Lo que nos dejó la URSS

Todavía en los libros de historia universal de escuelas secundarias o preuniversitarias en Cuba, el tema soviético se maneja con pinzas.

Se recuerda a su padre fundador Vladimir Ilich Lenin, la epopeya de la Segunda Guerra Mundial con sus 20 millones de muertos (dato viejo, fueron 27 millones y no pocos murieron por un disparo en la nuca de sus propios camaradas o en un tenebroso gulag), y la ayuda desinteresada de la URSS en los primeros años de la revolución verde olivo. 

A Zoraida, estudiante de tercer año de bachillerato y amante de la historia, cuando le pregunto sobre aquella nación conformada por quince repúblicas europeas y asiáticas, sin apenas tomar aire, me suelta una parrafada calcada de los manuales escolares.

“La Revolución de Octubre fue fundada en 1917 por Lenin, y a pesar de las agresiones de naciones occidentales se consolidó como una gran potencia mundial. Fue el país con más muertos durante la Segunda Guerra Mundial, 20 millones (persiste en el error), y tuvo que luchar sola frente a las hordas fascistas. Estados Unidos y sus aliados se vieron obligados a abrir el Segundo Frente en Normandía ante el avance vertiginoso del Ejército Rojo”, responde con ese dejo de orgullo habitual en los alumnos aplicados.

No sé cuál será su vocación futura. Pero en ella el Partido tiene un buen prospecto de comisario político. Como deseaba indagar sobre otros aspectos históricos menos divulgados en los medios nacionales, le hice las siguientes preguntas:

¿Qué me podrías decir de las brutales purgas de Stalin, que costaron millones de vidas al pueblo soviético? ¿Sabías que la aplicación de la colectivización agrícola provocó hambruna y entre 7 y 10 millones de muertos en Ucrania, llamada Holodomor? ¿Habías leído acerca del pacto de no agresión Molotov-Ribbentrop donde en una cláusula secreta Hitler y Stalin se repartieron las repúblicas bálticas y una zona de Europa del Este?

¿Has leído o escuchado sobre la matanza en el bosque de Katyn por tropas élites soviéticas a militares polacos? ¿Conocías que el escritor Aleksandr Solzhenitsyn, Premio Nobel de Literatura en 1970, al igual que otros muchos intelectuales, estuvo preso en el Gulag sólo por pensar diferente?

¿No crees que la URSS fue una nación imperialista, pues ocupó parte de Europa del Este como trofeo de guerra e instauró gobiernos vasallos? ¿Has estudiado sobre la agresión soviética a Checoslovaquia en 1968 o Afganistán en 1979?

¿Alguna vez te contaron que por decisión de Fidel Castro y Nikita Kruschev, en Cuba estuvieron emplazados 42 cohetes atómicos de alcance medio que pudieron provocar una conflagración nuclear?  ¿Sabías que al igual que Estados Unidos tiene una base militar en contra de la voluntad del pueblo cubano, Fidel Castro sin consultar al pueblo autorizó un centro de instrucción militar con tropas soviéticas y una base de espionaje  electrónico en las afueras de La Habana?

A cada una de estas preguntas, la joven respondió con evasivas: “No, no lo sé. No, no lo he leído. O eso no lo hemos dado en la escuela”.

Es conocido que el sistema de enseñanza en Cuba intenta pertrechar a sus alumnos de una visión marxista y exaltar a Fidel Castro y su revolución. En temas rigurosamente comprobados, el método utilizado no es mentir, sino reconocer que no se tiene información o no decir toda la verdad. 

Aunque hace más de 20 años la URSS  desapareció del mapa y dijo adiós a su estrafalaria ideología, la educación en la Isla continúa siendo un celoso albacea de la narrativa soviética.

Manuel, graduado de Filosofía, reconoce que en sus estudios universitarios de Historia no hicieron hincapié en la Perestroika y la Glasnost. “De pasada los profesores encaraban aquella etapa. De Gorbachov se nos dijo que fue un traidor, que desmontó piedra a piedra el poderío y la influencia soviéticos. El enterrador del comunismo. Un paria”.

En las estructuras del poder existe un núcleo poderoso que aún recuerda con nostalgia el período soviético. El general Raúl Castro, al frente de los destinos de Cuba, es un gran admirador del comunismo ruso. En una de las visitas al apartamento de Juan Juan Almeida, hijo del comandante guerrillero, cuando vivía en Nuevo Vedado, Juan Juan me contó que en la antesala de la oficina del General Castro en el MINFAR, había un cuadro de Stalin, el carnicero de Georgia.

En el discurso de viejos aparatchiks, formados en severas escuelas del Partido, sigue latente la Cuba soviética de antaño. Joel, funcionario retirado, añora los viajes a Moscú y las visitas al mausoleo del Kremlin, donde Lenin yace embalsamado. En su casa, en un estante de madera, reposa una colección de libros de Boris Polevoi, Nicolai Ostrovski e Iliá Ehrenburg, entre otros que escribieron sobre las proezas del Ejército Rojo en la Gran Guerra Patria.

Carlos, sociólogo, considera “que la URSS puede parecer periódico viejo, pero no está muerta del todo: la población ya no se acuerda de la carne de lata, la compota de manzana ni los muñequitos rusos; es en las estructuras del poder donde extrañan la era soviética”.

La historia de amor hacia la URSS entre un sector intelectual y político es de vieja data en el país. Muchos que juran ser nacionalistas a pie firme, acusan de anexionistas a las personas que admiran el estilo de vida y las estructuras institucionales de Estados Unidos. Pero donde de veras existe anexionismo, es en el comunismo. No solo importaron la ideología, también pretendieron clonar el modelo soviético en un archipiélago del Caribe a 9.500 kilómetros de Moscú.

Y no eran tontos o analfabetos los que aplaudían la teoría de una Cuba soviética. Entre ellos, intelectuales de talla como Nicolás Guillén, Salvador García Agüero y Juan Marinello, miembros del Partido Socialista Popular (PSP).

Con la llegada al poder de Fidel Castro, el oportunismo político de los barbudos se acopló al imaginario comunista de hombres curtidos en el quehacer sindical y el proselitismo marxista en diversos sectores académicos e intelectuales de la nación.

A pesar de la afinidad del Gobierno cubano con el soviético, entre un segmento amplio de la ciudadanía, la cultura rusa no caló. Tampoco cuajaron su moda y costumbres, sus comidas y creencias religiosas.

Lo que la URSS nos dejó fueron algunos cientos de matrimonios entre rusos y cubanos. Y nombres como  Iván, Tatiana, Vladimir, Irina, Boris, Natasha… Poco más.

Aunque los añejos dinosaurios políticos traten hoy a cuerpo de rey a Rusia en los medios y, la nomenclatura se esfuerce en reactivar nuevos pactos, el país eurasiático sigue siendo una música lejana y exótica para la gente de a pie.

Y es que, por geografía y cultura, los cubanos siguen mirando al Norte.

Robo, burocracia y evasión de impuestos: una sedición silenciosa en Cuba

Después de estrujarse la cabeza en busca de un procedimiento jurídico que permitiera enviar a la cárcel al gánster de Chicago Al Capone, Eliot Ness y sus legendarios Intocables utilizaron un arma clave para encarcelarlo: la evasión de impuestos.

El Tío Sam te da el derecho constitucional de expresarte libremente y asociarte, pero si dejas de pagar un centavo de los Taxes puedes ir a chirona. Claro, se pagan salarios justos, existen sindicatos y tribunales independientes del Estado, convenios salariales con las empresas y derecho a huelga. 

También el contribuyente puede requerir al fisco qué hace con su plata si observa hospitales, escuelas públicas y parques desguazados o autopistas repletas de baches, como en Cuba, donde las carreteras son auténticas minas terrestres.

No creo que los esfuerzos de la disidencia, acorralando a los Castro para que cumplan con procedimientos jurídicos plasmados en su propia Constitución, o crear un estado de opinión que los fuerce a ratificar los Pactos de la ONU firmados en 2008 culminen con éxito, pese a ser caminos legítimos que dejan al descubierto la esencia dictatorial del gobierno.

Ahora mismo, lo que está socavando las estructuras del añejo e inoperante sistema es el robo en la producción y servicios, la ineficacia laboral y el fraude generalizado del contribuyente al fisco. No hay Estado que pueda soportar esa elevada sangría financiera.

Continuar leyendo

Cuba: hablemos del embargo

El embargo económico y financiero de Estados Unidos a Cuba fue implementado parcialmente en el otoño de 1960 por la administración de Dwight D. Eisenhower. Fue una escalada progresiva y razonablemente lógica de la Casa Blanca, en respuesta a las expropiaciones sin la debida indemnización por parte del gobierno de Fidel Castro a propiedades y empresas estadounidenses. Para el 3 de febrero de 1962, el gobierno de Kennedy recrudeció las medidas y el embargo económico fue casi total. No solo fue un mecanismo de presión de carácter económico.

Tiene su componente político. Remontémonos al período de Guerra Fría. El barbudo Castro se alió al imperialismo soviético y llegó a emplazar 42 cohetes atómicos de alcance medio en la isla. En un rapto de delirio, en una carta a Kruschov, Castro le surigió que como táctica disuasoria, la URSS debía apretar primero el gatillo nuclear. El régimen verde olivo se enfrascó durante los años 60, 70 y 80 en una guerra subversiva y costosa en América Latina y África, financiada por el Kremlin. Cuba es una auténtica autocracia.

Un solo partido legal, el comunista. Ninguna libertad de expresión, prensa libre, derecho a huelga o poder afiliarse a sindicatos independientes. Solo si Cuba se abre en el terreno político y respeta los derechos humanos, Estados Unidos podría considerar el levantamiento del embargo.

También el gobierno de facto debe negociar los impagos a ciudadanos estadounidenses. El embargo está codificado y blindado por leyes estadounidenses. En diferentes períodos, Jimmy Carter en 1978, Bill Clinton en 1994 y con la actual administración de Barack Obama, se han aprobados medidas para su flexibilización.

En los años 70, a Castro no le importó la paloma blanca lanzada por Carter desde Washington. A cambio, debía apartarse de los peligrosos juegos de guerra en Angola y Etiopía. En un error estratégico, Fidel pensaba que la caída del “imperialismo yanqui” y la debacle del capitalismo moderno estaban al doblar de la esquina. Por tanto, no se dejó enamorar por las plegarias de Carter. Luego se sabe lo que pasó. Reagan jugó al duro en su política exterior y el mapa cambió de color. La URSS y el Muro de Berlín se convirtieron en historia antigua.

Entonces Castro replanteó sus políticas. Dijo adiós a las armas y comenzó un lobby agresivo con la izquierda -incluso la derecha- latinoamericana y le abrió las puertas a diversas tendencias dentro de Estados Unidos que le han servido como agente de influencia. 

En 1996 pudo solucionar el entuerto para derogar el embargo e iniciar los primero pasos en la democratización de Cuba. Tenía abierto un canal de comunicación con Clinton mediante el escritor colombiano Gabriel García Márquez. Pero pudo más la soberbia. Derribó dos avionetas desarmadas de grupos anticastristas afincados en la Florida que tiraban octavillas en La Habana y, a distancia, desenfundó el bolígrafo para que Clinton diera una nueva vuelta de tuerca al embargo, aprobando la Ley Helms-Burton.

El embargo es un negocio publicitario rentable para los Castro. Ellos con las víctimas. El mundo, excepto Israel, Estados Unidos e Islas Marshall, está en contra de sancionar a Cuba. Dentro de la disidencia cubana es mayoría los que se oponen al embargo. Según muchos opositores, solo sirve de pretexto al gobierno para no democratizar el país y reprimir a los disidentes.

Los opositores que apuestan porque se mantenga alegan que no hay señales de democracia dentro de las tibias reformas económicas implantadas por Raúl Castro para levantar el embargo. Consideran que si se le abre las puertas al capital gringo, se reforzaría el régimen y las libertades esenciales seguirían cautivas. Unos y otros tienen razones sólidas.

Pero los hermanos de Birán siguen empecinados en desconocer a la oposición. Quieren negociar con la Casa Blanca ignorando a los cientos de activistas y disidentes que les piden sentarse en la mesa a pactar un nuevo trato, que permita enrumbar a la nación por el camino democrático.

Habría que preguntarse cuán severo es el embargo. Si usted visita el hospital pediátrico William Soler, al sur de La Habana, y charla con especialistas, argumentarán que debido al embargo, el gobierno no puede comprar medicamentos de última generación patentados por Estados Unidos. Eso es cierto. Claro, si Fidel Castro en vez de enfrascarse en las guerras civiles africanas o introducir armas clandestinas a Chile, hubiese diseñado estructuras económicas eficientes, hoy la autocracia podría adquirir medicinas, ómnibus, herrajes y comida en cualquier otro lugar del planeta, aunque fuese más costoso.

Sucede que las finanzas del país están en números rojos. Al contrario de otras dictaduras, como la de Pinochet o el régimen segregacionista de Sudáfrica, donde los problemas no eran económicos, si no de represión y falta de libertades, en Cuba la complicación es mayor. Estamos a la deriva, en lo financiero y en materia de derechos humanos. Es evidente que el poderoso y aceitado lobby anti embargo, financiado por el régimen de La Habana y por los bolsillos amplios de cubanoamericanos, quiere desconocer un lado del asunto.

Alfonso Fanjul sufrió en carne propia las arbitrariedades de la revolución. Perdió todas sus propiedades en Cuba y tuvo que marcharse a comenzar de nuevo, 90 millas al norte. Siendo apenas un adolescente, Carlos Saladrigas debió abordar un avión hacia Estados Unidos sin sus padres durante la Operación Peter Pan. Cuentan que los dos se sentaban en el último banco de madera de una pequeña iglesia en la Florida a rezar y a llorar por todo lo que habían perdido. Han triunfado en una nación exitosa.

Podemos creer en su buena voluntad. Pero pecan de ingenuos. O juegan con cartas marcadas. ¿Personeros del régimen se han comprometido en secreto con Fanjul o Saladrigas a cambiar el estado de cosas si se levantara el embargo? Algo debe cocinarse en las alcantarillas del poder para que ese lobby trabaje a destajo. Públicamente nada se sabe. Lo cierto es que el régimen guarda silencio y ni siquiera difunde en Cuba las iniciativas de grupos anti-embargos de Estados Unidos.

Si a cambio de levantar el embargo el General Raúl Castro legalizara la oposición y la prensa independiente, estoy seguro que una parte del exilio y la disidencia local aprobaría el proceso para flexibilizarlo.

No creo que sea el embargo el causante de nuestras precariedades económicas. La falta de leche, queso, mantequilla y carne de res no podemos achacárselos al “bloqueo”. Es el sistema absurdo instaurado por Fidel Castro, vertical, dogmático y personalista, el gran culpable que la mayoría de la gente en Cuba lleve más de cincuenta años pasándolo mal.

Un 70% de la población puede comprar productos estadounidense si tienen suficientes pesos convertibles. Si se recorren los mercados por divisas, descubrirá desde la famosa Coca-Cola, televisores RCA, ordenadores Dell, hasta una línea de electrodomésticos Black & Decker. El embargo tiene tantos agujeros, que le permite al gobierno comprar ómnibus chinos con componentes estadounidenses o un lote de jeeps Hummer para cazar en un coto exclusivo de altos militares.

Puede catalogarse de ilegal, absurdo o extraterritorial. Pero sobre todo ha sido ineficaz. Entiendo que el embargo no se debe abolir sin concesiones por parte del régimen.

Libertad económica y créditos para los pequeños negocios suena demasiado bonito en el oído de los atribulados trabajadores privados que se ganan un puñado de pesos al margen del Estado. ¿Cómo hacer efectiva esa libertad económica? Es la pregunta que muchos se hacen en Cuba. Se me antoja que sin libertad política, plena, es imposible.

Si lo dudan, pregúntenle a Carlos Saladrigas o Alfonso Fanjul. Ellos mejor que nadie pueden argumentar porque un día se vieron precisados a tomar un avión rumbo a los Estados Unidos.

Cuba-Estados Unidos: apostar por una transparencia meridiana

No siempre tener buenos argumentos justifica actuar pisoteando la jurisdicción de una nación extranjera. La mentalidad de Guerra Fría aun está latente en la manera de actuar de ciertas instituciones estadounidenses. Si un gobierno cree en la democracia y las libertades políticas, no debe de andar ocultándose para apoyar de manera pacífica a los demócratas de países autocráticos como Cuba.

El desempeño de la USAID en el caso del contratista Alan Gross, encarcelado por introducir clandestinamente equipos satelitales de conexión a internet o el Zunzuneo, el llamado twitter cubano, ha estado lastrados por la falta de transparencia y profesionalidad.

La libertad de expresión, información y acceso  a internet son derechos inalienables de cualquier ciudadano. Si el gobierno de un país se lo niega, no es delito punible permitir que de una forma u otra la persona pueda informarse.

Las sociedades autoritarias y verticales como la cubana poseen un racimo de normas que les permite manejar a su antojo el flujo informativo. Ese control les posibilita gobernar sin sobresaltos, manipulando opiniones adversas u ocultándolas.

La Casa Blanca puede implementar políticas que contribuyan a que los cubanos tengan diversas fuentes de información. Pero con transparencia. Y no diseñando estrategias que pudieran interpretarse como injerencia.

Es positivo que en la Sección de Intereses de Estados Unidos en La Habana funcionen dos salas de navegación gratuita por internet, a las cuales puede ir cualquiera, sea o no disidente.

La política de Washington hacia Cuba suele ser pública y transparente. En internet, no es difícil  encontrar la ayuda o dinero otorgado a grupos opositores en la isla. Una buena manera de enterrar esa manía obsesiva por el espionaje y el misterio.

Debe ser una meta de Estados Unidos que la programación de Radio Martí cada vez sea más amena, analítica y profesional. Desde los años 60, el régimen cubano utiliza a Radio Habana Cuba como un instrumento para vender sus doctrinas en países foráneos.

Con los petrodólares del difunto Hugo Chávez, se creó Telesur, televisora dedicada  a difundir y apoyar sin tapujos a lo más rancio de la izquierda latinoamericana. Están en su derecho.

Pero también debiera respetarse que cada persona, según sus criterios, pueda acceder libremente al canal televisivo que desee, escuchar la estación radial de su preferencia y leer sus periódicos y sitios digitales favoritos.

Para la autocracia verde olivo, el 21 es un siglo de lucha ideológica. Y ha orquestado una campaña denominada ‘batallas de ideas’. Pero en el panorama nacional, las opiniones divergentes con la línea oficial no son aceptadas.

Las antenas por cable son ilegales. Internet tiene precios inalcanzables para la mayoría de la gente de a pie. Diarios extranjeros o libros críticos con el statu quo son censurados. Solo queda escuchar la onda corta. O sentarse en el bar de un hotel, gastar cuatro dólares para beber un mojito y ver CNN en español. Incluso la censura va más allá de la política.

Aunque es justo reconocer que Raúl Castro ha permitido que los cubanos puedan ver de forma diferida un partido de la NBA o MLB, todavía son vetados los juegos de béisbol donde participan peloteros de la isla.

Sucede igual en el campo literario, intelectual y musical. Al cantante Willy Chirino, al compositor Jorge Luis Piloto, al poeta Raúl Rivero, al columnista Carlos Alberto Montaner o a la escritora Zoé Valdés, se les prohíbe actuar o visitar su patria por ser anticastristas convencidos.

Los hermanos Castro padecen de una rara manía: se consideran dueños legítimos de la nación. Y saben venderse como víctimas. No pocas veces, instituciones estadounidenses o europeas, con su mentalidad de Guerra Fría, les proporcionan las municiones.

Los éxitos silenciosos de la disidencia cubana

En la actualidad, mientras el debate de intelectuales cercanos al régimen se centra en el aspecto económico, la disidencia se mantiene reivindicando aperturas políticas.

Antes de que la autocracia verde olivo diseñara reformas económicas, la ilegal oposición pacífica demandaba aperturas en pequeños negocios y en el sector agrario así como la derogación del absurdo apartheid en el ámbito turístico, informativo o tecnológico, que convertía al cubano en ciudadano de tercera categoría.

No fueron el general Raúl Castro y su séquito de tecnócratas encabezados por el zar de las reformas económicas, Marino Murillo, los primeros en demandar cambios en la vida nacional. No.

Cuando Fidel Castro gobernaba la nación cual si fuese un campamento militar, los actuales ‘reformistas’ ocupaban puestos más o menos relevantes dentro del ejército y el status quo. Ninguno alzó su voz públicamente para exigir reformas. Nadie dentro del gobierno se atrevió a escribir un artículo pidiendo transformaciones inmediatas de corte económico o social.

Si dentro del marco del Consejo de Estado se ventilaban esas cuestiones, los cubanos no tuvimos acceso a esos debates. La aburrida prensa nacional jamás publicó una nota editorial sobre el rumbo o los cambios que debía emprender la nación.

Quizás la Iglesia Católica, en alguna carta pastoral, con timidez y en tono mesurado, abordó ciertas aristas. Los intelectuales que hoy se nos presentan como representantes de una izquierda moderna también callaban.

Los cubanos seguidores del castrismo en Estados Unidos y Europa, tampoco se cuestionaban que sus compatriotas dentro de la isla no tuvieran acceso a la telefonía móvil, dependieran del Estado para viajar al extranjero o perdieran sus bienes si decidían marcharse del país.

Quien sí públicamente levantó la voz fue la disidencia interna. Desde finales de los años 70, cuando Ricardo Bofill fundara el Comité Pro Derechos Humanos, además de reivindicar cambios en materia política y respeto por las libertades individuales, demandaba aperturas económicas y transformaciones jurídicas en el derecho a la propiedad.

También lo hicieron los periodistas independientes, desde su surgimiento a mediados de los 90 y, más recientemente, los blogueros alternativos. Si se imprimieran los artículos publicados donde se reclama mayor autonomía económica, política y social, se necesitarían unos cuantos tomos.

Si algo no ha faltado en la disidencia cubana son programas políticos. Y todos solicitan un mayor número de libertades ciudadanas, desde el primero de Bofill, La Patria es de Todos de Martha Beatriz, Vladimiro Roca, René Gómez Manzano y Félix Bonne o el Proyecto Varela de Oswaldo Payá, hasta la Demanda por otra Cuba de Antonio Rodiles o Emilia de Oscar Elías Biscet.

A la oposición local se le puede criticar por su escaso margen de maniobra a la hora de sumar partidarios y ampliar sus bases dentro de la comunidad. Pero no se pueden soslayar sus indudables méritos en la petición de reivindicaciones económicas y políticas.

Las actuales reformas económicas establecidas por Castro II dan respuesta a varias demandas medulares planteadas por la disidencia. No pocos opositores sufrieron acoso, golpizas y años de prisión por reclamar algunos de los actuales cambios, que el régimen pretende anotarse como sus triunfos políticos.

Las derogaciones de absurdas prohibiciones como la venta de casa y autos, viajes al extranjero o acceso a internet, han formado parte de las propuestas disidentes.

Ahora, un sector de la Iglesia Católica cabildea con el gobierno. Un estamento de intelectuales de una izquierda moderada plantea reformas de más calado y respeto por las discrepancias políticas. Pero cuando Fidel Castro gobernaba con mano de hierro, esas voces se mantuvieron en silencio. Siempre será bienvenido recordarle a los gobernantes que Cuba no es una finca privada y que cada cubano, resida donde resida, tiene derecho a exponer sus propuestas políticas.

Pero, desgraciadamente, solemos ningunear o pasar por alto que cuando hace apenas una década, el temor, conformismo e indolencia nos colocaba un zipper en la boca, un grupo de compatriotas llevaban tiempo exigiendo reformas y libertades a riesgo incluso de sus vidas.

En la actualidad, mientras el debate de  intelectuales cercanos al régimen se centra en el aspecto económico, la disidencia se mantiene reivindicando aperturas políticas.

Uno podrá estar o no de acuerdo con las estrategias de los opositores. Pero no se puede dejar de reconocer que han sido -y siguen siendo-  los que han pagado con cárcel, atropellos y destierros sus justos reclamos. Ellos pudieron haber sido abuelos que hacían mandados y cuidaban a sus nietos. O funcionarios del Estado que discurseaban sobre la pobreza y la desigualdad, comiendo bien dos veces al día, teniendo autos con choferes y viajando por medio mundo en nombre de la revolución cubana.

Pero decidieron apostar por la democracia. Y están pagando por ello.

Cuba: diplomacia y represión

Mientras el general Raúl Castro, presidente elegido a dedo por su hermano Fidel, estrechaba la mano del mandatario estadounidense Barack Obama en el funeral de Estado a Nelson Mandela en Johannesburgo, los servicios especiales y fuerzas combinadas de la policía montaban un fuerte operativo en los alrededores de la casa del disidente Antonio Rodiles, director de Estado de Sats, un proyecto donde concurren las diversas vertientes políticas y ciudadanas que conviven en el ilegal mundillo de la oposición cubana.

También el 10 de diciembre, cuando titulares de medio mundo destacaban el inédito apretón de manos de los dos mandatarios, los tipos duros de la Seguridad del Estado reprimían a activistas en la región oriental de la isla, detenían a una veintena de damas de blanco en La Habana y a decenas de opositores en el resto del país. Todo esto acontece bajo la indiferencia del cubano de a pie, cuyo objetivo central es intentar llevar cada día dos platos de comida a la mesa. Ni para el bodeguero de la esquina, el taxista particular o personas que esperaban el ómnibus en una concurrida parada, el saludo fue una noticia más.

El régimen sabe que un porciento elevado de la población permanece en las gradas, observando el panorama político nacional. Lo de la gente es subsistir, emigrar o ver la forma de montar un timbiriche que le permita ganarse unos pesos. Entre tanto, los autócratas verde olivo piden a gritos negociar. Pero con Estados Unidos. No les importa, por ahora, sentarse a dialogar con una oposición que tiene un mérito incuestionable: el valor de disentir públicamente dentro de un régimen totalitario.

Continuar leyendo