Tucumán fue el gran ariete

La elección del domingo tuvo varios ganadores y, por supuesto, importantes derrotados. Mauricio Macri, María Eugenia Vidal, el mismo Sergio Massa pueden adjudicarse diferentes triunfos. Del otro lado, Cristina Kirchner, Daniel Scioli y Aníbal Fernández encarnan claramente la cara de la derrota. Sin embargo, hubo un ganador que los ha trascendido a todos, y es quizás el gran responsable del triunfo de quienes a la postre resultaron victoriosos. Esta vez no fueron los estrategas, ni los grandes analistas, mucho menos las encuestas, quienes definieron la elección.

El responsable del resultado del domingo se llama Tucumán. La resistencia estoica del pueblo tucumano al fraude electoral en su provincia, puesta de manifiesto en todos esos días y sus noches de autoconvocatoria en la plaza Independencia, fue la bisagra que marcó un antes y un después en el control del escrutinio. Lamentablemente, no les alcanzó a los hermanos tucumanos para evitar lo sucedido en aquella elección a gobernador de su provincia. Se podría decir que sufrir ese resultado fue el costo que hubo —en rigor, que tuvieron— que pagar para que no se continuara con la cultura del fraude que marcó la mecánica del sufragio en todos estos últimos años en nuestro país. Continuar leyendo

Falló la apuesta a la polarización

Muchos ciudadanos llevan su apoyo a Mauricio Macri, convencidos que es la mejor opción para derrotar al kirchnerismo. Lo curioso es que, en lugar de tomar como adversario a quien representa al kirchnerismo, Daniel Scioli, direccionan sus embates contra su contendiente dentro del mismo espacio opositor, Sergio Massa. En una posición similar, los seguidores de Sergio Massa privilegian sus críticas a Mauricio Macri, en lugar de dirigirlas a Daniel Scioli. Ambos, Mauricio Macri y Sergio Massa, quieren derrotar a Daniel Scioli. Sin embargo, en lugar de trabajar en ello, parecerían mucho más ocupados en derrotarse entre sí. Seguramente esta conducta obedece a la incapacidad que han tenido en su oportunidad para unir fuerzas, o en todo caso para dirimir con inteligencia su propia interna dentro del espectro del espacio opositor. Con esta postura, el único que se beneficia es el candidato a quien quieren derrotar.

Es una verdad de Perogrullo afirmar que el 60% de la población no quiere más kirchnerismo, si ese 60% no se encuentra unido. En rigor, tal cual está planteada la situación, resulta más adecuado afirmar que un treinta y pico por ciento de la población apoya al candidato kirchnerista, un veintipico a un sector de la oposición y otro veintipico a otro sector de la oposición. De esta forma, no resulta muy difícil advertir cómo cambia la ecuación. Ya no existe un 60% contra un treinta y pico, sino que manda este treinta y pico por sobre los otros dos veintipico. Si pudiéramos parafrasear al presidente Bill Clinton, diríamos: “Es la polarización, estúpido”. Exactamente, lo que falló fue la apuesta a la polarización que se buscó desde un sector de la oposición. Lamentablemente, a esta altura de los acontecimientos, a días del acto eleccionario, todavía sigue sin comprenderse cómo funciona o cómo se compone ese mosaico opositor.

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Estas elecciones son como el truco

Nada más parecido al juego del truco que lo que está sucediendo con estas elecciones. Pareciera que todo se juega al canto de “envido” o “truco”. Desde el Frente para la Victoria (FPV) se grita que van primeros en todas las encuestas, aun cuando a la hora de contar los votos resulta que no es así. Perdieron en Mendoza, perdieron en Santa Fe, perdieron en Córdoba, perdieron en Río Negro, y ni siquiera compitieron este domingo en la ciudad de Buenos Aires, porque ya habían perdido antes. Pero presentan sus cartas como si fueran implacables, a las que nadie puede superar. Les cantan “envido” y desde el FPV responden “falta envido y truco”; y son muchos los que se asustan y mandan sus cartas al mazo.

No es novedad que el truco es un juego donde se debe saber mentir para jugar sin cartas. El kirchnerismo se ve que aprendió el juego a las mil maravillas. No ganó nada hasta aquí, o en todo caso ganó muy poco, pero nos quiere hacer creer que ya ganó todo. La verdad es que, cada vez que desde el otro lado de la mesa se le dijo “quiero”, el FPV perdió la mano. Difícil entender cómo es que, perdiendo mano tras mano, pueda considerarse el ganador de la partida; o mejor dicho, que los demás así lo crean. Por el contrario, otros jugadores con buenas cartas parece ser que nunca aprendieron la mecánica del juego. Continuar leyendo