De títeres y titiriteras

Alexander Martín Güvenel

Es una acusación habitual de los Gobiernos que establecieron con el tiempo una fuerte hegemonía tildar a la oposición de juntarse para arrebatarles el poder. Ciertamente la incriminación encierra un concepto negativo al respecto, pero hay en ello una necesidad implícita construida desde el propio poder. El kirchnerismo ha forjado un Gobierno centrado en un férreo dominio que ni siquiera se asienta en un grupo gobernante, sino que flota alrededor de una familia. Néstor, Cristina, Máximo, Alicia, los más importantes del clan. Alrededor, los incondicionales, Carlos Zannini, Oscar Parrilli, los más encumbrados miembros de La Cámpora y los empresarios Cristóbal López y Lázaro Báez, por sólo tomar muestras de distintos ámbitos.

Fuera de ese círculo están los sobrevivientes, aquellos que rinden pleitesía a la familia Kirchner, fundamentalmente porque no pueden (ni quieren) sacar los pies del plato. La independencia de criterio (traición en el diccionario K) puede implicar desventuras. En ninguno de estos círculos de confianza estuvo ni está Daniel Scioli; sin embargo es el candidato del Frente para la Victoria.

El ex menemista y ex duhaldista ha construido, con Néstor Kirchner, primero y con Cristina, luego, una relación de mutua conveniencia que, hasta el momento, ha sido fructífera para ambas partes. La imperturbabilidad del Scioli candidato (a gobernador, presidente, testimonial, o lo que sea), inconmovible ante errores e impericias, propias y ajenas, le ha permitido al kirchnerismo tener en su propio espacio político al antihéroe, el contrapeso medido, equilibrado y amable de un matrimonio combativo. Parafraseando la publicidad de una importante tarjeta de crédito, diríamos que el kirchnerismo tiene épica, relato, pasión y mística; para todo lo demás está Scioli.

Más allá de que el debate sirvió como plataforma para aunar críticas hacia el candidato ausente, aún se sigue hablando de la relación entre el massismo y el sciolismo-kirchnerismo de cara a las elecciones del 25 de octubre. ¿Cuál es la real cercanía entre el Frente para la Victoria (FPV) y el Frente Renovador (FR)? Darle vueltas al asunto para encontrar una explicación unívoca nos lleva al error. Es lógico y normal que Sergio Massa permita la mano tendida del oficialismo y su múltiple aparato de propaganda —que más que nunca abandonó cualquier respeto por las formas periodísticas para dar rienda suelta a su función como agencia gubernamental— para conservar la ilusión de meterse en la pelea por entrar al ballotage. Una mirada racional le daría el convencimiento de que esto es prácticamente imposible a esta altura de la campaña, pero, aun así, sigue conservando la necesidad de mantener a su tropa unida y expectante a la obtención de votos y cargos. En pocas palabras, poder para el escenario que viene. En esa necesidad se planta el kirchnerismo para impulsar al ex intendente de Tigre en la búsqueda de quitarle votos y posibilidades al candidato de Cambiemos, Mauricio Macri. Ante la mayúscula dificultad de alcanzar el 45% de los votos, el oficialismo intenta forzar una mayor paridad entre los candidatos opositores.

No es para extrañarse tampoco que desde el frente Cambiemos se utilicen los vínculos pasados o presentes entre referentes del FR y del FPV para hablar de un pacto. Ciertamente influyen en ese sentido los pases o las vueltas que ha habido desde el FR hacia el FPV. Argumentando la unión del peronismo, la desazón con el espacio, la confianza en el candidato oficialista (“No es Cristina”, esgrimen por lo bajo varios de los nuevos Borocotó) o lisa y llanamente la pérdida de posibilidades del frente massista, los pases se dan linealmente hacia el partido de Scioli.

¿Está Sergio Massa trabajando para el triunfo de Daniel Scioli en primera vuelta? No tendría motivos para hacerlo, salvo como daño colateral de las propias conveniencias mencionadas en los párrafos precedentes. ¿Puede su virtual ascenso tener esa consecuencia? Efectivamente, sí. Para el oficialismo y para el propio sector de Sergio Massa lo difícil será seguir manteniendo esa ilusión de posicionarse como segunda fuerza hasta el final. Por decantación, y más allá del fenomenal esfuerzo de medios paraoficialistas y encuestadores amigos, a medida que se acerque el 25 de octubre, el temor a más kirchnerismo irá volcando el voto opositor hacia el lado de Mauricio Macri.

Con tanto operador político disfrazado de encuestador y tanto agente de prensa disfrazado de periodista, la más fidedigna muestra de posicionamiento político la dieron las últimas PASO. El escenario sigue —puntos más, puntos menos— como esas elecciones lo marcaron (40-30-20). Ante ese panorama, y a pesar del enorme esfuerzo personal realizado por el candidato del FR, el votante de Massa que apuesta por el cambio (más gradual o más drástico) optará finalmente por quien puede arrebatarle el poder al kirchnerismo luego de 12 años de ejercicio.

Muchos interrogantes se abren ante el hecho irreversible del fin del matrimonio Kirchner en el ejercicio de la Presidencia. Hay dentro del votante sciolista algunos distraídos que ven un cambio de formas y contenidos allí donde está la cara más amable del kirchnerismo, pero, aún con la buena voluntad del candidato, lo que cabría preguntarle a ese elector es: ¿cómo piensa que Daniel Scioli puede librarse de los Zannini, los Kicillof, los De Pedro? ¿Cómo hará para manejar su propio Gobierno cuando lo que el tablero político parece mostrar es que Cristina Kirchner lo ha elegido para hacer, a través suyo, kirchnerismo por otros medios?