Los adolescentes, entre el centeno y sin guardián

A veces me toca presenciar el cambio de conducta, pero lo que más me impresiona es el cambio en el rostro. Caritas que aplaudieron entusiastas el final de alguna lectura, que bajaron ojos emocionados al recibir elogios, se vuelven grises. La mirada pierde el aura que le da la inocencia, se vuelve turbia. Y el chico, luego de pasar más o menos años “portándose mal” dentro del aula, corta la conexión con la escuela, porque ahora siente vergüenza.

El abandono no es abrupto, pero tarde o temprano sucede. Lamentablemente, la escuela gimotea aliviada ante otro problema espantoso que fue incapaz de resolver.

¿Qué se hace dentro de un espacio cerrado con 20, 25, 30, 35 o más adolescentes que provienen de diversas realidades? Chicos que saben (o no saben) distintas “cosas escolares”, que se niegan a quitarse los auriculares y a abandonar sus celulares (“un ratito, es porque estoy explicando algo importante y quiero que entiendas, por favor”), chicos que se duermen cerrando los ojos más o menos, porque se quedaron toda la noche navegando en internet, buceando, buscando y buscando en el único campo que creen despejado y que en realidad está plagado de peligros y es el campo de centeno, pero sin guardián. Continuar leyendo

Sí, fui a ver al Rubius, ¿y qué?

La jornada fue más que desmesurada. Hubo que hacer cola para entrar, cola para ir al baño, cola para comprar agua, café, algo (cualquier cosa, con el pasar de las horas) para comer. Me atrevería a asegurar que la mitad de los 30.000 asistentes al Club Media Fest, el sábado, eran papás. Y mamás. Puedo estimar el número porque pasé mucho tiempo esperando en las filas, conversando con ellos. Y para mí, ver semejante cantidad de padres acompañando pacientemente doce horas a sus hijos fue una experiencia tan interesante como reveladora.

Además de las colas, de la falta de lugar para sentarse, para apoyarse y para esperar, lo que había era una gran incertidumbre. Todos los padres presentes ahí teníamos muchas cosas en común. Antes de que llegara el gran día habíamos sido convencidos de la imprescindible, importantísima e ineludible necesidad de ir. Iba a ser un acontecimiento único. Nunca visto. Venían los youtubers ¡en persona! A Argentina. No importaron nuestras objeciones acerca de lo cara que era la entrada, acerca de que no podrían ir solos a causa de su corta edad (y que por eso, había que pagar más de una entrada), ni nuestra gran pregunta (la pregunta del millón): “¿Y de qué se trata el Media Fest?”  Eso, precisamente, nos seguíamos preguntando los papás adentro de La Rural, ya desembolsados los cientos (o miles, en muchos casos) de pesitos de la entrada y resignados a nuestro papel de “acompañantes de 13 a 23:30 hs”. “¿Qué es lo que vamos a ver? ¿Qué van a hacer los youtubers acá, afuera de youtube?”

Descubrir la respuesta nos llevó las doce horas, pero valió la pena el esfuerzo.

“Vine desde Rosario”, me contó una señora en la cola del baño. ”Pero insistió tanto en venir, que la trajimos”. ”A mi hija le compramos el VIP, pero es su regalo de 14 y de 15 años, anticipado”, le contestó la señora que estaba adelante. Hordas de adolescentes emocionados deambulaban por el predio buscando a sus ídolos y comprando lo que fuese que dijera “Rubius”: el Libro Troll, la taza, los anteojos, buzos, remeras. De vez en cuando, por un costadito cercano a las históricas gradas aparecía lejano un jovenzuelo delgado y con anteojos que saludaba. Había que verlo para creerlo. Ante nuestro asombro paternal, se apoderaba de nuestros hijos el mismo espíritu que animaba a las fans de Los Beatles y, entre alaridos infernales, miles de brazos felices agitaban celulares, tablets y tecnologías sofisticadas para fotografiar, filmar, registrar, al youtuber favorito. ”¿Quién es?” “¿Quién era?”, preguntábamos los papás estupefactos. No importaba, ellos sabían y lo habían visto.

La emoción fue in crescendo. La analogía con las fans de Los Beatles era evidente, pero con una diferencia fundamental: las chicas que lloraban entre espasmos, en el festival, inmediatamente eran abrazadas por… sus papás. O sus mamás. Con el pasar de las horas, los mayores “acompañantes” fuimos comprendiendo de qué se trataba el evento: la cosa estaba en verlos. No importaba qué hicieran… estaban ahí. En el mismo lugar, sin internet ni pantallas en el medio. Eran sus ídolos, sus amigos, sus compañeros de horas y horas de videos de youtube; conocían cada sonrisa, cada gesto, cada entonación de sus voces. Y eso nos permitía ver, hasta a nosotros, los “acompañantes”, que los youtubers estaban tan emocionados como nuestros hijos. El Club Media Fest los había puesto delante de sus espectadores, y ahí estaban, como estrellas de rock sin rock, cara a cara. Sólo se trataba de eso. Con el estar ahí, bastaba.

Pasadas las 22: 30, finalmente salió a escena el Rubius. Pude ver, desde lejos (por mi calidad de acompañante), pero en pantalla gigante, la emoción inmensa del muchacho ante su público. Hacía frío y los papás nos preguntábamos cómo íbamos a encontrarnos con nuestros hijos cuando salieran en masa, ante el inminente final. Con las caras cansadas preparábamos camperitas y mandábamos mensajes desde nuestros celulares a quienes nos esperaban en la puerta. ”La pasaron tan bien”, era el comentario. ”Mi nene consiguió el autógrafo”, ”Mi hija abrazó a su ídolo en el meet and greet que se había ganado con una foto, en un vivo”, ”Feliz, feliz”, se escuchaba. La cosa había sido meramente verlos. Y gracias a estar ahí, pude ver reconfortada a una generación variada de papás y mamás que acompañan a sus hijos a pesar de pertenecer a una etapa diferente, sin cuestionar algo nuevo que excede sus experiencias personales, por el solo hecho de saber que es algo importante para ellos.

Nada de críticas ni de incomprensión. Nada de drogas, nada de alcohol. Nada de soledad ni de intolerancia. Chicos que pertenecen a la generación digital, que tienen una vida virtual, ídolos y papás reales que les brindan afecto. Terminó. Salieron. Los brazos de sus padres, las camperitas, la compu para bajar las mil fotos tomadas durante la jornada los esperaban. Yo, por mi parte, le puedo contar a mis alumnos que vi al Rubius. Pero lo más importante que vi fue una generación de adolescentes que, lejos de lo que se pueda pensar, están acompañados por sus amorosos (y pacientes) padres.

“Mi hijo sabe más que yo”

Durante las últimas semanas, algunas noticias relacionadas con el comportamiento preadolescente y adolescente actual han sido tratadas por los medios de comunicación y repercutido en las redes sociales. Confusa, contradictoria e incoherentemente, se volvió a escuchar de trasfondo el novedoso: “Los chicos de ahora saben más que nosotros” que causa, en mi opinión, más estragos que beneficios y agrega otro obstáculo a los que ya enfrenta la educación formal.

Si uno, como  papá, declara ante su hijo que éste sabe más que él, está abandonando su rol de padre, primero, y de adulto, después. Los niños actuales pueden ser más hábiles que los adultos manejando ciertas tecnologías, por el simple hecho de haber nacido en la era digital. Nada más. Hace unas décadas, hubiera sido impensable hacer semejante declaración acerca de un niño: el mundo de los adultos se presentaba como un universo pleno de secretos, vedados en su totalidad, que se develarían a los 18, primero, a los 21, después. Los papás durante la infancia eran percibidos como los protectores y proveedores. El niño era vestido, alimentado, abrigado, cuidado y educado por los adultos, que velaban por él, y no tenía poder de decisión sobre esas cosas. Cuando se transformaba en adolescente, en ese mundo abstracto que estoy esbozando sin hacer juicios de valor (y que, por supuesto, en la realidad adquiría diversos matices), había un adulto ocupando claramente un rol de autoridad contra quien reaccionar, para oponerse, para pelearse, para rebelarse y adolecer.

La claridad de los roles se ha desdibujado en la actualidad. La televisión e internet han develado el mundo secreto de los adultos, al que se puede acceder haciendo un click a cualquier edad. Los adultos se muestran ante los niños sin pudores como seres imperfectos, defectuosos, vacilantes. Se equivocan, se insultan, se amenazan sentados en silloncitos en los paneles de programas de televisión a las dos de la tarde, usan un vocabulario espantosamente informal en contextos formales, se traicionan, se desnudan. Como una corte de dioses olímpicos, los  adultos del siglo XXI se han humanizado y hacen gala de cada una de sus miserias ante las cámaras de televisión, repitiendo hasta el cansancio que se puede mentir, pero que hay que decir la verdad, se puede defraudar, engañar, traicionar, insultar, que los mejores son los más operados, los más lindos, pero que lo importante es lo de adentro, que lo que vale es la plata, que estudiar no sirve para nada en la vida, pero que hay que estudiar… Cómo vamos a pretender que los chicos que están observando y escuchando atentamente esos mensajes nos vean como ejemplo, como modelo, si el efecto que debemos causar es el contrario. Si el mundo adulto es semejante caos, si “los chicos de ahora la tienen clara” y “saben más que nosotros”, si no hay secretos ni privilegios al “ser grande”… para qué crecer.

Así, se tergiversan los roles, se anulan, se pervierten. Veamos las noticias: los niños pueden elegir qué comer, y se elevan las cifras de obesidad infantil. Los chicos no sólo pueden elegir conducir un cuatriciclo en la playa y ocasionar un accidente, en un caso extremo, un niño de 11 años fue detenido hace unos días mientras conducía con su padre como copiloto por la Autopista Buenos Aires-La Plata. Pudo morir haciendo eso, causar la muerte de los demás avalado por la persona cuyo deber es cuidarlo. Una niña huyó de su casa por haberse peleado con el papá. Pasó la noche en una casa ajena, con desconocidos, y mantuvo relaciones sexuales “consensuadas” con un hombre del doble de su edad. Fue escalofriante para mí como educadora y como madre leer los comentarios de algunos adultos acerca de este suceso que jamás debería haber ocurrido. Una chica de 15 años fue secuestrada por un taxista cuando el amigo con quien estaba se bajó del vehículo. Eran las 6 de la mañana y estaban tomando una cerveza en un bar. Fue violada una chica en un boliche durante una fiesta en donde “vale todo”. La sociedad adulta pasmada ante el significado de ese “vale todo”.

Chicos que beben alcohol hasta “sacarse” en las “previas” en sus propias casas, fuman, andan solos, enardecidos en la noche violenta, en una sociedad que justifica, comprende lo incomprensible. En una sociedad que, al declarar que los chicos saben más que los adultos, lo único que hace es desentenderse de su deber de velar por ellos y dejarlos solos.

Cómo hallar la coherencia entre la escuela y una sociedad así. Toda la estructura descansa sobre conceptos opuestos: en la escuela, los docentes son los adultos responsables. Para que se lleve a cabo el proceso de aprendizaje, los roles deben estar claramente definidos y ocupados: el educador es el docente, que es el adulto que tiene la autoridad, y el alumno complementa la dupla, y debe participar activamente poniendo en juego sus saberes previos, prestando atención. El respeto por las reglas de convivencia dentro de la escuela es fundamental para que se lleve adelante el aprendizaje.

¿Qué es lo que sucede, cuando los niños y adolescentes que viven en un mundo que los deja decidir comportarse como se les antoja y les ha declarado que saben más que los adultos, se enfrentan con la realidad de que deben asumir su rol de alumnos dentro de la escuela? No es una pregunta retórica. Sucede que surge el “clima de aula inapropiado” para aprender. Surgen los problemas para enseñar que enfrentamos los docentes cotidianamente dentro de las aulas.

Se puede poner al educador más preparado del universo al frente de una clase, pero si la sociedad ha decidido que es indigno de ocupar ese puesto, va a ser muy difícil que los alumnos ocupen su rol de alumnos plenamente. Para que la educación formal sea exitosa, se debe buscar la manera de dotar a las escuelas de la investidura de escuela y jerarquizarlas como tales, junto a la comunidad educativa que las compone. Eso no se hace sólo con dinero, involucra cambiar el imaginario social. Un primer paso sería que los adultos volvieran a ocupar su rol de padres y dejaran de asegurar que los niños son los que saben todo. Los chicos deben volver a ocupar su rol de chicos, para ser protegidos, crecer saludablemente, educarse y poder elegir libremente, al ser adultos, su futuro. Una obviedad, que en el siglo XXI, los adultos debemos recordar.

Bullying visible o invisible

El primer requisito cuando uno aborda el tema del acoso escolar es enfrentar el conjunto de prejuicios existentes en la comunidad entera, que ha naturalizado diversas clases de acoso de tal manera que las ha vuelto invisibles.

Definamos en primer lugar qué consideraremos bullying o acoso escolar: se trata de todo el espectro de agresiones verbales/físicas/paralingüísticas a las que se somete a un alumno dentro de la escuela reiteradamente durante el tiempo. Es decir: una riña o amenaza ocasional de un alumno hacia otro no se considerará acoso, sí lo será si estas conductas agresivas se reiteran a lo largo de un lapso de tiempo determinado. ¿Dos veces se considera acoso? Dependerá de las características del caso, pero yo diría que si la primera vez no se resolvió el problema, la segunda vez es buen momento para prestar la atención que merece y considerar las medidas de prevención correspondientes, ya que estamos ante el surgimiento del bullying.

Dentro del espectro de las agresiones que pueden darse en la escuela consideraremos acoso:

1) Las amenazas, se concreten o no. Pueden ser amenazas hacia un par, hacia un niño más pequeño, hacia una persona vinculada de alguna manera con la víctima o un objeto de su pertenencia o vinculado emocionalmente con él. Se le puede decir a alguien: “Te espero a la salida”, “vas a ver lo que le voy a hacer a tu hermanito”, “Te voy a matar el perro”, “te voy a romper le celular, la mochila, la campera, el auto de tu papá”, etc. Cabe destacar que se puede amenazar y todo lo que describiré a continuación utilizando las redes sociales, el celular o internet.

Las amenazas tienen por objetivo intimidar a la víctima, pero también pueden ser proferidas para poder manipularla.

Pueden ser verbales o no verbales; la mera presencia del acosador puede ser percibida como una amenaza, un gesto, una mirada, un puño mostrado de alguna manera particular, suelen bastar.

Dentro de la naturalización que señalábamos al comienzo está el considerar “normal” que las amenazas se produzcan, y los consejos que se brindan muchas veces tienen que ver con contestar la agresión con otra conducta agresiva: “Si te pega, se la devolvés”, “Si te hace algo, decime que voy y lo destrozo”, “Si te rompe X cosa, vos le rompés algo que le duela más”. Muchas veces la persona a la que recurre la víctima en busca de ayuda contribuye a profundizar la situación de dolor culpabilizando al acosado por padecer el acoso, acusándolo de “débil” por no comportarse agresivamente y premiando y festejando socialmente conductas violentas que deberían censurarse (“¿Ves? ¿Le diste fuerte unas buenas patadas? Ahora vas a ver que no te va a molestar más…”).

2) Hostigamientos de varias clases: hacer burla con gestos, imitar al acosado de alguna manera que lo ridiculice, ponerle sobrenombres ofensivos, pegarle carteles en la ropa, escribir palabras ofensivas en mesas,  paredes, hojas, etc. que involucren el nombre del acosado.

De todas estas formas de acoso, la más naturalizada es la del sobrenombre. Tanto el acosador como el acosado, al señalarles que se trata de un modo incorrecto de tratarse, tienden a afirmar que se trata de una broma o de algo que se dice “cariñosamente”, ocultando y tratando de volver invisible el dolor que experimenta quien es acosado. Un alumno gordo que es llamado “Gordo” pasa a no tener nombre, y a aceptar el sobrenombre mortificante como algo que merece y de lo cual es culpable.

Incluyo dentro del hostigamiento una lista lamentablemente amplia de expresiones discriminatorias que sirven para molestar y hacen referencia a variadas cuestiones: expresiones racistas, homofóbicas, de género, de intolerancia religiosa, política, acerca de las simpatías por determinado cuadro de fútbol,  a la pertenencia a “tribus urbanas” o modas varias, al tipo de música que gusta escuchar el acosado, los programas de televisión que ve, los juegos de play station o de PC que prefiere, el celular que tiene, y lo que pueda uno imaginarse. Los alumnos acosadores pueden encontrar como debilidad cualquier defecto o particularidad física de la víctima, ya sea real o imaginaria, y hostigarla de este modo (“sos un petiso, gordo, flaco, alto, pelirrojo, negro, tenés granos, el pelo graso, algún olor desagradable, orejas grandes, orejas pequeñas, sos demasiado feo” o, y lamentablemente éste es un caso muy común en las escuelas, “sos demasiado lindo o linda”, y así tenemos paradójicamente una víctima de acoso que es acusada del defecto de no tener defectos).

3) Manipulación social y bloqueo social. Esta categoría agrupa las conductas que buscan lograr que la víctima de acoso se sienta aislada y dejada de lado por su grupo de pares, ya sea en la realidad o en su percepción subjetiva. Hacer correr rumores desagradables sobre la víctima, sean verdaderos o no, hablar mal de ella, no invitarla a participar en tareas grupales, juegos, a reuniones dentro de la escuela, son  formas de aislar a un alumno. Lo que muchas veces sucede en las clases de Educación Física es otra de las cuestiones que hallé como naturalizadas: X alumno no participa jamás de X juego porque “es torpe, gordo, juega mal, es débil, ocasiona que el equipo al que pertenece pierda, es un estorbo, etc. “, y suele ser rechazado y aceptar este rechazo como natural (“no debo participar por el bien de mis compañeros ya que soy un desastre”), asumir la culpa. El área de Educación Física es un área como cualquiera del diseño curricular obligatorio y un derecho que deben recibir y gozar todos los alumnos por igual, salvo indicación médica, por supuesto. Sería ridículo pensar que X alumno, durante la clase de matemáticas, no participe en la resolución de cálculos porque es muy lento en hacerlo… y así perjudica al grupo. ¿Por qué encontramos natural esta misma situación aplicada a Educación Física?

4) Coacción: Consiste en obligar a la víctima de acoso a realizar cosas o tener comportamientos que no desea. La coacción es muy amplia y, a veces, suele ser sutil: puede obligarse a alguien a pertenecer a determinado “bando”, a hablar mal de alguien, a beber alcohol, drogarse, fumar, a mantener relaciones sexuales, a pegarle a alguien, amenazarlo, a sumarse a las conductas agresivas de un acosador, hasta a mantener conductas consideradas como naturales o nimias como lo es prestar libros, hojas de carpeta, trabajos prácticos, lapiceras, etc. Los alumnos aplicados que poseen sus carpetas completas la mayoría de las veces deben prestar sus trabajos por coacción, por miedo a merecer la desaprobación o hacer recaer sobre sí represalias de uno o más alumnos considerados más “poderosos”, y este hecho se ha vuelto tan común que se ha vuelto invisible. Muchas veces la persona obligada se culpabiliza, y en su afán de pertenecer al grupo de pares o de evitar las agresiones, hace cosas que jamás haría por su cuenta. Al igual que en el caso de las amenazas, frecuentemente los adultos consultados por los acosados les aconsejan dejarse obligar “para que no sea peor” o “para ser un buen compañero”,  hecho que agrava el círculo vicioso en el que está sumergida la víctima del acoso.

Y ahora vuelvo a la primera persona. Referirme con detalle al daño que ocasiona el acoso escolar en la psiquis de los alumnos que lo padecen sería  temerario, ya que excede mis saberes. Me limitaré a repetir lo que se afirma en otros textos: trastornos emocionales, baja autoestima, aislamiento, en casos extremos depresión y hasta asesinatos y suicidio. Durante años he visto adolescentes sentados frente a mesas alejadas, usando sus mochilas como trincheras, intentando protegerse de algún modo. He visto bajar miradas inundadas de tristeza ante sobrenombres despectivos e insultos irrepetibles, chicas y chicos entregando sus hojas de carpeta trabajosamente elaboradas, subrayadas y escritas prolijamente, a compañeros que únicamente  les dirigen la palabra para pedirles ese tipo de cosas, sabiendo que muy probablemente no volverán a verlas. He visto chicos ser saqueados ante los kiosquitos escolares, chicos aterrorizados ante la hora de la salida o de la entrada, chicos que prefieren permanecer en el aula y no salir al patio ni al pasillo durante el recreo, chicos que no trabajan en grupo, que no sonríen, que saben que sus compañeros no saben ni siquiera cómo se llaman.

Y ahora usted estará interpelándome: “¿Y qué hizo, Lara, para evitar estas aberraciones?”. Me llevaría una especie de gran novela, rememorar lo que he hecho… mi última incursión en nuevos métodos fue coordinar un Consejo de Convivencia y trabajar desde ese rol. Pero más allá de mis intentos, fallidos o no, creo que el problema se solucionaría si la comunidad educativa trabajara en conjunto. Solos, los docentes muchas veces damos manotazos de ahogado. Se necesitan profesionales, especialistas, gabinetes, Consejos de Convivencia en todas las escuelas. Y si éstos abundaran y funcionaran articuladamente con los docentes, seguramente, los casos de bullying no llegarían al extremo, aunque no me atrevo a decir que desaparecerían por completo. Porque transitar la escuela secundaria, vivir la adolescencia, como he repetido en otros textos, no es caminar por un campo de rosas, exactamente. Y esas tristezas que describo aquí, se traducen concretamente en ausentismo, en fracaso escolar, en comportamientos autodestructivos o violentos. Supongo que a largo plazo, una vez terminada la escuela, las consecuencias permanecerán visibles… Es precisamente por eso, porque lo que sucede adentro de las escuelas excede el presente y va formando el futuro de todos nosotros, que es imprescindible afrontar los problemas como éste.