Desde la perspectiva social, el trabajo dignifica a hombres y mujeres. Le da un sentido a la vida y representa un vehículo hacia el progreso. Es uno de los principales ordenadores de la sociedad, tanto de las familias como de los solos y solas. Para tener trabajo -nos enseñaron nuestros padres- tienen ventaja los instruidos por sobre los que no estudiaron y, a quienes madrugan, Dios los ayuda.
Pero en la Argentina del reino del revés, la carga impositiva de ganancias sobre los asalariados y el IVA generalizado a los bienes de consumo básico generan una verdadera disyuntiva que plantea una duda peligrosa: ¿conviene estudiar, esforzarse y trabajar? ¿Es realmente ése el vehículo para el progreso o puede suceder que quien sigue ese camino viva estancado en la pobreza?
Veamos los casos:
- Hoy, una maestra o un profesor secundario a cargo de varios turnos pagan impuesto a las ganancias. La paradoja que se presenta es que hay -de hecho- muchos casos en los que los docentes prefieren renunciar a un cargo porque eso les incrementa el salario, sí, pero la presión de ganancias es tal que el sueldo entero de ese turno se lo va a pagar el impuesto. Es decir que cuantos más turnos tome, menos le conviene porque a medida que el ingreso aumenta, accede a menores descuentos. En este caso, al que madruga, Dios no lo ayuda.
El impuesto a la Ganancia es progresivo. Es decir, que se paga entre el 9 y el 35% de lo que se considera ganancia sujeta a impuesto. El punto es que cualquier economista serio dirá que se trata también de un impuesto distorsivo, y de allí las paradojas. Otro ejemplo: trabajadores que no quieren hacer horas extras por temor a que ese plus vaya completo a ganancias.
- Otra cosa no menos controvertida es lo que sucede con muchos docentes de la Ciudad de Buenos Aires que son los mejores pagos del país pero cobran parte de su salario en negro y se les aplica el descuento de ganancias sobre el total percibido (blanco y negro).
Además de este impuesto, como es sabido, de todo lo que uno gana al cabo de un año una buena parte va a parar a los llamados descuentos obligatorios (jubilación, obra social, PAMI) y otra más a gastos que pueden ser descontados de ganancias como el pago de empleadas domésticas, prepaga, seguros, etc. Pero esto también tiene su vuelta de tuerca en contra de la clase media: por ejemplo, un trabajador que gane 16.000 pesos y alquile no puede deducir el alquiler del pago de Ganancias.
Así las cosas, un asalariado trabaja la mitad del año para pagarle a la AFIP, y un tercio de lo que percibe el Estado en concepto del Impuesto a las Ganancias proviene de lo que se conoce como la cuarta categoría que es la que afecta a los empleados, según calcula el economista Raúl Cuello.
Es muy loco porque el salario no es ganancia. La ganancia es lo que tienen las empresas y no los trabajadores que venden su fuerza de trabajo.
Una profesional independiente, una periodista exitosa en la gráfica consultada para esta columna, nos contó su situación: estudió la carrera de Letras tiene un posgrado en Publicidad, firma en los diarios de mayor tirada del país y es madre sola. Se levanta a las 5 de la mañana para cumplir con las entregas de los cinco medios con los que colabora. “Con toda la furia llego a 8000 pesos de los cuales se me van 500 de monotributo, 3 mil del colegio del nene y 3 mil en gastos de comida”. Obviamente que, con eso, no tiene una buena calidad de vida. La posible ventaja comparativa de haber hecho una carrera y ser exitosa en su profesión no le permite acceder a un crédito social porque gana mucho para eso, ni ahorrar porque cobra poco para eso. Menos aún comprarse ropa o cenar afuera porque la prioridad es su hijo.
- Otra profesional con 16 años de trayectoria y un importante cargo en una empresa multinacional tiene la “suerte” -bajo la lógica presidencial- de ganar un sueldo bruto de 43 mil pesos. ¿Cuánto le queda en el bolsillo? Treinta mil pesos. Trece mil pesos por mes se van entre aportes y ganancias. “Aporto el equivalente a un buen auto cero kilómetro por año y tengo que ser medida con los gastos porque los chicos van a un colegio privado y con doble turno porque trabajo todo el día y también me ayuda una chica en casa porque no llego ni para la hora de la merienda”. ¡Eso sí que es tener suerte! Esta profesional trabaja desde los 15 años, recibió educación pública y se esforzó muchísimo por ocupar el puesto que tiene y compatibilizar eso con su responsabilidad de madre.
Utilicé varias veces en el párrafo anterior la palabra “suerte” porque la presidenta Cristina Fernández de Kirchner ha dicho en varias ocasiones utilizando la cadena nacional que quienes estudiamos en la facultad hemos “tenido suerte”.
¡Qué locura! La mayoría de los argentinos que tiene una profesión -y proviene de la clase media o clase media baja- más que tener suerte, supo hacer magia: para trabajar en mil lados, llegar a reunir un sueldito y estudiar de noche para lograr el título.
“Esto es un problema que afecta a una porción muy chica de la población porque la mayoría de los trabajadores argentinos cobra un promedio de 6 mil pesos”, justifican los economistas genios de la Gran Makro (Fernanda Vallejos y Agustín D’Attellis, por nombrar a los mediáticos), como si ése fuera un dato para enorgullecerse. ¿La mayoría cobra 6.000 pesos? ¡Ahora entiendo por qué esconden los índices de pobreza!
Ahora bien, por otro lado, vamos a repasar que sucede en los sectores más vulnerables de la población: ahí está la presencia del Estado con los subsidios que según la presidenta Kirchner generan la curiosa “teoría de la gravedad”: que la plata vaya de la base de la pirámide hacia arriba contraponiéndose a la teoría del derrame tan famosa en los 90.
Allí las cosas son así: si no tenés trabajo en blanco ni fijo, el Estado te otorga –en caso de tener chicos- la Asignación Universal por Hijo. Esto es, el proyecto de Elisa Carrió del que el kirchnerismo se apropió, primero, y convirtió en programa, después, en noviembre de 2009. Hoy, ese programa tiene hoy un padrón de 3 , 5 millones de beneficiarios.
Estos son chicos de hasta 18 años (inclusive) que deben estar vacunados y asistir al colegio. En muchos casos, esto no sucede. Las maestras lo cuentan tal cual: los chicos van a que se les firme el documento pero no a las clases. Y en muchas escuelas efectivamente se los firman porque les da pena que la familia pierda ese beneficio.
La AUH (la “wacha”, como le dicen en los barrios) se paga hasta 5 hijos. A partir de 6 chicos, hay otros planes. Pero volvamos al caso de los 5 hijos. Si cada beneficio es de 644 pesos, que en el caso de un hijo discapacitado trepa a 2100, imaginemos lo siguiente: una familia con cinco hijos (nada raro en los sectores más vulnerables, donde las familias son siempre numerosas) de los cuales uno tenga, además, alguna discapacidad.
La cuenta sería así: 2576 pesos al mes por cuatro de los nenes, más 2100 más por el discapacitado dan en total 4676. Ahora bien: si alguno de los hijos tiene 18 años y se anota en el Progresar (el plan para jóvenes ni-ni de entre 18 y 24 años), la suma arroja 5276 pesos al mes. Pero- atención- como tanto en uno como en otro caso el cobro del beneficio puede mantenerse siempre y cuando se trabaje en la economía informal y no se llegue a cobrar el salario mínimo, vital y móvil fijado en 3600 pesos, el padre o la madre de esta familia puede sumar –por ejemplo- $ 3500 más sin dejar de percibir la otra. ¿Total? 8776 pesos al mes de los cuales más de la mitad los aporta el Estado. O sea: vos.
Y esto no contempla otros beneficios como el Plan Nacer u otros que también pueden sumarse.
En este sentido, un argentino sin trabajo cobra más que la periodista con cinco empleos, título universitario y posgrado.
Escribo esto y pienso que instantáneamente los fanáticos me intentarán acusar de estar en contra de la AUH, la wacha.
Nada más lejos. Sólo estoy en contra de la injusticia. En contra de que el Estado decida no gravar la renta financiera (como establece el proyecto de Reforma Tributaria presentado, entre otros, por el massismo) ni se meta con las exportaciones mineras (como pide el sector de UNEN) pero sí le cobre a cualquier profesional que gane 15.001 pesos, como sucede con una ejecutiva también consultada que trabaja en una multinacional desde hace 16 años.
Ellas no son grandes empresarias. Son, sí, son grandes laburantes, estudiosas y esforzadas, que para llegar adonde llegaron en este país de pocas oportunidades tuvieron que ser invencibles, trabajadoras, corajudas, valientes e ingeniosas.
A veces, en Argentina parecería ser que todo está pensado para asistir no a los que ya lograron algo en la vida a través de su propio esfuerzo, sino a quienes confían por entero en la asistencia estatal.
Entonces, después no nos preguntemos por qué cada vez son más los de la generación NI NI, esos jóvenes de entre 18 y 24 años que no trabaja ni estudia. Porque ¿qué incentivo tienen para justificar el esfuerzo? ¿Qué mensaje damos si no hacer nada o hacer mucho nos nivela a todos en el mismo lugar del no progreso?
Progresar debería ser un negocio para todos. O, como mínimo, después no seamos tan cínicos como para preguntarnos por qué hay tanta violencia en la calle.