Por: María Julia Oliván
“Qué provocación, ¿no?”, comentó exultante el candidato el lunes después de que la foto más temida (la foto imposible, ésa que lo mostraba abrazado a su supuesto rival) ya había infartado a la mitad del gabinete.
El gesto político es indiscutido. El candidato B mostró que -como lo sigan ninguneando- puede llegar a ser dañino. Muy.
El candidato A dijo que, en su armado territorial, tiene la posibilidad de avanzar hasta el hueso del kirchnerismo. Y ahí estaba la foto maldita para probarlo.
Pero todo tiene un trasfondo. Y el de esta foto incómoda (e inesperada) es que en la campaña previa a las últimas elecciones el candidato A le había perdonado la vida al candidato B, ya por entonces “ennoviado” con la rubia más letal al sur de Puente La Noria. Pero no sólo por lo light que fue en sus críticas, sino también por haberlo salvado de la humillación total al decir en público que B (sacado del ring electoral como Jack Dempsey: piña, y afuera) en realidad había hecho “una buena elección” (¿?).
Primer dato a tener en cuenta en la trama secreta del Operativo Venganza: luego de las elecciones, B había pedido permiso en el búnker K para felicitar a su contrincante. No se lo dieron.
Se conformó entonces con llamarlo el mismo domingo. Y también el martes siguiente. ¿Cómo se selló este amor ya inocultable entre los candidatos?
Un poco fue porque -como reza una verdad peronista de manual- “el justicialismo es un movimiento que corre presuroso detrás del vencedor” . Y otro poco (o no tan poco) porque A le había perdonado la vida a B durante la campaña. Y no una, sino dos veces. ¿Más claro? El candidato A tenía en su poder dos videos Molotov capaces de convertir al novio de la felina modelo en un espantapájaros político. Uno era el back de la filmación de un spot en el que el candidato B (jugando de local en la zona sur) había tenido dichos agraviantes y discriminatorios hacia una candidata porteña que dice gustar del baile y la música pachanguera.
El otro es todavía más impactante, y muestra al candidato B presuntamente en Ibiza, acompañado, en una situación algo festiva.
El candidato A, que de bueno tiene sólo la cara, guardó las cintas en un cajón. Pero llamó a B para pasarle el dato y decirle (¡maestro!) que él no iba a engancharse en una campaña sucia. Éste, agradecido, sintió que le debía una muy grande. Una de ésas que sólo se pagan haciendo realidad las fotos imposibles.