“La política no es solamente conflicto, también es construcción. Y la democracia necesita más especialistas en el arte de la asociación política”, dice el ex presidente Raúl Alfonsín en el prefacio de su Memoria política. En realidad, y me permito avanzar algo más el concepto, lo que se necesitan son más especialistas en la asociación de personas. Se requieren más acuerdos sociales para que la política tenga de dónde asirse y carezca de hacia dónde escaparse. Desde Alfonsín a estos tiempos, la sociedad ha ido sufriendo un retroceso en materia de unicidad y hacia la división. Es decir, de aquella unión, desde tales consensos, se ha ido retrocediendo a las épocas de las más brutales divisiones. Al estilo de estos tiempos claro, donde la violencia física juega un rol menor en términos político-sociales, no obstante esto no obsta a la división.
La democracia, que por definición es tolerante, ha perdido ese rumbo. No puede negarse que a la gente no se la mata por opinar diferente. El kirchnerismo alega que existe una enorme libertad de prensa en razón a ello: no hay muertos o torturados por opinar diferente. Pero la intolerancia K se ha ejercido de acuerdo al espíritu de los tiempos: no te secuestro pero te mando a la AFIP; no te cierro el diario pero sacó una ley con mis mayorías legislativas exclusivamente destinada a complicarte a subsistencia; no matan jueces en un esquina pero les pongo un Consejo de la Magistratura que los destituya a mi capricho.