Por: Federico Gaon
Jutzpah es la palabra que en hebreo criollo refiere a una bravata, una actitud atrevida, a un acto de desafío, de valentía, de creatividad e ingenio, o bien, de soberbia o prepotencia. Tener jutzpah en Israel es un atributo muy valorado pese a las ambivalencias propias del término. Significa en muchos casos presentar un argumento, y ser irrespetuoso, insensible o agresivo frente al receptor del mensaje. Pero la jutzpah también significa desafiar las convenciones, los roles sociales, el protocolo y todo tipo de limitaciones formales. Alguien con jutzpah puede ser impulsivo, una persona que actúa sin premeditar, pero que desde lo positivo, tiene una determinación infranqueable por alcanzar sus objetivos y mostrar su punto de vista, sin importar que tan grande sean los desafíos por delante.
Para bien o para mal, esta competencia describe a la perfección el comportamiento del primer ministro israelí Benjamín Netanyahu, en virtud de su discurso frente al Congreso norteamericano el martes pasado. Su intervención, bienvenida por unos, repudiada por otros, es una clara muestra de intransigencia, que justificada o no, merece especial atención dadas las circunstancias internacionales actuales. En tanto la Casa Blanca busca alcanzar una solución negociada con Teherán al programa nuclear iraní, Jerusalén teme que se este cometiendo un error histórico a costa de la seguridad y – según las voces más críticas, entre ellas la del primer ministro – la misma existencia de Israel.
Hay varios motivos que dan cuenta de la controversia detrás del discurso del premier israelí. En primer lugar, Netanyahu fue invitado a hablar al Congreso por el republicano John Boehner, presidente de la Cámara de Representantes, sin el consentimiento previo del despacho oval, y lo que es más, pese a su manifiesta oposición. Es un hecho indiscutido que el presidente Barack Obama no tiene una buena opinión de su homólogo israelí, y que las relaciones interpersonales entre ambos son a lo sumo cordiales, pero problemáticas. Quizás no haya habido un contraste de egos tan acentuado entre un líder estadounidense y uno israelí desde que Jimmy Carter tratara con Menachem Begin en 1978 y 1979.
En el marco de las negociaciones auspiciadas por Estados Unidos que decantarían en un acuerdo de paz entre Egipto e Israel, Begin, fundador y líder del partido Likud (hoy heredado por Netanyahu) dijo que “la jutzpah norteamericana hace que mi sangre ebullicione”. Begin se refería a la resolución de Carter por imponer una solución al conflicto palestino, so pena que la relación entre el Estado hebreo y la primera potencia mundial se viera deteriorada. Hoy sin ir más lejos, es un presidente estadounidense quien perfectamente podría decir lo mismo de su contraparte israelí.
Ovacionado por el aplauso bipartisano de los congresistas, Netanyahu le echó en cara a la administración Obama que pactar con Irán sería ingenuo y especialmente peligroso para la paz y la estabilidad regional. Insistió, apelando a la memoria del Holocausto perpetrado por los Nazis, que no se puede tener como socio a un régimen islamista, volcado hacia una misión escatológica, sobre todo vista su intención por obtener una bomba nuclear. Netanyahu remarcó que “ningún trato es mejor que un trato malo”, y alertó sobre las terribles consecuencias que resultarían de la agenda exterior de Obama en la cuestión. No es secreto, desde que los cables diplomáticos revelados por WikiLeaks corroboraran la opinión en boga entre los analistas, que las monarquías conservadoras del Golfo quieren que Estados Unidos “le corte la cabeza a la serpiente” persa. En efecto, incluso si la bomba iraní no se convierte en una amenaza existencial para Israel, sería de todos modos una certera fuente de conflicto, generadora de una carrera armamentística entre el régimen chiita de los ayatolas y los monarcas y dirigentes árabes sunitas.
En declaraciones posteriores para la prensa, Obama, visiblemente fastidiado, reprochó que Netanyahu no ofreciera “ninguna alternativa viable”, y que “la acción militar no sería exitosa como un acuerdo nuclear”. Fustigó a los suyos, correctamente, señalando que la conducción de la política exterior es competencia del Ejecutivo, y no la del Legislativo. Sin duda, la bravata de Netanyahu, asentada en el corazón de la democracia estadounidense, llega como una afronta personal a Obama, desprestigiando su gestión frente al cuerpo más influyente de su país, y mancillando su imagen frente a una vasta audiencia internacional.
Por otro lado, no todo lo que Netanyahu recibió fueron laureles. Por el contrario, sumando a la controversia, a los comentaristas y críticos les resulta comprensiblemente difícil minimizar el hecho de que el discurso se haya producido a dos semanas de darse elecciones generales en Israel. Con su excelente y poderosa oratoria, sin mencionar su impecable inglés, Netanyahu ha capitalizado en el pasado sus habilidades como comunicador para sumar votos y adherentes. Durante la última campaña electoral, a finales de 2012 y comienzos de 2013, afiches políticos del partido Likud leían “cuando Bibi (Netanyahu) habla, el mundo escucha” – una aseveración, que desde ese punto de vista, es indiscutiblemente cierta.
¿Actuó Netanyahu correctamente? Todo depende del punto de vista del observador. Si usted interpreta la jutzpah como omnipotencia, un exceso, falta de respeto o de sentido, entonces la de Netanyahu ha sido una jugarreta inapropiada, quizás egoísta, mas seguramente perjudicial si se evalúa el impacto negativo que podría tener vis-à-vis la administración Obama. En lo absoluto, no es poca cosa ponerse al hombre más poderoso del mundo en contra. Bien, desde otra esquina, si usted aprecia las cualidades positivas del portador de jutzpah, su dedicación y coraje en pos de su objetivo, pese a la certeza de ofender a alguien – sin importar quien caiga – entonces la de Netanyahu ha sido una jugada valerosa, digna de reconocimiento y admiración.
Esta polarización se vive especialmente en Israel. La mayoría de los israelíes concuerdan que un Irán nuclear representa una amenaza existencial para su país, pero las opiniones divergen en cuanto a la actuación de Netanyahu. Están quienes critican al premier por entrelazar la política israelí con la política norteamericana, siendo que su entendimiento y expreso apoyo a figuras republicanas es claro. Con justa razón, también están quienes critican a Netanyahu aduciendo que su discurso fue una provocación innecesaria, siendo posible para Israel expresar su incomodidad con la política de la Casa Blanca por medio de los canales diplomáticos convencionales. Visto así, tiene sentido concebir que, a dos semanas de las elecciones, Netanyahu busca fijar a Irán y a la cuestión de seguridad en la agenda, temas o eslóganes en donde se posiciona por encima de sus rivales políticos.
Desde lo personal, no me convencen las voces que atacan a Netanyahu por querer montar una campaña política a un océano de distancia. Más bien, creo que su atrevida intervención se debe a su sincera y profunda preocupación por el desenlace de la política de apaciguamiento de Washington hacia Teherán. Debe considerarse que las encuestas muestran que Netanyahu podría perder las elecciones frente a su rival laborista, Isaac Herzog, quien coincide con la aproximación de Obama hacia Irán. Netanyahu es bastante consiente de que podría perder las elecciones, y teme por lo que podría deparar el futuro.
Si su discurso no tuvo la intención de cosechar votos en casa, muchos se preguntan, ¿por qué no esperó “Bibi” a después de las elecciones para ir al Congreso? La respuesta, en mi opinión, es que precisamente teme ya no ser primer ministro para entonces. No tengo dudas de que la jutzpah de Netanyahu habla mucho de su ego y de su personalidad, pero en última instancia lo que aquí está en juego es algo conmensurablemente mayor como lo es la supervivencia de su nación. Sin importar las repercusiones diplomáticas, probablemente Netanyahu se pensó forzado a interponerse entre Obama y el Congreso, porque supone que su homologo no comprende la cruel y dura dinámica de los totalitarismos.
Lo que a mi entender es claro, es que Netanyahu ha dado un discurso “churchiliano”, porque percibe que una tormenta calamitosa se está formando sobre Medio Oriente. Basándose en este pronóstico, quedará por verse si el mundo y Estados Unidos toman cartas en el asunto.