Por: Adriana Lara
La jornada fue más que desmesurada. Hubo que hacer cola para entrar, cola para ir al baño, cola para comprar agua, café, algo (cualquier cosa, con el pasar de las horas) para comer. Me atrevería a asegurar que la mitad de los 30.000 asistentes al Club Media Fest, el sábado, eran papás. Y mamás. Puedo estimar el número porque pasé mucho tiempo esperando en las filas, conversando con ellos. Y para mí, ver semejante cantidad de padres acompañando pacientemente doce horas a sus hijos fue una experiencia tan interesante como reveladora.
Además de las colas, de la falta de lugar para sentarse, para apoyarse y para esperar, lo que había era una gran incertidumbre. Todos los padres presentes ahí teníamos muchas cosas en común. Antes de que llegara el gran día habíamos sido convencidos de la imprescindible, importantísima e ineludible necesidad de ir. Iba a ser un acontecimiento único. Nunca visto. Venían los youtubers ¡en persona! A Argentina. No importaron nuestras objeciones acerca de lo cara que era la entrada, acerca de que no podrían ir solos a causa de su corta edad (y que por eso, había que pagar más de una entrada), ni nuestra gran pregunta (la pregunta del millón): “¿Y de qué se trata el Media Fest?” Eso, precisamente, nos seguíamos preguntando los papás adentro de La Rural, ya desembolsados los cientos (o miles, en muchos casos) de pesitos de la entrada y resignados a nuestro papel de “acompañantes de 13 a 23:30 hs”. “¿Qué es lo que vamos a ver? ¿Qué van a hacer los youtubers acá, afuera de youtube?”
Descubrir la respuesta nos llevó las doce horas, pero valió la pena el esfuerzo.
“Vine desde Rosario”, me contó una señora en la cola del baño. ”Pero insistió tanto en venir, que la trajimos”. ”A mi hija le compramos el VIP, pero es su regalo de 14 y de 15 años, anticipado”, le contestó la señora que estaba adelante. Hordas de adolescentes emocionados deambulaban por el predio buscando a sus ídolos y comprando lo que fuese que dijera “Rubius”: el Libro Troll, la taza, los anteojos, buzos, remeras. De vez en cuando, por un costadito cercano a las históricas gradas aparecía lejano un jovenzuelo delgado y con anteojos que saludaba. Había que verlo para creerlo. Ante nuestro asombro paternal, se apoderaba de nuestros hijos el mismo espíritu que animaba a las fans de Los Beatles y, entre alaridos infernales, miles de brazos felices agitaban celulares, tablets y tecnologías sofisticadas para fotografiar, filmar, registrar, al youtuber favorito. ”¿Quién es?” “¿Quién era?”, preguntábamos los papás estupefactos. No importaba, ellos sabían y lo habían visto.
La emoción fue in crescendo. La analogía con las fans de Los Beatles era evidente, pero con una diferencia fundamental: las chicas que lloraban entre espasmos, en el festival, inmediatamente eran abrazadas por… sus papás. O sus mamás. Con el pasar de las horas, los mayores “acompañantes” fuimos comprendiendo de qué se trataba el evento: la cosa estaba en verlos. No importaba qué hicieran… estaban ahí. En el mismo lugar, sin internet ni pantallas en el medio. Eran sus ídolos, sus amigos, sus compañeros de horas y horas de videos de youtube; conocían cada sonrisa, cada gesto, cada entonación de sus voces. Y eso nos permitía ver, hasta a nosotros, los “acompañantes”, que los youtubers estaban tan emocionados como nuestros hijos. El Club Media Fest los había puesto delante de sus espectadores, y ahí estaban, como estrellas de rock sin rock, cara a cara. Sólo se trataba de eso. Con el estar ahí, bastaba.
Pasadas las 22: 30, finalmente salió a escena el Rubius. Pude ver, desde lejos (por mi calidad de acompañante), pero en pantalla gigante, la emoción inmensa del muchacho ante su público. Hacía frío y los papás nos preguntábamos cómo íbamos a encontrarnos con nuestros hijos cuando salieran en masa, ante el inminente final. Con las caras cansadas preparábamos camperitas y mandábamos mensajes desde nuestros celulares a quienes nos esperaban en la puerta. ”La pasaron tan bien”, era el comentario. ”Mi nene consiguió el autógrafo”, ”Mi hija abrazó a su ídolo en el meet and greet que se había ganado con una foto, en un vivo”, ”Feliz, feliz”, se escuchaba. La cosa había sido meramente verlos. Y gracias a estar ahí, pude ver reconfortada a una generación variada de papás y mamás que acompañan a sus hijos a pesar de pertenecer a una etapa diferente, sin cuestionar algo nuevo que excede sus experiencias personales, por el solo hecho de saber que es algo importante para ellos.
Nada de críticas ni de incomprensión. Nada de drogas, nada de alcohol. Nada de soledad ni de intolerancia. Chicos que pertenecen a la generación digital, que tienen una vida virtual, ídolos y papás reales que les brindan afecto. Terminó. Salieron. Los brazos de sus padres, las camperitas, la compu para bajar las mil fotos tomadas durante la jornada los esperaban. Yo, por mi parte, le puedo contar a mis alumnos que vi al Rubius. Pero lo más importante que vi fue una generación de adolescentes que, lejos de lo que se pueda pensar, están acompañados por sus amorosos (y pacientes) padres.