Todos reverencian a Mandela en Cuba

Para Josefina, 71 años, ama de casa residente en una barrida al sur de La Habana, primero Cristo, después Mandela. Estaba preparando la cena cuando escuchó en la radio la noticia de la muerte del Premio Nobel de la Paz 1993. “Tengo entre mis libros de cabecera una biografía sobre Mandela, la he leído tres veces. Cristo, Mandela y Martí son los tres hombres que por actitudes y convicciones yo más respeto”, cuenta mientras escoge el arroz para la cena. Las autoridades de la isla decretaron tres días de duelo nacional y el presidente Raúl Castro envió un mensaje de condolencia al presidente Jacob Zumba. En la misiva, Castro II señalaba que ‘de Mandela no se puede hablar en pasado’. Fueron declarados tres días de duelo oficial y la bandera izada a media asta en instituciones gubernamentales y unidades militares.

El canal 6 de la televisión cubana emitió un documental sobre la vida de Mandela, realizado por la cadena Telesur. Pasadas las 10 de la noche, colocó en pantalla el filme Invictus, con Morgan Freeman en el rol de Madiba. Si usted le pregunta a cualquier cubano, en una escala del uno al diez, sobre sus ídolos, muy pocos sitúan en la lista a un político moderno. La mayoría apuesta por artistas, músicos o deportistas como Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Y es que en Cuba, como en gran parte de las naciones del mundo, los políticos están a la baja. Pero cuando se habla de Mandela ya es otra cosa.

Continuar leyendo

Hermanos Castro: un Estado dentro de otro Estado

Cuando en 2005 la revista estadounidense Forbes puso a Fidel Castro en una lista de las personas con poder político más ricas del mundo, con un valor aproximado de 550 millones dólares, el ex guerrillero se enfadó. Habilitó un programa especial en la televisión y por espacio de cuatro horas aseguró no tener un dólar en ninguna cuenta bancaria. Y hasta lanzó un reto: pagaba un millón de dólares al que pudiera demostrarle que tenía riquezas acumuladas. Vaya contradicción.

Castro estaba visiblemente enojado. Lo consideraba, y considera, un problema de honor personal. Su reto cayó en saco roto. Al año siguiente, en 2006, Forbes subió la parada y estimó su patrimonio en 900 millones de dólares. No sé si Forbes en su famoso listado, alguna vez incluirá al general Raúl Castro. El tema tiene diversas aristas y disquisiciones. Les hago una pregunta que pudiera parecer manida: ¿realmente los Castro son multimillonarios?

Continuar leyendo

Cuba: periodismo a contracorriente

La eficiencia de una autocracia se mide, entre otras cosas, por su capacidad inalterable de controlar la información. Todo pasa por un tamiz ideológico. Unos tipos, sentados en una oficina climatizada, revisan con lupa lo que la gente debe ver, escuchar o leer. Libros, discos, noticias, novelas, filmes y seriales deben ser autorizado por el censor ideológico del Partido Comunista de Cuba. Todo aquello que el régimen no haya autorizado puede ser considerado delito. Granma, Juventud Rebelde, Trabajadores y el resto de los órganos provinciales del Partido deben tocar la misma melodía. Todo se planifica. Pocas cosas quedan a la espontaneidad.

A una orden de arriba, los dóciles reporteros deben escribir, por ejemplo, sobre la a crisis económica en Europa, la indisciplina social en la isla o culpar a los intermediarios privados por el alto precio de los productos agrícolas. Fidel Castro siempre lo dijo: la prensa en Cuba es un arma de la revolución. Y con ella disparan. En los medios usted puede encontrar reportajes de calibre o crónicas sociales agudas, pero nunca una encendida polémica política. Los periodistas oficiales más talentosos juegan en tercera división. No son bien vistos. La obediencia prima. La prensa local, sinónimo de mediocridad, está diseñada para desinformar. Su manual de estilo es verde olivo.

Continuar leyendo

El hombre nuevo devora al hombre nuevo

Un tipo consagrado al trabajo. Obediente y presto a cumplir cualquier orden de sus superiores sin chistar. Poco dado a las farras y el alcohol.

La génesis del hombre nuevo cubano era odiar al enemigo, al imperialismo yanqui. Debía ser, al decir de Ernesto Guevara, una perfecta máquina de matar. Escuchar a Mozart o leer a John Locke era un rezago pequeño burgués.

Usted puede pensar que la disparatada teoría de intentar moldear el individualismo, sus egos y el alma compleja del ser humano es una exageración o una fantasía del periodista.

Pero fue cierto. Se intentó en Cuba. Fidel Castro y sus camaradas, inmaduros y utópicos, embriagados después del triunfo en una guerra de guerrillas, donde 300 barbudos derrotaron a un ejército regular de 8 mil efectivos, se creían capaz de diseñar un arquetipo de hombre que prefiriera trabajar horas extras sin remuneración y no moviera los pies al compás de una rumba.

El reto sonaba a disparate. Ni genetistas, ingenieros sociales y políticos cuerdos lo habían intentado. Aunque se conocían ciertas experiencias.

Mediante el terror, la Alemania de Hitler y el forzoso experimento ideológico en Rusia, lograron la obediencia colectiva al régimen. Mussolini en Italia disminuyó la delincuencia y arrinconó a la mafia.

Stalin logró que los pioneros delataran a sus padres. Y el Führer eliminó del censo a los judíos, gitanos y enanos. Evidencias de que la transformación humana sólo es posible mediante la coacción y el miedo.

He sido testigo del fatal ensayo, donde lo más importante era la lealtad a Fidel antes que a tu familia. Por ello me pregunto por qué 54 años después, Raúl Castro se asombra de la indolencia y la vagancia, de los borrachos en las calles, de las groserías cotidianas, de la gente que cría cerdos en su apartamento o escuchan reguetón a todo volumen.

La generalizada indisciplina social, pérdida de valores y falta de educación es un producto tangible de la revolución verde olivo.

Esas generaciones de cubanos nacidas después de 1959, que no dicen buenos días cuando abordan un taxi, delatan al vecino por envidia, participan en linchamientos verbales y golpizas a los disidentes y se roban lo que pueden en sus puestos de trabajo, son el resultado del intento de amasar y crear un hombre diferente.

Somos una especie de Frankesteins. Cuando uno conversa con amigos extranjeros, aquéllos que vienen a Cuba no a tomar mojitos o acostarse con mulatas, su primera preocupación es la devaluación moral del cubano de hoy.

Todo lo demás se puede reparar. Cuando hayamos dejado atrás esta larga travesía por el desierto y el manicomio ideológico sea algo testimonial, Cuba recuperará sus encantos arquitectónicos, probablemente la economía despegará, la comida no será un lujo, habrá diferentes partidos políticos, el 20 de mayo volverá a ser el día de nuestra independencia y cada 4 ó 6 años elegiremos a un presidente.

Pero recuperar civismo y valores perdidos y llevará  tiempo. Demasiado quizás. El perfil de muchos cubanos en este siglo XXI no es halagüeño. Mentirosos, hipócritas, irrespetuosos, oportunistas, expertos en bajezas humanas y hábiles para trepar dentro del status social pisoteando cadáveres frescos.

El régimen implantó en la sociedad el colectivismo y la adoración a un líder. Durante un tiempo, escribir una carta a un  pariente o amigo en Estados Unidos fue un delito. O escuchar a los Beatles o vestirse con un Levi’s 501.

Decir señor en vez de compañero te encasillaba como un pichón de contrarrevolucionario. El odio enfermizo y retorcido del régimen a los que pensaban diferente, convocó a una multitud enardecida a tirarles huevos y arrastrar por la calle a los cubanos que decidieron abandonar su patria en 1980 por el puerto del Mariel.

La insolvencia económica y el mal gobierno han obligado a los hermanos de Birán a trazar piruetas ideológicas y camuflar su radicalismo y ojeriza al exiliado con tal de mantenerse en el poder.

Fidel Castro quería cubanos que supieran tirar, y tiraran bien, con un fusil AKM. Pues bueno, eso es lo que tiene.