Por: Yamil Santoro
Falta poco para que se termine una de las etapas más tristes de la reciente historia nacional. El kirchnerismo cavó una grieta entre los argentinos que no supimos cerrar a tiempo y dividió al país de una forma profunda, miserable e improductiva. Esa grieta es producto de una débil cultura democrática que tras la crisis del 2001 no pudo contener los excesos del populismo, de la demagogia y de la soberbia. Casi todos formamos parte de ese juego perverso de dividir al país entre quienes son los culpables o los responsables de tales o cuales problemas. Dividimos a los argentinos entre amigos y enemigos por algo tan banal como su adhesión a un proyecto político. Así, la consigna “La Patria es el otro” tuvo validez sólo cuando el otro era amigo.
Pasé la última semana estudiando en Alemania cómo lograr consensos operativos a pesar de las diferencias, pero también sobre la historia reciente de ese país. Una de las cosas que más me llamó la atención fue parte del proceso detrás de la reunificación del país ante la inminente caída del muro de Berlín. Por parte de Occidente estaba instalada la idea de que los líderes del bloque comunista eran intrínsecamente malos, que no había posibilidad de hablar con ellos y que había que destruirlos. La construcción del otro a priori como un monstruo era lo que, en última instancia, le permitía al muro seguir subsistiendo. Fue gracias al enfoque conciliador del vicecanciller Hans-Dietrich Genscher, miembro del Partido Liberal Democrático (FDP), que se lograron grandes avances hacia la unión, no sólo en Berlín, sino también en la región.
Creo que la falta de diálogo, producto de esta fractura social que experimenta la Argentina, nos ha llevado a pensar barbaridades del otro. Personalmente, siempre me hice el tiempo para conversar con referentes de distintos espacios y sé que hay mucha gente muy valiosa con quien se puede dialogar, disentir, debatir y consensuar. Me temo que más allá de mi experiencia personal, nos hemos permitido caer en la demonización del otro bando y perdimos las herramientas más importantes para resolver cualquier diferencia: el respeto, la tolerancia y el diálogo.
Quisiera recordar brevemente también las reflexiones de Hannah Arendt en relación con la banalidad del mal. No hace falta tener una genuina vocación destructiva para ser funcional a un sistema destructivo. Para eso sólo basta con ser “leal” y abandonar el juicio crítico y la mesura.
El kirchnerismo está en estado de guerra y también lo están, vale reconocerlo, algunas otras personas. En este estado cometemos errores, excesos, estupideces, como la que dijo el ministro de Salud Daniel Gollán, quien, sin quizás saberlo, nos faltó el respeto a todos los que alguna vez perdimos un familiar a causa del cáncer. Toda esta campaña violenta, plagada de mentiras, donde no importa lo que se dice sino vencer o dañar al otro, habla de una conducta enferma. Estamos permitiendo que el odio, el miedo y el resentimiento guíen nuestras conductas cívicas y todo eso empobrece a la democracia. Si bien he sido un acérrimo opositor al kirchnerismo durante todos estos años, creo que no debemos seguir cultivando entre todos esta cultura enferma.
Quisiera recordar al respecto algunas palabras del prócer argentino Juan Bautista Alberdi en su obra El crimen de la guerra: “La palabra guerra justa envuelve un contrasentido salvaje; es lo mismo que decir crimen justo, crimen santo, crimen legal […] La guerra es la pérdida temporal del juicio. Es la enajenación mental, especie de locura o monomanía, más o menos crítica o transitoria. Al menos es un hecho que, en el estado de guerra, nada hacen los hombres que no sea una locura, nada que no sea malo, feo, indigno del hombre bueno. De una y otra parte, todo cuanto hacen los hombres en guerra para sostener su derecho, como llaman a su encono, a su egoísmo salvaje, es torpe, cruel, bárbaro. El hombre en guerra no merece la amistad del hombre en paz. La guerra, como el crimen, sabe suspender todo contacto social alrededor del que se hace culpable e ese crimen contra el género humano; como el que riñe obliga a las gentes honestas a apartar sus miradas del espectáculo inmoral de su violencia”.
Yo no quiero vivir con miedo. No me interesa que me gobierne gente que me respeta tan poco que esconde cifras oficiales, usa la propaganda del Estado para imponer sus ideas y que está dispuesta a decir cualquier cosa para retener el poder. No me interesa quién sea esa persona. Creo que hay conductas que van más allá del signo político y tienen que ver con la calidad de democracia en la que queremos vivir.
Por todo lo anterior, personalmente quiero proponer un cese al fuego. Quiero que lo que resta de campaña lo hagamos con respeto, con ánimo constructivo, para elegir al mejor presidente que se merecen los argentinos. Estoy seguro que tendremos una mejor democracia si se elige con base en propuestas y no en mentiras. Confío en que los argentinos deseamos un cambio y que estamos listos para otra cosa, por eso hago y haré campaña por Mauricio Macri. Pero si no llega a ser ese el caso, no quiero vivir otros ocho años de violencia. Y creo que depende de todos nosotros construir el país en el que queremos vivir.
No podemos confundir cerrar la grieta con mirar para el costado o negar que se han cometido abusos. Quienes hayan robado, quienes hayan abusado de la confianza de los argentinos, deben ser investigados y deben ir presos. Sin importar la bandera o la ideología política que corresponda. Pero el resto de los argentinos no puede ser perseguido ni castigado por sus ideas y sus convicciones. Tenemos que construir una mejor cultura democrática y me comprometo desde mi lugar a contribuir con eso.
Por supuesto que vamos a trabajar intensamente para que todos los argentinos voten sin miedo y elijan en libertad a su próximo presidente. Pero a partir del 10 de diciembre quiero vivir en una Argentina donde podamos disentir constructivamente y respetarnos. Por eso invito a los representantes de todas las fuerzas políticas, de las ONG y de todas las instituciones que quieran participar a que armemos una gran fiesta de la democracia para comprometernos entre todos a construir la reunificación nacional. Los invito a organizar, juntos, la fiesta de la reunificación nacional el 12 de diciembre, para que le digamos entre todos basta a la violencia institucional y cívica y comencemos a vivir en una Argentina mejor, gane quien gane.