Cuando en 2005 la revista estadounidense Forbes puso a Fidel Castro en una lista de las personas con poder político más ricas del mundo, con un valor aproximado de 550 millones dólares, el ex guerrillero se enfadó. Habilitó un programa especial en la televisión y por espacio de cuatro horas aseguró no tener un dólar en ninguna cuenta bancaria. Y hasta lanzó un reto: pagaba un millón de dólares al que pudiera demostrarle que tenía riquezas acumuladas. Vaya contradicción.
Castro estaba visiblemente enojado. Lo consideraba, y considera, un problema de honor personal. Su reto cayó en saco roto. Al año siguiente, en 2006, Forbes subió la parada y estimó su patrimonio en 900 millones de dólares. No sé si Forbes en su famoso listado, alguna vez incluirá al general Raúl Castro. El tema tiene diversas aristas y disquisiciones. Les hago una pregunta que pudiera parecer manida: ¿realmente los Castro son multimillonarios?
Bueno, legalmente no. Probablemente ni la CIA o el Mossad israelí puedan demostrar las supuestas fortunas de los hermanos de Birán. Forbes pierde de vista un elemento clave: la riqueza de los autócratas es imposible calcularla. El patrimonio de los Castro no sólo se puede medir por la cantidad de millones en dólares y euros. También se debe medir por el poder absoluto en todas las acciones económicas de la nación y el control directo sobre éstas.
Claro que para adquirir un lote de vehículos Hummer deben pagar en efectivo. Se sabe, por desertores que trabajaron en su entorno, que tienen cuentas para cubrir un contratiempo, caprichos personales o urgencias de última hora. Consideremos dos opciones. La primera, tal vez algunos parientes con vista larga tengan cuentas bancarias en cualquier paraíso fiscal. Ese dinero podría ser una especie de seguro. Cuando Cuba entre por el aro de la democracia y se privaticen las ruinosas empresas estatales, parten con ventaja a la hora de rifárselas.
En caso de que inoportunos disidentes los desenmascaren como parte activa del antiguo régimen, en Marbella, la Rivera francesa, Grecia o Portugal, se pueden comprar una propiedad discreta alejada del público. La segunda, que la transición en Cuba hacia un capitalismo estatal siga siendo controlada por los mismos de siempre. En ese caso, volvemos a la primera opción.
Aquéllos que manejen los hilos del poder, si son precavidos, diseñarán entramados financieros para ocultar cifras millonarias, en caso de caer en desgracia o que en la isla se produzca una situación política fuera de control y tuvieran que irse. Ocultar dinero o blanquear capitales no es difícil. Lo hacen políticos corruptos que viven en democracia, cercados de regulaciones, prensa libre y tribunales independientes.
Entonces, ¿qué no puede encubrir un gobernante de un Estado autocrático, dueño de los medios, de las finanzas y las auditorías? La sentencia de Luis XVI, “el Estado soy yo”, tiene plena vigencia para los hermanos Castro. De su voluntad emana el poder. Los cambios económicos. Las decisiones políticas. Quién debe ir a la cárcel por oponerse a sus normas y a quién se le debe permitir escribir y disentir.
Haciendo un repaso de las dos opciones llegamos a una conclusión: no necesariamente los Castro necesitan acumular cientos de millones para ser magnates poderosos. Puede que algún pariente o compañero de viaje hurte o esconda un par de millones por ambición o pensando en el futuro. Pero ni Raúl ni Fidel Castro lo necesitan. Lo tienen todo. El país entero, con sus tierras y recursos marítimos, los medios de comunicación y bien amaestrada la voluntad de un segmento importante de la población.
El parlamento no puede bloquear una legislación del ejecutivo o desaprobar el presupuesto diseñado por ellos y sus compadres. Y eso es algo que no se puede cuantificar en números. Los hermanos Castro están por encima de las listas de Forbes. Tienen el auténtico poder real. Han creado un Estado dentro de otro Estado.