Nos acostumbramos

Alexander Martín Güvenel

Es un fenómeno habitual en los populismos latinoamericanos: jamás muestran sus tintes autoritarios al comenzar la gestión. A diferencia de aquella máxima que sostiene que hay que aprovechar los primeros 100 días de gobierno para tomar las medidas más extremas, ellos no muestran su “juego” al comienzo. Es más, niegan tener esas intenciones y se visten con ropaje institucional para ir avanzando de a poco y sigilosamente. Parecen conocer a la perfección cuál es el límite que la sociedad puede tolerar en cada momento. Cuesta encontrar una figura más gráfica (aunque no tan grosera) como la que el lector y yo imaginamos en este momento para describir la situación. Sin embargo, el desarrollo del gobierno, sobre todo en mandatos largos como el del kirchnerismo, muestra poco a poco todos sus deseos de silenciamiento a la prensa no adicta, aniquilamiento de la oposición, control de la justicia e intervención directa en todas las áreas de desarrollo de la sociedad civil, desde el deporte y la cultura hasta el comercio y la industria. Todo es factible de ser intervenido arbitrariamente por el Estado en sus manos.

Con esa acumulación de poder viene aparejada la debilidad de los controles ciudadanos. Así es como nos acostumbramos a que el cadete que acompañaba a Néstor Kirchner desde sus tiempos de ejercicio de la abogacía haya escalado al punto de convertirse en un acaudalado empresario de medios. Aceptamos -mansamente con el tiempo- que un ex empleado bancario, amigo de quien por entonces era ya intendente de Río Gallegos, haya amasado una inmensa fortuna a través de la monopolización de contratos de obra pública con el gobierno provincial. Nos resulta normal que empresarios amigos de la pareja presidencial compren medios preexistentes y exitosos para transformarlos en meros apéndices de la comunicación oficial sin importarles que con ello pierdan a más de la mitad de su audiencia. Nos acostumbramos a los autodenominados periodistas militantes, categoría que en la Argentina ni siquiera osaron tener los gobiernos dictatoriales. Nos acostumbramos a que el canal del Estado sea un apéndice del gobierno; que albergue programas que avergonzarían a cualquier televisora estatal del mundo, hasta en la Rusia de Putin.

Aceptamos mansamente que la Presidente nos haya dicho que el programa Fútbol para Todos iba a brindar excedentes para destinar al deporte amateur. Toleramos que los cortes en los partidos sean monopolizados por la propaganda de gobierno. Que usen esos mismos espacios para denostar a rivales políticos. Que los relatores mezclen la política con el fútbol sin ningún tapujo, llegando incluso a cambiar términos y conceptos del propio relato (tiempo adicionado pasó a ser tiempo recuperado entre otros nuevos vocablos nacionales y populares).

Nos acostumbramos a tener un organismo oficial de estadísticas que miente descaradamente, donde los propios responsables del área no se animan a sostener públicamente los datos que de ahí emanan (Lorenzino con la inflación y Kicilloff con la pobreza). Aceptamos sin demasiado pataleo que la tan mentada estabilidad del empleo público haya sido mancillada allí en pos de una intervención que permitió desplazar a funcionarios con historia, prestigio y probada solvencia profesional.

No nos alarmó recordar que meses antes de producirse la estatización de las fondos de pensiones se haya argumentado que “nadie puede quejarse por tener la posibilidad de elegir entre una jubilación estatal o privada”. Ni hablar de las frecuentes promesas de quien dirige nuestra aerolínea de bandera acerca de hacer rentable la operatoria. Nunca nos sorprendió en demasía que sea la YPF estatizada la empresa que haya elevado el techo de precios de las naftas sin tener que soportar ninguno de los reproches habituales que se le hacían por igual circunstancia a las petroleras privadas. Nadie se preocupa por tener una empresa como Enarsa -creada por Néstor Kirchner en 2004 como empresa petrolera nacional- que jamás descubrió ni un solo litro de petróleo.

Pasó sin pena ni gloria la constatación de que quien ingresó en la casa de Sergio Massa en plena campaña durante 2013 haya trabajado formalmente para el área de inteligencia de Prefectura años antes y que siguiera manteniendo contactos con organismos del Estado. Aceptamos mansamente que en 2009 el mismo Massa junto a otros dirigentes del Frente para la Victoria se hayan presentado a una elección de manera testimonial (sabiendo que ninguno de ellos iba a asumir) porque su entonces jefe político los quería defendiendo los votos que le eran esquivos por esos años.

Poco nos preocupa que el oficialismo en el Congreso mantenga cajoneados todos los proyectos que tienen que ver con acceso a la información pública. Ni siquiera elevamos demasiado la voz para pedir transparencia ante la constatación de los negocios espurios por los que está procesado el ex secretario de transporte Ricardo Jaime. Sabemos de los miles de millones de pesos que casi sin control alguno maneja el ministro Julio De Vido pero parece no ser nuestro problema.

Casi ni nos preocupa que nuestro billete de más alta denominación no llegue a valer ni U$D8 y que se propongan nuevos diseños y figuras pero ni siquiera se mencione la posibilidad de simplificarles la vida a comerciantes, bancos, transportistas, ciudadanos y al propio Estado dándoles billetes de más alta denominación.

En países vecinos como Chile y Brasil están investigando hechos de corrupción que salpican a sus respectivos gobiernos. Como consecuencia de ello, tanto Michelle Bachellet como Dilma Rousseff atraviesan el peor momento en cuanto a la aprobación pública. Aquí tenemos un vicepresidente multi-procesado al que la jefa de estado trata de invisibilizar sin pedirle la renuncia. Hechos gravísimos como los de Skanska o la valija de Antonini Wilson fueron sepultados bajo el crecimiento del PBI. Se produjo la muerte en circunstancias extrañas del fiscal especial de la causa AMIA a los pocos días de haber denunciado a la propia presidente y sin embargo los encuestadores nos cuentan que su nivel de aprobación se ha recuperado al nivel previo a ese desgraciado hecho.

Ante tanta evidencia, que el kirchnerismo siga siendo un protagonista importante de la política argentina llama la atención. Indudablemente –y usando el nombre del buen programa de radio que hacen Willy Kohan y Beto Valdez- somos nosotros.