Falta poco para que se termine una de las etapas más tristes de la reciente historia nacional. El kirchnerismo cavó una grieta entre los argentinos que no supimos cerrar a tiempo y dividió al país de una forma profunda, miserable e improductiva. Esa grieta es producto de una débil cultura democrática que tras la crisis del 2001 no pudo contener los excesos del populismo, de la demagogia y de la soberbia. Casi todos formamos parte de ese juego perverso de dividir al país entre quienes son los culpables o los responsables de tales o cuales problemas. Dividimos a los argentinos entre amigos y enemigos por algo tan banal como su adhesión a un proyecto político. Así, la consigna “La Patria es el otro” tuvo validez sólo cuando el otro era amigo.
Pasé la última semana estudiando en Alemania cómo lograr consensos operativos a pesar de las diferencias, pero también sobre la historia reciente de ese país. Una de las cosas que más me llamó la atención fue parte del proceso detrás de la reunificación del país ante la inminente caída del muro de Berlín. Por parte de Occidente estaba instalada la idea de que los líderes del bloque comunista eran intrínsecamente malos, que no había posibilidad de hablar con ellos y que había que destruirlos. La construcción del otro a priori como un monstruo era lo que, en última instancia, le permitía al muro seguir subsistiendo. Fue gracias al enfoque conciliador del vicecanciller Hans-Dietrich Genscher, miembro del Partido Liberal Democrático (FDP), que se lograron grandes avances hacia la unión, no sólo en Berlín, sino también en la región. Continuar leyendo