La prensa pandereta

Muchos israelíes y palestinos han buscado la paz durante generaciones. Esto ha sido -y sigue siendo- el sueño al que nadie ha renunciado. Un sueño que se ha ido renovando cíclicamente en el escenario donde hoy se vislumbra con angustia lo que deparará el futuro. Para los creyentes de las tres religiones monoteístas (judíos, cristianos y musulmanes), la hoguera de violencia que no cesa representa un aspecto dramático. Sin embargo, es algo peor que eso. A mi juicio lo definiría en una sola palabra: “fracaso”.

¿Por qué hablo de fracaso? Porque una vez más el grupo islamista Hamas equivocó su estrategia y reincidió en el error como en los últimos once años. Sus golpes y amagues -militares- al estado hebreo no significaron ni un solo paso positivo en la mejora de la vida de su pueblo. Al mismo tiempo, Israel erró -políticamente- apostando a la ecuación “tierras por paz” al retirarse de Gaza en 2005. Esta maniobra unilateral israelí tampoco dio tranquilidad a miles de sus ciudadanos que comenzaron a recibir misiles a diario. Los fundamentalistas leyeron el gesto israelí como signo de debilidad. Hoy, ambas dirigencias y los dos pueblos, están pagando esos errores. 

Lo que se percibía como desenlace finalmente ocurrió. Se ha vuelto a romper el cese al fuego. Hamas disparo 40 cohetes a poblados y ciudades israelíes e Israel bombardeó nuevamente el enclave para neutralizar objetivos militares de Hamas. Destruyo depósitos de armamento y munición y estaciones operativas de lanzamiento de misiles, muchos de ellos aledaños a escuelas, hospitales y mezquitas.

Las armas vienen hablando desde varias semanas y con ello se reaviva el proceso de asunción de culpabilidad histórica más o menos avanzado en varios países europeos. Este proceso residual, psico-culposo y antisemita se ha visto acompañado a gran escala desde la prensa, cuya información -ambigua en la universalidad del conflicto palestino israelí-, parece ignorar intencionalmente las circunstancias específicas como las particularidades de sus motivos.

No han sido pocos los medios que, presurosamente -como en 2008 durante la Operación Plomo Fundido-, mostraron sus posiciones sesgadas. Ejemplo de ello son los cientos de artículos que se pueden leer en varios periódicos, muchos de ellos escritos por ecologistas y defensores de los derechos humanos, que no son más que “activistas de la plumilla y pacifistas del caviar” que califican los hechos como un genocidio palestino. Sin embargo, ignoran sin sonrojarse el terrorismo de Hamas y sus lanzamientos de cohetes sobre población civil israelí en los días, meses y años previos. También soslayan el disparador de esta nueva crisis: el secuestro y brutal asesinato de tres adolescentes israelíes.

Lo concreto es que en tales posiciones informativas parciales, subjetivas y racistas pueden observarse patrones que despliegan viejas y conocidas posiciones antisemitas, hoy encubiertas en el anti-sionismo. Lo cual representa, en esencia, una nueva desilusión que la prensa ideológica sesgada disemina a los lectores que muchas veces la reciben de buena fe.
La obsesión con Israel y su conflicto con los palestinos hace que se llegue afirmar que el Estado israelí representa “el nuevo nazismo” o en el más morigerado de los casos, que es la Sudáfrica del apartheid, por lo que juzgo innecesario más ejemplos ante semejante discurso que engloba un inequívoco y completo “wishfull thinking”.

En el desarrollo de las acciones militares, cada día es más claro que estas posiciones de la prensa pretenden aliviar el peso de “la culpabilidad” de distintas historias nacionales de países europeos que jamás afrontaron su responsabilidad durante la era del nazismo.

La liviandad en la utilización del término pretende mostrar que cualquiera puede jugar “el rol de nazi”, y con ello, “la responsabilidad será siempre un demerito moral irrebatible”. Después de todo, estos roles se van alternando casi aleatoriamente para muchos medios de prensa que temen perder beneficios económicos reportados por su amistad con compañías petroleras árabes.

Tampoco faltó en los últimos días la siempre dispuesta y sesgada opinión de manifestaciones de gran parte de la izquierda europea y latinoamericana que, unida al colectivo -a menudo utilitario- de las víctimas, siempre que no pertenezcan a lo que consideran sus enemigos y, en lo que configura su conocido, aburrido y reiterado ejercicio de hipocresía universal, muestra su desprecio por la vida humana. Y es allí donde los campeones de los derechos humanos miden los muertos: según sea el arma que los mata, y a mayor numero de víctimas mejor para el aquelarre verbal de sangre y muerte que desatan histéricamente.

Lo descripto no debe llamar la atención. Existe una tendencia de grandes sectores de la izquierda a reconocer de manera simplificada a naciones o pueblos como únicos actores reales en conflictos y situaciones políticas fuera de todo matiz y diferenciación interna. Así, sustentan sus discursos en posiciones que abrevan en una profunda ignorancia de la realidad.
Gran parte de la izquierda apoya la lucha contra Israel en términos resistencialistas y rotula como pueblo oprimido al pueblo palestino. Sin embargo, también lo hace por carencia de conocimientos sobre el conflicto y una dosis clara de antisemitismo.

Todos estos grupos se convierten en instrumentos psicológicos de “alivio de la culpa”, algunos de forma consciente y otros desde la ignorancia. Pero siempre prestos a calificar “la nazificación” de Israel insuflan esa idea con alta carga emocional casi hasta el paroxismo. Sin embargo, lejos de favorecer al pueblo Palestino, esto los delata en la irracionalidad de la ideología que profesan y da por tierra con cualquier postulado que pretendan esgrimir. Así, acaban apoyando a la ideología de la muerte y el oscurantismo que caracteriza al terrorismo yihadista que somete a los propios palestinos como sus primeras víctimas en su lucha contra lo que denominan el enemigo sionista.

De allí que estos días son importantes. La opinión pública debe interiorizarse, leer, investigar y procesar la información que está recibiendo. Sin tener en cuenta estos aspectos del “neo-antisemismo yihadista” que se apoya en varios sectores de Occidente, el combate contra el terrorismo que utiliza -y somete- a gran parte del pueblo palestino, mantendrá graves e insalvables insuficiencias.

Lo cierto es que la lucha de Israel contra el terrorismo es una circunstancia inevitable. Ella se debe interpretar apropiadamente teniendo en cuenta la continua transformación de las acciones del terror hacia formas innovadoras, oportunistas y hasta menos obvias. Esta es la responsabilidad que los medios de prensa internacionales deben respetar y rescatar en defensa de lo ético. Es también el aspecto sobre el que la opinión pública debe estar atenta, sin permitir que se la engañe con información sesgada.

Israel está luchando para proteger a sus ciudadanos y por su supervivencia misma como en todas y cada una de sus guerras libradas en los últimos 65 años. Pero por sobre todo simboliza la primera línea de batalla en defensa de la cultura occidental y judeo-cristiana contra el avance de la sin razón y la violencia. Muchos lo saben en la dirigencia política occidental. Por caso, el ministro de Relaciones Exteriores egipcio condenó a Hamas por el abandono del cese del fuego e instó al grupo a que de inmediato cese los ataques con cohetes contra la población civil israelí, pues ellos dan lugar a las terribles respuestas militares israelíes.

La comunidad internacional expresó también su preocupación por la situación en Gaza y pidió durante los últimos días a las facciones palestinas poner fin a los ataques con cohetes sobre pueblos y ciudades de Israel. Lo propio hizo el Papa Francisco y el Presidente Francés Hollande en la última semana.

Para quienes no conocen el escenario, la región y las dificultades de una democracia rodeada de regímenes muy distintos en valores culturales; la comprensión puede ser maniquea, cuando no superficial y errónea. Sin embargo, la realidad y la cuestión de fondo son más complejas. En consecuencia, la genuina lucha contra el terror no debe focalizarse exclusivamente en las acciones militares. Debe ser sustentada por información fidedigna y realista, y no apoyada en la ideología del odio a la modernidad que Israel encarna en la región solo por la cercanía de las relaciones del Estado hebreo con EE.UU. Relacionar aspectos relativos a la globalización y al capitalismo como pretende la izquierda es tan absurdo como inverosímil a los ojos de las personas de buena voluntad y de paz. Es algo tan cándido e ingenuo como sostener que los árabes no pueden ser antisemitas, idea ésta basada en “la noción paternalista del buen salvaje”.

Es tiempo para Occidente de brindar sincera ayuda a los habitantes de Gaza y al pueblo Palestino en general para lograr la construcción de su propio Estado. Para ello debe librarlo de la endemia del fanatismo y el terror que los ha secuestrado y que convierte a cada palestino en su primera víctima.

El mundo libre debe tener claro que no todo ser humano tiene la misma capacidad moral de distinguir entre el bien y el mal. Si nos consideramos hijos de la modernidad, la ilustración es nuestra principal arma, y probablemente la única que disponemos.

Más problemas para Obama en el plano internacional

Desde los anales de la política internacional, académicos, analistas y comentaristas han comparado el orden mundial de un determinado momento histórico con una estructura arquitectónica diseñada por una potencia líder que actúa como garante de su estabilidad. En términos bien simples de comprender esto ha sido así por siempre.

Históricamente fueron varias las potencias líderes que han desempeñado ese papel: asirios, babilonios, persas, macedonios y romanos en el mundo antiguo y, en tiempos más recientes: Inglaterra. Después de la Segunda Guerra Mundial, EE.UU. asumió ese papel, conduciendo el diseño y la construcción de Naciones Unidas, como lo hizo con la Sociedad de las Naciones después de la Primera Guerra Mundial.

También EE.UU. fue el principal facilitador de la Declaración Universal de los Derechos Humanos y el poder detrás de una amplia gama de organizaciones internacionales, incluido el Fondo Monetario Internacional y el Banco Mundial, por no hablar de la UNESCO y la UNICEF. Por tanto, guste o no, en gran medida el sistema internacional se ha sustentado en el liderazgo estadounidense y su dinero.

Este sistema, a su vez, ha desarrollado leyes y regulaciones internacionales que proporcionan el marco para el debate sobre casi todos los temas, desde el registro de pesos y medidas hasta las normas de navegación marítima y aérea, y más recientemente, aeroespacial.

En las últimas siete décadas, EE.UU. ha patrocinado o colaborado con la promulgación de más de 16.000 tratados internacionales sobre todos los temas imaginables e inherentes a todo el globo.

El colapso del imperio soviético, su principal rival y al mismo tiempo su socio en el orden mundial, reforzó el papel estadounidense como garante del orden internacional. EE.UU. ha cumplido esa misión en numerosas ocasiones por medio de esfuerzos diplomáticos o mediante su poder económico y cultural con la finalidad de generar estabilidad. Esos esfuerzos incluyen el Plan Marshall y el establecimiento de sistemas democráticos en Alemania Occidental, Italia y Japón. A menudo, como en la crisis de Suez, el compromiso diplomático estadounidense fue suficiente para contener una crisis.

Una década antes de Suez, los EE.UU. habían utilizado su influencia diplomática para detener a Stalin en su deseo de invadir Grecia y ocupar la región noroeste de Irán. En algunos casos, por ejemplo, como cuando los EE.UU. lideraron los esfuerzos por romper el cerco soviético de Berlín, el poder estadounidense logró su objetivo sin disparar una bala. Y hasta cumplió con los comunistas cuando no intervino a favor de los disidentes y opositores en las revueltas de Polonia, Hungría y Checoslovaquia a causa de las concesiones otorgadas a Moscú bajo los acuerdos de Yalta.

Sin embargo, cuando fue necesario, EE.UU. hizo uso de la fuerza militar para proteger el orden mundial. Por ejemplo en la península de Corea, donde encabezó una fuerza enviada por la ONU para impedir a los chinos la anexión de Corea del Sur al feudo comunista Norte de Kim Sung-II. Marines norteamericanos intervinieron en decenas de lugares, como Jordania y Líbano. Más recientemente, hemos sido testigos de intervenciones estadounidenses en Granada, Panamá, Kuwait, Afganistán e Irak.

Nos agrade o no, no sería exagerado hablar de un orden mundial ‘hecho por los EE.UU.’ Pero, ¿qué sucede cuando el principal garante de un orden mundial existente decide abdicar?

Esto fue lo que ocurrió después de la Primera Guerra Mundial y el desplome del orden mundial llevó a décadas de caos, guerras regionales, numerosos crímenes y limpieza étnica de parte de potencias coloniales y finalmente llevo a la Segunda Guerra Mundial. El hecho de que el mundo en ese momento no era tan ‘globalizado’ como lo es hoy, ayudó a limitar los efectos de las diversas crisis, pero no las evitó.

Un segundo período de abdicación estadounidense se produjo en la década de 1970, durante la presidencia de Jimmy Carter. La explotación de la ingenuidad de Carter por parte de los opositores al orden mundial dio lugar a cruentas revoluciones para socavarlo.

Los desastres mundiales que sucedieron mientras Carter estaba en la Casa Blanca son demasiados para enumerarlos en su totalidad. Éstos incluyeron una dramática expansión de la influencia soviética en África, la aparición de regímenes sanguinarios como en Etiopía, la decisión del régimen del Apartheid de privar a millones de sudafricanos negros de la ciudadanía, el genocidio organizado por el Khmer Rouge en Camboya, la anexión de parte del territorio de Vietnam por parte de China, la proliferación de guerrillas estalinistas respaldadas por Cuba en Centro y Sudamérica, la primera crisis del petróleo, la toma del poder de Khomeini en Irán, el ataque terrorista a La Meca, la invasión soviética de Afganistán y la decisión de la India y Pakistán de desarrollar arsenales nucleares.

Pero sin duda que la debilidad de EE.UU. no fue la única razón detrás de esos eventos. Aunque ha contribuido a la creación de un clima de incertidumbre en la que los opositores del orden mundial creyeron que podían hacerle mella a la estabilidad y la paz con absoluta impunidad.

Hace seis años, cuando Barack Obama obtuvo la victoria en las presidenciales estadounidenses, fuimos pocos los académicos, analistas y politólogos que manifestamos dudas y reservas ante lo que vislumbramos que iba a ser “una versión lujosa de Jimmy Carter”.

Es difícil determinar por qué Obama lleva adelante esta política exterior. Su doctrina “hands off” sobre una gama de temas, desde las ambiciones rusas sobre Europa y la peligrosa estrategia de China en el Lejano Oriente ya ha tenido impacto en el orden mundial. Y ni siquiera he mencionado otros problemas que enfrenta en el plano internacional, como por ejemplo el proceso de paz en Oriente Medio, las ambiciones nucleares de Irán, la tragedia de Siria, la prolongación efectiva de la guerra en Afganistán por su decisión de retirar a los EE.UU. de allí, y el más reciente, el descalabro en Irak.

Hoy en día, los triunfalistas del progresismo estadounidense mantienen silencio absoluto. Esa es la prueba evidente con la que reconocen nuestras oportunas advertencias.

Obama y el “soft power”

Aunque dividida como pocas veces antes, la élite política estadounidense está unida en su forma de evaluar la política exterior del presidente Obama como un rotundo fracaso. La huida precipitada de Irak quedó claramente distanciada del retiro ordenado al que refería la administración; el juego de “suma cero” en relación a Siria, mas la posición patológica de eludir las ambiciones nucleares de Irán y el intento surrealista para alcanzar la paz en Oriente Medio, junto a su falta de respuesta a la temeraria conducta del presidente ruso, Vladimir Putin, en relación a Ucrania, son los elementos citados para definir el fracaso estratégico tanto por la derecha como por la izquierda norteamericana.

Algunos analistas afirman que el problema se debe a la falta de experiencia de Obama en su gestión como presidente de los EE.UU. Otros lo culpan de obsesivo y narcisista, y hasta hay quienes refieren a la brutal desconexión con la realidad del presidente con un mundo que interpreta a su manera, pero que tal manera es una absoluta fantasía. Reconozco que me encontraba entre los que adherían a la última opción. Sin embargo, ante la cadena de dislates que lleva adelante la administración Obama es tiempo de aportar nuevas ideas y reflexiones. Por ejemplo: ¿Y si la percepción de fracaso se debe a la negativa de Obama en hacer lo que los críticos, tanto de la derecha como de la izquierda desean que hagan los EE.UU.? ¿Y si Obama tiene éxito en lograr lo que se propuso lograr?

Profundicemos el análisis. En la era Obama, EE.UU. perdió gran parte de su prestigio como superpotencia comprometida con una determinada visión del mundo por negarse a asumir el liderazgo en la defensa de esa doctrina donde quiera que estuvo amenazada. ¿Pero por qué Obama rechaza esa visión? ¿Por qué no quiere que los EE.UU. ejerzan el liderazgo mundial? ¿Mantiene Obama las ideas de su época de estudiante, en que estaba de moda sostener que los EE.UU. eran una potencia imperialista que intimidaba a las naciones más débiles para imponer su voluntad por medio de la fuerza militar o su poderío económico? Si reflexionamos sobre estas cuestiones, la política exterior del presidente podría empezar a tener sentido. En tal contexto, su comportamiento no sería el resultado de la inexperiencia ni la ingenuidad, sino una estrategia deliberada para rediseñar los EE.UU. y redefinir su lugar en el mundo.

Para ser justos con el presidente norteamericano, no es ningún secreto su deseo por hacer de EE.UU. “un lugar diferente”. Su lema principal de campaña en 2008 fue sobre el “cambio”. ¿Y qué es lo que uno cambia? No hay duda que se cambian las cosas que a uno no le gustan y es evidente que a Obama no le gustaba el modelo de los EE.UU. de la post Guerra Fría. Aunque en aquellos días, después de haber firmado un acuerdo de cooperación con la OTAN, Putin estaba pidiendo ayuda económica a Washington para Rusia. El Medio Oriente también estaba tratando de adaptarse a la “Agenda de la Libertad” de EE.UU. y en Teherán los mulás estaban ofreciendo sus servicios a Washington en Irak y Afganistán.

El deseo de Obama es la refundación de los EE.UU. como un ‘soft power’ y lo ha demostrado en muchas ocasiones. El presidente abandonó los planes de la administración Bush para la expansión de la OTAN en el Cáucaso y Asia Central, rechazó mantener el escudo antimisiles en Europa Central y Oriental para complacer a Rusia y desmanteló las bases de misiles inteligentes en los países bálticos y Europa del Este. No apoyó los planes para atraer a Estados árabes a la OTAN y replegó la presencia militar estadounidense en todo el mundo, especialmente en Oriente Medio. La retirada de Irak fue seguida por la reducción de tropas en Afganistán con la promesa de retirada total al final de este año. El brutal asesinato del embajador de EE.UU. en Libia generó un incomodo examen político, pero también psicológico importante en la administración. Ello demostró que, con Obama, en términos de castigar enemigos, EE.UU. había vuelto a la posición que tenía antes de los Comodoros William Bainbridge y Stephen Decatur a principios del siglo XIX.

La determinación de Obama en diseñar EE.UU. como una “Gran Noruega” no se ha limitado a la política exterior. También ha presionado con recortes masivos en gastos de seguridad y defensa que redujeron el tamaño del ejército de los EE.UU. Hoy, la fuerza aérea y la marina se encuentran operativamente en su punto más bajo desde la Segunda Guerra Mundial. En 2019, cuando los recortes completen su cronograma, EE.UU. ya no tendrá la capacidad militar necesaria para enfrentar dos guerras simultáneamente, algo que había sido un elemento clave de su doctrina militar desde 1980.

La estrategia de rediseño de Obama también incluye un aumento del papel del Estado en la economía interna como lo ilustra la legislación propuesta en materia económica, laboral y de seguridad social, la adquisición participativa de General Motors y una avalancha de legislación reguladora que es, como mínimo, extraña a la idiosincrasia estadounidense.

Suponiendo que Obama quiera emular a las socialdemocracias nórdicas, hay que admitir entonces que su política exterior ha sido rutilante y exitosa, aunque propició la caída del liderazgo de los EE.UU. Hoy, luego de casi dos mandatos de Barack Obama, el número de personas que respeta y admira a los EE.UU. en todo el mundo no ha aumentado ni caído, pero el número de los que le temen ha disminuido un 60%.

Según lo veo, diría que en lugar de burlarse de la inexperiencia o la ingenuidad de Obama, sus críticos deben tomar muy en serio su elección ideológica. Y es ese el punto de partida desde el cual se debe exponer sus implicancias para analizar sus resultados invitando a los estadounidenses a reflexionar sobre la visión de su presidente del rol de su país en el mundo.

Elecciones en Afganistán: la expansión persa y el retorno del fundamentalismo

Con la publicación de la lista oficial de candidatos a la presidencia afgana, se ha completado un aspecto clave y fundamental de la estrategia del presidente Barack Obama para que la retirada estadounidense de Afganistán se efectúe según la agenda de Washington. El plan de la administración Obama es poner fin a los 13 años de presencia de Estados Unidos en el país a finales de este año. Las elecciones presidenciales en Afganistán están previstas para abril de 2014 y se supone que ellas deben proporcionar el marco político que permita y dé lugar al retiro de los EEUU.

Lo cierto es que hay tres problemas con esa estrategia de Washington. A saber:

a) El primero es que el anuncio de la retirada ha animado a los opositores del actual status quo, especialmente a los talibanes, a reorganizarse y prepararse para un nuevo intento para la toma del poder una vez que los norteamericanos se hayan marchado.

b) El segundo problema es que con EEUU fuera del marco de la seguridad militar necesaria para la estabilidad del país, sea quien fuera elegido presidente de Afganistán, le resultará muy difícil “ejercer y mantener el poder real“, y como máximo, se convertiría en otro líder de facción respaldado por su tribu y/o comunidad étnica. Continuar leyendo

Grupo 5+1 y Teherán: optimismo con reservas

En mi artículo anterior desarrollé un análisis sobre la denominación, la identidad idiomática y las características jurídicas del documento que el presidente iraní, Hassan Rouhani, firmará con el Grupo 5+1 en Ginebra. Transcurrido pocos semanas desde esa reunión, y más allá de la reivindicación que el presidente de la República Islámica hace del acuerdo al sostener que ha conseguido la mayor victoria diplomática en la historia de la revolución iraní, los hechos indican lo contrario de lo que sostiene Rouhani.

Aunque muchos analistas de capitales occidentales se hicieron eco de las afirmaciones del presidente iraní y presentaron al mundo como exitoso el discurso con el que Rouhani presume haber cerrado una etapa controversial abriendo una nueva era en la que Irán se convertirá en aliado de Occidente, deberíamos ser cautos en el corto y mediano plazo pues según las cosas en la arena política interna iraní, habrá dificultades concretas para que esto suceda. Lo cierto es que a pesar de la publicitada ‘victoria histórica de la diplomacia persa’, esto ​​ha tenido una tibia -por no decir hostil- recepción dentro de Irán.

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La guerra siria no se puede ganar

Estados Unidos continua sin comprender que debe desarrollar una política intermedia entre la estrategia de ‘ir por todo’ de George Bush y ‘la parálisis’ de Barack Obama, que ahora busca el apoyo del voto democrata en el Congreso para, eventualmente, compartir responsabilidades ante un nuevo fracaso como Irak o Afganistán, o para compartir la humillación de retirarse sin intervenir luego de enviar gran parte de su flota a las costas de Siria.

Lo concreto es que para resolver el conflicto sirio se debe considerar el caso de Irak. La lección de Siria es que allí están en juego profundos intereses y conflictos entre corrientes históricas: Arabia Saudita-Qatar-Irán, suníes contra alawitas y chiitas y, por si fuera poco también kurdos contra árabes. Pero hay similitudes con Irak, donde EEUU debió mantener sus tropas un tiempo más para ayudar a transitar del sectarismo al pluralismo y no intentar resolver las cosas con unas elecciones insustentables como las 2010. Si decidieron ir allí, debieron quedarse lo necesario y no huir pavorosamente como lo decidió el señor Obama en su tiempo.

El modo de detener la guerra siria debe ser proporcionar un marco legal que asegure a los alawitas que no habrá venganza contra ellos en la era post-Assad. Esto liberaría el peligro real de que Siria se convierta en un Estado fallido ganado por el caos y que la guerra continúe profundizando el odio sectario. Se equivoca el gobierno estadounidense y también el francés cuando emiten declaraciones apoyando la idea de rendición de cuentas de Assad y sus allegados. Esas posiciones son entendidas por la secta alawita -a la que el presidente y su familia pertenecen- como una lucha a muerte y aleja cualquier posibilidad de reconciliación en el país.

Lo que debe primar es un programa de “verdad y reconciliación” como el que ayudó a resolver graves conflictos en Sudáfrica e Irlanda del Norte. Un proceso de transición podría comenzar con expertos internacionales y locales del régimen y de los rebeldes. Los partidarios de Assad que acordaran cooperar podrían obtener una amplia amnistía y bien podrían integrar un nuevo gobierno de transición. Ello detendría la guerra civil. A los alawitas que no están en el círculo íntimo de Assad se les debe ofrecer la seguridad de que no habrá represalias contra ellos; no cabe duda que muchos alawitas están con Assad porque temen que su caída comprometa su propia supervivencia. La gran mayoría cree que serán ejecutados sin opción alguna y este hecho está ayudando a Assad a militarizar toda la secta en una lucha de vida o muerte.

El tiempo se agota para Siria y el país se derrumba hacia un Estado fallido y anárquico. Con los los coches bombas estallando en Damasco, algunos de los comandantes rebeldes ya están tomando justicia por mano propia y actúan igual a los shabihas (paramilitares del régimen). Sin una solución política, Siria se transformara en un infierno por largo tiempo.

Lo cierto es que Siria es el espejo de Irak. La única forma de ver ahí una transición moderada y pluralista es con un acuerdo y un programa consensuado por una resolución de Naciones Unidas respaldada por Rusia y con un árbitro que seduzca, convenza y obligue a todas las partes a vivir juntas. 

La guerra siria no se puede ganar. Sólo se puede suprimir. Eso es el Oriente Medio y el Mundo Árabe. Es hora de que Occidente lo entienda y se pregunte qué fines desea y persigue en la región. Y en tal caso, más nos vale que escojan los medios adecuados para alcanzarlos, nos gusten o no, porque lo que allí suceda impactará en todo el mundo.

Los Estados Unidos y la Unión Europea deben comprender que no pueden cambiar sus políticas regionales y no pagar el precio por ello.