Recuperamos el diálogo y la sensatez

No es cierto que el poder corrompa; el poder delata, desnuda. Es el atributo que vuelve trasparente al que lo toca. Y eso viene con un agregado: a su servicio se adapta la gran mayoría de sus fieles seguidores y, tratando de lograr beneficios de la coyuntura, profesan el más brutal oportunismo. En una sociedad con instituciones y convicciones pasajeras los gobiernos se sienten eternos, nacen soñando reelecciones. Y los círculos rojos o los otros, inventan herederos para tocar con la vara del futuro al más mentado mediocre de turno. Omnipotencias coyunturales que terminan en atroces soledades signadas por los fármacos antidepresivos. Si la gloria del mundo es pasajera, la que genera nuestra política sin ideas ni coherencias, sin dignidades ni proyectos, solo es permanente en lo que se puedan llevar para sus cuentas ocultas. Cuando dicen robar para sostener la política, están asumiendo que usan la política solo para poder robar.

La política solo es posible cuando surge una clase dirigente, un grupo de personas dispuestas a trascender la coyuntura, a imponer el destino colectivo por sobre sus intereses individuales. Eso implica asumir que la suma de ambiciones individuales no se convierte en un rumbo colectivo, que solo el Estado puede armonizar las ambiciones con las necesidades. Y eso va mucho más allá que el autoritarismo de las burocracias y el liberalismo de los gerentes. Eso está en el espacio de la política, ese arte del que tanto hablamos y tan poco talento le dedicamos.

Estamos refundando la democracia. Pasar de una cadena oficial sin otro sentido que imponer el autoritarismo a una sociedad donde el debate de ideas nos ha sido devuelto como un símbolo de la libertad, es un avance que todavía no terminamos de valorar. Pasar de la triste dialéctica entre una Presidenta autoritaria en cadena oficial y una tropa de aplaudidores con pasión deportiva a tantos opinando distinto para construir un rumbo común, es mucho más de lo que la mayoría de nosotros soñaba con recuperar. Los votos fueron pocos para definir un cambio que terminó siendo tan profundo que aterra el solo imaginar cómo estaríamos viviendo si hubiera ganado el oficialismo.

Discutí con demasiados mi tesis de que el kirchnerismo era tan solo una enfermedad pasajera del poder no mucho más decadente que el mismo menemismo. Lo malo es que mientras Menem convocaba a la frivolidad, los Kirchner vertebraban corrupción con resentimiento, un atroz capitalismo de amigos acompañado por los restos de viejos revolucionarios dispuestos a abandonar los principios a cambio de las caricias del poder. Y hasta algunos jóvenes imaginaron encontrar en esos desvaríos una noble causa para encausar sus pasiones. Y ahora, en su patético desarme, aparecen los que cuentan los dineros y dirigen los negocios frente a la ausencia de los que pretendían ser portadores y custodios de las ideas.

El kirchnerismo vive la metáfora de un naufragio donde alguien gritó “a los botes” y otro agregó “los oportunistas con cargo y territorio deben subir primero”. Y aquellos que tenían pretensiones de permanencia, al perder el poder por poco, sintieron de pronto que su pretendida identidad los abandonaba para siempre. Y hasta lo patético de tantos diputados y senadores elegidos para votar sin pensar, gente de deslumbrante mediocridad, hasta algunos de ellos terminaron leyendo discursos y repitiendo muletillas que solo servían para dejar en claro que no estaban a la altura del lugar que ocupaban.

La dignidad no es un alimento de consumo masivo entre los ambiciosos, pero sin duda debería llevar fecha de vencimiento. Tomar distancia del kirchnerismo solo después de la derrota muestra en sus cultores una mezcla de velocidad de piernas con carencia de principios. Margarita Stolbitzer tuvo un lugar muy importante en todo este debate. Por suerte no fue la única, pero marcó que para apoyar la cordura no había que ser de derecha, que el verdadero progresismo no puede ignorar la realidad. Y se fueron aislando y desarmando esas mezclas absurdas de oportunistas de siempre con pretendidas izquierdas que apuestan a la vieja y suicida tesis de “agudizar la contradicción”.

Es cierto que Macri es la centroderecha, tanto como que es falso y grotesco imaginar que Cristina y Scioli tenían algo que ver con la centroizquierda. Primero estamos recuperando la democracia, el dialogo y la sensatez; luego estaremos en tiempo de debatir los rumbos ideológicos, esos que no tienen el más mínimo lugar en los paisajes del autoritarismo. Tantos años leyendo a Marx, a Mao y a Perón para terminar aplaudiendo a Cristina, hablan más de una rendición incondicional al oportunismo que del encuentro de una causa noble y digna de ser asumida.

Hay una izquierda justiciera que ocupa el lugar de los sueños y es imprescindible para gestar una sociedad más justa, y un conjunto de resentidos que imaginan que solo por tener un odio uno es propietario de una idea. El peronismo, si sigue teniendo vigencia, lo es solo en aquella propuesta que genera el respeto del que no coincide y opina diferente. El viejo General nos aconsejaba “no ser ni sectarios ni excluyentes”; sé que incito al enojo de muchos si lo interpreto a mi manera, el viejo General también en esto se adelantó a la historia y supo aconsejarnos para que no nos termináramos volviendo kirchneristas. Por no escucharlo nos reencontramos con el error. Sepamos ahora pedir perdón.

Los días finales del autoritarismo K

Nos toca votar con miedo, un miedo mucho más vigente que la esperanza que debería proponer lo nuevo. Los que se van asustan, los que intentar venir no ilusionan. Los candidatos nos quedan chicos, no alcanzan para cubrir el espacio de la pacificación que necesitamos. Nos hablan con certezas, los escuchamos y quedamos invadidos por las dudas. Hablamos de política como nunca, sufrimos su ausencia más que siempre. Hubo un tiempo que la inocencia invitaba a viajar quinientos kilómetros para no votar, un tiempo anarquista del “que se vayan todos”, pero ahora entendimos que huir no nos salva de nada.

Los oficialistas se dedican a ignorar la realidad; nosotros, los realistas, estamos condenados a sufrirla, a cargarla como angustia existencial, a soportar desde las cadenas cotidianas que son condenas sin rumbo ni sentido hasta las publicidades que desnudan la poca consideración que nos tienen. Uno siente que lo toman de tonto, casi todos, casi siempre. Hay imágenes que hacen daño, puesta en escena de la Presidenta bailando una alegría que es más cercana al sinsentido que al festejo personal, una euforia que parece ocultar otras carencias.

Salimos de la mayoría absoluta y del peor de los riesgos, del autoritarismo. La Presidenta, en su versión original, no tiene continuadores; por suerte hay defectos que no se heredan, se van con el portador. Scioli tiene como virtud diferenciarse de quien dice quererse parecer y asumir como su conducción. Macri fue invitado a conducir la oposición y se ocupó de consolidar a su propio partido. Massa tuvo su exceso de bonanza y luego el de carencias, impidió que lo disuelvan sin dejar en claro si seguía siendo una opción. La oposición volvió a lo de siempre, impotencia para unirse y triunfar, exceso de pruritos para acercarse y gestar una alternativa.

En la elección presidencial anterior el centro izquierda fue derrotado pero salió segundo y con capacidad de crecer. En aquella elección los socialistas no supieron encontrarse con los radicales, en esta fue mucho peor, no supieron donde podían o debían encontrarse. Margarita Stolbizer es la digna sobreviviente de esa fuerza, pero sin ocupar ya el lugar de alternativa. Uno puede decir sin dudar que es la mejor propuesta; queda la duda de si al votarla uno salva su conciencia o se convierte en un pusilánime. Me cansan los progresistas que salvan su dignidad tirando la pelota afuera. A veces pienso que en esos casos lo más digno sería callarse la boca, al menos no jugar de puros frente a tantos que se comprometen metiéndose en el barro de la vida. Stolbizer es sin duda lo más cercano a mi pensamiento; ahora, si los miembros de UNEN decidieron separarse entre ellos, no me siento obligado a asumir una responsabilidad que no es la mía. Trabajaría junto a ella para el mañana, no me libera mi conciencia votarla hoy.

No soy de derecha, pero frente al autoritarismo y la corrupción vigente no queda espacio para pensar que Macri está a la derecha de Scioli. Esa categoría no me libera de la obligación de votar contra el peor gobierno que imaginé en el nombre de mi propia historia. Y aclaro que los del PRO en lugar de seducirme me irritan, me resultan empresarios aficionados a la política, pero prefiero que quien gobierne si no expresa mi pensamiento no lo haga en nombre de nuestra historia.

En todo dialogo sólo nos referimos a los defectos de los candidatos, a sus debilidades. Las virtudes son un tema que se agota en el acto, las críticas sirven para ejercitar nuestro ancestral pesimismo que además recibe el apoyo invalorable de los candidatos que deberíamos votar. Casi nadie elige al que más quiere sino tan sólo al que menos odia. Las ambiciones se impusieron a las ideas, la política terminó siendo una simple excusa para el éxito personal y cuesta mucho volver a darle su sentido, su importancia, su valor.

Estamos saliendo de lo peor, de un autoritarismo que amenazaba quedarse con la democracia. La otra noche un canal oficial lo instalaba a Eugenio Zaffaroni para hablar como un estadista. Es la metáfora del oficialismo, son capaces de inventarse un pasado digno y un presente honorable sólo porque a la impunidad la han convertido en el valor superior. Zaffaroni, personaje menor y mediocre, es la imagen de la sociedad que nos dejan los que se van. Gente que nunca se ocupó de los Derechos Humanos en la difícil y que los utilizó hasta degradarlos al gobernar. Oportunismo impune, de eso se trata la enfermedad que la política nacional necesita superar. Y pongámosle fuerza, porque no va a ser fácil, pero es tan posible como necesario.

Gane quien gane, el fanatismo habrá sido derrotado

Desde el retorno de la democracia, la dirigencia nacional, en todas sus variantes (política, empresarial, sindical y deportiva) y en todas su opciones, elige mayoritariamente lo peor. Pareciera que de alguna manera, dado que las ideas habían llevado al genocidio, la sociedad se dedicó a los negocios, a las rentas, y todo el resto fue perdiendo valor y sentido. Alfonsín fue el mejor intento de trascender esas limitaciones, pero la misma Coordinadora desapareció sin pena ni gloria en los vericuetos de las otras variantes del poder. De hecho, no dejó candidatos y casi tampoco pensadores con vigencia actual. Y su contracara, la renovación peronista, sufrió un proceso de desaparición parecida. Entre ambos grupos había casi una veintena de dirigentes de los cuales casi no hay sobrevivientes, al menos en el mundo de la política, aunque varios de ellos lograron asimilarse al espacio empresarial.

Los tiempos de Menem fueron la decadencia en su versión de frivolidad, donde los economistas influidos por la caída del muro de Berlín creyeron que vendiendo todo ingresaríamos al mundo capitalista. De golpe, luego de haber rematado todos los bienes del Estado, nuestros ciudadanos golpeaban los bancos desesperados para recuperar sus depósitos. El soñado “derrame” mojaba otras tierras fronteras afuera. El anti-estatismo mediocre y servil no tuvo otro logro que deuda pública y miseria privada y, lo peor, engendró un estatismo novedoso con pretensiones de izquierda progresista en manos de los feudales del sur. De un liberalismo mediocre y dogmático heredamos un estatismo de simétricas consignas. Y fracasamos dos veces, cuando permitimos que las empresas pasaran a manos extranjeras y cuando luego de semejante dislate terminamos rearmando un Estado de mucho mayor tamaño y con mucha menor razón de ser.

La política fue siendo reducida a otras miradas. Los economistas aparecían como propietarios de verdades trascendentes, mientras tanto los sucesivos candidatos iban tiñendo con sus apellidos las agrupaciones de sus circunstanciales seguidores. El peronismo, como memoria de viejas mayorías, se convirtió en una muletilla salvadora de ambiciones sin rumbo. Los radicales, con menos poder, sufrieron parecida diáspora. Con Menem, una antigua derecha liberal conservadora imaginaba ponerle lógica a su exacerbada frivolidad. Con los Kirchner, viejos y gastados revolucionarios de café se acercaron a recibir en la senectud las caricias del poder por las que tanto habían bregado en la juventud. Ambos, Menem y los Kirchner, llegaron al gobierno con apoyos populares pero luego eligieron rumbos de ideas y grupos que jamás podrían haber ganado una elección. Claro que no podemos utilizar el comodín del término populismo para obviar lo más patético de esa cruel realidad: no es que las mayorías elijan a los peores, es que la oferta política suele estar toda ella teñida por la misma mediocridad.

El termino populismo, que vino a substituir la antigua acusación de demagogia, culpa a los votantes de los desaciertos de los votados. Se usa como si la sociedad dejara de lado brillantes y prometedores candidatos de sólidos y estructurados partidos. Buena manera de echarle la culpa a las masas, al pueblo, a las mayorías, en una sociedad donde no existe siquiera una clase dirigente, donde el peronismo que agoniza hace años no se cruza con una opción digna de superarlo. El peronismo arrastra su pobreza de dirigentes y su desaliño ideológico tan solo porque el resto, el no peronismo, no se toma el trabajo de construir opción alguna. Y lo vivimos a diario. La decadencia de nuestras elites abarca todo el espectro, desde lo sindical a lo empresarial, desde lo deportivo a lo académico. Una generación de oficialistas a cualquier precio no permite forjar una dirigencia que siempre implica un margen de riesgo, una actitud de rebeldía y una cuota de dignidad.

El Estado que debió gobernar Alfonsín era todavía débil frente a los sindicatos y las fuerzas armadas, el viejo peronismo derrotado pasaba sus facturas entre los sueños de retornar al poder. Ese primer gobierno fue quizá el último intento de la política de imponerle un rumbo a la sociedad. Algunos que repiten la muletilla de que solo el peronismo puede gobernar olvidan que eso era antes, cuando el Estado era todavía débil frente a los factores de poder. Hoy todo ha cambiado, no hay más fuerzas armadas y los mismos sindicalistas o gobernadores, todos ellos dependen de las limosnas del poder central. Pocas provincias y sindicatos son libres de opinar con libertad, quien gobierna ya no seduce ni convence, solo impone la dependencia del gobierno de turno.

La mayoría absoluta que se retira con sus cadenas de noticias oficiales, esa mayoría que tanto daño le hizo a la democracia, ingresa hoy a otro escenario donde gane quien gane el poder será compartido. Se va quien nos trataba como enemigos, vuelve el tiempo de los adversarios. Se va quien eligió heredar a los que el General echó de la Plaza, vuelve el país del abrazo de Perón con Balbín.

El fanatismo habrá sido derrotado, aun cuando deje sus huellas de medios oficialistas. Estuvimos cerca de caer en el autoritarismo de los negocios justificado por los reservistas de pasados fracasos revolucionarios. Nunca una mezcla tan absurda y nefasta invadió nuestra dirigencia, pero ese es el fruto de la selección de los peores. Cuando una sociedad es conducida por sus mejores representantes, sin duda encuentra un camino de realización colectiva. En nuestro caso solemos optar por la situación inversa. Y estamos superando a duras penas un gobierno donde el discurso autoritario intentó deformar los índices que miden nuestra realidad y ocultar la corrupción con pretenciosas justificaciones progresistas.

La política está retornando. En una mesa de dialogo estaban representados el sesenta por ciento de los votantes, en el asiento vacío estaba el cuarenta por ciento gobernante. Y el Estado trasmitía un partido de futbol para proponer que miremos para otro lado. Y Daniel Scioli nos enrostraba su desprecio por los que pensamos distinto participando de eventos musicales. Esperemos que no ganen, pero en todo caso, ya habremos superado lo peor, que fueron los tiempos de Cristina con autoritarismo, corrupción, pretensiones progresistas y mayoría absoluta. Gane quien gane, salimos de lo peor. Estamos volviendo a la política, esa que tiene vigencia cuando los pueblos son más fuertes que los gobiernos. Y debatiendo con pasión, ya vendrán tiempo de elegir los mejores. Falta poco.

La política como sistema prebendario

Hay una etapa del ejercicio del poder donde la corrupción ocupa el lugar de lo casual, de lo excepcional. La estructura aísla al corrupto como la parte enferma de esa sociedad. Luego, la evolución puede eliminar o multiplicar los datos y los ejemplos de quienes utilizan el Estado para su propio beneficio. Finalmente, en los gobiernos que se enamoran del uso y la ocupación del poder -siempre- el enriquecimiento de sus miembros se va convirtiendo en parte esencial de la ambición por permanecer.

La razón que define al gobierno se puede componer de pensadores políticos signados por la voluntad de mejorar la sociedad o por ambiciosos impunes que manejan la corrupción intentando evitar el riesgo de ser alcanzados por la Justicia. Desde el retorno de la democracia, la figura del operador político fue expulsando al político de vocación: el negocio se impuso a las ideas. El personalismo eliminó al partido, el obsecuente expulsó al disidente, el coimero se impuso al soñador. La lealtad al poder de turno fue una manera de seleccionar a los peores, el coimero fue elegido por su necesidad de oficialismo al servicio de su impunidad. La corrupción se ocupó de expulsar la disidencia, robar estuvo permitido para evitar y superar el pecado de criticar.

Dicen compartir ideas, pensamientos, pasados, cuando lo que realmente comparten son los beneficios del poder y los termina uniendo la complicidad. Están los que se enriquecen sin límites, esos vendrían a ser los triunfadores, los jefes. Están también los que se acomodan ellos y logran ir acomodando a parientes y amigos; esos ocupan el lugar de la degradación del militante. En los tiempos de militantes, trabajábamos en lo privado y aportábamos a la política. Eso duró años y nos templó en la lucha. Luego el Estado amontona empleados y funcionarios y convirtió a la política en una forma de evitar las inclemencias de la realidad. Por fuera del Estado, la miseria impone sus reglas, la corrupción no la resuelve, se conforma con negarla en la contabilidad. Los funcionarios no ocultan su ascenso social: algunos lo lucen como si fueran fruto de sus logros, de su talento o de su suerte; otros lo ocultan o al menos lo convierten en festejos privados. Donde ayer hubo coincidencia en las ideas, hoy el factor que los une es la simple complicidad.

Asombra el hecho de que acusen a los que pensamos distinto de estar pagados por el mal, las corporaciones y el imperialismo. Siguiendo con la nefasta teoría de que no puede haber dos demonios, si ellos ocupan el espacio del bien, quedamos el resto ocupando las prebendas del mal. Como la dictadura era genocida, cosa que nadie discute, la guerrilla terminaba siendo lúcida, cosa que sólo ellos pueden intentar sostener. La violencia fue un error del pasado; la obsecuencia al poder de turno parece en muchos casos convertirse en la manera de resolver las equivocaciones del ayer. En ambos casos somos parte de una generación que fue más lo que dañó a la sociedad que lo que la ayudó. Los daños son duras marcas en la integración social, marcas cuya responsabilidad compartimos con la enfermiza ambición de los adoradores del mercado. Los extremismos nos hicieron retroceder. Entre la violencia de una izquierda que no podría jamás imponer el socialismo y se termina conformando con degradar el capitalismo y la impunidad de un liberalismo económico que cree que sólo la ambición es el motor de la historia; entre estas dos demencias se debate nuestra frustración.

Antes, las mesas de los bares y restaurantes nos convocaban para compartir ideas. Ahora, uno ya ni los ve, eligen lugares más elegantes y solitarios, prefieren hoteles para extranjeros ricos donde se encuentran para hablar de negocios. Los empresarios expresan que la corrupción es solo por el exceso de los retornos exigidos, como si la ética ocupara el lugar del porcentaje, pero no imaginan un gobierno sin ellos. En rigor, mientras el dinero sea lo más importante, ellos tienen la seguridad de poder imponer su ley.

Concebir al dinero como la esencia del poder implica siempre ingresar al mundo del atraso. Una sociedad que no tiene una clase dirigente, entendida como un sector decidido a pensar el país más allá de sus propios intereses, es una sociedad que cae fácilmente en la tentación del personalismo que sustituye a las instituciones. Eso es el kirchnerismo, un simple sistema prebendario donde la lealtad al poder de turno sustituye las obligaciones que imponen la ley y las instituciones. Perón decía que sólo la organización vence al tiempo y al número; lo planteaba para que con él se terminara el personalismo. Son tan ortodoxos que prefieren heredar a Stalin. Cosas de los ortodoxos.

Un perro policía al desnudo

El anunciado libro de Gabriel Levinas sobre Horacio Verbitsky, titulado “Doble agente”, desnuda a un individuo y con él a todo un conglomerado de personajes semejantes. Asombra a los neófitos una realidad que era por todos conocida entre los militantes. Digo militantes y me refiero a los de verdad, a los que enfrentaban al poder y no a los empleados del mismo.

Hubo tiempos donde se entregaron vidas y hoy, hay vidas que viven sólo de explotar la memoria de aquellos tiempos. ¿Cómo hubiera podido salir Europa de la guerra o más cerca aún, Alemania de la caída del Muro de Berlín, si hubiese existido un sector dispuesto a vivir del dolor de los recuerdos? Las sociedades progresan cuando convierten el dolor en experiencia y no en una forma de vida. Y es ahí donde Levinas desnuda a un personaje central en el cultivo del odio y el resentimiento, alguien cuya vida estuvo dedicada a la supuesta revolución del resentimiento.

Fui muy amigo de Rodolfo “El loco” Galimberti, un valiente como pocos, un aventurero que nunca se tentó con ser militante. La diferencia entre un militante y un aventurero es enorme; donde uno sueña el anonimato, el otro arriesga todo por la gesta que lo encarama, cualquiera ella sea. Galimberti decía de este personaje hoy desnudo: “¿Qué hablás vos si la dictadura no te tocó ni el timbre?”. Y Jacobo Timerman supo opinar que “de él se puede decir cualquier cosa menos que sea una buena persona”. Y podría agregar opiniones de gente digna de respeto hacia este poco respetable personaje. Por ejemplo, que escribió un aburrido libro “Robo para la corona” acusando a la anterior dinastía, como si la actual, que en esos menesteres la supera ampliamente, no mereciera ser denunciada sólo porque él fue habilitado en el ejercicio del poder.

Cuando el ex presidente Kirchner venía “por todo”, intentaron acallar la rebeldía de la Iglesia y el personaje menor se prestó a escribir un libro acusando al Cardenal Bergoglio. Recuerdo que me consultó, con esa cara de prócer malo que sabe poner cuando asume su papel de meter miedo. Él juntó a un par de imbéciles de la misma calaña e intentaron dañar la imagen del ahora Papa en el Vaticano. Nunca olvido el odio que me surgía cuando me consultaban sobre Francisco periodistas de distintos países y terminaban siempre con la misma curiosidad: “¿Qué piensa de la denuncia de…?” Por eso aprecio tanto a Gabriel Levinas, porque los biógrafos del hombre más importante del presente en la humanidad ya no tendrán que consultar las memorias de quien acusa a los otros de ser iguales o parecidos a él. Eso sí, no le quitemos méritos, escribió un libro contra un Cardenal y lo hizo Papa, no debe de haber muchos casos parecidos en la historia. Si sigue escribiendo contra Macri puede convertirlo en Presidente. Veleidades de un imbécil que se cree lúcido.

Los Kirchner nunca se ocuparon de los Derechos Humanos cuando eso implicaba valentía y riesgo, cuando no era rentable. Cuando bajaron el cuadro de Videla era como pegarle al campeón del mundo en el geriátrico. Los Zaffarrni fueron parte de la Dictadura y este supuesto “Perro” jugaba un partido con la camiseta del contrario. No nos dejan salir del pasado al que deformaron para convertir en venganza rentable. No asumen sus errores que fueron muchos, demasiados, construyen impunidad para sus delitos y una justicia vengativa para sus enemigos. Deforman el pasado, degradan el presente y terminan estos supuestos revolucionarios votando candidatos que no se les parecen en nada. ¿O será que sólo cuestionan el espejo de sí mismos que tanto niegan?

A este”Perro”, muchos lo creían un doberman, otros lo considerábamos un simple Chihuahua. Ahora sabemos la raza: es ovejero alemán, esos que la gente llama por su nombre común, “perro policía”.

Y el kirchnerismo, que es una secta, lo necesita, es imprescindible pertenecer a un coto cerrado para poder decir que las denuncias carecen de valor porque provienen del bando contrario; es una forma de volverse invulnerable a la verdad, a esa que si la asumen los deja al desnudo, tan pobres de pasado como de presente. Desnudos.

La agresiva despedida del kirchnerismo

El ego suele crecer con el halago y cuando éste es excesivo, puede terminar enfermando al elogiado. El kirchnerismo es una degradación de la democracia que necesita no tener adversarios, un intento de desmesura que apuntó siempre a quedarse con todo. Es la ambición desbordada por la impunidad. Y la Presidenta, en su final, nos aclara que no nos deja un heredero sino tan sólo un delegado. Falta que diga que no le interesa si gana o no su fuerza política, sino que le sigan obedeciendo.

Para Scioli la idea es ampliar los votos del oficialismo, algo que para la Presidenta ya tiene olor a traición. Me imagino que en sus sueños, si ganara Scioli, a ella le correspondería ejercer el poder; no creo que (ni) siquiera le reserve el derecho al primer discurso presidencial. Tiene su ego desmesurado a tal nivel que se considera a sí misma como un ser superior, como una estadista digna de quedar en la memoria de su pueblo. Ella cree que nos queda grande y nosotros ni siquiera logramos respetarla; eso sí que es una fractura, no ideológica, tan sólo psicológica.

Los aplaudidores desnudan la degradación de los cargos públicos en empleos públicos, todo nombramiento expresa un grado de ascenso en la cadena de la obsecuencia. Resulta absurdo que una sociedad se encuentre dividida entre los que imaginan que nos gobierna una estadista y estamos avanzando hacia grandes logros y los que no podemos soportar una cadena oficial y estamos convencidos que el conflicto no es con el neoliberalismo sino con la cordura. Los viejos restos revolucionarios beneficiados por la burocracia de los negocios santacruceños justifican en la desmesura el sentido difuso del cambio. Dado que el orden es burgués, el desorden será transformador. Días pasados, en un canal de alcahuetería oficial, una fanática explicaba que son sólo doce años de gobierno justiciero, todo lo anterior no era rescatable.

El peronismo sobrevivió porque nunca se encerró en explicaciones dogmáticas, cada uno decía y pensaba y adhería por lo que se le diera la gana. Y siempre despreciamos a los del comunismo ya que todos parecían loros repitiendo los mismos memorizados argumentos. Cuando no hay razones se deben inventar consignas que generen certezas y eso es lo que sucede hoy. Claro que los discursos presidenciales son de difícil digestión y de imposible justificación. Como viejo rico con novia joven, todos sabemos cuáles son las razones del amor. Y a ellos se les hace complicado explicar -no aplaudir-, porque lo bueno de la obsecuencia es que viene con el mecanismo de aplauso incorporado.

En mi opinión, Daniel Scioli no será un títere de Cristina en caso de llegar a la Casa Rosada. La Presidenta mantiene únicamente el poder del lugar que ocupa, al irse difícilmente logre darles una perorata deshilachada y sin sentido a sus parientes más cercanos. El verdadero poder está en la persona, a veces solo en el cargo; los grandes logran que coincidan ambos, sin duda, este no es nuestro caso. La Presidenta parece no tener vida fuera del sillón de jefa y se enoja demasiado cuando la realidad le anuncia que pronto pasará a habitar un lugar en el vecindario del anonimato. Hay un Scioli antes y otro después de estar debajo de su poder y cuando uno es sabio sabe bajarse del cargo. En la necedad, los autoritarios logran que los termine derrotando el olvido. Tanto soñar con un golpe imperial o de mercado, nuestra Presidenta termina en la aburrida amnesia que suele engendrar la mediocridad. Ésto es algo más cruel que la misma justicia a la que tanto le teme -y le sobran razones para hacerlo.

Y unas palabras finales dirigidas a la Presidenta. La gran mayoría de sus aplaudidores prefiere el cargo a la dignidad y usted les plantea el peor de los dilemas, los obliga a optar entre el fanatismo que lleva a la derrota o a tomar distancia de su persona. Su talento es un tema discutible, no así su egoísmo y queda claro que a usted no le importa nada más que su persona. En cada cadena oficial, a los muchos que no la queremos nos regala una alegría importante: gane quien gane ya nunca más deberemos soportar esta tortura. Antes creía que el noventa por ciento de sus aplaudidores lo hacían por beneficio o necesidad y un diez por ciento convencido de sus ideas. Ahora que la escucho en su agresiva despedida ya no creo que haya inocentes, el poder explica a sus mismos seguidores. Si no fuera por el lugar que ocupa y las riquezas que reparte, usted no lograría más seguidores que los de cualquier partido menor.

Me resulta perverso que termine eligiendo a Scioli para luego ni siquiera acompañarlo con su respeto. Pareciera que es de sobra consciente que, al no respetar a quienes la rodean o a quienes la enfrentan, usted deja de respetarnos a todos. Lo más importante de su gobierno será sin duda la alegría de no tener que seguir soportando sus peroratas. Son un espejo en el que no merece mirarse nuestra sociedad.

El largo adiós del kirchnerismo

El acto del 25 de Mayo estuvo al borde del absurdo. Bien pensado por sus gestores, sin limitar sus gastos, una mezcla de atracciones de todo tipo que terminan en multitudes que simulan lealtades y pertenencias. La secuela de oficialistas emocionados y oportunistas asustados fue enorme. Los que gobiernan venían de duras derrotas en Santa Fe, Mendoza y Capital, y de un triunfo en Salta que pertenecía más al peronismo que al kirchnerismo. Ese es el rumbo que toma el proceso electoral, la supuesta izquierda kirchnerista debe retroceder y volver a juntar votos con figuras del viejo peronismo. El kirchnerismo no era la superación de nada, solo un atraso de pragmatismo impune con veleidades de izquierdas y progresismos. Y ahora el peronismo se tomara su revancha.

En Salta, Santa Fe, Córdoba, se nota el retorno al peronismo dentro del hecho concreto de que solo salgan terceros sin chances de ganar. Con los kirchneristas no lograrían ni eso. La Campora se presentó en Capital con el fracaso que se pudo visualizar. Y la Presidenta toma consciencia de que su tiempo agoniza, se despide con demasiada soberbia como para que la recuerden después. Los humildes permanecen en el corazón, los soberbios, sin poder son solo olvidados o maltratados. La Presidenta vive imponiendo el miedo y ejecutando el castigo, sin el cargo y la lapicera pasará a ser parte de un partidito de izquierda con agonía previsible. Los que imponen poder desde el cargo cuando deben elegir sucesor saben, a veces inconscientemente que están eligiendo su verdugo.

Asusta la cantidad de individuos propensos a comerse el amague, a imaginar que el Gobierno es invencible porque junta una multitud que soporta un largo discurso que confunde a la patria con el más crudo y decadente nepotismo. Como si el oportunismo invadiera mentes propensas al oficialismo permanente, veletas que debilitan a la misma democracia.

Ellos son impunes. La imagen de Boudou es una muestra gratis de una manera de enfrentar la vida, de una concepción de la impunidad del poder. Y del otro lado, pocos valientes, demasiados asustados. Demasiados de esos que caen en la trampa de los caraduras que te imponen “no va a votar a la derecha” como si Scioli y la Presidenta ocuparan el espacio del progresismo y la revolución.

Hoy el progresismo es la democracia, es una justicia independiente que no caiga en las oscuras manos de la procuradora de turno, un parlamento donde se vote con dignidad. El kirchnerismo es impunidad, tragamonedas y odio a los sectores productivos, es moneda sin valor ya que nada que ellos hagan tiene sentido ni seriedad. Los discursos presidenciales son sin límites ni ideas en juego, nos acercan más a la Venezuela del odio que al resto del continente. Vivimos un fracaso con pretensiones fundacionales, una usurpación del estado en manos de personajes sin otra motivación que la más pura ambición.

El radicalismo jugó con lucidez y se acercó al Pro, el otro camino implicaba el seguro triunfo de Scioli. Ahora todos quieren que Macri acuerde con Massa y se asegure el triunfo. Es posible que sin acuerdo entre ambos sea más difícil ganarle al oficialismo, a un oficialismo que sin duda dejará de ser kirchnerista en el mismo momento en que Cristina se baje del poder. Dime de que alardeas y te diré de qué careces, muchos leales prometen la más dura de las traiciones. La Presidenta no tuvo piedad con sus seguidores, no la van a tener ellos cuando se baje del poder. Ya lo expresó el gobernador de Salta, ella se ira a su casa.

Y el eterno conflicto de la pretenciosa izquierda ilustrada con los humildes, los votos son de Scioli, Carta Abierta pretende candidatos más jugados, justo ellos, que nunca se enteraron de la existencia de Boudou ni Lázaro Báez. Ellos, duros con los opositores mientras acarician la más obscena corrupción oficialista. Somos una sociedad donde una parte de la derecha compite con restos de viejas izquierdas para ver quién de los dos es más pusilánime.

Es el fin de ciclo. Con derrota o sin ella, el kirchnerismo desaparecerá. Y por ahora, lo más seguro es la derrota. Se están acercando a su propio final.

La decadencia agresiva del kirchnerismo

La Presidenta no para de hablarnos, de decirnos que no estamos a su nivel, a veces de comparar nuestra inflación ilimitada con la de España, todo vale para cadena oficial. La confrontación con la Justicia tiene cada vez más ribetes de querer evitar consecuencias personales. Y la tropa que le obedece no duda nunca, ni tiene bajas: es un ejército rentado y obediente donde ya hace tiempo que se abandonó la pretensión de pensar, de opinar, de poder diferenciarse en algo de la conducción. Algunos dicen que el peronismo siempre fue así, absurda manera de describir lo que ignoran. El peronismo tenía sectores que pensaban distinto y lo manifestaban. El partido y los sindicatos se enfrentaban, la rama femenina estaba en otra posición, a veces Perón lograba encolumnar a todos y otras, muchas, tenía que asumir las limitaciones de su poder. Era un movimiento pleno de matices. El kirchnerismo es una versión aburrida de los partidos marxistas, con controles de lealtades y alcahuetes denunciantes. Si el peronismo hubiera sido como el kirchnerismo no hubiera durado ni una década.

La Presidenta actúa como si pudiera imponer un poder absoluto sobre sus seguidores, cosa que las prebendas del Estado hacen posible pero que sin duda desde el llano no son imaginables. Años de democracia donde el poder fue creciendo sin límites, a la destrucción ilimitada que proponían Cavallo y Dromi le siguió esta ocupación sin rumbo ni sentido. Ayer se privatizaba para hacer negocios, hoy se estatiza por la misma razón. Y sin duda los Kirchner participaron en las dos oleadas, ellos fueron imprescindibles para vender YPF -recordemos que su amanuense Parrilli fue el miembro informante de esa traición-  y ellos intentaron apropiarse de una parte con ganancias adelantadas, demencia inexplicable, y la volvieron a comprar como si estuvieran salvando nuestro destino.

El Futbol para Todos fue utilizado para ellos, los barras bravas eran contratados para defender oficialistas, la justicia flexible nos fue dejando sin castigo y en consecuencia sin límites. Ya no podemos ni siquiera compartir un partido de futbol, sembradores de vientos, estamos recogiendo tempestades. Entre oficialistas y opositores se fue gestando una distancia y una agresividad que carece tanto de explicación como de sentido. Como si fuéramos dos culturas, como si habláramos dos lenguas, como si tuviera algún sentido convivir agrediendo supuestos enemigos. La Justicia también fue dividiendo sus alas, terminó siendo tan ciega para la venganza como impotente frente al delito.

La inflación es de las más importantes del mundo, ni siquiera sabemos cuánto es. La deuda era un logro ganador de la década, ya quedan dudas de como saldremos de ella. El orden era necesario y ahora ya parece parte de un recuerdo. Los derechos humanos que ayer eran un logro hoy ya se encuentran devaluados por los excesos y el oportunismo de su uso.

Los discursos son tantos que apabullan, los hechos son tan graves que lastiman, que obligan a tomar distancia a gente que no se caracteriza por su tendencia a diferenciarse. El poder es una autoridad excedida en sus discursos y su guardia pretoriana esta exasperada por el temor de la derrota. Soy de los que opinan que el kirchnerismo agoniza, que cualquiera sea el ganador tendrá que ir diferenciado de esta decadencia agresiva. Tanto que no se animan a pensar en la derrota. Eso sí, el inconsciente los lleva a perseguir a los jueces que no manejan, que no les obedecen. Niegan la derrota pero le tienen miedo a la justicia. Es una manera de asumir que imaginan la proximidad de la derrota.

De la rebeldía a la obsecuencia

No resulta fácil de entender, pero es algo reiterado de observar. Las organizaciones revolucionarias nacieron para encauzar la rebeldía y terminaron siendo las que educaron para transitar el camino de la obsecuencia. Miles de seres nacieron soñando la revolución y terminaron persiguiendo la libertad. Quizás la imagen atroz de Ramón Mercader y su sueño revolucionario que termina asesinando a Leon Trotski refleje la metáfora de ese camino a la traición de los principios por los cuales se imaginaba luchar. Ese camino fue ayer reivindicado por los que adherían a la ortodoxia comunista, ese camino fue enfrentado por Albert Camus y reivindicado tantas veces por Sartre. Recuerdo su prólogo a “Retrato de un aventurero”, ese donde describía que el esclavo al asesinar al amo también mataba al esclavo que había en él. En el prólogo describe cómo el aventurero dejará paso al anónimo militante , como un final que termine con el individuo libre para ser ocupado por ese anónimo participante del ser colectivo. Para mi gusto, una liberación que convoca a una nueva esclavitud.

Desde el Partido Comunista a las organizaciones guerrilleras, desde cada intento de tomar el poder para gestar la revolución, desde cada una de esas experiencias se forjó el fracaso y la frustración, en cada una de ellas el militante devino en burócrata y el rebelde se amoldó al obsecuente. Cómo olvidar la manera en que las organizaciones enfrentaban al supuesto “amiguismo”, a las relaciones personales y hasta las familiares como una limitación a la relación del militante con su organización. La clandestinidad comenzó siendo una necesidad, luego se utilizó como una razón para impedir las disidencias y terminó siendo una manera de perseguir al mismo derecho a pensar. Absurdo resulta recordar que el socialismo engendraría una justificación para acabar con la libertad, que en cada uno de los países donde se imponía lograba una excusa para evitar que la sociedad eligiera libremente sus autoridades. Como si para gestar la justicia se hiciera necesario limitar la democracia. Años justificando las masacres del camarada Stalin, hasta que fue quedando demasiado en claro que la Nomenklatura era tan opresora o todavía más que los mismos capitalistas a los que intentaba combatir.

Milito en política desde el año 63, fui dirigente estudiantil y testigo de cómo la violencia se imponía entre los cristianos y los marxistas, de cómo la guerrilla aparecía como el único camino hacia la revolución, de cómo matar se convertía en la decisión obligada y luego, las consecuencias ni siquiera merecían una autocrítica. Aquella decisión de la violencia tenía su origen en la experiencia cubana, miles de mi generación se formaron militarmente en la isla; miles entregaron sus vidas sin siquiera ser una amenaza para el poder constituido. Es duro asumir que el heroísmo no suele estar acompañado por la lucidez, aquellos héroes son dignos de respeto, sus sobrevivientes sólo lo son cuando asumen la obligación histórica de la autocrítica.

El kirchnerismo es un pragmatismo sin límites morales ni éticos, sin una concepción de la política económica ni la ubicación internacional. Tuvo la decisión de cederle un espacio de poder a los viejos militantes de fracasadas revoluciones y ellos defendieron este absurdo aquelarre como si estuviera guiado por un sentido justiciero. El resentimiento expresa a los capitalistas fracasados que son peores que los exitosos; ambos son dos caras de la misma moneda. Menem fue la frivolidad, los Kirchner, la ambición, acompañada del resentimiento; ambos fueron la negación del peronismo; ambos fueron la conducción de una década perdida. En muchos, demasiados, la ambición de poder se impuso al sueño de justicia, los beneficios personales sustituyeron a los sueños de la justicia colectiva. El egoísmo fue mayor al que decían intentar sustituir.

El peronismo implicó una confrontación cultural, se enfrentó como enemigo hasta el golpe del 55. Perón viene a abrazar la unidad nacional en su retorno. La guerrilla no expresa a los trabajadores, tuvieron su propia violencia durante la dictadura, jamás en la democracia. Los peronistas creen en el voto y la democracia, sus enemigos en la violencia y la confrontación. La Presidenta expresa a los enemigos del peronismo, hoy son los mismos que los enemigos del país.

Los rebeldes de ayer, que son obsecuentes de hoy, son la negación del peronismo y de la misma militancia socialista, progresista o como la quieran llamar. La rebeldía es una forma de vida, las burocracias son la muerte de la militancia y la negación de la misma dignidad. El peronismo fue una expresión productiva de la clase trabajadora; de eso, hoy no queda ni el recuerdo en el gobierno que sólo se expresa en la oposición. Perón retornó para reivindicar la democracia, eso que hoy el kirchnerismo cuestiona. Es hora de respetar su legado o al menos dejar de usar su nombre como seductor de votantes. Que asuman y encarnen sus propios odios, al menos que sepan retirarse con dignidad.

Aplausos y sumisión

Ellos aplauden y yo me enojo, ellos se ríen y yo me irrito. Los discursos de la Presidenta no solo no me llegan sino que además me generan un profundo rechazo, siento que no tengo nada que ver con ella. Ellos saben por qué aplauden y además deben imaginar por qué me irrito, se me ocurre que aplauden por lo bien que les va y en consecuencia ni les importa escuchar lo que intenta decir el discurso de la Presidenta. A mí la vida se me complica, o mejor dicho la capacidad de comprensión, hay algunos con los que compartí el sueño de un país solidario, y aplauden y dicen que ellos lo están haciendo, y hay otros, muchos, a los que siempre desprecié por su egoísmo, y esos aplauden siempre, mientras se enriquece su egoísmo.

Hay rebeldes del ayer convertidos en sumisos de hoy. Muchos de esos a los que nada les conformaba y ahora todo les parece digno de ser aplaudido. Hasta alguno que enfrentó a Perón porque le resultaba reformista y ahora se apasiona por la Presidenta porque le resulta progresista. Estos rebeldes de ayer convertidos en sumisos de hoy, dando explicaciones propias de intelectuales, de esas que parecen inteligentes porque cuesta entenderlas, o simplemente no se las puede entender. Y me pareció quem para muchos, un gobierno resulta progresista desde el momento que le entrega un pedazo de poder a los progresistas. Antes, de jóvenes, nada parecía conformarlos, hoy, ya maduros, pasado el tiempo de la revolución soñada se dan por bien pagos a cambio de un cargo y sus agregados, secretarias, chofer, viajes en ejecutiva, parientes asimilados a la planta permanente del Estado.

El pasado, ese de la dictadura que se utiliza para que acusen a cada enemigo, ese pasado es también propiedad de la corrupción del presente. Se inventaron un pasado heroico un montón de personajes que siempre fueron lo mismo que ahora, oportunistas. Ni los Kirchner ni los Zaffaroni, ni los Verbitsky, ni tantos otros fueron perseguidos ni expresaron heroísmo en las difíciles. Cuando Alfonsín llevó adelante el Juicio a las Juntas, hasta en esos tiempos seguían ausentes sin aviso. Luego inventarían su propia epopeya. Siempre digo que cuando Néstor Kirchner baja el cuadro de Videla era como pegarle a Cassius Clay en el geriátrico y en la silla de ruedas. El objetivo era dividir, forjar las consignas de una secta, negar las virtudes ajenas para imponer los rencores propios, de eso se trata “el modelo”.

Al engendrar un espíritu sectario se deja de ser objetivo y se asignan todas las virtudes a los propios mientras se imponen todos los defectos en el campo de los otros. La secta ayuda a la consigna, la consigna es la tumba de la idea, la sumisión es siempre un espacio donde agoniza la libertad. Y con solo verlo a Scioli declamando obediencia y verlos a ellos exigiendo dependencia, con solo observar ese horrible cuadro de la continuidad del “modelo”, uno imagina cuál será su final. Lo malo y terrible del personalismo es que se convierte en la manera más ridícula de enfrentar la muerte, parte el sueño del Jefe incluye transitar la eternidad, se quiere volver hereditario, y ellos, los obsecuentes, salen generosos a aplaudir a la descendencia, a descubrirle virtudes a la ya larga parquedad del Príncipe heredero.

Y supieron recurrir a los ya escasos y aburridos discípulos de Stalin, y a otros pensadores dispuestos a recuperar el sueño gastado de la “lucha de clases”. Claro que no era el enfrentamiento de los pobres contra los ricos, nada de eso, solo el resentimiento de los nuevos ricos oficialistas contra algunos antiguos ricos que se creían con derecho a opinar. En realidad, cuando salieron a enfrentar a los poderosos eligieron intentar eliminar a los mejores. A los que no hacían silencio por miedo al poder de turno, a los que intentaban reivindicar la libertad.

Confundieron a la corrupción con la revolución, a la libertad con la derecha y las “corporaciones”, y no intentaron eliminar a los ricos y poderosos, tan solo que se corran para poder ellos, los nuevos progresistas ocupar su lugar.

Ellos deben saber por qué aplauden, yo también sé por qué aplauden ellos y por qué estamos obligados a enfrentarlos y enojarnos nosotros. Porque este presente está agotado, es la peor y más horrible visión del futuro. Enfrentarlos para estar seguros de que sufran una derrota electoral.

Nunca antes los más corruptos de los negocios se asociaron a los restos de viejos sueños revolucionarios, hasta hubo un tiempo donde uno dudaba de quien ocupaba el lugar de lo importante. El tiempo es cruel, arruina a los decorados y hoy, la corrupción emerge por encima de todas y cada una de las excusas. Es el destino eterno de las burocracias, morir enfermas de corrupción.