Detener un tsunami de globos, el próximo desafío de Lousteau

Gonzalo Sarasqueta

Fue una columna que partió al medio a la opinión pública. Salió el martes 12 de julio de 2011, dos días después que Mauricio Macri aplastara a Daniel Filmus en el ballottage. En la contratapa de Página 12, Fito Páez plasmaba sin eufemismos: “Da asco la mitad de Buenos Aires. Hace tiempo que lo vengo sintiendo”. La catarsis fue profunda, propia de un artista con su sensibilidad. Pero faltaba más: cuatro años después, con el triunfo contundente de Horacio Rodríguez Larreta, el PRO ratifica su hegemonía light en la Ciudad de Buenos Aires. ¿Qué estará pensando ahora el emblema de la trova rosarina?

Más allá de la implementación del sistema de boleta única electrónica, el 45% de votos obtenido por Larreta y la segunda vuelta del 19 de julio, las elecciones de CABA dejan varios apuntes interesantes. Notas (bastante) alentadoras para el PRO y (algo) desmoralizantes para el progresismo porteño, tanto en su versión socialdemócrata (ECO) como en su interpretación nacional y popular (FpV).

La primera observación. Con los veinte puntos de diferencia que le sacó ayer el delfín de Macri a Martín Lousteau, se confirmó un fenómeno electoral que comenzó en 2007, con la llegada del PRO al poder: los sufragios de Capital Federal están perdiendo competitividad. El suspenso es pretérito. Hace tres comicios que la fuerza amarilla se impone cómodamente en primera vuelta, llegando al ballottage con el pleito casi decidido. Repasemos los guarismos: 2007, Macri 45, 6% – Filmus 23, 7%; 2011, Macri 47% – Filmus 27, 7%; 2015, Larreta 45, 6%- 25, 6%.

Al igual que provincias del interior, como Chaco, Santiago del Estero, Formosa, La Rioja y Misiones, la Capital Federal está ingresando en la categoría demoscópica de previsible. Las consultoras cada vez la tienen más fácil. Su trabajo se reduce a precisar la abultada diferencia entre el primero y el segundo y, en simultáneo, a anticipar si habrá –o no– segunda vuelta. Poco más. Los oficialismos, a medida que pasan las urnas, afinan mejor sus maquinarias electorales.

Claro que, según el distrito, las razones varían: diseño del sistema electoral, utilización de los recursos del Estado para publicidad oficial, sintonía con el Gobierno nacional para el suministro de obras e infraestructura, clientelismo, etc. En CABA es complejo acertar con la causa. Y menos en un artículo periodístico (un paper politológico sería más apropiado). Pero una respuesta tentativa es que el PRO terminó de consolidar su tipo de votante: un ciudadano sin grandes pretensiones ideológicas, que vota a través del lente técnico a sus representantes. Nada de grandes relatos ni épicas; en su lugar, discursos de baja intensidad, simplificadores y acotados al día a día de la gestión. La imagen del político “robot” que no para de trabajar –como definió Macri a su escudero Larreta– es la valorada. Con ese libreto, la mitad de la sociedad porteña elige tranquila desde el 2007.

Otras hipótesis circulantes: “transformar a la ciudad en un dique frente al autoritarismo kirchnerista”, “el ADN gorila” de la city, “electorado volátil e impredecible”, “el voto económico que muta según la coyuntura”, por citar algunas conjeturas que excederían el accionar del PRO.

Ahora, ¿qué pasó en la vereda progresista para que esto sucediera? Nada muy estimulante: a tono con el plano nacional, el espacio se fragmentó. Aquel problema de arquitectura electoral que la Alianza había solucionado, conjugar a la izquierda democrática con la socialdemocracia radical y el peronismo social (en las elecciones del 2000, esta coalición llevó a Aníbal Ibarra al poder con el 49, 31% de los sufragios, frente al 33,20% de Domingo Cavallo), hoy está más latente que nunca.
Martín Lousteau y Mariano Recalde, las personalidades que encarnarían en la actualidad esa “amplia avenida progre” en CABA, están a una distancia insalvable en el escenario político. A tal punto que el primero se ubicó, al menos en la narrativa, más cerca del macrismo que del kirchnerismo. Estrategia discursiva que, si desea evitar una derrota estrepitosa en el ballottage, deberá darle un giro copernicano. El economista necesita, sí o sí, seducir al votante K. ¿Una alternativa? Convencerlo de que cuanto más reñida sea la segunda vuelta en la iudad, menos empoderado llegará Macri a las PASO nacionales para enfrentar a Scioli. No es una ecuación directa, pero, al menos desde lo simbólico, tiene lógica.

Y, además, el hombre de rulos deberá acentuar su veta socialdemócrata. Sacar a la luz las críticas sociales más duras contra el PRO. Insistir con el aumento de la mortalidad infantil, el abuso de propaganda con fondos públicos y la mala gestión en salud, pero también ensanchar la agenda con temas cruciales como la urbanización de las villas miserias, la ausencia del Estado en la periferia y el speech punitivo-disciplinante del macrismo. Puntos que lo acercarán al kirchnerismo. Y, aunque el trasvase directo del 22% de Recalde a las arcas de ECO parezca utópico, Lousteau también podría usar de imán a uno de los cantores preferidos del FpV: “¿Quién dijo que todo está perdido?”. Todo vale para detener el tsunami de globos.