Solo contra todos

Tuve largas charlas con Jesús Cariglino, intendente de Malvinas Argentinas. Me llamaba la atención que hubiera sido capaz de enfrentar a la Presidenta en su mejor elección y convertirse en uno de los pocos jefes municipales capaces de sobrevivir a esa confrontación. El kirchnerismo no tiene nada que ver con el progresismo ni la supuesta izquierda, pero da batalla con todos los elementos del peor estalinismo. Usa todo el poder del Estado para derrotar adversarios y, en este caso, no sirvieron sus artimañas. Esto implica que si un intendente se ocupa de su municipio puede estar seguro del acompañamiento de sus votantes. Ver la obra que edificó durante su mandato define una idea de lo que debe ser una gestión.

Claro que para muchos sensibles opinadores la historia de los supuestos “barones del conurbano” es igual para todos. Como si un supuesto experto en arte generalizara sobre los cuadros de un museo, sería una simple manera de expresar ignorancia. Algunos hicieron hospitales mientras otros multiplicaron la miseria; siempre y cuando los juzguemos con la misma vara no va a existir la política. Y en el dialogo con Jesús fueron apareciendo las razones de fondo del retroceso que impuso el gobierno kirchnerista. La idea de premiar a los obsecuentes y de castigar a los disidentes siempre implica recorrer un camino seguro hacia la decadencia. Aquel que ama su función y la desarrolla con pasión exige que lo respeten. La contracara de esto está a la vista: cuanto más floja es la gestión de un intendente o un gobernador, más obligado está a practicar el aplauso al poder de turno. Una manera infalible de seleccionar a los peores.

Pareciera que, por otro lado, la supuesta ideología sustituye los desaciertos de la gestión. Cuando el presidente Maduro culpa al Imperio intenta olvidar sus propias responsabilidades en la miseria que engendraron. El kirchnerismo ejerce siempre el mismo oficio, se imagina a sí mismo de izquierda o progresista tan sólo por los odios y resentimientos que porta.

Cuando Néstor Kirchner se enfrentó con Clarín, según los obsecuentes de turno, uno debía compartir el odio tal cual fue ordenado por el jefe. Pensar que al mismo tiempo le entregaban a Telefónica negocios infinitos mientras se fomentaba el crecimiento de DIRECTV fuera del alcance de la ley. Y todo a cambio de que el Canal 11 se convirtiera en una señal boba, sin contenidos. Con el dinero del juego – ese juego que siempre enfrentó y cuestionó el peronismo, ese juego que el General nos pide que votemos en contra – genera ganancias que implican un poder infinito, comparable con el fantasma que la Presidenta convoca cuando se refiere a las poderosas “corporaciones”. Ya sabemos que ninguna corporación es más grande que las que maneja el Gobierno y que se refieren únicamente a los sectores que todavía no pudieron doblegar. Cada vez que la escucho con esa cantinela sé que se refiere a los que opinan libremente, percibo sobradamente que me imagina dependiendo de alguna corporación. Como si por el solo hecho de no obedecerla uno cayera en las redes del mal.

Mis charlas con Jesús Cariglino las vamos a desarrollar en un libro. Será un dialogo donde un hacedor responde a alguien que quiere hablar de ideas. Se me ocurre que caminar las calles de nuestra sociedad marca la decadencia impuesta por esta nefasta “década ganada” y la pobreza se palpa, el atraso lastima, los discursos emitidos por la cadena oficial transitan sólo por el espacio de unas rencillas de consorcio. El último discurso de más de tres horas en el Congreso fue sin lugar a dudas una mancha de decadencia en nuestra democracia. Se trata de una simple manera de definir la división de nuestra sociedad, entre los que opinan que el discurso de la Presidenta tiene estatura de estadista y los que nos sentimos avergonzados por el tono y el contenido con el que insiste en dividirnos.

Tomo como ejemplo a Jesús Cariglino porque los enfrentó y los derrotó en el momento de mayor poder y soberbia a este kirchnerismo hoy decadente. Y esa energía y esa voluntad es la que necesitamos para recuperar nuestra democracia. Que no me vengan con discursos de encuestadores; precisamente hoy leí uno que me enojó mucho. Me quedé con la duda si el que lo escribía no ejercitaba un intento de oficialismo solapado.

Yo creo que la política es obra y decisión. Pienso también que, cuando estamos obligados a confrontar, no tenemos derecho a hacernos los distraídos. Lucho contra este Gobierno y elijo la imagen y la fuerza de un amigo que lo enfrentó solo y contra todos en el dos mil once. Ahora somos muchos, el kirchnerismo está derrotado, la absoluta mayoría así lo decidió. A los encuestadores oficialistas les llegó la hora de abstenerse.

El poder kirchnerista tiene fecha de vencimiento

Somos una sociedad marcada por las modas. La última sería la del “analista político”, una persona que tendría una mirada original sobre la realidad. Hay algunos -pocos- que lo logran, generalmente pertenecen al mundo del periodismo. También hay otros -varios, demasiados- que son beneficiarios de algún apoyo oficial que los lleva a hablar de temas trascendentes, o mejor dicho, de tirar la pelota fuera de la cancha para no malquistarse con el mejor pagador, el Estado.

Demasiados opinadores dan por sentado que el poder kirchnerista seguirá siendo vigoroso en el próximo Gobierno al margen de quien sea el candidato ganador. No soy un analista pero me animo a decirles que están equivocados. Confunden poder del Estado con lealtad. En una sociedad como la nuestra el poder del Estado es tan desmesurado que únicamente tienen libertad las provincias más grandes: Capital, Córdoba y Santa Fe. La gran mayoría de las otras son tan solo feudos administrados por delegados del poder. Es por eso que son todos oficialistas. Se dicen peronistas o cualquier otra cosa: son empleados públicos con un simulado poder territorial. Y tanto ellos como sus diputados y senadores van a apoyar mayoritariamente al Gobierno que venga. Son todos muy democráticos, se apresuran en apoyar al vencedor.

Ya nada tienen de peronistas los gobernadores que ni siquiera se animan a opinar, como los de Formosa o San Juan, los de Jujuy o Tucumán. Menem se animaba a enfrentar a Alfonsín. Kirchner lo enfrentaba a Menem. Hoy queda De la Sota como peronista, Capital y Santa Fe como centro derecha y centro izquierda; el resto expresa una dependencia económica que les impide la libertad política. Y seguirán obedeciendo al Gobierno que venga. Eran menemistas, son kirchneristas y van a ser del que gane en la próxima, sea quien fuere.

Vivimos uno de los peores absurdos, un gobierno de derecha, marcado por los negociados más corruptos y defendidos por restos oscuros de antiguas izquierdas gorilas. Y digo “gorilas” porque ese término define a la gente que se cree superior a otros y los desprecia. Eso fueron gran parte de quienes integraban la guerrilla; eso fueron casi todos los del partido comunista y varias escuelas de aburrido marxismo. Eso son los seguidores de la Presidenta, personaje que se cree superior a los demás, aplaudida y apoyada por los que usufructúan de esta coyuntura de degradación institucional.

Gracias a Lorenzetti que no somos Venezuela, si en su lugar estuvieran Zaffaroni o Gils Carbó, dejábamos la libertad para ingresar a la dictadura de la burocracia. Demasiados personajes menores imaginan que toda limitación de la libertad es abrir un camino hacia la justicia social. Esa mezcla absurda donde el poder de los negocios impone un rumbo a los viejos peronistas de la prebenda y se suman como aporte ideológico los restos de derrotadas izquierdas. Todo eso junto no puede dar un perfil político durable. Más aún cuando el centro del poder son los negocios o, mejor dicho, los negociados que despliegan en torno al juego y la obra pública.

Entre la enorme masa de medios oficiales o financiados por el Estado y los muchos que opinan sin querer lastimar los oídos del mejor pagador, entre ambos, nos cuentan la historia de un Gobierno con enorme apoyo y mucho futuro. Todavía para demasiados no es negocio asumir que la Presidenta pierde en todas las coyunturas, que este invento absurdo llamado kirchnerismo no va a tener demasiada vigencia el próximo año.

Un poder sin herederos cuyo núcleo duro carece de la más mínima chance electoral, un gobierno que sólo puede ser continuado por Daniel Scioli, que es el mejor posicionado por ser el que menos se les parece. Por un corto tiempo van a seguir alquilando encuestas y asustando distraídos; de cualquier forma que lo miremos están transitando su etapa final.

Si lograban imponer el miedo, ganaban ellos. Se inicia el tiempo donde el pánico lo comienzan a sufrir ellos. Son un poder pasajero, una burocracia prebendaria enamorada de la renta que generan los cargos y de lo fácil que es la vida siendo funcionario del Estado. Años subsidiando trenes para recibir retornos, ahora amenazan con cerrar el negocio.

Gane quien gane, todos los que nos sentimos amantes de la libertad debemos construir un espacio donde no necesitemos un salvador que nos conduzca, sino que de una vez por todas aprendamos que cuando los gobiernos parecen débiles es que los pueblos son fuertes. Que el próximo Presidente exprese la libertad de la democracia; será apoyado por el más fuerte de los partidos, el que podemos integrar entre todos.

 

Lecciones de una marcha multitudinaria

La marcha fue multitudinaria, fue un pueblo de pie diciéndole no al intento de instalar una dictadura de personajes menores conducidos por la Presidenta. A esa enorme cantidad de gente le corresponde una enorme cantidad de estupideces repetidas hasta el cansancio por los empleados públicos, que están obligados a opinar para subsistir y lo hacen como si imaginaran que piensan y expresan genialidades. En todo intento autoritario se suman listas de intelectuales que creen encontrar en la realidad su lugar de vanguardia iluminada. Ni en eso vivimos una experiencia original. El peronismo tuvo su guerra y consigna (“Alpargatas sí, libros no”, que tenía mala prensa); Carta Abierta le devolvió su vigencia al merecer alpargatazos. Los intelectuales suelen ser elitistas y el mero hecho de que les asignen un espacio los lleva a imaginar que el Gobierno les reconoce el talento y en consecuencia, devolviendo gentilezas, intentan asignarle virtudes.

Marcharon muchas mujeres mayores, portadoras de la memoria histórica de los 70, de aquellos tiempos donde se caminaba alegremente a una guerra que se asemejaba a un suicidio. Y pocos jóvenes. Somos parte de una sociedad donde la naturaleza les concede a los jóvenes un tiempo de gracia, un tiempo donde no es necesario trabajar. Con sólo recorrer las universidades, los carteles y las consignas, nos queda claro que se pueden romper vidrios primero, arreglarlos después y terminar con el tiempo haciéndose cargo de su fabricación.

El autoritarismo no tiene fisuras, toda alternativa será motivo de sus odios. Ya se les vuelve complicado armar una epopeya con las cadenas oficiales. La Presidenta solo les aporta una cuota de resentimiento que ellos luego de largos hervores convierten en caldos revolucionarios. No me canso de repetir: si en los 70 vivimos la tragedia, ahora llegó el tiempo de la comedia. Ni les entra en la cabeza perder las elecciones, no imaginan vivir sin usurpar el poder.

Pocos, casi ninguno del oficialismo, fue respetuoso frente a la multitud. No suelen soportar ni entender la realidad. Hace rato que se les cayó encima el muro de Berlín, cuando la democracia y la libertad se impusieron como valores imprescindibles para construir la justicia. Ellos encontraron en el kirchnerismo un espacio de prebendas que los hizo soñar con la toma del poder. Se cansaron de escribir y decir tonterías, de degradar a los que los enfrentamos y ahora, la marcha es tan sólo el aviso del final del recreo, del sueño de imponer un Gobierno de derecha con una burocracia estalinista de supuesta izquierda.

La marcha fue el anuncio de que tuvimos suerte y no pudieron destruir la justicia, ésa que a veces es corporativa y corrupta, pero siempre más digna y libre que si cayera en la alcahuetería dogmática de los que la llaman “legítima”. El estalinismo es siempre más decadente y nefasto que el peor liberalismo.

Es el último año de un Gobierno que terminó siendo una verdadera pesadilla. Las cadenas oficiales son sólo una muestra de desprecio al conjunto de la sociedad. Un feudalismo mediocre y corrupto asociado a los restos de dudosos revolucionarios, convertidos – todos – en saqueadores de un Estado que hicieron a la medida de sus necesidades. Venezuela fue el espejo en el que intentaron mirarse. Su fracaso es un testimonio más del destino del “modelo”.

Frente al conflicto, la mediocridad del oficialismo queda al desnudo. La marcha fue el último testimonio de que no pueden ni quieren entender el mensaje de la realidad. Ayer intentaban meter miedo; ahora se dedican a disimular el miedo que los comienza a acompañar. La derrota del intento de destruir la Justicia nos deja la esperanza de que varios de estos personajes menores que hoy nos destratan terminen tras las rejas. Es un ejemplo que nuestros hijos necesitan y merecen.

Reconstruir la democracia

El cristinismo actual es un partido construido en torno a una persona, tan pegado a ella que no puede nombrar un heredero. Nadie creció a su lado, ella imagina y ellos esperan que su dedo creador le otorgue vida al sucesor. Aparecen carteles con fotos de los amigos de la Señora al lado de ella y compartiendo el inasible “Modelo”, eso que ellos imaginan genial y a nosotros nos resulta nefasto. Scioli tiene los votos, pero ellos, los de la secta no se conforman con la mera opinión de los votantes. La gente no puede leer Carta Abierta, no llega a entender de qué se trata. Demasiados de nosotros tampoco.

En un autoritarismo la única manera de participar es aplaudir, uno deja de pensar, de opinar, de sentir que tiene algo para aportar. Ministros y legisladores obedecen como asustados, sin derecho a correrse del catecismo que les bajan desde el verdadero poder, los Rasputines de turno, esos que entre bambalinas no necesitan ser votados. Pertenecen al entorno de la gran autoridad, del personaje que elegimos democráticamente para que nos conduzca a un espacio que en poco o nada se parece a la democracia.

La Presidente va a terminar por demoler el kirchnerismo, ese va a ser su mayor legado a la sociedad. Con Scioli se le van a ir los peronistas que ya no son otra cosa que comerciantes del poder, igual que eran ellos en Santa Cruz antes de llegar y ponerse el disfraz de progresistas, con derechos humanos y sueños de enfrentar al imperialismo. Discuto hace tiempo y defiendo mi opinión de que esta absurda mezcla de prebendas sólidas con ideas cambiantes va a desaparecer en poco tiempo. Muchos hablan de un kirchnerismo opositor, es un oxímoron, este es un partido del poder.

El fenómeno central es que viejos militantes de revoluciones pasadas y fracasadas encontraron en el pragmatismo de los Kirchner un espacio de poder con infinitos beneficios y además, un reconocimiento a sus supuestas virtudes. A cambio de ese protagonismo tardío, los que ayer no le perdonaban nada a Perón terminaron enamorados de Cristina. En rigor, el General que retornaba para pacificar les quedaba grande a los imberbes que se querían suicidar en una guerra donde nunca tuvieron ni la remota posibilidad de triunfar.

La Presidente nos somete a una cuota de tensión y agresión que excita en su apoyo a supuestos pensadores a los que es imposible entender pero no es necesario intentarlo. No confrontan por defender ideas que no tienen sino tan solo por disfrazar resentimientos como si fueran propuestas de ideas que salvarían la patria, un espacio limitado donde solo están ellos.

Perón representaba a los humildes y volvió para pacificar. Hubo dos sectores que se opusieron, una derecha militar derrotada para siempre y una izquierda violenta y autoritaria que estamos obligados a superar ahora. La Presidente nos va a dejar en estado agónico; de nosotros depende la construcción de la democracia y las instituciones a partir de superar semejante calamidad.

El kirchnerismo sirvió para eso, para desnudar y poner a la vista de todos a lo peor de nuestra sociedad. Con lo restante debemos ponerle pasión a la cordura y reconstruir la democracia. Es una causa noble y estamos a tiempo y en condiciones de lograrlo.

Superados

Parecían dueños del destino universal, salvadores de la patria, fundadores de un sistema que aplastaba a los otros con las sombras del pasado. Soberbia, eso era lo que les sobraba, y explicaban que en todo disidente habitaba una corporación y también en el que pensaba y opinaba distinto anidaba la traición. Así fue que la democracia inició su lento pero firme retroceso; la libertad se fue enredando con las explicaciones; las corporaciones y los imperialismos terminaban definiendo al que se animaba a pensar. Si el Gobierno le tiraba un pedazo de poder al progresismo, entonces, se volvía progresista. Algunos que de jóvenes imaginaron ser capaces de convertir su pensamiento en concreción del mundo nuevo, del hombre nuevo y ya de mayores, se arreglaban con bastante poco, si los reconocen y los respetan y los eligen para ser elogiados y financiados. Si todo esto pasa, uno se puede volver oficialista porque el poder engendra caricias que se parecen a las ideas.

Se creían eternos, hasta que una muerte les quedó grande, o su pretendido talento les quedo chico, entonces se amontonaron todos a aplaudir y a leer una escritura de lealtades que parecía más ser un agradecimiento de las prebendas conseguidas que una reivindicación de las ideas apoyadas. El documento daba pena, aquellos que ayer se imaginaban eternos daban hoy un triste espectáculo de mediocridad militante. La obediencia al poder y las ganancias económicas, ambas juntas y sumadas, dejaban a la vista de la sociedad una burocracia miserable y enriquecida, que ni siquiera guardaba la lógica conciencia del ridículo. Engendraron bronca y ya dan pena, decadencia en estado puro, aplaudiendo en público su alegría de haberse enriquecido en privado. Como si la bonanza que vivían ellos fuera la misma que beneficiaba a todos.

Se imaginaban fundacionales, de pronto son sólo un resto histórico que genera vergüenza. Una muerte alcanzó para dejarlos desnudos, para mostrar que únicamente tenían talento para hacerse de los beneficios de la coyuntura, pero lejos estaban de entender y poder manejar las complicaciones de la crisis. Una muerte los llamó a silencio, los mostró repitiendo discursos obedientes, asustados del afuera y del adentro, una secta que al vivir la dulzura de los beneficios del poder se sentía superada por la dura realidad que se acercaba marcada por la muerte. Las cadenas mediáticas con las que la Presidente aburría no pudieron enfrentar el conflicto real de la vida.

Un Gobierno ocupado en espiar disidentes inventó servicios de informaciones que al final terminaron discutiéndole el poder. La secta ya no tenía autocritica, había roto su relación con la misma sociedad, la realidad le molestaba. Toda secta inventa su adentro para que la proteja de la realidad. Pero una muerte es demasiado para seguir jugando al distraído y los vientos que desnudan falsedades se les metieron por la ventana. Y entonces buscaron culpables lejanos: los medios de comunicación que los acusaban, las mafias que hacía rato habían renunciado a la crítica al ser invitadas al festín que distribuía el Estado.

Si ayer la vida al llevarse a Néstor les regaló una elección, hoy al llevarse al Fiscal los dejaba en el llano para siempre. En la buena todos somos expertos y aparentamos talento; en la difícil, las cosas son distintas.

Una muerte ya fue demasiado, y no supieron qué hacer. Vendrán otros a gobernarnos, ya era hora. Y esperemos que a quien sepamos elegir no practique el peor de los pecados, el de la soberbia. Ya los Menem y los Kirchner se pretendieron fundacionales e intentaron eternizarse en el poder. Necesitamos elegir al más humilde, al que sea capaz de dejar el gobierno, volver al llano y ser y sentirse uno más entre nosotros. 

Para nuestra lastimada democracia, la cordura es más necesaria que cualquier otra pretensión de inmadurez. Votemos al mejor, aprendamos a ayudar a la suerte.

Un año complicado

Eso fue este año, complejo de entender y de vivir. El oficialismo, que no se imagina a sí mismo como un partido que pueda tener derrotas, se dejó invadir por la idea de lo fundacional, y combatió con pasión a los disidentes, con la misma pasión que utilizó para defender a sus acusados de corrupción. Pareciera que el disidente es un delincuente y el acusado de delitos, un simple cómplice en apuros.

El Gobierno, mejor dicho, la Presidente, en todos sus discursos y actitudes, fue eliminando el espacio del centro, imponiendo la idea de que era una compulsa entre un kirchnerismo pleno de virtudes y una oposición ligada a los monopolios, el imperialismo y las corporaciones. El espacio del bien solo se instala en el oficialismo aplaudidor, el resto, somos ocupantes del oscuro mundo del mal, y en consecuencia, como en mi caso concreto, objeto de persecución personal. Y entonces se impone el análisis real y profundo del kirchnerismo y del tiempo que ocupó y de las consecuencias de su accionar. Nos obliga a poner la lupa sobre la “década ganada” o empatada o perdida para demasiados. Década montada en “el relato”, mirada sobre la realidad que tiene demasiado de autoritarismo y poco o nada de debate político.

Personalmente, opino que lo más negativo de este tiempo fue la división que se dio en la sociedad. Cuando Perón retorna al país, lo hace para pacificar, acompañado por toda la dirigencia de esos tiempos, y ya la guerrilla imagina el poder como el resultado de la confrontación. La violencia, pretendidamente revolucionaria, engendra una derrota militar que los Kirchner revierten en triunfo político a partir de sus necesidades de justificación. Insisto en que aquí se encuentra el nervio de la crisis actual: un gobierno autoritario encuentra en los restos de la guerrilla y del marxismo una concepción de lucha de clases que desvirtúa el pensamiento peronista. Perón convocaba a la alianza de clases, su encuentro con Balbín es esencial al futuro, es el único camino posible. El kirchnerismo se ensambla con una historia que no le pertenece ni le interesó nunca, y la convierte en la teoría defensora de sus desatinos.

El Gobierno es esencialmente anti-peronista. Claro que eso podía haber sido positivo si era un intento de superación del pasado, pero es nefasto ya que implica un retroceso a lo peor del ayer. Hoy es tiempo de preguntarnos cuántas vidas se llevó el sueño de extender la revolución cubana al resto del continente, cómo los supuestos revolucionarios fracasaron y los reformismos fueron los únicos que aportaron mejoría a sus pueblos. Si izquierdas y derechas se reían de nuestra consigna “ni yanquis ni marxistas”, hoy ambas deberían asumir que los superábamos como conciencia historica. Que la tercera posición de aquellos tiempos es la única capaz de complementarse con “la tercera vía” que hoy expresa la avanzada ideológica. Con tantos elementos para recuperar del peronismo, buscar en marxismos fracasados la idea de la confrontación como camino hacia la superación es un absurdo y un sinsentido.

El año que se inicia tiene la marca del fin de ciclo. Soy de los que opinan que el kirchnerismo no va a poder sobrevivir a la ausencia del poder. Es, como el menemismo, un partido de gobierno. Al perder las prebendas que distribuía se queda sin vigencia. En todo caso, el kirchnerismo se puede convertir en un partido de izquierda más, desde ya con pertenencia inferior al diez por ciento. Cuando los oportunismos provinciales inicien su migración, será tiempo de contar las lealtades reales, esas que lo imaginan como algo parecido a un sistema de ideas, para mi gusto, desde ya sin propuestas ni logros dignos de ser recordados. Demasiadas provincias y municipios fueron menemistas cuando serlo daba votos, y repitieron su oportunismo con los Kirchner.  Esos políticos que solo sirvieron como funcionarios, esos que se adaptaron a todas las corrientes o modas que nos invadieron, esos no le aportan nada a la verdadera política, al debate de ideas que está pendiente en nuestra sociedad.

Por ahora la oposición está dividida, pero creo que lentamente la dirigencia o la sociedad van a optar por un opositor y lo van a convertir en el futuro Presidente. Allí comenzará el tiempo de destruir los daños del kirchnerismo, en especial la Ley de Medios y la degradación de la Justicia. Cuando termine este ciclo al menos sabremos que pocos son los dispuestos a defender un pensamiento, los que no se dejan arrastrar por el oportunismo.

Necesitamos que el próximo Gobierno recupere la noción de adversario, y eliminemos para siempre el poder nefasto de los que intentan seguir parasitando la idea del enemigo. El único enemigo vigente son ellos, los que viven de regar sus propios odios, los que hoy nos gobiernan. El resto, los adversarios que nos respetamos, somos la base de una democracia en serio, eso que hoy todavía tanto extrañamos.

La desmesura kirchnerista

Toda revolución exige a veces alterar los límites de las normas establecidas, aunque no todo lo que sale de quicio se puede justificar como voluntad transformadora. En cada discurso presidencial aparece reiterado el dogma exigiendo la obediencia de los dominados, siempre apoyado en la excusa de transitar un tiempo fundacional. Investigar el pasado de estos alegres renovadores sirve para llegar a la conclusión que, mientras los excesos los acompañan desde siempre, el aporte progresista es más un decorado para disfrazar ambiciones que un sueño de un mundo mejor para todos. Las mejorías personales y sectoriales de la burocracia imperante están por lejos por encima de los logros para el conjunto de la sociedad. Más aún, el crecimiento patrimonial de la burocracia es anterior y permanente mientras los logros para la sociedad son positivos pero en todos los casos sirvieron más para justificar clientelas que para mejorar futuros.

La distancia entre los discursos dogmáticos y cerrados de la Presidente y jefa absoluta del supuesto modelo y la coherencia con una pretendida lógica de la izquierda y el progresismo es infinita. Para poder imaginar que la palabra presidencial marca un rumbo hay que partir de la base de que quienes lo aceptan lo hacen a cambio de un beneficio. Para mi convicción personal, los seguidores se dividen entre los oportunistas de todos los gobiernos, los extraviados recuperados y los inocentes de cualquier proyecto. No acepto que entre los seguidores de supuestas izquierdas las cosas vayan más allá que el espacio del cálculo. La Presidente cobija bajo sus dogmas grupos cuyas ideologías no hubieran llegado jamás por el camino electoral a formar parte del poder. Y entonces, antiguos gestores de soñadas revoluciones terminan convertidos en simples justificadores de desmesuras ajenas, obligados a una forma de lealtad que ni siquiera se puede permitir la crítica constructiva. Un discurso que convierte el capricho en dogma y un grupo de supuestos intelectuales que lo explican, desarrollan y justifican solo a cambio de un cobijo en el espacio del poder. A los veinte los marcó la rebeldía, ya de grandes son capaces de justificar lo que jamás hubieran imaginado soportar. De jóvenes, el poder como sueño transformador; de grandes, como consuelo de errores de juventud y el triunfo de la ambición.

Entre los vivos que se enriquecen con los negocios que permite el Estado y los acomodos que pudieron distribuir entre parientes y seguidores, entre esos extremos del bienestar personal, se extiende la bandera del supuesto modelo. Los jueces y sus historias pueden ser discutibles, los robos del oficialismo ingresan al espacio de lo concreto visible e inocultable. Los caprichos presidenciales devenidos en dogmas iluminadores del futuro y el vicepresidente transitando el delito, entre esos dos extremos se extiende la bandera de la complicidad. Los menemistas se beneficiaban demoliendo el Estado, los kirchneristas fueron mucho más lejos y se enamoraron de los beneficios que aporta usurparlo. El Estado como un gran cobijo para los que adhieren al supuesto modelo, la persecución y el daño para todos aquellos que no nos dejamos imponer el cuento irracional del relato. El oficialismo se llevó a su servicio a todos los que se vendían por dineros y prebendas; nunca la corrupción utilizó con tanta solvencia el disfraz de benefactor de la sociedad.

Viejos estalinistas y supuestos revolucionarios atacando a los jueces solo para defender delincuentes que al caer podían desnudar complicidades. Algunos enemigos seleccionados entre los que opinan libremente, demasiados aliados elegidos entre los que saquean el país pero pagan coimas y no cuestionan el modelo. Leyes de medios para eliminar las libertades, asociarse a empresas extranjeras saqueadoras solo a cambio de coimas y complicidades.
El modelo nacional y popular permite a los ladrones perseguir a los jueces, ataca a la burguesía que no se les rinde no para eliminarla sino tan solo para substituirla. Aplauden el discurso de la Presidente al margen de lo que diga, la obediencia cuando se degrada en alcahuetería entrega su derecho a todo tipo de crítica.

Y soñaban quedarse para siempre. La democracia es para ellos un simple vicio burgués. Finalmente, de los que nos gobiernan, conocemos de sobra sus excesos y desprecio por la democracia. Terminaron siendo más definidos por la desmesura de sus errores que por sus pretendidas virtudes. Los gobiernos cuando duran demasiado terminan desnudando sus limitaciones. Está a la vista.

Agonías

El gobierno soñó eternidades: un Presidente, al que heredó su esposa, en una sociedad con enormes necesidades, donde la Hermana es la ministra de Bienestar  Social y una caterva de empleados públicos rentados ocuparon un estadio de fútbol para aplaudir al Príncipe heredero, que comenzó a balbucear sus palotes políticos, pocos meses antes de que su Madre debiera retirarse.

En Cuba, el socialismo eliminó a la democracia. Los cubanos se quedaron sin libertad pero nunca llegaron a gozar del preciado bien de la  Justicia, que sería el fruto codiciado de la planta de la Igualdad.  Y los disidentes perseguidos, y los que debían optar entre la obediencia o el mar con sus tiburones, conviven con un Fidel que poco o nada aportó a la justicia mientras se dedicó a eliminar la libertad. Y en su final lo hereda el hermano, no sea que el socialismo olvide su pasión por la monarquía hereditaria.  Y los rusos, que ayer desplegaban imperialismo revolucionario, y después de que el muro les aplastó las veleidades socialistas se expanden al ritmo del nacionalismo y de las mafias.

Las viejas izquierdas educaban en el desprecio a la democracia y en el valor secundario de la libertad. Como si la humanidad estuviera obligada a optar entre los ricos y los burócratas. Todavía los ricos guardan algunos datos de la competencia, los burócratas no soportan esa veleidad. En la ambición suelen ganar algunos de los mejores; en la obsecuencia burocrática sólo se  selecciona a los peores. Los ricos, en su ambición, no suelen ser generosos; los burócratas directamente necesitan entregar su dignidad unida al espíritu crítico, y después de eso no queda más que odio y resentimiento.

Nuestras viejas izquierdas, abundantes en pensadores y escritos, nunca lograron armar una fuerza que les permita abordar el poder por los votos. La violencia vulneró en demasía los sueños de poder revolucionarios, fue una enorme entrega de vidas a cambio de ninguna posibilidad de tomar el poder. Solo el viento de los tiempos explica el absurdo de que critiquen a Perón mientras aplauden a los Kirchner, quizá el genocidio fue el dato central de este cambio de exigencias. Ayer, plenos de vitalidad juvenil, fracasaron al elegir la tragedia;  hoy, cansados de mirar con “la ñata contra el vidrio”, se conforman con asumir un protagonismo obediente y  sin crítica en los nítidos tiempos de la comedia.

Y construyeron una secta en torno al poder. Responden a toda crítica repitiendo como loros los logros de la década ganada. Enumeran todos de la misma manera; la ausencia de convicción los obliga a memorizar las respuestas. Los dogmas son ideas cerradas; un error puede gestar una fisura y si por ella se filtra una duda, ella implica un ataque a la verdad. Pensamiento cerrado, Jefe absoluto, discurso que se escucha, se aplaude y se incorpora al dogma sin meditar. Y ocupación del Estado, asalto de los cargos y las prebendas; en nombre del pueblo, actúan como si se fueran a quedar para siempre en el poder.

Sea quien fuere el elegido para el próximo gobierno, deberá gastar tiempo en expulsar esa caterva de empleados públicos que se apropian de dineros que les quitan a los verdaderos necesitados. Un supuesto pueblo de universitarios agresivos usurpando un Estado que debiera estar al servicio del pueblo verdadero. Eso fue el Kirchnerismo, una usurpación de los necesitados por los oportunistas y, en su desfachatez, intentaron llamarse  “militantes”. Perón, que fue en todo un adelantado, ya había expulsado a los imberbes de la plaza.

Aplausos

Cuando aplauden apasionadamente los discursos presidenciales, no entiendo nada. Escucho las palabras, se reiteran los aplausos, hasta encuentro ciertos rostros que conozco, y me enojo, me irrito como pocas veces en mi vida.  Me cuesta entender qué nos pasó, qué  infinita serie de casualidades nos llevaron a lo que para mí es un rincón de la historia. Intento separar las lealtades en serio de las otras: las que conozco desde siempre, las de esos que son oficialistas por salarios o prebendas o simplemente porque no se les ocurre perder de ganar sólo para salvar su dignidad.

Conozco demasiado, por la edad transcurrida y los tiempos transitados. Veo a algunos, muy pocos, de aquellos que alguna vez jugaron su vida por una causa noble. De ésos hay contados con los dedos de la mano. Veo de los otros, de los que siempre caminaron al lado del poder.  De ésos hay, para mi gusto, demasiados. De todos los rubros, empresariales o sindicales, y muchos operadores, esa especie que terminó sustituyendo a la política, ese montón de intermediarios entre el Estado y los negocios. De ésos, de los operadores, hay un montón. De esa especie proviene el vice y varios ministros  y senadores y diputados y gobernadores. Practican el aplauso fuerte y el perfil bien bajo, cosa que el poder los sienta leales y la sociedad ni los reconozca. Y hasta hay alguno que cree… También  conozco creyentes del ayer y del hoy. Creen siempre en el poder, van adaptando sus convicciones a sus conveniencias. Y así les funciona la conciencia y la vida.

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