Bullying visible o invisible

Graciela Adriana Lara

El primer requisito cuando uno aborda el tema del acoso escolar es enfrentar el conjunto de prejuicios existentes en la comunidad entera, que ha naturalizado diversas clases de acoso de tal manera que las ha vuelto invisibles.

Definamos en primer lugar qué consideraremos bullying o acoso escolar: se trata de todo el espectro de agresiones verbales/físicas/paralingüísticas a las que se somete a un alumno dentro de la escuela reiteradamente durante el tiempo. Es decir: una riña o amenaza ocasional de un alumno hacia otro no se considerará acoso, sí lo será si estas conductas agresivas se reiteran a lo largo de un lapso de tiempo determinado. ¿Dos veces se considera acoso? Dependerá de las características del caso, pero yo diría que si la primera vez no se resolvió el problema, la segunda vez es buen momento para prestar la atención que merece y considerar las medidas de prevención correspondientes, ya que estamos ante el surgimiento del bullying.

Dentro del espectro de las agresiones que pueden darse en la escuela consideraremos acoso:

1) Las amenazas, se concreten o no. Pueden ser amenazas hacia un par, hacia un niño más pequeño, hacia una persona vinculada de alguna manera con la víctima o un objeto de su pertenencia o vinculado emocionalmente con él. Se le puede decir a alguien: “Te espero a la salida”, “vas a ver lo que le voy a hacer a tu hermanito”, “Te voy a matar el perro”, “te voy a romper le celular, la mochila, la campera, el auto de tu papá”, etc. Cabe destacar que se puede amenazar y todo lo que describiré a continuación utilizando las redes sociales, el celular o internet.

Las amenazas tienen por objetivo intimidar a la víctima, pero también pueden ser proferidas para poder manipularla.

Pueden ser verbales o no verbales; la mera presencia del acosador puede ser percibida como una amenaza, un gesto, una mirada, un puño mostrado de alguna manera particular, suelen bastar.

Dentro de la naturalización que señalábamos al comienzo está el considerar “normal” que las amenazas se produzcan, y los consejos que se brindan muchas veces tienen que ver con contestar la agresión con otra conducta agresiva: “Si te pega, se la devolvés”, “Si te hace algo, decime que voy y lo destrozo”, “Si te rompe X cosa, vos le rompés algo que le duela más”. Muchas veces la persona a la que recurre la víctima en busca de ayuda contribuye a profundizar la situación de dolor culpabilizando al acosado por padecer el acoso, acusándolo de “débil” por no comportarse agresivamente y premiando y festejando socialmente conductas violentas que deberían censurarse (“¿Ves? ¿Le diste fuerte unas buenas patadas? Ahora vas a ver que no te va a molestar más…”).

2) Hostigamientos de varias clases: hacer burla con gestos, imitar al acosado de alguna manera que lo ridiculice, ponerle sobrenombres ofensivos, pegarle carteles en la ropa, escribir palabras ofensivas en mesas,  paredes, hojas, etc. que involucren el nombre del acosado.

De todas estas formas de acoso, la más naturalizada es la del sobrenombre. Tanto el acosador como el acosado, al señalarles que se trata de un modo incorrecto de tratarse, tienden a afirmar que se trata de una broma o de algo que se dice “cariñosamente”, ocultando y tratando de volver invisible el dolor que experimenta quien es acosado. Un alumno gordo que es llamado “Gordo” pasa a no tener nombre, y a aceptar el sobrenombre mortificante como algo que merece y de lo cual es culpable.

Incluyo dentro del hostigamiento una lista lamentablemente amplia de expresiones discriminatorias que sirven para molestar y hacen referencia a variadas cuestiones: expresiones racistas, homofóbicas, de género, de intolerancia religiosa, política, acerca de las simpatías por determinado cuadro de fútbol,  a la pertenencia a “tribus urbanas” o modas varias, al tipo de música que gusta escuchar el acosado, los programas de televisión que ve, los juegos de play station o de PC que prefiere, el celular que tiene, y lo que pueda uno imaginarse. Los alumnos acosadores pueden encontrar como debilidad cualquier defecto o particularidad física de la víctima, ya sea real o imaginaria, y hostigarla de este modo (“sos un petiso, gordo, flaco, alto, pelirrojo, negro, tenés granos, el pelo graso, algún olor desagradable, orejas grandes, orejas pequeñas, sos demasiado feo” o, y lamentablemente éste es un caso muy común en las escuelas, “sos demasiado lindo o linda”, y así tenemos paradójicamente una víctima de acoso que es acusada del defecto de no tener defectos).

3) Manipulación social y bloqueo social. Esta categoría agrupa las conductas que buscan lograr que la víctima de acoso se sienta aislada y dejada de lado por su grupo de pares, ya sea en la realidad o en su percepción subjetiva. Hacer correr rumores desagradables sobre la víctima, sean verdaderos o no, hablar mal de ella, no invitarla a participar en tareas grupales, juegos, a reuniones dentro de la escuela, son  formas de aislar a un alumno. Lo que muchas veces sucede en las clases de Educación Física es otra de las cuestiones que hallé como naturalizadas: X alumno no participa jamás de X juego porque “es torpe, gordo, juega mal, es débil, ocasiona que el equipo al que pertenece pierda, es un estorbo, etc. “, y suele ser rechazado y aceptar este rechazo como natural (“no debo participar por el bien de mis compañeros ya que soy un desastre”), asumir la culpa. El área de Educación Física es un área como cualquiera del diseño curricular obligatorio y un derecho que deben recibir y gozar todos los alumnos por igual, salvo indicación médica, por supuesto. Sería ridículo pensar que X alumno, durante la clase de matemáticas, no participe en la resolución de cálculos porque es muy lento en hacerlo… y así perjudica al grupo. ¿Por qué encontramos natural esta misma situación aplicada a Educación Física?

4) Coacción: Consiste en obligar a la víctima de acoso a realizar cosas o tener comportamientos que no desea. La coacción es muy amplia y, a veces, suele ser sutil: puede obligarse a alguien a pertenecer a determinado “bando”, a hablar mal de alguien, a beber alcohol, drogarse, fumar, a mantener relaciones sexuales, a pegarle a alguien, amenazarlo, a sumarse a las conductas agresivas de un acosador, hasta a mantener conductas consideradas como naturales o nimias como lo es prestar libros, hojas de carpeta, trabajos prácticos, lapiceras, etc. Los alumnos aplicados que poseen sus carpetas completas la mayoría de las veces deben prestar sus trabajos por coacción, por miedo a merecer la desaprobación o hacer recaer sobre sí represalias de uno o más alumnos considerados más “poderosos”, y este hecho se ha vuelto tan común que se ha vuelto invisible. Muchas veces la persona obligada se culpabiliza, y en su afán de pertenecer al grupo de pares o de evitar las agresiones, hace cosas que jamás haría por su cuenta. Al igual que en el caso de las amenazas, frecuentemente los adultos consultados por los acosados les aconsejan dejarse obligar “para que no sea peor” o “para ser un buen compañero”,  hecho que agrava el círculo vicioso en el que está sumergida la víctima del acoso.

Y ahora vuelvo a la primera persona. Referirme con detalle al daño que ocasiona el acoso escolar en la psiquis de los alumnos que lo padecen sería  temerario, ya que excede mis saberes. Me limitaré a repetir lo que se afirma en otros textos: trastornos emocionales, baja autoestima, aislamiento, en casos extremos depresión y hasta asesinatos y suicidio. Durante años he visto adolescentes sentados frente a mesas alejadas, usando sus mochilas como trincheras, intentando protegerse de algún modo. He visto bajar miradas inundadas de tristeza ante sobrenombres despectivos e insultos irrepetibles, chicas y chicos entregando sus hojas de carpeta trabajosamente elaboradas, subrayadas y escritas prolijamente, a compañeros que únicamente  les dirigen la palabra para pedirles ese tipo de cosas, sabiendo que muy probablemente no volverán a verlas. He visto chicos ser saqueados ante los kiosquitos escolares, chicos aterrorizados ante la hora de la salida o de la entrada, chicos que prefieren permanecer en el aula y no salir al patio ni al pasillo durante el recreo, chicos que no trabajan en grupo, que no sonríen, que saben que sus compañeros no saben ni siquiera cómo se llaman.

Y ahora usted estará interpelándome: “¿Y qué hizo, Lara, para evitar estas aberraciones?”. Me llevaría una especie de gran novela, rememorar lo que he hecho… mi última incursión en nuevos métodos fue coordinar un Consejo de Convivencia y trabajar desde ese rol. Pero más allá de mis intentos, fallidos o no, creo que el problema se solucionaría si la comunidad educativa trabajara en conjunto. Solos, los docentes muchas veces damos manotazos de ahogado. Se necesitan profesionales, especialistas, gabinetes, Consejos de Convivencia en todas las escuelas. Y si éstos abundaran y funcionaran articuladamente con los docentes, seguramente, los casos de bullying no llegarían al extremo, aunque no me atrevo a decir que desaparecerían por completo. Porque transitar la escuela secundaria, vivir la adolescencia, como he repetido en otros textos, no es caminar por un campo de rosas, exactamente. Y esas tristezas que describo aquí, se traducen concretamente en ausentismo, en fracaso escolar, en comportamientos autodestructivos o violentos. Supongo que a largo plazo, una vez terminada la escuela, las consecuencias permanecerán visibles… Es precisamente por eso, porque lo que sucede adentro de las escuelas excede el presente y va formando el futuro de todos nosotros, que es imprescindible afrontar los problemas como éste.