Memoria, verdad y justicia

“Todo pasa y todo queda, pero lo nuestro es pasar, pasar haciendo caminos, caminos sobre la mar”

Antonio Machado

Más allá de la espectacular pluma de Machado, tal vez como nunca una pequeña frase nos permitiría reflexionar durante días sobre el tristemente célebre modelo, el no menos triste relato y el fin de una década que para la mayoría de los argentinos quedará en la memoria como un mal recuerdo. Mientras que para otros tantos seguramente será parte de lo más glorioso de la historia política argentina.

Divagues al margen, lo concreto es que para bien o para muy bien ya está, ya pasó. A medida que pasan las horas, la “década ganada” comienza a adentrarse en el terreno de los historiadores y se aleja del día a día de la gestión de Estado.

Un acto inicial de Gobierno nos brindó la primera imagen mágica, el Presidente recibiendo a sus competidores electorales. ¡Bien ahí! La segunda —impensada hasta antes del 10 de diciembre— nos exhibió a los 24 jefes de Estado distritales juntos, incluida la segunda persona con sangre Kirchner a cargo de un Poder Ejecutivo provincial luego de Néstor Kirchner (la ex Presidente era K por adopción, bueno es recordarlo). Continuar leyendo

Alerta amarilla

Un poco en broma y otro poco en serio, muchos camaradas y amigos me preguntaron durante estos últimos días: “¿Y ahora sobre qué escribirás?”. Finalmente, hay cambio de ciclo, Cristina Kirchner y súper ego pasarán a la historia, ella y sus caricaturescas apariciones y diatribas sólo serán recordadas entre risas y mofas en alguna que otra reunión social. ¿Pero qué harán aquellos que —como en mi caso— se han granjeado amores y odios varios por expresar un pensamiento crítico sobre ese engendro filosófico y político denominado kirchnerismo?

En mi humilde y aún inexperta opinión, columnas como estas sirven muchas veces de alerta temprana para prevenir un posible desvío no deseado o para ser una verdadera luz roja de alarma cuando definitivamente en algún aspecto determinado la gestión desbarrancó por alguna causa.

En épocas normales como las que se avecinan, luces verdes, amarillas y rojas se han de alternar sin solución de continuidad por el lógico lema que indica que quien hace siempre está en riesgo de cometer un error. Lo particular de los últimos 12 años es que el color rojo predominó en el tablero de alarmas de la política gubernamental.

Muchos señores, vestidos de paisanos o de uniforme, se van de esta nefasta gestión dándome vuelta la cara cuando me cruzan en un pasillo. No siempre la crítica es bien aceptada y menos aún por parte de funcionarios de un régimen tan particular como el que saldrá eyectado de la Casa Rosada a las 12 horas del próximo 10 de diciembre. Continuar leyendo

El pequeño gran cambio

Y finalmente pasó lo que muchos imaginamos que pasaría. El hastío, el modelo, el relato, los modos poco republicanos y algunas otras cosas terminaron rebalsando el vaso de la paciencia ciudadana y dijimos “Basta”.

Para la anécdota quedarán muchas de las contingencias de la campaña y del proceso eleccionario. Si el giro temperamental de Daniel Scioli le jugó en contra, si la Presidente saliente quería en realidad que la oposición ganara, si la diferencia fue más grande pero en el Correo pasó algo, son todas cosas del pasado. El país arrancó el lunes 23 con una sensación de aire fresco. No hubo festejos excesivos, ni tristezas extremas. Algún petardo bullanguero en el Obelisco y alguna lágrima honesta de militantes derrotados, que en muchos casos lloraron por convicción y no por perder sus cargos.

Distinta es la situación en oficinas ministeriales, despachos de funcionarios e incluso dependencias militares. Es increíble cómo ayer en las instalaciones oficiales que visité la trituradora de papeles estaba invariablemente trabajando a full. Uno se pregunta: si lo que rompen no es importante, ¿para qué lo imprimieron? Y si lo fuera, ¿por qué lo destruyen? Continuar leyendo

Latinoamérica y ella

SI viajar es un placer, hacerlo representando a la institución a la que uno pertenece es más bien un orgullo. Los foros internacionales tienen una mística muy especial que se ve coronada cuando al ocupar el sitial asignado, la bandera de la patria nos cuida las espaldas.

Entre el 19 y el 23 de octubre, la Armada de Brasil fue anfitriona en varias de sus sedes de la XIX Cumbre Anual de la Federación Internacional de Ligas y Asociaciones Marítimas y Navales (Fidalmar), una organización internacional que reúne a instituciones navales de América y Europa, y que en la práctica sirve para que las marinas de guerra, mercante y la industria naval del anfitrión expongan ante sus pares visitantes sus potencialidades y sus proyectos en curso.

En esta ocasión, fueron sobresalientes las exposiciones de Brasil sobre su plan de construcciones navales, la fuerte actividad industrial relacionada con las actividades petroleras en alta mar y su plan de submarinos nucleares.

Perú mostró con orgullo su pronta puesta en servicio del buque escuela Unión, una promesa cumplida por parte del poder político a los militares locales. Continuar leyendo

Ejemplo de convivencia para aspirantes al gobierno

Hace poco más de una semana, mientras me “calzaba” mi uniforme naval para oficiar de moderador de un seminario de intereses marítimos en el auditorio del Congreso Nacional, un sentimiento de profundo temor cruzó por mi mente. ¿Estaba seguro de lo que iba a hacer? Una decena de gremios movilizados, en su mayoría enrolados en la CGT opositora al Gobierno, estarían atentos dentro y fuera del recinto a las palabras que pronunciarían otros gremialistas, empresarios, marinos y, como broche de oro, el secretario de la Comisión de Intereses Marítimos de la Cámara de Diputados, Gustavo Martínez Campos (Frente para la Victoria, Chaco), que presentaría dos leyes que, de aprobarse, incidirán de manera superlativa en la actividad marítima y en la industria naval de la Nación.

Llegar al Congreso no fue fácil, cientos de trabajadores del sector marítimo con bombos, banderas y petardos ofrecían el típico paisaje de las movilizaciones gremiales. Una vez dentro del auditorio, el paisaje no era menos pintoresco: Ingenieros navales se mezclaban con hombres luciendo las pecheras verdes de ATE (Asociación de Trabajadores del Estado), empresarios con pinta de serlo charlaban amistosamente con legisladores y muchos colegas de la Armada Argentina, más precavidos que yo, vestidos de civil, compartían la previa totalmente distendidos.

Y déjeme contarle, querido amigo lector, que me tocó conducir tres maravillosas horas de convivencia amistosa, amable, civilizada y alegre entre gente que no piensa de la misma manera, pero que se unió en torno a una idea que simplemente les insinúa un futuro mejor. Continuar leyendo

Rumbo a Europa, con fe y esperanza

Cuando aquella mañana de 2003 recibí el llamado de un hoy ex jefe de la Armada Argentina, no podía salir de mi asombro. El ofrecimiento de ocupar un lugar en el Directorio de la centenaria y prestigiosa Liga Naval Argentina era como mucho para mí, pero era tentador.

Días después, ya en el despacho del presidente de la institución naval, me enteraba de los motivos de la convocatoria. “Vea, Daniel Scioli tiene que dejar el cargo en el Directorio, porque va a asumir como vicepresidente de la nación y ya le han dicho que no es bien visto que participe en este tipo de organizaciones con olor a cosa militar”. Según cuenta la leyenda, el hombre le había acercado a Néstor un par de números de la revista Marina (nuestro órgano de prensa)  y poco menos que se los habían tirado por la cabeza.

Tal vez haya sido esa la primera de una larga lista de insultos, desprecios, humillaciones y ninguneos que el matrimonio gobernante y su núcleo duro le habrían de propinar desde aquel lejano 2003 hasta -según cuentan- la propia noche de cierre de las PASO, donde al parecer le recriminaron su presunta intervención para que dentro de un penal bonaerense se llevara a cabo una entrevista periodística de gran repercusión social y mediática. Continuar leyendo

Ay, patria mía…

Cada acto, cada ceremonia, cada encuentro con su pueblo ha de tener muy seguramente un sabor especial para la presidente Cristina Fernández. Ese sabor característico de la última vez. En el Congreso, al abrir las sesiones ordinarias, el aniversario de la Revolución de Mayo y ahora la reciente celebración del Día de la Bandera han agregado al tradicional tono épico de cada arenga el matiz melancólico de la despedida.

Ese “los quiero mucho” al cerrar su discurso del 20 de junio en Rosario parecía recordar el famoso “llevo en mis oídos la más maravillosa música que, para mí, es la palabra del pueblo argentino”, dicho por Juan Domingo Perón el 12 de junio de 1974. Salvando las obvias distancias tanto en el tipo de despedida como en la altura política del orador, claro está.

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Espías de la democracia

Casi 40 años han pasado desde aquel famoso “Comunicado número 01 de la junta de gobierno” mediante el cual los por entonces todopoderosos comandantes en jefe de las FFAA nos anunciaron que pasaban a ser los jefes supremos de la Nación. Algunos menos desde que un grupo de pintorescos oficiales con la cara pintada inquietaron las vísperas de una semana santa de la democracia con una tragicómica asonada que, según sus mismos protagonistas, no pretendía ser un golpe de Estado sino una movida interna del ejército.

Muchísimo más cerca en el calendario y en nuestro recuerdo, está la protesta uniformada de las fuerzas de seguridad y algunos bastiones militares por reclamos salariales. En esta última oportunidad en la que los uniformados inquietaron a la sociedad, la cara visible no fue un general represor, ni un teniente coronel con cara ñata, ni oficial de inteligencia devenido luego en general de la democracia, jefe del ejército y  devoto del modelo; fue simplemente el cabo Mesa, un suboficial de intendencia que fue dado de baja a los  pocos días en que se erigiera como  portavoz de los reclamos salariales del sector.

Esta pequeña introducción, estimado amigo lector; sirve de apretada síntesis para que recordemos cómo fue disminuyendo -afortunadamente- la capacidad de nuestras fuerzas armadas y de seguridad para alterar el definitivo tránsito de Argentina por la senda de la institucionalidad democrática.  Ya no hay civiles dispuestos a tolerar otra cosa, pero no es menos cierto que tampoco hay uniformados con la menor intención de apartarse de este camino

Pero eso no quita  que a más de 30 años de gobiernos populares (porque a todos los votó el pueblo, bueno es recordarlo) las sucesivas administraciones no han llegado a acertar en la concreción de políticas de Estado destinadas a tres áreas  tan particulares como los son las fuerzas armadas, las de seguridad y los servicios de inteligencia.

Es bien sabido que algunos fundamentalistas de los “nuevos tiempos” consideraron lisa y llanamente eliminar las instituciones militares. Es bien sabido también que la primera dificultad con la se topaba ese utópico análisis no era de índole estratégico o de balanceo de fuerzas a nivel regional. Era más bien socioeconómico. Las fuerzas armadas y sus bases, cuarteles y materiales son fuentes de trabajo para una buena porción de la población civil. En algunos casos, cerrar una base naval o un cuartel del ejército implicaría dejar vacío de contenido al pueblo o ciudad que los alberga

Menos extremistas pero no menos erradas han sido muchas de las “terapias” con las que se pretendió “poner en caja” a esa especie de bichos raros con galones, espadas y gorras.  Así fue que unilateralmente eliminamos las hipótesis de conflicto al mismo tiempo que incrementamos medidas no siempre fáciles de digerir por parte de nuestros vecinos; confundimos el hecho de tener fuerzas armadas en democracia con la democratización de las fuerzas (algo imposible de concebir en estructuras donde el que manda no es elegido por quienes obedecen).

A lo largo de 30 años hemos visto derogar códigos militares, asignar a las FFAA tareas sociales; les hemos cambiado los planes de estudio a sus escuelas; tomamos medidas innovadoras como prohibir el salto de rana, el cuerpo a tierra y hasta – como en el caso de la policía aeronáutica- prohibimos a sus miembros hacer el famoso  “saludo miliar”. Ya que hablamos de policía, también creamos la Bonaerense 2,  trocamos el vocablo Comisario por Comisionado y agente por oficial, dimos vuelta las jinetas para dejar en claro que no eran militares y pusimos a hombres entrenados para actuar en las fronteras y en las aguas, a pedir cédula verde y registro en la General Paz. Muy profundo todo.

Lo que por cierto no hemos, visto ni en materia de defensa ni de seguridad, es una política de Estado para al menos el mediano plazo. En el caso del primer área los cambios de rumbo ni siquiera esperan a un cambio de gobierno, cada ministro que ha asumido aún dentro de una misma administración se ocupó raudamente de marcar profundas diferencias con su antecesor. Resultará obvio si le digo que  la gestión de Horacio Jaunarena no fue en la misma dirección que la  que Nilda Garré; pero tampoco lo fue la de Puricelli y mucho menos la de Agustín Rossi, quien pasó de ser una de las espadas más poderosas del gobierno en el Congreso a deambular por hospitales militares inaugurando algún que otro equipo médico de mediana importancia, y que pasa sus días de exilio dorado ilusionándose al prometer  aviones, barcos y radares para reequipar a la milicia, pero alcanzando tan solo a comprar algún que otro trasto viejo a nuestros amigos de Moscú.

Mucho más complejo aún ha sido articular la relación de las distintas administraciones con las estructuras de inteligencia. Por estos días el descabezamiento de la ex SIDE trajo un poco de luz sobre un terreno siempre gris, oscuro y sobre el que pocos pueden o quieren saber algo.

Creo haberle dicho alguna vez, querido amigo, que la inteligencia como actividad no es algo malo en sí mismo. A veces nuestra fantasía un poco ayudada por la cinematografía nos lleva a ver detrás de ese vocablo,  a superdotados agentes que hacen cosas tremendas con absoluta impunidad.  Pero lo cierto es que no solo los Estados y sus fuerzas militares o policiales se valen del “espionaje” para fines que -al menos en teoría- son útiles a la defensa o a la seguridad o a la justicia. Las empresas hacen inteligencia cuando realizan estudios de mercado para medir la aceptación de nuevo producto; los equipos de futbol la hacen para indagar las debilidades del oponente de turno, Usted y yo la hacemos cuando navegamos la web averiguando sobre algún conocido o cuando rastreamos  en las redes sociales los pasos de una ex novia del secundario.

Ahora bien, Secretaría de Inteligencia del Estado, Direcciones de inteligencia en cada una de las FFAA  y de las distintas fuerzas de seguridad federales y provinciales. Una dirección nacional de inteligencia estratégica militar, más alguna que otra agencia de espionaje externa con personal en el país, conforman un panorama de complejas redes de obtención de información profunda y profusa acerca de países, instituciones e individuos con las que se así como se puede estar un paso adelante en resguardo de los intereses del país y sus habitantes, también se pueden neutralizar adversarios políticos, intimidar a miembros del poder judicial , silenciar a un periodista molesto o muchas cosas más.

El gran problema con el espionaje y sus agentes suele ser que no son sencillamente controlables. Cualquier cuadro político de talento medio se le anima al ministerio de salud, de Economía o de Relaciones Exteriores. Pero manejar las herramientas del espionaje y, sobre todo, a sus hombres con solo proponérselo, es tarea difícil.  Más difícil es no intentar aprovechar las facilidades del medio para el provecho propio o de la facción en el poder, algo que hoy por hoy  es más que claro que está ocurriendo.

No es un secreto por estos días que la Jefe de Estado perdió por completo el control de la Secretaria de Inteligencia. De hecho, derivó su confianza hacia los espías del Ejército, los que cobran su secreto salario para hacer otra cosa.  Pensar que este mismo gobierno procesó a unos cuantos almirantes por un “recorte y pega” de diarios ocurrido en una base naval, algo que más bien pareció un trabajo de alumnos de colegio secundario.

Con todo, el esfuerzo puesto en disciplinar al rebaño de los agentes secretos, la simple designación de uno de los pocos hombres de confianza que le quedan, no es para nada garantía de éxito. Muchas cosas más deberán ocurrir y es probable que ocurran aunque no nos enteremos.

Con total descaro desde el poder se han deslizado los aparentes  motivos de esta brusca intervención presidencial: los espías están dando información a los jueces sobre irregularidades de funcionarios, los agentes de la SI trabajan para la oposición, “debemos poner la inteligencia nacional a trabajar para contener el avance judicial y frenar a los opositores”, y algunas otras más…

Ni usted ni yo sabremos, claro está, la verdad completa de la historia. Lo que sí podríamos pedir dentro de la lista de deseos para 2015 es que quienes aspiran a ocupar el poder el año entrante se comprometan explícitamente no solo a no robarnos nuestro dinero, sino que además garanticen el respeto a nuestra intimidad, a nuestras comunicaciones y a nuestros pensamientos. Sería muy triste tener que lidiar no solo con nuestras  ilusiones “pinchadas” sino deber  también hacerlo con los teléfonos.

 

Aniversario para pocos

Las nuevas chapas de los techos del viejo apostadero naval de Buenos Aires parecían servir de eficiente amplificador del bullicio reinante en la Plaza de Mayo. Miles de personas eficientemente transportadas en centenares de micros -contratados seguramente con cargo al presupuesto de municipios diversos- entonaban pegadizos canticos que “mágicamente” se encendían  y  apagaban al unísono cuando “Ella”  necesitaba el calor de la militancia o el respetuoso silencio frente a su arenga nacional y popular.

Gracias a la potencia del audio, el personal de guardia en buques  y muelles no debió abandonar sus responsabilidades para escuchar el discurso que seguramente la Presidente de los 40 millones de argentinos (como le gusta hacerse llamar) pronunciaría con motivo de festejarse nada más ni nada menos que 31 años de democracia. Democracia de todos. De peronistas, radicales, izquierdistas y conservadores. Democracia de los profesionales y de quienes no lo son.  De la civilidad, pero también de los militares de la democracia, de los curas, rabinos y clérigos de todos los credos. De los obreros y de los patrones. De los presos con derechos humanos, de quienes los custodian y también de los jueces que imparten justicia al margen de los cargos que puedan detentar circunstancialmente los justiciables. Democracia de los nietos recuperados y de sus abuelas, también de las abuelas y nietos  de muchos soldados, policías y civiles muertos por la metralla asesina de quienes mancharon con su sangre el gobierno democrático de la primer presidente mujer de la Argentina, María Stella Martínez de Perón. La esposa del fundador de la idea que dice profesar el actual Gobierno por si no queda claro

La patria lamentablemente no ofrece por estos días muchos motivos de festejo. Relato al margen, ellos saben que sabemos que las cosas no van bien. Sería redundante, amigo lector, pasar revista a todo lo que nos aqueja y angustia. Pero la bien ganada y bendita democracia nos brinda la necesaria luz de esperanza para saber que a partir de este acto, comenzamos a transitar la cuenta regresiva que ubica el anhelado recambio presidencial en una cifra menor a un año.

Es por ello que uno podía ingenuamente haber pensado que “Ella” aprovecharía esta última ocasión en la que hablaría al país con motivo de tan importante circunstancia para al menos por una vez hacerlo realmente para todos y todas. Tal vez no llegó a comprender que jamás volverá a poder tener semejante privilegio: el próximo 10 de diciembre, a la misma hora, no será nada más que una ciudadana común mirando el mismo acto por televisión; sin lujos provistos por el erario público, con una custodia reducida acorde a su condición de ex presidente. Sin mandos militares que le digan que a todo que sí por temor a perder la carrera y buena parte del salario; sin ministros complacientes y con un Partido Justicialista que como corresponde a su génesis estará alineado y listo para jurar fidelidad  absoluta a una nueva corriente interna cuyo nombre terminará en “ismo” y comenzará con el nombre del triunfador en los comicios.

Pero la Presidente ciertamente no habló para todos; no al menos  para el mundo al que fustigó con dureza acusándolos como siempre de todos sus pesares. No habló para el grueso de los miembros del Poder Judicial, a quienes no puede perdonarles que se entrometan en escabrosos asuntos que rozan a sus protegidos; tampoco habló para la clase media, esa especie en vías de extinción que tal vez molesta al modelo porque no necesita de la dádiva populista pero tampoco está en condiciones de ofrecer tentadores negocios al poder. No habló para usted, querido amigo, no habló para mí, ni para ningún argentino o argentina que no profese una devoción a libro cerrado por el modelo y la imaginaria década ganada. No habló para ninguno de los ex presidentes que la precedieron en estos 31 años, los que fueron expuestos con máxima exaltación de sus errores, en un documental previo a su discurso.

“Ella” es de los 40 millones de argentinos, pero se concentra en el puñado de militantes que aún aceptan ser conducidos como rebaño rentado para dar marco a cada acto. No había lugar en la que “ella” denomina la casa de la democracia, para algún demócrata de otra ideología. Con excepción de Leopoldo Moreau, todo era armónicamente K.

No hubo lugar en esa plaza para una familia que quisiera ilustrar a sus hijos sobre las virtudes de la democracia.  Para poder enseñarles que los países democráticos entre otras cosas, saben separar los actos partidarios de los actos de gobierno.  Que el día de la bandera es para honrar a su creador y no a “El”, que en el día de  la independencia se homenajea a quienes nos la dieron en 1816 no en 2003  y que un día como el pasado sábado la fiesta es de toda la sociedad incluso de aquellos a los que le gusta el color amarillo o el naranja.

Una verdadera oportunidad desperdiciada. Una cierta posibilidad de hacer algo para quedar en la historia con un recuerdo que resista al inexorable borrón y cuenta nueva que arrancará precisamente el próximo 10 de diciembre, día en el que las hojas del relato se comiencen a borrar, las “luces “ del modelo se vayan apagando y las lealtades, sostenidas antes con la billetera que con el corazón, se esfuercen denodadamente en encontrar un modesto rincón para salir en la foto oficial del acto en homenaje al 32° aniversario de la democracia. Una foto en la que seguramente veremos sonriendo a muchos de los que estaban ayer, pero a “Ella” nunca más.

 

El presidente procesado

Finalizado el Mundial y sin la copa en la mano, la sociedad argentina volvió a prestar atención en forma inmediata al resto de los torneos que día tras día la tienen también liderando los primeros puestos del ranking mundial: inflación, inseguridad, déficit educativo y de salud, y un largo etc. Pero ninguno de todos los anteriores nos ha de llevar a la cima del podio en forma tan espectacular como lo hará -en el campeonato mundial de la corrupción- la breve estancia del encartado Amado Boudou al frente del Poder Ejecutivo Nacional

Si tuvo usted tiempo, amigo lector, de ver por estos días emisiones de TV de afuera, la expectativa por la final futbolística hizo que muchos canales de los cinco continentes se refieran en forma reiterada a cuestiones relacionadas al lejano país sudamericano que, una vez más, enfrentaría a la prolija y ordenada Alemania. He visto y oído hablar de nuestro país con mayor o menor grado de detalle, con precisiones y con subjetividades propias de la visión que tienen de nosotros en distintas latitudes del orbe.

Si por una cuestión de calendario el cierre de la Copa Mundial se hubiera corrido un par de días, el mundo tendría una perla periodística que muy difícilmente podría ser asimilada o entendía con facilidad por las culturas germana, nipona o sajona; muy probablemente tampoco por las mexicana, chilena o uruguaya. Si bien, con sus más y sus menos, ninguna de las comunidades aludidas es ajena a hechos de corrupción que han sacudido en alguna que otra ocasión lo más profundo de sus cimientos institucionales, la delegación de la presidencia de la Nación a un funcionario procesado por la Justicia en una causa por sobornos y con firmes posibilidades de ser procesado en al menos otras dos, constituye un hito periodístico de amplio espectro digno de protagonizar tanto la pantalla de CNN y RTVE como de History Channel o Animal Planet

Podrá en este punto, amigo lector, tildarme de exagerado; unas horas de interinato seguramente no lleven al procesado a la obligación de producir actos protocolares o administrativos que comprometan de manera significativa el futuro de la patria o sus instituciones. Es muy probable que el encartado haya recibido directivas claras de no circular por los alfombrados pasillos del poder, no llamar, no preguntar, ni hacer nada que pueda exacerbar aún más sus “no positivas” relaciones con el resto del equipo gubernamental. Hay que evitarle incluso al jefe de la “devaluada” casa militar, la difícil tarea de –en caso de ingresar Boudou a Casa de Gobierno- ordenar la rendición de honores militares a un procesado; algo que se da de patadas con elementales normas de disciplina castrense. La tradicional fórmula de bienvenida “Buenos días señor Presidente; Casa de Gobierno sin novedad” sonaría casi a cargada; ya que precisamente la novedad sería que la cabeza del PEN se encuentre siendo ejercida por un individuo con varios expedientes abiertos en la justicia penal

Suelen -desde el kirchnerismo- comparar la situación del Jefe de gobierno de la Ciudad con la del vicepresidente; parecen olvidar dos cuestiones muy importantes. La primera es que uno al margen del título rimbombante del cargo, Macri no es más que un intendente municipal. La otra, y tal vez más importante, es que se suponía que esta gestión del FPV era más buena, más transparente y más patriota que todas las demás. En especial que la del alcalde porteño. Nos dijeron que venían a romper con la corrupción, que no dejarían sus convicciones en la puerta de la Casa Rosada, que no permitirían que se le siga robando al pueblo su ilusión y su futuro. (algo creo que dijeron también sobre no robarles su dinero; pero no estoy seguro)

Un vicepresidente es nada más ni nada menos que un “presidente suplente”. Aún imbuido del clima futbolero, me permito reflexionar sobre el excelente papel que jugó Romero en nuestra selección. No hizo falta poner en acción al arquero suplente; pero seguro que Orión o Andujar no eran ni mancos, ni rengos ni discapacitados visuales. Si Sabella los eligió sería porque podrían cumplir su rol con la misma idoneidad que el titular. Eran en suma, hombres de total confianza para el resto del equipo.

Hablando de confianza, me despido con una pregunta que suele hacerse a modo de test de honestidad simbólico -alguna vez se la habrán hecho seguramente: Usted, amigo lector, ¿le compraría un auto usado al vicepresidente Boudou? En este particular caso, la respuesta la tendrá tarde o temprano el juez federal Claudio Bonadio.