Laicidad más que nunca

Hay quienes todavía no asumen la importancia del tema, las implicancias que supone, mucho más allá del episodio puntual. No advierten cabalmente que ese principio, establecido en el artículo 5º de la Constitución, es uno de los fundamentos cardinales de nuestra organización republicana y que hoy, más que nunca, debemos celosamente custodiar. Es más: la propia Iglesia Católica ha considerado que la laicidad está en el ADN de nuestro país y por eso organizó, el pasado noviembre, una importante asamblea bajo el título “Atrio de los gentiles”. Allí participamos ciudadanos de variada orientación filosófica en un clima de libertad y tolerancia amplio y fecundo.

Debe seguirse profundizando la reflexión y por eso ha resultado particularmente oportuno el planteo que realizara el diputado Ope Pasquet en la Cámara de Diputados. Con racionalidad y sin fanatismos, el país entero debe mirar con serenidad esta cuestión que, como veremos, ha adquirido una relevancia formidable.

En nuestro medio ya no se discute que el Estado laico no es contrario a las religiones, sino neutral ante ellas, imparcial. La libertad de la actividad religiosa es amplia y garantizada para todos dentro del cuadro general de libertades del país. El Estado los exonera de impuestos sobre sus propiedades o sus actividades educativas, como expresión de una actitud de reconocimiento. Incluso se han dado avances significativos hacia una laicidad más amplia, como fue la instalación de la cruz conmemorativa de la visita del papa Juan Pablo II y de la Universidad Católica. Continuar leyendo

Relato y adoctrinamiento

Un texto de enseñanza no es lo mismo que un ensayo académico. Aquel, a diferencia de este, debe aspirar a la imparcialidad dentro de los principios filosóficos que informan nuestro orden institucional.

Recientemente, en el prestigioso Liceo Juan XXIII se realizó un acto público presidido por numerosas autoridades religiosas y de la educación para presentar un libro titulado La ignorancia de la ley no sirve de excusa, escrito por un profesor y un grupo de alumnos de la institución. Es una obra amplia, de más de seiscientas páginas, que se define como un “texto de estudio para la asignatura Derecho y Ciencia Política”.

Es muy importante partir de esa base. No se trata de un ensayo, producido en el vasto espacio de la libertad de expresión del pensamiento, sino de un texto dirigido a alumnos, a los que debe respetarse en su formación moral y cívica. La imparcialidad debe presidir, entonces, la exposición de los temas a partir, naturalmente, de la asunción inequívoca de los principios liberales que consagra nuestra Constitución de la República.

Es un trabajo serio, doctrinario, cuyos autores merecen todo el respeto a su esfuerzo. Por lo mismo es que nos permitimos establecer algunos puntos de vista discrepantes que, a nuestro juicio, hieren la necesaria imparcialidad del manual de estudio, lo que podríamos denominar laicidad en un sentido amplio, más allá de lo religioso. Se dice en el texto, con razón: “Un país laico debe garantizar el acceso a esos derechos básicos sin hacer distinciones entre creencias políticas, religiosas o filosóficas”. Sin embargo, se asume la peligrosa tesis de que ese respeto a opiniones diversas “no significa que el docente entre en una neutralidad ideológica, es decir, en no tomar partido por ideas o valores determinados. Lo que debe hacer es respetar el derecho del otro de pensar diferente”. Continuar leyendo

Conmemoraciones y consagraciones

Se impone diferenciar entre un mojón urbano que conmemora una visita histórica, la Cruz del Papa, de esta pretensión de apropiarse de un espacio público para convertirlo en un virtual templo al aire libre.

Si hay algo que caracteriza a la concepción republicana del Uruguay, es su clara definición laica. Asumida ya en 1876 por la reforma vareliana con la escuela laica, gratuita y obligatoria (aún en tiempos en que la Constitución establecía a la católica como religión del Estado), esa concepción se fue progresivamente afianzando hasta que, en 1917, el texto magno separó Iglesia y Estado.

Naturalmente, ese proceso fue el resultado de encendidos debates. Una iglesia dominante, que incluso apostrofó del modo más feroz aquella reforma escolar fundamental para nuestra democracia, era enfrentada por un movimiento laico que exhibía el inevitable radicalismo que imponía el debate con aquella hegemonía. El anticlericalismo era la respuesta natural ante un clericalismo que hasta se oponía a que niños y niñas convivieran en las mismas aulas, por temor al pecado. Continuar leyendo

Túnica blanca y moña azul

Esa vestimenta clásica ha sido -y sigue siendo- una de las definiciones sustantivas de la identidad uruguaya. Ella expresa la igualdad republicana y la laicidad del Estado. En los bancos de la escuela no hay ricos o pobres, católicos o judíos, negros o blancos. Todos, con la túnica blanca y la moña azul, son iguales en dignidad, derechos y deberes.

Por esa razón es que planteamos la necesidad de establecer, desde el principio, que la bienvenida inmigración siria, bienvenida como toda inmigración, ha de vivir un doble proceso: el de adaptarse a las leyes y los hábitos de nuestra sociedad, así como esta, a la inversa, debe procurar, con amplitud de criterio, integrarla a la matriz nacional. Esa matriz hoy felizmente consolidada sobre la base de gente proveniente de los más diversos orígenes, mayoritariamente de España e Italia, pero también de Líbano, de los barrios judíos de Europa y Medio Oriente, de Armenia, de Croacia, de Lituania, de Grecia y por supuesto de nuestros vecinos.

El debate desatado ha servido para identificar equívocos que es muy bueno comenzar a despejar. Sin las intemperancias que también han salido a luz. Continuar leyendo

Los límites a la libertad de cultos

El mundo musulmán ha aparecido en Uruguay. No se trata de algunos aislados ejemplos que existían desde hace tiempo, sino de personas provenientes de Siria que nuestro Gobierno ha acogido y espera seguir acogiendo.

Al margen del indudable valor humanitario de ese proceso, nos importa llamar la atención sobre un sesgo que hace a valores fundamentales de nuestra sociedad, configurada en su tiempo con aluviones inmigratorios que están en su base. La diferencia con aquella inmigración es que ella respondía a nuestros mismos valores de convivencia y esta, en cambio, responde a concepciones totalmente distintas de los derechos humanos y las libertades esenciales.

Días pasados, el Dr. Javier Miranda, responsable gubernamental del tema, narró en el ámbito parlamentario una conversación con un ciudadano sirio que no entendía que no podía castigar físicamente a su hija. “En mi casa yo soy rey”, le dijo, y no se convenció de que ni su mujer ni su hija estaban sometidos a una autoridad sin límites.

La situación narrada es clara, conforme a nuestras leyes y por ello desde el principio es necesario ejercer una pedagogía inequívoca dirigida a enfrentar ese sometimiento femenino. Dejar sentados, claramente, los códigos a los que ajustamos nuestra conducta.

No aparecen tan claros otros aspectos que desde la óptica del Estado laico merecerían desde ya una consideración seria, porque al amparo de nuestra libertad de cultos se pueden herir conceptos que hacen al orden público.

No hace mucho, el Dr. Miguel Ángel Semino cuestionó la idea de que se pudiera enterrar sin ataúd, como lo habrían solicitado algunos ciudadanos musulmanes, en contradicción con las normas que, por razones sanitarias de orden público, imponen ciertos procedimientos. No tenemos noticia de que se hayan producido aclaraciones al respecto.

Se nos ha informado también que a los efectos de los documentos de identidad, las mujeres musulmanas han sido fotografiadas con su clásico velo. A los ciudadanos del país no se les permite aparecer en esos documentos con lentes, sombreros u otros objetos que incidan en su rostro. ¿Puede aceptarse esa actitud discriminatoria? ¿Puede aceptarse, además, cuando ese velo no solo es un simple símbolo de pertenencia religiosa, sino la exhibición pública de la subordinación femenina?

En un país que hace un siglo quitó los crucifijos de los hospitales públicos, ¿puede aceptarse que en los establecimientos públicos de enseñanza las adolescentes luzcan ese velo? El crucifijo o cualquier otro símbolo análogo es una pertenencia que se desea dejar fuera del ámbito del Estado, pese a que puede ser un simple testimonio de espiritualidad. El velo es otra cosa: simboliza esa subordinación que el ciudadano sirio que habló con el Dr. Miranda no podía entender que en nuestra sociedad es delito.

El país hace muchos años zanjó sus debates sobre el ámbito del Estado y el de la religión. En los últimos tiempos, incluso, el concepto de laicidad se ha desprendido de todo toque de intolerancia o rechazo a lo religioso para definirse por su neutralidad ante las diversas opciones filosóficas. ¿No es necesario aclarar todos estos aspectos antes de que se transformen en un problema?

El tema podría parecer teórico hasta hace poco tiempo. Ya no lo es. Entre nosotros conviven personas que responden a valores civilizatorios diferentes. Hay que precisar, entonces, cuál es el ámbito de su libertad y cuáles son sus límites, a los efectos de una convivencia pacífica en un Estado, como el nuestro, abiertamente liberal y pluralista. De lo contrario, podemos encontrarnos con la mala noticia de que nos hemos inventado un problema que habíamos largamente superado.