Camila y Hernán, íconos del modelo

El 28 de diciembre es tradicionalmente reconocido como el Día de los Santos Inocentes, en obvia conmemoración de lo que según nos relata el Evangelio fue la salvaje matanza de niños recién nacidos en procura de matar al hijo de Dios a pocos días de ocurrido el alumbramiento de Jesucristo.

La cultura popular alteró este acontecimiento netamente religioso, transformándolo en una ocasión propicia para jugarle alguna broma a familiares o amigos, quienes al morder ingenuamente el anzuelo tendido por el bromista reciben como irrefutable testimonio de su candidez un lapidario “que la inocencia te valga”.

En este tórrido diciembre de 2013, seguramente cuestiones relacionadas con la falta de energía eléctrica, el cepo al dólar, la inflación, las increíbles excusas de nuestros ministros y hasta la inexplicable ausencia de nuestra presidente en la emergencia habrán sido material propicio para más de un bromista.

Continuar leyendo

Despertares

¿Notó -amigo lector- cómo por arte de magia, de un día para el otro (en realidad se tomaron algunos días) las máximas autoridades relacionadas con la seguridad y la defensa de la Nación nos reconocieron todo aquello que nosotros -simples ciudadanos comunes- estábamos intuyendo desde hacía algún tiempo? Era verdad nomás, la inseguridad es una de las más altas de la región (según la ONU); el narcotráfico ya no usa estas pampas para ir y venir hacia o desde rentables mercados. Están aquí para quedarse y buena parte de lo que ya no sucede en Colombia sucede ahora en las principales ciudades de nuestro país. Las cárceles federales o provinciales parecen construidas con barrotes de cartón, cerraduras de juguete y muros de yeso.

Resulta ser así que luego de lo infinitamente difícil que es conseguir que finalmente un delincuente ingrese a la cárcel, salir de ellas (legal o ilegalmente) es mil veces más sencillo. El pasado jueves, todos vimos por TV cómo un peligroso delincuente que tuvo en vilo a la bonaerense durante seis horas, a pesar de su frondoso prontuario gozaba de un régimen de detención de puertas abiertas. Abiertas están las puertas de los penales, mientras usted, yo y todos ya no sabemos qué inventar para que las de nuestras casas se mantengan cerradas de la manera más segura posible.

Continuar leyendo

Llegó la paz a la “Libertad”

Con mucha menos repercusión mediática y social que en aquellos días de octubre a diciembre pasados, la diplomacia de nuestro país y la de la República de Ghana pusieron un definitivo final a la controversia desatada por la detención ilegal de nuestro buque escuela fragata “Libertad” en el principal puerto comercial ghanés durante su 43° viaje de instrucción.

Como usted recordará, amigo lector, el origen del embargo se debió al reclamo efectuado por un fondo de bonistas que no entraron en el canje de la deuda soberana de  Argentina, y que creyeron ver en la obtención de esta medida con poco sustento jurídico una buena forma de causar una conmoción política y social de envergadura tal, que diera lugar alguna alternativa más beneficiosa para sus intereses.

Y, tal como ha ocurrido ya en otras situaciones tal vez mucho más dramáticas y terribles, los argentinos tan propensos muchas veces a dividirnos por cuestiones menores antes que a unirnos por grandes ideales, nos pintamos la cara de celeste y blanco, nos hicimos “expertos” en aparejos marineros, fuimos gavieros por tres meses, y nos abrazamos y festejamos -como si fuera el gol del triunfo en una final del mundial de fútbol- cuando el Tribunal Internacional del Mar ordenó al gobierno de Ghana liberar a ese pedacito de Patria que ansiaba inflar sus velas con el viento que la trajera de regreso a su apostadero natural.

Claro que, entretanto, no faltaron las alternativas y condimentos vernáculos que también son parte inescindible de la argentinidad al palo; funcionarios que movían a sus agentes de prensa para aclarar que no eran los responsables del desacierto operacional de haber colocado a nuestra nave en un puerto donde no sólo no teníamos embajador ni mucho menos agregado naval, sino que además pertenecía a un país sobre el que desconocíamos prácticamente todo. Un funcionario de la cancillería recordaba hace algunos días que fue una suerte descubrir a tiempo que el Comandante de la fragata debería llevar bebidas alcohólicas como único obsequio aceptable por parte de las autoridades ghanesas; ya que la falta de este etílico elemento en un encuentro protocolar podía ser tomado como una falta de cortesía por parte del anfitrión.

Pero mientras “sordos ruidos” y “balas de tinta” cruzaban los despachos de la Cancillería , el ministerio de Defensa, la secretaría de Comercio Interior y quién sabe cuántos despachos más, la heterogénea oposición política no perdió oportunidad de intentar sacar alguna tajada de lo que pintaba como desastre nacional; desde una diputada que afirmaba que la fragata no era un buque militar (atacando desde la retaguardia al principal argumento de nuestra defensa) hasta colectas para juntar los 20 millones de dólares para pagar la fianza y algunas otras más.

Es justo reconocer que, si bien el gobierno y sobre todo el canciller (tal vez por no pedir asesoramiento antes de actuar) arrancó errando el rumbo, ya que el Consejo de Seguridad no era el lugar indicado para plantear el reclamo, rápidamente descubrió que en la lejana Hamburgo veintiún expertos internacionales en derecho del mar (entre ellos una argentina) constituyen desde hace años el tribunal internacional que se ocupa de estas cuestiones. Hacia allí se dirigieron poniéndose en manos de la que tal vez sea la mayor experta de nuestra diplomacia en cuestiones de derecho internacional ; me refiero a la embajadora Susana Ruiz Cerutti, quien junto a un equipo de expertos diplomáticos, demostró ante el tribunal que el embargo dispuesto por la justicia de Ghana violaba la Convención Internacional de Derecho del Mar.

Fue así que ni tuvimos que cortar las amarras y escaparnos de noche (fábula marinera ideada por algunos bravos marinos que solo ven el mar desde la orilla y en verano), ni el Capitán Salonio tuvo que cumplir el viejo mandato del Almirante Guillermo Brown -“Es preferible irse a pique que rendir el pabellón”. La fragata volvió a casa “libre de culpa y cargo” y todos festejamos. Siendo que (también hay que reconocerlo) esta vez la “terquedad” presidencial, obtuvo un rotundo éxito.

Pero acallados los fervores nacionales y populares, pocos son lo que entendieron que lo que Hamburgo dispuso fue ni más ni menos que una medida cautelar y que se ordenó a las partes someterse a un arbitraje internacional  en La Haya para dirimir la cuestión de fondo.

A esa instancia Ghana llegaría con un reclamo por las pérdidas sufridas por la negativa argentina a mover la nave a un muelle con menos movimiento comercial que el famoso “muelle 11” que la retuvo durante 74 días, y la Argentina llevaría su exigencia de resarcimiento económico por los daños materiales y morales sufridos por la retención y además con una exigencia de desagravio al pabellón nacional.  Ya que un buque de guerra en puerto extranjero se comporta de la misma manera que una embajada; es decir es un pedazo de suelo patrio en el exterior.

En el medio de los preparativos para la instancia arbitral, la corte suprema de Ghana determinó que el juez de primera instancia que nos embargó el barco se había equivocado. Esto simplificó las cosas y finalmente se acaba de cerrar el arbitraje lo que da por finalizado de una buena vez el conflicto y por sobre todo le da a nuestro barco escuela y a todos los bienes del Estado Argentino equivalentes (buques y aeronaves militares) un adecuado barniz de inmunidad frente a embargos de “buitres, halcones o palomas financieras” ya que difícilmente alguien vuelva a invertir tiempo y dinero en propiciar medidas judiciales con finales adversos ya anticipados por los hechos resumidos en esta columna.

MORALEJA. Las guerras, una vez finalizadas, son estudiadas y analizadas durante años, en claustros militares, diplomáticos y políticos. No solo de los países beligerantes sino por el resto del mundo. De allí se suelen extraer conclusiones (según el caso) para hacer la próxima guerra de una manera “mejor” o para aprender del pasado y evitar una guerra futura (mucho mejor por cierto).

La crisis de la “Libertad” será estudiada por varias generaciones de diplomáticos, políticos y militares ya que fue el primer caso de embargo de una nave militar por cuestiones que no tenían que ver con un conflicto bélico. Hubo un antecedente de un rompehielos soviético hace algunos años pero con condimentos muy diferentes.  El tema está en la oportunidad  que tiene nuestra sociedad y en especial nuestra dirigencia en sacar el adecuado provecho a este rotundo triunfo político y diplomático.

La fragata Libertad no tendrá seguramente una formación de militares ghaneses pidiendo disculpas; rindiendo sus sables en respetuoso saludo ante el paso de la bandera de guerra de la unidad naval. Seguramente tampoco recibiremos un peso de indemnización. Aunque sí el mundo sabrá que fuimos víctimas de un acto ilegal, arbitrario e injusto.

Pero puertas adentro, nos debería servir a gobernantes y gobernados, para redescubrir el valor de las estructuras profesionales de la Nación. Hemos desarrollado en los últimos años una formidable capacidad innovadora intentando dar vuelta como a una media a las estructuras básicas de la Nación. Y tal vez sea bueno asumir que no nacimos como sociedad jurídicamente organizada en 2003. Traemos a cuestas 200 años de aciertos errores y horrores. Pero estos dos siglos nos han permitido también crear instrumentos jurídicos, técnicos y académicos que hacen por ejemplo que tengamos embajadores como la doctora Cerutti. Médicos talentosos que asombran al mundo con sus descubrimientos, arquitectos reconocidos, profesionales en cada campo de la ciencia, del deporte, del arte, etcétera.

Me preocupa cuando veo a tanto improvisado ocupando un cargo para el que no está preparado, cuando se privilegia la afinidad política por sobre el interés de la Nación. Cuando maneja la seguridad quien se formó para curar y cuando veo a nuestra Prefectura Naval custodiando el Parque Chacabuco mientras Gendarmería Nacional recorre la periferia del Puerto de Olivos.

Acabamos de tener un éxito rotundo sobre el que poca gente tomará el adecuado conocimiento, aprendamos de él; tal vez si en lugar de dinamitar el pasado, lo readecuamos al presente, podremos reforzarlo adecuadamente para proyectarnos al futuro.

La resurrección del partido militar: Ella lo hizo

Voy a proponer a los estimados lectores un divertido juego para hacer con la familia en alguna sobremesa dominguera. Consiste reunir si fuera posible, a los abuelos, la tía Porota, los chicos y a sus novias/os, papá, mamá y si la vecina de al lado está con onda, ¿por qué no sumarla también? Repartir papel y lápiz y… en treinta segundos sin repetir y sin soplar escribir nombre y apellido de generales, brigadieres o almirantes de la Nación con actuación destacada (buena o mala) durante su infancia, adolescencia, juventud o adultez.

Recoja los papeles y comience a contar los nombres anotados. Le puedo asegurar que la nona de ochenta y pico “afana por lejos”, seguida de cerca por la tía sesentona, seguramente usted y su pareja que pisan el medio siglo obtendrán un decoroso “bronce” mientras que la nena, el nene y la novia del nene serán cola lejos, habiendo apenas garabateado el papel con el apellido del capitán de la fragata Libertad (¿se acordarán de Salonio, el que aguantó estoico allá en Ghana?)

Continuar leyendo

La paradoja de los ’70

Cuando en 2003 Néstor Kirchner asumió la Presidencia de la Nación, Argentina inició un camino de profunda revisión de su pasado cuyos verdaderos límites aún se desconocen; nos realineamos respecto a nuestros anteriores aliados y adversarios; reescribimos la historia de los -por aquel entonces- 20 años de democracia; y fundamentalmente establecimos una política de culto a los derechos humanos, reabriendo un capítulo negro de nuestro pasado reciente, llevando a la Justicia a una enorme cantidad de miembros de las fuerzas armadas y de seguridad involucrados en la llamada “guerra sucia”, “lucha antisubersiva”, “represión ilegal” o como se lo quiera denominar de acuerdo con la íntima convicción de quien se refiera al tema.

Digo que los límites de esta revisión se desconocen, porque día tras día nos sorprendemos con nuevos alcances y consideraciones, que no han dejado afuera ni a José Gervasio de Artigas, Juana Azurduy y lógicamente la más reciente que incluye a Cristóbal Colón.

Al sólo efecto de priorizar la reflexión antes que la polémica, permítame el lector aclarar, que más allá de lo que personalmente pueda yo pensar de cada una de las acciones antes descriptas, no se puede negar que han sido inspiradas por un gobierno legítimamente elegido por la ciudadanía y que las medidas que han llevado -por ejemplo- al pasar de la obediencia debida y el punto final, al procesamiento de centenares de uniformados, gozan de plena legalidad de forma y de fondo; y que en democracia todos tenemos libertad de pensamiento y opinión pero además tenemos obligación de aceptar lo que los organismos de la democracia disponen.

Asimismo es una realidad innegable que al margen del proceso democrático local, toda América Latina parece haberse alejado del riesgo de interrupciones democráticas con militares como protagonistas. El dudoso triunfo de Nicolás Maduro en Venezuela, y el desplazamiento de Fernando Lugo en Paraguay son cuestiones que pueden ser discutidas pero que no se comparan a la vieja asonada militar.

Así las cosas, quienes vivimos como jóvenes o adolescentes los gobiernos militares de la Revolución Libertadora de Aramburu y Rojas, la Revolución Argentina de Onganía, y el Proceso de Videla y Massera nos fuimos imbuyendo de la nueva y sana costumbre de la democracia perpetua- a la que cualquier argentino sub 30 concibe naturalmente como la única forma válida de gobierno

Pero como ocurre cada vez que una sociedad afronta procesos que imponen cambios de paradigma, la coexistencia de diferentes formas de pensamiento forjadas en circunstancias históricas distintas trae aparejados duros enfrentamientos (gracias a Dios retóricos en la mayor parte de las veces) que crean antagonismos entre los adherentes a alguna de estas clásicas posturas: “teoría de los dos demonios”, “genocidio unilateral contra jóvenes idealistas”, “guerra contra la subversión” y alguna que otra variante de ellas.

Como el hombre es un animal de costumbre y como además la acuciante realidad deja cada vez menos tiempo para el análisis histórico, los militares fueron desfilando hacia las cárceles, las marchas en su defensa fueron desapareciendo del paisaje urbano y el tema militar -para ser honestos- pasó a estar último en la tabla de posiciones de la actualidad nacional (casi al punto de irse a la “B”).

El incendio del Irizar, el embargo de la Fragata Libertad, el papelón antártico de Puricelli, el fallecimiento de Videla y algún que otro hecho aislado, devolvieron el mundo de los uniformados a las pantallas de televisión y primeras planas de los diarios, de forma muy puntual y acotada.

Hasta ahora… Desde hace un par de semanas, políticos, periodistas, analistas militares de primer nivel, senadores, organismos de DDHH y hasta programas de chimentos han vuelto a colocar en lugar protagónico no sólo a un general de nuestro ejército sino a la razón de ser de la actividad militar argentina.

Y es aquí donde necesariamente corresponde “parar máquinas” y atreverse a repensar si todo lo que con el ya nombrado amparo legal y consenso político hemos revisado en los últimos años no nos ha colocado en una paradoja que nos obligue a desandar en parte nuestros pasos, para justificar nuestros actos del presente.

En una columna anterior, he señalado que a diferencia de lo ocurrido en países como Chile, Brasil o Uruguay, la Argentina -al margen del castigo impuesto a los militares condenados por hechos relacionados con los ’70- pareció “colocar en penitencia” a todo el aparato militar de la Nación y, más aún, la Defensa de la Nación pasó a ser una especie de tabú para la clase política de casi todos los signos. Es sabido que en las apetencias de los “ministeriables” de 1983 hasta el presente, difícilmente el Ministerio de Defensa haya sido considerado algo más que un premio consuelo para quien fue “honrado” con esa cartea. Baste con indagar cómo tomó el actual ministro su designación para el cargo.

Presupuesto casi nulo (mayormente destinado al inevitable pago de salarios), inversión inexistente, presencia pública cercana al cero, desplantes muchas veces innecesarios y reformas legales y reglamentarias hechas más bien para limitar al máximo la actividad militar que para adecuarla al presente, han sido una constante.

Sí. Es verdad, estamos en Haití y en algunas otras misiones de paz. E intentamos armar algún que otro radar, un vehículo gaucho (más bien gauchito) y mostramos la decadencia militar en Tecnópolis, pero creo que todos sabemos en donde estamos parados en materia de defensa.

Y de la mano de ese coto a las “ínfulas uniformadas” renunciamos para usar a nuestros militares y a sus medios y capacidades para cualquier cosa que tenga que ver con la seguridad interior a diferencia de lo que hacen casi todos los países del mundo cuando la situación lo amerita . También (respecto a aquel pasado tenebroso) determinamos que un cabo, un teniente de fragata o un general eran exactamente lo mismo a la hora de rendir cuentas ante la justicia por los “excesos cometidos” en aquella lucha o como cada uno de nosotros guste llamarla.

Y de nada valieron los argumentos de más de uno de los jerarcas procesados cuando se declaraban absolutamente responsables por las ordenes por ellos dictadas, pretendiendo desligar a jóvenes oficiales o suboficiales de cualquier responsabilidad. En virtud de aquel viejo axioma militar (vigente al menos hasta la actual revisión de la historia) sobre que “las ordenes no se discuten, se cumplen”.

Así fue que marcharon presos, almirantes y generales pero también quienes por aquellos años eran tenientes y cabos. Sin chistar o chistando poco, sin fugarse hasta que alguna cámara de apelaciones se apiadara de ellos y sin esperar ni pretender que las nuevas generaciones de uniformados se aparten de sus deberes para salir en su defensa.

Todos recordarán que el ex comisario Luis Patti, siendo ya diputado electo, terminó preso porque alguien lo reconoció por su voz a pesar del tiempo transcurrido y del hecho de haber sido un muy joven oficial por aquellos días. Hubo un caso de un oficial naval que al parecer bromeó ante un detenido con el nombre de una conocida avenida de la zona norte de Buenos Aires, colocado en honor a un antepasado suyo y al que luego su apellido coincidente con el nombre de esa avenida lo delató; y así mil historias.

Y llegó un día en el que cuando todo parecía hacernos creer que esta forma de haber “resuelto nuestro pasado” estaba totalmente cerrada a discusión alguna, la realidad se empeña en colocarnos en una especie de “segundo tiempo” de un partido de fútbol en el que los protagonistas han cambiado de arco. Y los que antes se erigieron en severos fiscales y custodios de la democracia, la república y los derechos humanos, tratan ahora de justificar algo que -en opinión de muchos que fueron condenados y tildados de fascistas defensores de genocidas- era una verdad de manual. Los jefes ordenan, los subordinados obedecen.

Ahora -según nos dicen-, no siempre está mal echar mano a los aparatos de inteligencia militar para espiar un poquito para adentro y no se siempre se puede dejar sin trabajo y menos aún condenar a una persona adulta y llena de galones, por lo que tal vez pueda haber hecho cuando era sólo un humilde subordinado con inescrupulosos superiores.

Y no parecería ilógico imaginar ahora; a algún encumbrado funcionario nacional, rodeado de asesores, sobre un escritorio repleto de discursos de campaña, de copias de expedientes judiciales, de fotos de marchas y escraches, hojeando el famoso Nunca Más en su versión riojana y exclamando, totalmente desorientado, “Y ahora… ¿qué hacemos?

La inteligencia militar

En cualquier texto básico de cuestiones militares la “Inteligencia” se define como “El conjunto de tareas que llevan adelante las unidades específicas de las fuerza militares, para recoger información sobre el enemigo (actual o potencial) para posibilitar la adecuada planificación de las eventuales operaciones”.

Pero para decepción de los lectores, no me voy a referir a esa “Inteligencia” (al menos por ahora) sino a la otra, a la que tarde o temprano tendrán que apelar no sólo nuestros uniformados, sino por sobre todo la conducción civil de las fuerzas armadas de la Nación, para –más allá de los discursos– enmarcar y dotar a su accionar de manera tal que la profesión militar tenga sentido para que quien la elige y fundamentalmente para el país.

Continuar leyendo

Generales nuevos, tanques viejos

La noticia del recambio de las cúpulas de las tres fuerzas armadas y del Estado Mayor Conjunto, anunciada recientemente, movió algunas décimas el amperímetro de la actualidad nacional, muy por debajo por cierto de los grandes temas que hoy por hoy ocupan la atención de la ciudadanía y la dirigencia.

En parte es muy bueno que el país no tiemble ante una renovación de mandos militares. Desde hace muchísimos años (muchos antes de la llegada de la actual gestión K al poder) los militares aprendieron la lección y se convencieron de que su rol no es la política sino ser el instrumento armado de la Nación al servicio de la conducción civil del país.

Continuar leyendo

Fito Paez, la Antártida y el Almirante Irizar: caprichitos muy caros

Si hay algo que – al menos en teoría- es impecable en la administración de los recursos del Estado, es el sistema de contrataciones públicas, llevado a su casi perfección entre 1990 y 2000, época de gran cantidad de obras públicas y de una no menor cifra de escándalos políticos, judiciales y administrativos en materia de compras estatales y recientemente retocado mediante el decreto 893/2012 (recomiendo su atenta lectura).

La creación del sistema denominado “Transparencia” al que se accede simplemente googleando ONC” (Oficina Nacional de Contrataciones) es tan simple de entender que a poco de navegar sus páginas cualquier novel aspirante a contratista descubre cuáles son las condiciones que debe cumplir si desea vender un lápiz al Estado nacional, ofrecer un recital en una fiesta para todos y todas o reparar un rompehielos.

No es por cierto imposible trabajar legalmente para el Estado; inscribirse como proveedor, elegir el rubro o rubros en los que se ofrecen servicios, presentar balances, antecedentes y fundamentalmente demostrar cada cuatro meses mediante un certificado fiscal emitido por la AFIP que no se tiene deuda fiscal son las premisas básicas que, si no se cumplen (junto a otras ), deberían indicarle al aspirante a contratista que es mejor abstenerse.

Tan perfecto es el sistema que la propia Oficina Nacional de Contrataciones ha organizado reiterados cursos para funcionarios y contratistas, por los cuales todos los que alguna vez hemos Estado de uno u otro lado del mostrador estatal sabemos perfectamente cuáles son las reglas de juego.

Recientemente tomó estado público una millonaria contratación por parte de la Secretaría de Cultura para contar con los servicios artísticos del cantante Fito Páez; no se hizo en forma directa con el cantante sino por intermedio de la productora artística Siberia SA.

La perfección del sistema de contrataciones al que aludimos permitió que a pocos minutos de conocerse los detalles de la contratación, cualquier ciudadano desde su PC pueda comprobar que Siberia SA no posee certificado de habilitación fiscal para contratar con el Estado (lo que no implica que sea evasora o nada por el estilo, simplemente no puede contratar porque no cumplió el trámite de solicitar la constancia fiscal de libre deuda) y lo que es peor es que esa empresa jamás se inscribió como proveedora del Estado. Lo que resulta bastante difícil de explicar es cómo habrá sido el pago a esta firma, ya que el sistema sólo habilita el depósito en cuenta corriente bancaria a proveedores registrados (recordemos que el sistema es perfecto).

La noticia escaló por la fama del protagonista más que por la suma involucrada (una nimiedad en comparación al gran derroche estatal) pero se suma a otros escándalos recientes en materia de contrataciones públicas, como por ejemplo la bochornosa campaña antártica que insumió 90 millones de pesos contratados en parte con monotributistas y empresas intermediarias radicadas en el exterior con el triste agregado de que, a diferencia de Fito (que no defraudó a su público), el servicio contratado para atender a las bases antárticas fue pésimo.

Bueno es recordar que se debió licitar un servicio de transporte antártico, porque desde hace años el rompehielos Almirante Irizar intenta ser reparado con poco éxito en una dependencia estatal (Tandanor) que por más buena voluntad que detente por parte de obreros y directivos no es el lugar adecuado para una tarea de semejante envergadura si se lo compara con los también estatales Astilleros Río Santiago, ubicados -claro está- en el hostil territorio bonaerense.

Así las cosas, sean un par de millones o decenas de ellos, sea un recital de un par de horas o una reparación naval de 6 años, se trate de la intención de reemplazar el tradicional desfile y las canciones patrias por cantantes de rock ataviados con bolivarianos colores o de asegurar la subsistencia de cientos de argentinos haciendo patria en el continente blanco, todas estas contrataciones públicas tienen un denominador común que excede incluso a la primaria sospecha de corrupción. Satisfacen irracionales caprichos.

Varios jefes y expertos navales recomendaron oportunamente a la entonces ministra Nilda Garré sobre la conveniencia de reparar el rompehielos en un astillero de envergadura como lo es Río Santiago (el astillero que construyó buena parte de los buques de la Armada, Fragata Libertad incluida).

Pero el capricho ministerial determinó que el destino fuera otro y el gustito ya nos va a costar casi 1000 millones de pesos (dos rompehielos y medio). La gestión Garré acertó, no obstante, con la elección del reemplazo del averiado Irizar y durante varias campañas el buque ruso Vasily Golovnin cumplió su tarea con eficiencia y a un costo razonable. Pero su sucesor al frente del ministerio de defensa, Arturo Puricelli, quiso ponerle su impronta a la gestión y contrató a un buque apto para transportar automóviles pero totalmente inadecuado para la tarea requerida. Otro caprichito… el que por mucho que sea defendido por el actual ministro Agustín Rossi, tiene a la base Marambio al borde del colapso.

Falta saber ahora cuál habrá sido el funcionario que nunca llegó a ver desde una cómoda butaca de algún teatro a Fito Páez y se dijo así mismo “ahora que tengo la manija, lo contrato y listo… total con media hora de recaudación por impuesto al cheque, retenciones al agro, ganancias a la cuarta categoría o alguna pavada de esas lo pago”.

El anterior párrafo es una mera construcción imaginaria, pero sirve para graficar y para preguntarse cuáles serán los criterios de quienes manejan desde su área de acción los dineros públicos y para reflexionar sobre si realmente no lo estarán usando como si fuera propio.

Solemos escuchar más veces de lo que quisiéramos frases tales como “yo que les pago el sueldo”, “aquí les traje ayuda”, “voy a hacer esto, aquello o lo de mas allá” como si realmente estuviéramos conducidos por un grupo de mecenas que gentilmente nos abren su billetera para satisfacer nuestras necesidades primarias, secundarias y terciarias.

Y lo grave del asunto es que cuando se echa mano a lo que es de todos en forma irresponsable o delictual pero sabiendo que no es propio, puede surgir (tal vez) el arrepentimiento, el miedo a ser descubiertos y/o el temor al castigo judicial. Pero cuando se hacen tropelías administrativas y económicas con la convicción de que encima están bien hechas, estamos en problemas ya que ninguna barrera inhibitoria aplica a quienes no llegan a percibir la diferencia entre lo que está bien o lo que está mal, entre lo legal o lo ilegal.

Hace muchísimos años un superior me reprochó severamente por haber perforado un mamparo (pared) de mi camarote para colgar un retrato familiar: “No muchacho, eso no se hace”. Aunque me costó entenderlo, tenía razón. “Mi camarote” no era mío, era el lugar que el Estado nacional me brindaba para que pueda vivir dignamente mientras cumplía mi trabajo de marino, lo que es sustancialmente diferente.

Serios problemas nos aguardan si los “timoneles de la Nación” siguen perforando los bienes y recursos del país con el mismo criterio con el que irresponsablemente perforé el mamparo de mi camarote, pero con el agravante de no contar con superior alguno que les diga “No muchachos, así no”.

Y como el todo siempre es superior a alguna de las partes, tal vez sea la ciudadanía la que deba advertir y corregir el error; en paz, en democracia, en libertad pero con absoluta severidad, antes de que por tanto perforar y perforar la Nación se vaya a pique.