Planteamos en nuestra columna anterior que la Argentina necesita una revolución inversa, es decir, un cambio de los parámetros sociopolíticos que llevan a que vivamos en un entorno donde el hecho se impone a la ley. Se dijo también que a diferencia de una revolución ordinaria, ésta es pacífica, porque justamente el apego a la ley hace repugnante cualquier modo de violencia.
Dicha revolución no es ni puede ser una declamación moralista o utópica, por el contrario, debe consistir en una secuencia de hechos concretos, realistas, necesarios. La revolución inversa incluye un plan de gobierno pero va mucho más allá de él, es en realidad un proyecto de país, que surge de esas añoranzas de una Argentina que tal vez nunca vimos pero creemos que alguna vez existió; de nuestras potencialidades intelectuales, pero también morales y emocionales; del ejemplo de los países que nos gustaría ser, pero en el marco de nuestra idiosincrasia y nuestras costumbres.