Por: Julio Bárbaro
Toda revolución exige a veces alterar los límites de las normas establecidas, aunque no todo lo que sale de quicio se puede justificar como voluntad transformadora. En cada discurso presidencial aparece reiterado el dogma exigiendo la obediencia de los dominados, siempre apoyado en la excusa de transitar un tiempo fundacional. Investigar el pasado de estos alegres renovadores sirve para llegar a la conclusión que, mientras los excesos los acompañan desde siempre, el aporte progresista es más un decorado para disfrazar ambiciones que un sueño de un mundo mejor para todos. Las mejorías personales y sectoriales de la burocracia imperante están por lejos por encima de los logros para el conjunto de la sociedad. Más aún, el crecimiento patrimonial de la burocracia es anterior y permanente mientras los logros para la sociedad son positivos pero en todos los casos sirvieron más para justificar clientelas que para mejorar futuros.
La distancia entre los discursos dogmáticos y cerrados de la Presidente y jefa absoluta del supuesto modelo y la coherencia con una pretendida lógica de la izquierda y el progresismo es infinita. Para poder imaginar que la palabra presidencial marca un rumbo hay que partir de la base de que quienes lo aceptan lo hacen a cambio de un beneficio. Para mi convicción personal, los seguidores se dividen entre los oportunistas de todos los gobiernos, los extraviados recuperados y los inocentes de cualquier proyecto. No acepto que entre los seguidores de supuestas izquierdas las cosas vayan más allá que el espacio del cálculo. La Presidente cobija bajo sus dogmas grupos cuyas ideologías no hubieran llegado jamás por el camino electoral a formar parte del poder. Y entonces, antiguos gestores de soñadas revoluciones terminan convertidos en simples justificadores de desmesuras ajenas, obligados a una forma de lealtad que ni siquiera se puede permitir la crítica constructiva. Un discurso que convierte el capricho en dogma y un grupo de supuestos intelectuales que lo explican, desarrollan y justifican solo a cambio de un cobijo en el espacio del poder. A los veinte los marcó la rebeldía, ya de grandes son capaces de justificar lo que jamás hubieran imaginado soportar. De jóvenes, el poder como sueño transformador; de grandes, como consuelo de errores de juventud y el triunfo de la ambición.
Entre los vivos que se enriquecen con los negocios que permite el Estado y los acomodos que pudieron distribuir entre parientes y seguidores, entre esos extremos del bienestar personal, se extiende la bandera del supuesto modelo. Los jueces y sus historias pueden ser discutibles, los robos del oficialismo ingresan al espacio de lo concreto visible e inocultable. Los caprichos presidenciales devenidos en dogmas iluminadores del futuro y el vicepresidente transitando el delito, entre esos dos extremos se extiende la bandera de la complicidad. Los menemistas se beneficiaban demoliendo el Estado, los kirchneristas fueron mucho más lejos y se enamoraron de los beneficios que aporta usurparlo. El Estado como un gran cobijo para los que adhieren al supuesto modelo, la persecución y el daño para todos aquellos que no nos dejamos imponer el cuento irracional del relato. El oficialismo se llevó a su servicio a todos los que se vendían por dineros y prebendas; nunca la corrupción utilizó con tanta solvencia el disfraz de benefactor de la sociedad.
Viejos estalinistas y supuestos revolucionarios atacando a los jueces solo para defender delincuentes que al caer podían desnudar complicidades. Algunos enemigos seleccionados entre los que opinan libremente, demasiados aliados elegidos entre los que saquean el país pero pagan coimas y no cuestionan el modelo. Leyes de medios para eliminar las libertades, asociarse a empresas extranjeras saqueadoras solo a cambio de coimas y complicidades.
El modelo nacional y popular permite a los ladrones perseguir a los jueces, ataca a la burguesía que no se les rinde no para eliminarla sino tan solo para substituirla. Aplauden el discurso de la Presidente al margen de lo que diga, la obediencia cuando se degrada en alcahuetería entrega su derecho a todo tipo de crítica.
Y soñaban quedarse para siempre. La democracia es para ellos un simple vicio burgués. Finalmente, de los que nos gobiernan, conocemos de sobra sus excesos y desprecio por la democracia. Terminaron siendo más definidos por la desmesura de sus errores que por sus pretendidas virtudes. Los gobiernos cuando duran demasiado terminan desnudando sus limitaciones. Está a la vista.