El nepotismo siempre es malo. No importa si lo comete un radical, un peronista, un buen tipo o un mal tipo. Siempre es una muestra de corrupción. La corrupción debe ser entendida como el desvío de lo ideal, del deber ser. El nepotismo, al igual que el amiguismo, representa un desvío del uso de los recursos del Estado. En lugar de procurar encontrar a la persona más idónea para la función y satisfacer de la mejor manera posible el cargo en cuestión, se “privatiza” una parte de la decisión y se favorece a alguien, en detrimento de toda la comunidad.
El daño se da por partida doble. Por un lado, los contribuyentes deben soportar con sus impuestos (es decir, con su trabajo) a una persona que brinda un servicio inferior que el que podría brindar otra persona más idónea. En segunda instancia, el nepotismo supone robarle a una persona potencialmente mejor preparada la posibilidad de acceder a una función con base en su capacidad. En definitiva, tanto el amiguismo como el nepotismo debilitan los incentivos para aspirar a la excelencia e incentivan a que se invierta más energía en fortalecer lazos que en estudiar y perfeccionarse. Continuar leyendo