La guerra siria no se puede ganar

George Chaya

Estados Unidos continua sin comprender que debe desarrollar una política intermedia entre la estrategia de ‘ir por todo’ de George Bush y ‘la parálisis’ de Barack Obama, que ahora busca el apoyo del voto democrata en el Congreso para, eventualmente, compartir responsabilidades ante un nuevo fracaso como Irak o Afganistán, o para compartir la humillación de retirarse sin intervenir luego de enviar gran parte de su flota a las costas de Siria.

Lo concreto es que para resolver el conflicto sirio se debe considerar el caso de Irak. La lección de Siria es que allí están en juego profundos intereses y conflictos entre corrientes históricas: Arabia Saudita-Qatar-Irán, suníes contra alawitas y chiitas y, por si fuera poco también kurdos contra árabes. Pero hay similitudes con Irak, donde EEUU debió mantener sus tropas un tiempo más para ayudar a transitar del sectarismo al pluralismo y no intentar resolver las cosas con unas elecciones insustentables como las 2010. Si decidieron ir allí, debieron quedarse lo necesario y no huir pavorosamente como lo decidió el señor Obama en su tiempo.

El modo de detener la guerra siria debe ser proporcionar un marco legal que asegure a los alawitas que no habrá venganza contra ellos en la era post-Assad. Esto liberaría el peligro real de que Siria se convierta en un Estado fallido ganado por el caos y que la guerra continúe profundizando el odio sectario. Se equivoca el gobierno estadounidense y también el francés cuando emiten declaraciones apoyando la idea de rendición de cuentas de Assad y sus allegados. Esas posiciones son entendidas por la secta alawita -a la que el presidente y su familia pertenecen- como una lucha a muerte y aleja cualquier posibilidad de reconciliación en el país.

Lo que debe primar es un programa de “verdad y reconciliación” como el que ayudó a resolver graves conflictos en Sudáfrica e Irlanda del Norte. Un proceso de transición podría comenzar con expertos internacionales y locales del régimen y de los rebeldes. Los partidarios de Assad que acordaran cooperar podrían obtener una amplia amnistía y bien podrían integrar un nuevo gobierno de transición. Ello detendría la guerra civil. A los alawitas que no están en el círculo íntimo de Assad se les debe ofrecer la seguridad de que no habrá represalias contra ellos; no cabe duda que muchos alawitas están con Assad porque temen que su caída comprometa su propia supervivencia. La gran mayoría cree que serán ejecutados sin opción alguna y este hecho está ayudando a Assad a militarizar toda la secta en una lucha de vida o muerte.

El tiempo se agota para Siria y el país se derrumba hacia un Estado fallido y anárquico. Con los los coches bombas estallando en Damasco, algunos de los comandantes rebeldes ya están tomando justicia por mano propia y actúan igual a los shabihas (paramilitares del régimen). Sin una solución política, Siria se transformara en un infierno por largo tiempo.

Lo cierto es que Siria es el espejo de Irak. La única forma de ver ahí una transición moderada y pluralista es con un acuerdo y un programa consensuado por una resolución de Naciones Unidas respaldada por Rusia y con un árbitro que seduzca, convenza y obligue a todas las partes a vivir juntas. 

La guerra siria no se puede ganar. Sólo se puede suprimir. Eso es el Oriente Medio y el Mundo Árabe. Es hora de que Occidente lo entienda y se pregunte qué fines desea y persigue en la región. Y en tal caso, más nos vale que escojan los medios adecuados para alcanzarlos, nos gusten o no, porque lo que allí suceda impactará en todo el mundo.

Los Estados Unidos y la Unión Europea deben comprender que no pueden cambiar sus políticas regionales y no pagar el precio por ello.