Cuba: diplomacia y represión

Mientras el general Raúl Castro, presidente elegido a dedo por su hermano Fidel, estrechaba la mano del mandatario estadounidense Barack Obama en el funeral de Estado a Nelson Mandela en Johannesburgo, los servicios especiales y fuerzas combinadas de la policía montaban un fuerte operativo en los alrededores de la casa del disidente Antonio Rodiles, director de Estado de Sats, un proyecto donde concurren las diversas vertientes políticas y ciudadanas que conviven en el ilegal mundillo de la oposición cubana.

También el 10 de diciembre, cuando titulares de medio mundo destacaban el inédito apretón de manos de los dos mandatarios, los tipos duros de la Seguridad del Estado reprimían a activistas en la región oriental de la isla, detenían a una veintena de damas de blanco en La Habana y a decenas de opositores en el resto del país. Todo esto acontece bajo la indiferencia del cubano de a pie, cuyo objetivo central es intentar llevar cada día dos platos de comida a la mesa. Ni para el bodeguero de la esquina, el taxista particular o personas que esperaban el ómnibus en una concurrida parada, el saludo fue una noticia más.

El régimen sabe que un porciento elevado de la población permanece en las gradas, observando el panorama político nacional. Lo de la gente es subsistir, emigrar o ver la forma de montar un timbiriche que le permita ganarse unos pesos. Entre tanto, los autócratas verde olivo piden a gritos negociar. Pero con Estados Unidos. No les importa, por ahora, sentarse a dialogar con una oposición que tiene un mérito incuestionable: el valor de disentir públicamente dentro de un régimen totalitario.

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Disidencia de salón

Nunca la disidencia cubana la ha tenido tan fácil. Hace 15 o 20 años, publicar un documento político era un pasaje seguro a la cárcel. La que te caía. Si eras un intelectual -me recuerdo del profesor Ricardo Boffill, el poeta y periodista Raúl Rivero o la poetisa María Elena Cruz Varela-, no bastaba con descalificarte con un vitriólico editorial de Granma. Perdías tu trabajo y hasta los amigos te negaban el saludo. Comenzabas a vivir de manera clandestina. El acoso de los cowboys de la Seguridad del Estado te convertía en un tipo paranoico. Era desquiciante. Te citaban a cualquier hora, recibías llamadas telefónicas groseras en plena madrugada y el poder omnímodo con el que cuentan les permitía detenerte cuantas veces le diera la gana.

Es cierto, aún flota en el aire de la República la absurda Ley Mordaza, un instrumento jurídico mediante el cual el gobierno puede sancionarte a 20 años o más de prisión, sólo por escribir una nota periodística al margen del control estatal. Pero de 2010 a la fecha, el 95% de las detenciones son de corto plazo, de horas o días.

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¿Por qué no hacer una consulta popular en Cuba?

Las reformas en Cuba son lentas. Pero se mueven. En lo económico y dentro del marco de la propiedad se han realizado cambios. También en el terreno migratorio y deportivo. El gobierno del General Castro intenta entrar de forma discreta a los nuevos tiempos. Los mandarines vienen estudiando hace un cuarto de siglo las reformas en China y Vietnam, parientes ideológicos cercanos.

Quizás a partir de ahora acontezcan los cambios más drásticos. Y los más necesarios. A partir del 1º de noviembre, el Consejo de Ministros aprobó la nueva zona de desarrollo económico en el Puerto del Mariel, en las afueras de La Habana. Pero si el régimen de verdad desea dar un espaldarazo a reformas profundas y sensatas, tiene que hacer algo más. Cuba es una nación empobrecida tras cinco décadas de pésimo desempeño económico. En 1959 triunfó una revolución que hizo hincapié en lo político e ideológico y marginó la economía. Fidel Castro fue un caudillo. Para bien o para mal, según lo vean sus partidarios o detractores.

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El hombre nuevo devora al hombre nuevo

Un tipo consagrado al trabajo. Obediente y presto a cumplir cualquier orden de sus superiores sin chistar. Poco dado a las farras y el alcohol.

La génesis del hombre nuevo cubano era odiar al enemigo, al imperialismo yanqui. Debía ser, al decir de Ernesto Guevara, una perfecta máquina de matar. Escuchar a Mozart o leer a John Locke era un rezago pequeño burgués.

Usted puede pensar que la disparatada teoría de intentar moldear el individualismo, sus egos y el alma compleja del ser humano es una exageración o una fantasía del periodista.

Pero fue cierto. Se intentó en Cuba. Fidel Castro y sus camaradas, inmaduros y utópicos, embriagados después del triunfo en una guerra de guerrillas, donde 300 barbudos derrotaron a un ejército regular de 8 mil efectivos, se creían capaz de diseñar un arquetipo de hombre que prefiriera trabajar horas extras sin remuneración y no moviera los pies al compás de una rumba.

El reto sonaba a disparate. Ni genetistas, ingenieros sociales y políticos cuerdos lo habían intentado. Aunque se conocían ciertas experiencias.

Mediante el terror, la Alemania de Hitler y el forzoso experimento ideológico en Rusia, lograron la obediencia colectiva al régimen. Mussolini en Italia disminuyó la delincuencia y arrinconó a la mafia.

Stalin logró que los pioneros delataran a sus padres. Y el Führer eliminó del censo a los judíos, gitanos y enanos. Evidencias de que la transformación humana sólo es posible mediante la coacción y el miedo.

He sido testigo del fatal ensayo, donde lo más importante era la lealtad a Fidel antes que a tu familia. Por ello me pregunto por qué 54 años después, Raúl Castro se asombra de la indolencia y la vagancia, de los borrachos en las calles, de las groserías cotidianas, de la gente que cría cerdos en su apartamento o escuchan reguetón a todo volumen.

La generalizada indisciplina social, pérdida de valores y falta de educación es un producto tangible de la revolución verde olivo.

Esas generaciones de cubanos nacidas después de 1959, que no dicen buenos días cuando abordan un taxi, delatan al vecino por envidia, participan en linchamientos verbales y golpizas a los disidentes y se roban lo que pueden en sus puestos de trabajo, son el resultado del intento de amasar y crear un hombre diferente.

Somos una especie de Frankesteins. Cuando uno conversa con amigos extranjeros, aquéllos que vienen a Cuba no a tomar mojitos o acostarse con mulatas, su primera preocupación es la devaluación moral del cubano de hoy.

Todo lo demás se puede reparar. Cuando hayamos dejado atrás esta larga travesía por el desierto y el manicomio ideológico sea algo testimonial, Cuba recuperará sus encantos arquitectónicos, probablemente la economía despegará, la comida no será un lujo, habrá diferentes partidos políticos, el 20 de mayo volverá a ser el día de nuestra independencia y cada 4 ó 6 años elegiremos a un presidente.

Pero recuperar civismo y valores perdidos y llevará  tiempo. Demasiado quizás. El perfil de muchos cubanos en este siglo XXI no es halagüeño. Mentirosos, hipócritas, irrespetuosos, oportunistas, expertos en bajezas humanas y hábiles para trepar dentro del status social pisoteando cadáveres frescos.

El régimen implantó en la sociedad el colectivismo y la adoración a un líder. Durante un tiempo, escribir una carta a un  pariente o amigo en Estados Unidos fue un delito. O escuchar a los Beatles o vestirse con un Levi’s 501.

Decir señor en vez de compañero te encasillaba como un pichón de contrarrevolucionario. El odio enfermizo y retorcido del régimen a los que pensaban diferente, convocó a una multitud enardecida a tirarles huevos y arrastrar por la calle a los cubanos que decidieron abandonar su patria en 1980 por el puerto del Mariel.

La insolvencia económica y el mal gobierno han obligado a los hermanos de Birán a trazar piruetas ideológicas y camuflar su radicalismo y ojeriza al exiliado con tal de mantenerse en el poder.

Fidel Castro quería cubanos que supieran tirar, y tiraran bien, con un fusil AKM. Pues bueno, eso es lo que tiene.

La medicina cubana no tiene cura

Cuando Daniela, 19 años, asiste a su consulta de estomatología, además de llevarle a la especialista que le atiende un bocadito de jamón y queso y una botella de refresco, le entrega un billete de 10 pesos convertibles que la doctora agradece con gesto efusivo.

Ya va resultando raro que un paciente acuda a un turno médico y no le lleve un obsequio al médico. Depende el estado de salud, duración del tratamiento e interés que usted quiera le dispense su doctor.

En enfermedades graves, los regalos van subiendo de precio. El omnipresente bocadito se mantiene. Pero el agradecimiento se debe mostrar con cosas de más valor. O con dinero.

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