defensa iraní, a Santa Cruz de la Sierra en mayo de 2011. Vahidi tiene un pedido de captura internacional desde 2007 emitido por Interpol por su presunta participación en la concepción inicial del atentado contra la AMIA, pero su inmunidad diplomática le ha permitido evitar el arresto. El caso es que en esos momentos Vahidi hizo una visita oficial a Bolivia para participar en dos actos militares. El mero hecho de que dicha agenda haya podido ser realizada manifiesta la falta de armonía que puede existir entre los intereses de una capital y la otra. Pese a que la circular roja que pesa sobre Vahidi es de público conocimiento, al militar le permitieron aterrizar su avión en suelo boliviano. Si bien el exfuncionario tuvo que irse después de que Argentina protestara, el episodio refleja lo infructuosa que puede llegar a ser la cooperación en materia de seguridad.
Luego, declaraciones como las que hizo Rafael Correa tres años atrás, relativizando la gravedad del atentado a la AMIA en comparación con los bombardeos de la OTAN en Libia, dan cuenta simbólica de que el terrorismo como tal es una preocupación lejos de estar en la mente de todos los mandatarios. Ergo, la agenda ya no se trata solamente de una discusión acerca de los métodos disponibles para combatir el terrorismo, sino también acerca de los principios que lo definen. Es decir, además de ponerse a discutir sobre las herramientas a ser empleadas para salvaguardar la región de este peligro -volviendo a las premisas-, lamentablemente los países todavía tienen que ponerse a discutir acerca de quién es terrorista y qué Estado u Estados apoyan semejante política.
En este aspecto, según como lo veo, como argentino tengo que decir que lamentablemente poco se está haciendo para prevenir un tercer atentado.