En un deterioro veloz

Carlos Mira

Es difícil que el reinicio de este contacto cotidiano no tenga una visión retrospectiva e intente recordar la situación de la Argentina cuando empezamos el receso. Con la vista puesta en aquellos días de infierno, con miles de argentinos sin luz ni agua, con cortes en rutas, calles y avenidas para tratar de llamar la atención de algún funcionario que se dignara a prestarles atención, se hace difícil pensar en un deterioro. Parecería que aquellos días resumían lo peor de una administración pésima de los recursos del Estado y del resquebarajamiento de una mentira diseminada a repetición.

Pero no. Hoy, además de que nada de aquello ha mejorado, hay otros muchos parámetros que han empeorado velozmente. La tasa de inflación y de devaluación se han disparado. Las reservas del BCRA no dejan de caer, la presidente sigue ausente y el jefe de Gabinete da, definitivamente, pena.

Jorge Capitanich deberá pensar bien lo que hace de ahora en más. Está en un momento en que mucha gente siente lástima por él y otra que prefiere reírse de lo que no puede interpretarse de otro modo sino como comicidades cotidianas. Pero está cada vez más cerca de despertar broncas irascibles. El humor de gente tiene cada vez menos espacio para la cargada y el gobernador del Chaco -en uso de licencia- está tirando cada vez más peligrosamente de esa cuerda.

Decir que el país tiene “un sistema de tipo de cambio libre y único” es tomarle el pelo a la gente. Y la gente ya tiene suficiente con lo que el “modelo” le ha “regalado” como para que sus autores -que deberían estar utilizando todo su tiempo para reparar los daños que han causado-, encima, los carguen. La velocidad del deterioro en materia económica desde que comenzó el año es francamente alarmante. El dólar blue está ya en $ 12. Los sindicalistas amenazan con lanzar paritarias con un mínimo de 30% de aumento. La inflación se ha acelerado de manera dramática y está cada vez más cerca de provocar el fenómeno conocido como de “rechazo del dinero” por el cual la velocidad de desprendimiento de los pesos es cada vez mayor espiralizando la suba de los precios.

En medio de este panorama la ciudadanía no tiene ninguna señal de que alguien esté a cargo y, al contrario, está muy cerca de creer que todos estamos a la buena de Dios. Extrapolar esta abulia a diciembre de 2015 resulta directamente imposible.

Al gobierno no se le ocurre otra cosa que manejarase con una bicicleta de bonos que sólo convierte en millonarios sin trabajar a unos pocos y pone en serio riesgo la futura capacidad de pago de las jubilaciones. El Estado se encamina a estafar a otras varias generaciones de argentinos trabajadores que cuando dejen de trabajar, no encontraran nada. Ya lo hizo una vez, condenando a millones a una vejez indigna, y lo volverá a hacer, sencillamente porque así es cuando un conjunto de funcionarios se encuentran delante de sí con una inconmensurable bolsa de plata: la hacen desaparecer.

Aquellos defensores de la jubilación de reparto deberán darle una explicación a los que aportaron el dinero que se esfumó financiando al Tesoro y pretendiendo hacer bajar la temperatura del dólar. La presidente silenciosa, la que ha decido tomarse su trabajo como un hobby al que le dedica el tiempo intermedio entre largos periodos de descanso, llevará esa carga de culpa de por vida.

En estas condiciones de deriva, la señora de Kirchner no da una sola señal de liderazgo. Nadie sabe lo que hace o si hace algo. Nadie sabe si da una directiva y a quién; nadie sabe si existe una perspectiva presidencial de la situación actual del país, nadie sabe, en fin, si la presidente tiene los conocimientos mínimos necesarios como para sortear los serios obstáculos que la Argentina tiene por delante.

En medio de este desorden, una sensación de descomposición aún más grave se conoció hace unos días: el gobierno se dispone a modificar el Código Penal. Si Capitanich se debe cuidar de trasponer el límite entre mantener un relato y cargar a la gente (porque los que hoy le tienen lástima y hasta los que se ríen de él, pasarán a sentir furia) la presidente también debería tener un cuidado similar.

La ciudadanía esta ya cansada de enterrar muertos, de llorar pérdidas y de ver el avance sin pausa de una delincuencia que se florea, impune, delante de nosotros. Frente a ese panorama, la reforma del Código con el sello abolicionista de Zaffaroni (¡qué apellido para un “penalista”!) puede resultar ofensivo para la sociedad honrada que pretende vivir honestamente.

El proyecto consagra directamente la supremacía moral del delincuente y sale a defenderlo a capa y espada atenuándole incluso las penas cuando resultara “dañado” en el proceso de cometer su propio ilícito. Sí, sí, como lo escuchan: si un delincuente resulta lastimado o herido en la comisión de su propio crimen, ese hecho debe considerarse un atenuante en el juicio. Y mucho más si el delincuente utiliza a su hijo en la comisión del delito y el perjudicado resulta ser el menor.

Del mismo modo, en el juzgamiento de los casos deberán tomarse en cuenta las condiciones sociales y económicas de las víctimas, insinuando, con todas la letras, que si los asesinados, robados, o violados tienen dinero, eso será un atenuante para el delincuente tan o más importante que la propia condición económica del que delinque. La reincidencia ya no se tomará en cuenta: un asesino serial será juzgado por cada uno de sus crímenes como si cada uno fuera el primero. La prisión perpetua desaparecerá de la ley argentina y los asesinos volverán a las calles después de una temporada de diversión junto a Vatayón Militante. En esto está la presidente: mientras el país se incendia y la gente llora las consecuencias de la delincuencia todos los días, ella está pensando en cómo hacerle la vida más fácil a los malvivientes.

Si esta reforma llegara a aprobarse -y no veo a ninguna organización preocupada por hacerle saber a la sociedad lo que le espera- la preocupación número uno de los argentinos -la seguridad- se potenciará a límites extremos: seremos los inocentes, los honrados y los honestos los que deberemos andar pidiendo públicamente disculpas, mientras se instrumenta el señorío de los delincuentes.

Existen tres etapas en la descomposición moral de los países, todas relacionadas con el posicionamiento del bien y del mal. Una primera etapa sucede cuando los países tienen dificultades en distinguir lo que está bien de lo que está mal. Una segunda ocurre cuando aún distinguiendo lo uno de lo otro, las sociedades eligen hacer voluntariamente lo que está mal porque tienen la certeza de que eso les conviene desde el punto de vista práctico. Y por fin el último y más profundo pozo de descomposición ocurre cuando una sociedad instaura orgullosamente el mal como entidad moral superior. En esta instancia ingresaría la Argentina si el Congreso transforma en ley la reforma Zaffaroni. Una especie de resumen Lerú de la década ganada.

La corrosión kirchnerista no detecta frenos, ni morales ni económicos. Ninguno de esos frentes le son ajenos. Viene actuando en todos con un poder demoledor, multiplicando la pobreza, la escasez, el aislamiento y el crimen. Después de diez años de una siembra sistemática de disvalores, la cosecha se envuelve en una furia de resultados alarmantes. Viviendo encerrados, sin libertad, con una casta privilegiada que obscenamente ostenta su desigualdad frente a nosotros, somos testigos de un deterioro veloz e inmoral que no tiene ni líderes que lo enfrenten ni convicciones que lo detengan.