El Indec lo hizo: Argentina lidera el crecimiento mundial

¿Cuánto crece la Argentina? Es una de pregunta casi imposible de contestar. La divergencia entre los índices de inflación oficiales y de consultoras privadas, e incluso de la percepción de precios de los propios consumidores, se trasladó en los últimos meses a datos más abarcadores, como los de crecimiento de Producto Interno Bruto.

Es seguro que el segundo trimestre fue el de mejor desempeño del año para la economía nacional, con el destacado empuje de la cosecha récord de granos (un 20% superior a la de 2012, que había sido consumida por la sequía) y la producción automotriz, animada por las exportaciones a Brasil y la demanda interna.

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Aterrizaje forzoso para peso argentino

El tipo de cambio actual sería adecuado para la Argentina si los índices de inflación hubieran sido bajos en el último lustro, como en la mayoría de los países de América Latina, o al menos si la suba de precios local se hubiera acotado a la que registró el INDEC desde su intervención a manos de Guillermo Moreno. Pero la presión alcista de los precios minoristas, que supera por cuarto año consecutivo el 20% y asoma en este 2013 a subir más que en cualquier año de la década kirchnerista, irrumpe incómodamente de tal forma que el Gobierno se vio obligado a cambiar su actitud inflexible respecto de una evolución pausada del dólar.

Así es como se recuerdan con cierta añoranza los primeros años de gestión de Néstor Kirchner, con un índice de inflación en el rango de 3 a 6 por ciento anual y un dólar al que había que sostener con compras del Banco Central porque el ingreso de capitales y el superávit comercial prodigaban abundancia de divisas y pujante recuperación de reservas.

En agosto último, la entidad que conduce Mercedes Marcó del Pont dio señales claras de profundizar la apreciación del dólar oficial, es decir, permitir una devaluación del peso que ya quedó muy lejos de la “sintonía fina”. El dólar mayorista o interbancario -donde interviene el BCRA- cerró el mes en $5,6725, anotó un alza de 2,8% en agosto y sumó un 15,4% en los primeros ocho meses de 2013, la ganancia más alta para un año desde 2002, tras la salida de la convertibilidad. Por el mismo efecto, el peso se devaluó un 2,7% en agosto y un 13,2% en el recorrido del año.

La escalada del dólar mayorista en agosto fue la más alta del año y la mayor desde marzo de 2009 (cuando ganó 4,3%), mientras la ganancia interanual de la divisa (agosto 2012-agosto 2013) marcó 22,3%, la más elevada desde septiembre de 2009. También tiende a acelerarse mes a mes: en junio fue del 2% o 24% anualizado (de 5,29 a 5,395 pesos), en julio fue de 2,2% o 26,4% anualizado (de 5,395 a 5,515 pesos) y en agosto fue de 2,7% o 32,6% anualizado (de 5,52 a 5,68 pesos).

Puede decirse que este “aterrizaje forzoso” del peso tiende a sincerar y reconocer de alguna forma parte de la inflación acumulada en los últimos años y reprimida en cuanto a tipo de cambio por la intervención oficial en el mercado mayorista. En los hechos, agosto (con la proyección de 32,6%) ya está superando las previsiones de inflación anual y la conducta del Central sugiere que seguirá en esta senda hacia fin de año.

¿A qué se debe este apuro del BCRA por ordenar la variable cambiaria?

- En primer lugar, la vigorosa inflación deja en evidencia el atraso de un dólar cuyo precio no evoluciona al mismo ritmo que el resto de los bienes de la economía local.

- La apreciación del dólar en Brasil, de 2,052 a 2,385 reales entre enero y agosto, un 16,2%, con una inflación acumulada en el país vecino en torno al 4%, que resulta una apreciación real de la divisa norteamericana de 12,2% en el año. La producción brasileña se vuelve más competitiva respecto de la norteamericana por esta ayuda cambiaria, y también respecto de la argentina, donde la devaluación del peso es, por ahora, neutralizada por la tasa de inflación.

- La apreciación del dólar en términos globales. No sólo la Argentina y Brasil, si no varios países emergentes optan por deslizar sus monedas ante las expectativas de un fortalecimiento de la divisa de EEUU en un futuro escenario de tasas de interés más elevadas en la economía norteamericana.

- Los ingredientes locales, claro, son fundamentales para que el peso tenga un derrotero diferente al de sus pares regionales. Además de la inflación, Argentina atraviesa un período de pérdida de reservas gradual, pero constante, que deja un dólar teórico de 8,73 pesos (al dividir la base monetaria por las reservas líquidas del BCRA), cercano a los $8,88 del “contado con liquidación” (referencia para operaciones financieras) y a tiro de los $9,30 que merodeó el dólar blue el viernes.

- Las restricciones cambiarias que frenaron la fuga de capitales también cerraron otras vías de ingreso de dólares, como préstamos a empresas, inversiones del extranjero y créditos multilaterales. La sangría de divisas por pago de deuda, el turismo en el exterior, el déficit energético y el rojo comercial de algunos rubros industriales también hicieron su contribución para que la caída de reservas en el año ascendiera a u$s6.489 millones –más del doble que todo lo perdido en 2012-, a u$s36.801 millones, su nivel más bajo desde abril de 2007.

- La poca aceptación del Certificado de Depósito para Inversión (CEDIN) minó una alternativa para fortalecer temporalmente las reservas y atenuar la suba del dólar. A dos meses de su lanzamiento, el blanqueo de capitales motorizó suscripciones por u$s50.801.758, apenas por encima de los u$s41 millones de reservas que se perdieron en promedio en cada jornada cambiaria de 2013.

- El condimento político también tiene que tomarse en cuenta. La elevada emisión de pesos sin respaldo para alimentar el financiamiento público tendrá un incentivo extra con el incremento del mínimo no imponible del impuesto a las Ganancias. Los $4.500 millones de “esfuerzo fiscal” que representará esta medida hasta fin de año serán parcialmente compensados por el aporte privado (impuesto sobre adquisiciones de activos y sobre dividendos) en un monto difícil de estimar todavía. Seguramente, el recorte de ingresos al erario público por Ganancias tendrá que ser equilibrado con más pesos del Banco Central. El futuro para el dólar en el plano local tiene sólo dirección alcista.

Las importaciones sostienen el PBI industrial

La producción fabril mantiene un leve crecimiento en el transcurso de 2013 y cumple con lo justo con su cuota dentro de la actividad general, apuntalada por el sector automotriz, el de mayor desarrollo y también el que más depende de la importación de insumos, piezas y unidades terminadas para mostrar números positivos.

Esta condición refleja que no siempre el crecimiento fabril es baluarte del superávit comercial, que permite el ingreso de dólares al país. Si bien la ministra de Industria Débora Giorgi destacó en el Council of the Americas la sustitución de importaciones por u$s15 mil millones desde 2008 -un dato muy positivo-, aseguró que la relación importaciones-PBI pasó del 17,6% al 14,1%, una mejora mediocre si se toma en cuenta que este porcentaje está subestimado por la distorsión de la brecha cambiaria, que toma el tipo de cambio oficial para medir la producción de bienes y servicios.

El déficit comercial automotriz acumuló importantes u$s3.258 millones en el primer semestre del año, según el Banco Central. Aunque fue un 6,9% menos que en el mismo lapso de 2012, las terminales locales se consolidaron como el principal complejo importador de Argentina, con u$s8.781 entre enero y junio, contra exportaciones por 5.524 millones.

El INDEC señaló que la industria automotriz registró un crecimiento interanual de 19,2% en el acumulado del primer semestre del año, frente al mismo período de 2012. En esa comparación, el indicador general (Estimador Mensual Industrial-EMI) progresó apenas 1,5 por ciento. A su vez, la UIA informó que en el primer semestre el sector fabril acumuló un crecimiento de 1,9% frente a 2012. En junio el alza fue de 3,6% interanual; sin el aporte automotriz la mejora sectorial hubiera sido de sólo 1,2 por ciento.

Ya con cifras de julio, la consultora Orlando Ferreres & Asociados detectó una recaída de 0,8% anual para la industria, “por la desaceleración que evidenció la producción de automotores”, a la vez que anticipó que “es esperable que se consolide la desaceleración en los meses venideros”, debido a que las terminales mostrarán indicadores de producción interanuales más modestos. La industria argentina adolece de una desmesurada ”automotriz-dependencia”.

Para la fundación FIEL, la actividad fabril también promedió una caída de 0,8% en julio. Otra vez fue decisivo el desempeño automotriz, que avanzó 18,6% en los primeros siete meses de 2013. En ese mismo sentido, Gustavo Dalmasso, analista de Abeceb.com, comentó que en julio “pese a su gran primer semestre, el deterioro del mercado brasileño obligó a realizar un leve ajuste a la baja de la producción de la industria automotriz”, que pasó del 10,5% interanual en junio a 10,1% el mes pasado. Brasil es el destino del 86% de las ventas externas de vehículos.

Más ventas y más importaciones

Además del “efecto Mercosur”, pesan los incentivos internos que empujan las ventas de autos en Argentina. Ante la imposibilidad de ahorrar en divisas, la falta de alternativas de inversión que superen la inflación y el salto del dólar blue, comprar un 0 kilómetro es visto como una forma de mantener el capital a través de un bien durable, cuyo precio en dólares -en caso de unidades o componentes importados- se traduce en pesos al tipo de cambio oficial. Este año se prevén ventas de automóviles en el mercado interno cercanas a las 840 mil autos, lo que constituirá un nuevo récord.

Según ADEFA, la entidad que integran las terminales radicadas en el país, entre enero y julio se produjeron casi 72 mil vehículos, de los cuales más de la mitad (unos 39.200) se exportó. Sin embargo, para abastecer a las concesionarias locales debió importarse un número mayor: casi 52 mil unidades. Es decir que el fuerte crecimiento del principal rubro industrial no evitó el déficit en materia de comercio exterior.

El INDEC informó que la importación de vehículos automotores terminados en julio fue de u$s668 millones, con un aumento del 65% en términos interanuales. En siete meses, este segmento representó compras al exterior por 3.881 millones de dólares (+26%). Asimismo, el ente estadístico refirió que el ingreso de piezas y accesorios para bienes de capital, en el que las autopartes tienen amplia participación, sumó entre enero y julio 8.961 millones de dólares.

Esos dos ítems de importación significan un 82% del total de exportaciones de Manufacturas de Origen Industrial: u$s15.612 en siete meses, de las cuales u$s6.400 millones son aportados por los automóviles que se enviaron al exterior. Muchas de sus piezas se ensamblan en el país, pero no se fabrican acá. La complementación de las terminales “binacionales” –marcas con establecimientos en Argentina y Brasil- deja un claro resultado comercial deficitario.

Datos privados confirman esta tendencia en el sector autopartista, cuyo rojo comercial creció en el primer semestre del año 14,5% comparado con igual lapso de 2012, según un informe de Investigaciones Económicas Sectoriales (IES). El estudio indicó que el déficit del intercambio de autopartes sumó en la primera mitad del año u$s4.947 millones, lo que implica un aumento de 15% en relación a los u$s4.321 millones registrados en seis meses de 2012.

Las importaciones de autopartes alcanzaron en el lapso enero-junio a u$s6.312 millones, un incremento de 11,5% interanual, pese a las trabas impuestas por el Gobierno. En cambio, las exportaciones en ese lapso crecieron a un ritmo muy inferior, apenas 1,8% interanual por 1.364 millones de dólares.

Todos los agrodólares para importar energía

Los números del primer semestre del año dieron precisiones sobre la tendencia de los dos sectores que mantienen en un delicado equilibrio la balanza comercial de la Argentina. Mientras que las retenciones al agro permitieron el ingreso a las arcas públicas de unos u$s4.200 millones entre enero y junio de 2013, la importación de gas, petróleo y combustibles para reducir el déficit energético insumieron más u$s6 mil millones en el mismo período.

En cuanto las cifras de el intercambio comercial del primer semestre estimadas por el INDEC, entre los productos primarios las ventas externas de cereales como trigo y maíz ingresaron u$s6.422 millones (+19% interanual) y los granos de soja y girasol, u$s2.284 millones (+36%). En manufacturas de origen agropecuario, los productos de molinería aportaron u$s477 millones (-17%), grasas y aceites, u$s2.946 millones (-6%), y la harina de soja -denominada por el ente estadístico como residuos y desperdicios de la industria alimenticia- u$s5.781 millones (+6%).

Las divisas captadas por el cobro de derechos de exportación en estos rubros sumaron unos u$s4.175 millones según los datos semestrales del INDEC, considerando las diferentes alícuotas: 32% para aceite y harina de soja, 35% para el poroto de soja, 13% para la harina de trigo y 23% para el cereal, 20% para el grano de maíz, y 32% para la semilla de girasol y 30% para sus derivados.

A la vez, si se toma en cuenta que el 30% de lo recaudado por retenciones a la soja y derivados se coparticipa con las provincias y municipios a través del Fondo Federal Solidario creado en 2009, al Estado nacional le quedan en la mano 3.269 millones de dólares.

Del otro lado de la balanza, la importación de combustibles y lubricantes demandó u$s6.120 millones, un 23% más que en el primer semestre del año pasado, una cifra superior a cualquier estimación de recaudación por retenciones agrícolas. Esta fuerte salida de dólares de la economía es comparable a los u$s6.285 millones que cedieron las reservas del Banco Central, desde los u$s43.290 millones del cierre de 2012 a los u$s37.005 del 28 de junio pasado. El déficit energético de los primeros seis meses del año se recorta a u$s3.247 millones debido a las exportaciones de combustibles y energía por u$s2.873 millones, un 19% menores que las registradas en el primer semestre de 2012.

Para dimensionar la importancia del ítem agrícola en las exportaciones, hay que subrayar que las liquidaciones rendidas por la Cámara de la Industria Aceitera de la República Argentina (CIARA) y el Centro de Exportadores de Cereales (CEC), por u$s12.800 millones, representan un 31,3% del total vendido, 40.921 millones de dólares. Las compras de combustibles y lubricantes fueron un 17% de los u$s35.967 millones importados.

Otro contraste que se registra al comparar los rubros energético y agroexportador es el de la evolución de las cotizaciones, que permiten inferir en el segundo semestre una mayor debilidad del ingreso de dólares frente a los egresos. Mientras que el barril de petróleo en Nueva York, mercado de futuros de referencia, avanzó un 13% a los actuales u$s103,08, la tonelada de soja en Chicago cayó en los primeros siete meses del año un 5%, desde los u$s521,30 del cierre de 2012 a los u$s495,45 de hoy, su valor más bajo de 2013.

Así como la producción global de granos creció con fuerza este año en torno al 20%, debido al rebote de la producción en los tres principales exportadores mundiales (EEUU, Brasil y Argentina), que sufrieron una grave sequía en la campaña anterior, las cotizaciones cayeron en la misma o mayor proporción. El poroto de soja que el 31 de julio de 2012 se pactaba a u$s631,53 por tonelada para los contratos con entrega en agosto, hoy se sitúa 21,5% abajo. La tonelada de maíz se negociaba hace un año a u$s317,40 por tonelada en el contrato para septiembre; la misma posición hoy se negocia a u$s195,36 por tonelada (-38,4% interanual), mientras que el trigo cedió 26,4% en la misma comparación, de u$s327,57 por tonelada en 2012 a los actuales 240,95 dólares. La pulseada entre el costo para abastecerse de energía y el ingreso de agrodólares sigue pareja y sin ganadores a la vista.

La odisea del pan y el tomate

La última semana cobró fuerza una discusión estéril para explicar la suba de dos productos básicos como el pan y el tomate y establecer responsabilidades en las cadenas de producción, distribución y comercialización. El incremento de estos alimentos obedece a razones distintas: mientras que el pan aumentó como consecuencia de una serie de medidas de política económica que impactaron en su precio final, en el caso de la hortaliza hubo una cuestión estacional y por lo tanto pasajera, que se repite cada invierno.

En el pan influye el salto del precio de la harina, resultado de la menor siembra que tuvo el cereal en 111 años, con una zafra de 9 millones de toneladas, casi 40% menos que en 2012, dañada a su vez por una intensa sequía. La magra cosecha se debió también a que el nivel de retenciones -con una tasa del 23% en el grano de trigo y del 13% en la harina- desincentivó el cultivo, sometido a rígidos cupos de exportación. Para revertir esta situación, la Presidente anunció en mayo un plan para devolver las retenciones al trigo a través de un fideicomiso, pero este beneficio se percibirá a partir de la presente campaña, que se cosechará el próximo verano. Llegó muy tarde para remediar el actual déficit en el mercado interno.

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Empleo: un eslabón débil

La creación de puestos de trabajo es la columna más sólida sobre la que se sostuvo la mejora económica de la última década en la Argentina. Los gobiernos de Néstor y Cristina Kirchner pudieron mostrar en este aspecto números notables: hace diez años, al término del primer trimestre de 2003, la desocupación ascendía a 20,4% de la población activa, con una subocupación del 17,7 por ciento. En el cuarto trimestre de 2006, el desempleo cayó debajo del 10% por primera vez en 13 años, al 8,7 por ciento.

A partir de 2007 se empezó a desacelerar el ritmo de creación de trabajo hasta estancarse en el último trimestre de 2012, que finalizó con un desempleo de 6,9%, dos décimas por encima del mismo período del 2011. El empleo es ahora un eslabón débil en una economía cuyo ciclo de crecimiento manifiesta en el último año señales de agotamiento. Según estimaciones de la fundación FIEL, este año la tasa de desocupación podría aumentar 0,4%, por primera vez desde la crisis de 2001-2002.

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Indec: los perjuicios del desdoblamiento inflacionario

Hace seis años se concretó al intervención del INDEC, cuando la directora del Índice de Precios al Consumidor, Graciela Bevacqua, fue desplazada de su cargo por Guillermo Moreno, luego de negarse a brindar el listado de los comercios relevados para elaborar el indicador. Desde el desembarco del secretario de Comercio Interior, la distancia entre los precios oficiales y los registrados por estudios privados fue cada vez mayor. Esta brecha se trasladó, luego de cuatro años de fuga de capitales, a otra brecha: la del dólar oficial con el paralelo, por efecto de los controles en el mercado de cambios.

Casi como un paso natural en ese proceso en el que se evita atacar las causas que generan la inflación, se debió apelar a un control de precios, que no se justificaría con un 1,1% de aumento en el IPC, como difundió el INDEC en enero. Los acuerdos -o congelamiento de precios en este caso- constatan que la inflación no es la oficial. En cambio, los controles son coherentes –aunque no eficaces- si se reconoce que la Argentina tiene una de las inflaciones más elevadas del mundo.

América Latina demuestra que no se explica el aumento generalizado y persistente de los precios por la existencia de mercados concentrados ni el encarecimiento de la cotización internacional de las materias primas que el país exporta. En el primer caso, los países vecinos crecen sin inflación, aún con mercados concentrados. En el segundo caso, gran parte de los productos que Argentina vende no se consume a nivel local ni presiona al aumento de los precios internos.

La inflación real en Argentina quintuplica la de la región y erosiona la competitividad. Según relevamientos de precios de estudios privados, cuyo promedio es difundido por legisladores opositores en el Congreso, dio 2,58% en enero. El dato fue el más alto desde que comenzó su difusión, por encima del 2,31% de marzo 2012, para acumular un incremento interanual de 26,28 por ciento.

¿Cuáles son las razones para ocultar la inflación real? Una es que se estima un ahorro de u$s2.500 millones en pagos de deuda en títulos indexados por CER, un coeficiente que fija el Banco Central según el IPC oficial. Como el PBI también se mide en pesos, al considerar que los bienes y servicios que produce Argentina tienen un precio inferior al real, se obtiene como resultado un crecimiento económico sobreestimado, un dato útil al menos en términos políticos.

La inflación es una forma de ajuste fiscal y su consecuencia la pagan los más pobres. El Gobierno licúa sus deudas y aumenta la recaudación en términos nominales. Solapar la inflación es una forma de disimular este mecanismo de transferencia de recursos.

El Gobierno agotó los anuncios de cambios en el organismo estadístico para restablecer la confianza en sus índices. En mayo de 2008, el jefe de Gabinete Alberto Fernández encabezó una Jornada Internacional de Índices de Precios al Consumidor, donde anticipó que con la elaboración de un nuevo IPC se estaba “volviendo a poner las cosas en orden”. En agosto de 2009, el entonces ministro de Economía Amado Boudou creó un Consejo Académico del INDEC, para el que convocó a las universidades de Buenos Aires, Tucumán, Tres de Febrero, Rosario y Mar del Plata como asesoras para implementar cambios que transparenten las mediciones.

En noviembre de 2010 se anunció un sorpresivo e infructuoso acuerdo de cooperación técnica con el FMI con el mismo objetivo. Pasados 14 meses, la entidad de crédito emitió una “moción de censura” por el incumplimiento del artículo VIII de su carta orgánica, que exige a los países miembro a suministrar información “veraz y precisa” de su economía. Como respuesta, el ministro Hernán Lorenzino anunció que en el último cuatrimestre del año habrá un nuevo índice de precios nacional.

Las eventuales sanciones del FMI pueden significar desde la pérdida de la capacidad para recibir préstamos hasta la expulsión del país del organismo, pero negar la inflación tiene otras consecuencias perjudiciales para la economía. La sensación general lleva a descontar que la inflación real es mayor a la oficial, se exacerban las expectativas. Si el INDEC comienza a sincerar la suba de los precios ¿quién va a pensar luego que la inflación no es mayor? Por otro lado, la falta de datos creíbles obliga a negociar paritarias a ciegas y agrega más conflictividad entre empresas y trabajadores. Desde ya, los acuerdos de precios anticipan que el INDEC medirá un IPC inferior en febrero y marzo, meses clave para pactar aumentos salariales.

Por efecto de una inflación no reconocida se discuten aumentos nominales de salarios y no una genuina redistribución del ingreso en un marco de crecimiento. A partir de 2012 se dejó de hablar de puja distributiva: por la desaceleración hay menos para repartir. Más lejos aún quedó el debate acerca de cómo se administra el gasto público: una mejor administración de los recursos del Estado sería una verdadera redistribución. Por eso, el daño mayor de carecer de estadísticas rigurosas y confiables es que se prescinde de un instrumento central para delinear y ejecutar políticas sociales efectivas para quienes más las necesitan.